La vida tiene muchas alegrías muy legítimas: una graduación de la preparatoria o un diploma universitario, un partido de fútbol y subir una montaña, una buena charla de sobremesa con los amigos, las fiestas familiares, un hermoso concierto de algún artista admirado, ver a los hijos crecer y superar las pruebas de la vida… Pero hay gozos más profundos: ser discípulos de Jesús, entrar en su presencia, gastar la vida por él, amarlo y adorarlo, escuchar su Palabra y orar con ella, servirlo en los hermanos y esperar la posesión plena de los bienes que él nos prometió. Los gozos del mundo son más rápidos y pasan pronto. Los del espíritu son más lentos pero más profundos. Hay que saber gozar con todo lo legítimo del mundo, cuidando de no embriagarnos con esos gozos para no olvidarnos de Dios. Que nuestro gozo y consuelo más hondo sea la dulce presencia de Jesucristo en nuestras almas.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
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