lunes, 27 de diciembre de 2021

Natalidad y economía


Uno de los problemas más agudos hoy en el mundo del trabajo es la escasez de trabajadores. En Ciudad Juárez, ciudad fronteriza y comunidad binacional junto con El Paso Texas, ciudad en la que vivo y donde existen más de 360 maquiladoras, las empresas lamentan el déficit de personal. Se calcula que faltan alrededor de 50 mil empleados. 

La situación ha afectado las cadenas de suministro de materias primas y retrasos en la logística de la industria. No se necesita tener mucha ciencia para deducir que, de continuar la escasez de mano de obra en los centros de trabajo, los problemas económicos serán muy graves. Personalmente he conocido la angustia de algunos empresarios que no encuentran suficiente personal para sacar adelante a sus empresas.

A principios de diciembre, en un evento organizado por The Wall Street Journal, el empresario magnate Elon Musk, fundador de los autos eléctricos Tesla y los cohetes espaciales SpaceX, dijo lo siguiente: "Si las personas no tienen más hijos, la civilización colapsará". "La base de la economía es el trabajo: el capital es sólo mano de obra destilada, y las mayores limitaciones son de trabajo: no hay suficiente gente". 

Musk, padre de seis hijos, señaló que uno de los mayores riesgos de la civilización son las bajas tasas de natalidad y la rapidez con las que siguen bajando". Continuó diciendo: "Y sin embargo tanta gente, incluyendo gente muy inteligente, cree que hay demasiadas personas en el mundo y que la población global está creciendo fuera de control. Miren, es justamente lo contrario. Por favor miren los números: si las personas no tienen más hijos, la civilización colapsará; recuerden mis palabras".

Después de que san Pablo VI publicó Humanae vitae en 1968, muchos medios de comunicación criticaron al papa por denunciar en su encíclica el control natal que los gobiernos pretendían imponer, "mientras que millones de personas morían de hambre", decían. Hablaban del papa y de la Iglesia Católica como enemigos del progreso, ya que según ellos, una gran marea de seres humanos estaba sobrepoblando la tierra, y si las tasas de fertilidad no se detenían, ocurriría en el planeta algo peor que un desastre nuclear. Humanae vitae fue considerado, por muchos, como uno de los peores errores de los tiempos modernos. 53 años después de la publicación del documento está demostrado que la razón estaba del lado del papa.

Poco a poco se está descubriendo que el control natal es un error de trágicas consecuencias. China, que durante muchos años mantuvo la política del hijo único, la cual sólo permitía un hijo por mujer y las obligaba a abortar en caso de un segundo embarazo, ha echado números para darse cuenta de que, si quiere ser un gran imperio en la tierra, debe dejar que sus hijos se multipliquen. La política del hijo único ha sido revocada en China y ahora se incentiva a las mujeres a ser más fértiles.

Europa, por su parte, es una tragedia. Allá las tasas de natalidad son suicidas. Las nuevas generaciones no reemplazan a las anteriores y, dentro de algunos años, serán los inmigrantes musulmanes quienes probablemente hayan islamizado el continente.

Está demostrado que los recursos para mantener a la humanidad son sobreabundantes gracias a la ciencia y la técnica. La producción agrícola mundial ha tenido un crecimiento mucho mayor que la población. Se calcula, según estudios de Colin Clark de la Universidad de Oxford, que con la tecnología agrícola actual se puede proveer una dieta tipo americano, al menos para 35 mil millones de personas, cuando actualmente somos alrededor de 7 mil millones.

Hoy la vida para la mayor parte de las personas es económicamente menos precaria que hace algunas décadas. La mortalidad infantil ha disminuido y la edad promedio de vida ha aumentado a 70 años para los hombres y 75 para las mujeres. Si bien hay millones que viven en pobreza, no se debe a la escasez de recursos sino a su mala distribución debido a políticas egoístas. Este crecimiento de los recursos mundiales es gracias al nacimiento de los niños. Cada niño que nace es un cerebro que piensa y que contribuye con sus ideas al caudal de conocimientos acumulados en la humanidad.

La postura de la Iglesia Católica sobre la regulación de la fertilidad señala algunas cosas importantes. Lo vemos en Gaudium et spes del Concilio Vaticano II. Primero, que el derecho a casarse y tener hijos es un derecho inalienable de todo ser humano. Segundo, que a cada pareja de esposos le corresponde decidir el número de hijos que quiere procrear según los principios de la procreación responsable y con una conciencia formada. La Iglesia alaba a los esposos que son generosos en la transmisión de la vida.

Enseña también que a ningún gobierno le compete influenciar o coartar la capacidad de decisión de los cónyuges sobre el número de hijos que quieran tener. Y cuarto, se opone a la necesidad de reducir el crecimiento de la población en el mundo con intervenciones gubernamentales que violen la ley moral, por ejemplo con la contracepción y el aborto.

Para quienes afirman hoy que los seres humanos son la plaga del planeta que debería desaparecer, los católicos respondemos que para la humanidad, a lo largo de su historia, tener hijos ha sido y sigue siendo la verdadera riqueza afectiva, espiritual y económica de las familias y las naciones.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Castidad, esperanza para el mundo


Hace unos días celebré la Eucaristía para un grupo de jóvenes de mi diócesis que terminó su Certificación Humanae Vitae, la cual es una formación juvenil de nueve meses en temas de defensa de la vida, la sexualidad y la familia. Los chicos han sido educados para debatir sobre estos temas y están dispuestos a colaborar en sus parroquias formando grupos pro vida. Ellos saben que para ser pro vida hay que remar contracorriente y no dejarse lavar el cerebro por la ideología de género que trata de imponerse en nuestra cultura como pensamiento único. Sin embargo no se trata sólo de defender la vida sino de adquirir una virtud que, sin ella, no se puede ser persona pro vida. Hablo de la preciosa virtud de la castidad.

La palabra "castidad" suena extraña en un mundo que exalta el sexo con todo tipo de experiencias y que ridiculiza y se burla de quienes no piensan así. Sin embargo al ver las profundas heridas que el desenfreno y la promiscuidad están haciendo en las nuevas generaciones –incapacitándolas para formar familias sólidas– hemos de traer nuevamente esta palabra a nuestro vocabulario, aunque nos parezca que ya es demasiado tarde. La castidad es la única esperanza sólida que tenemos en un mundo que ha hecho pedazos la unidad entre la sexualidad y el amor.

La castidad no es una especie de camisa de fuerza que deben ponerse los jóvenes para vivir en abstinencia sexual hasta que lleguen al matrimonio. Vista como simple abstención se convierte en algo negativo que los reprime. En cambio en una visión positiva la castidad es, en términos de san Juan Pablo II, el desarrollo de una fuerza interior en la persona, la cual no permite que su capacidad de amar se corrompa. No se trata de renunciar a la sexualidad sino en aprender a regularla, renunciando a utilizar a los demás como objetos de placer, y encauzándola hacia el amor verdadero en el matrimonio.

Ser casto es aprender a respetar el lenguaje intrínseco que tiene la sexualidad tal como Dios la creó, es decir, como expresión del amor permanente y comprometido dentro de la vida conyugal. La castidad reconoce que respetar ese lenguaje es la mejor manera de vivir el amor. Es una virtud que, para los solteros, significa encauzar las propias fuerzas sexuales hacia la vida matrimonial.

Pero para los católicos la castidad encierra todavía algo más bello. Se trata de una virtud cristiana que, como tal, nos hace semejantes a Cristo. Un joven pro vida debe saber, entonces, que no solamente se debe respetar la sexualidad y defender la vida humana desde su concepción, sino que debe tener vivo el amor de Jesús en su corazón. En el arte del amor, Jesucristo es nuestra referencia suprema. "En realidad, el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo encarnado... quien pone de manifiesto plenamente al hombre ante sí mismo y le descubre la sublimidad de su vocación", dice el Concilio Vaticano II. Si queremos formar a nuestros jóvenes en la virtud de la castidad, hemos de predicarles mucho a Cristo para que conociéndolo, lo amen y se dejen transformar por él. Sólo así amarán con el amor de Dios en sus corazones.

La castidad es también una virtud de las personas casadas y de los célibes por amor al Reino de los cielos. Todos debemos respeto al lenguaje de la sexualidad. El hecho de contraer matrimonio no autoriza a la persona casada a abusar de su cónyuge. Los casados deben de respetar y vivir el acto conyugal como un acto de amor y donación hacia la otra persona. Si una persona casada cree que su pareja está ahí para satisfacer sus deseos sin importar cuál es el sentir del otro, esa persona corrompe su capacidad de amar, deja de vivir en castidad y la relación marital se deteriora rápidamente.

Un verbo hermoso que está relacionado con la castidad es el verbo "cuidar". Si en la vida entendemos que las personas estamos para cuidarnos unas a otras, y que Dios nos creó para protegernos mutuamente en el sistema llamado "familia", será más fácil educar a los jóvenes en la castidad. Ellos desarrollan más fácilmente la virtud si observan que sus padres se quieren y se cuidan recíprocamente; si en su familia se cuida a los enfermos y ancianos, entonces los hijos aprenderán a amar, a cuidar, a ser personas sensibles y consideradas con los demás y a no abusar de nadie. Si los hijos crecen rodeados de amor y con una sana autoestima, tendrán una visión optimista para el futuro. En cambio cuando les falta el amor de sus padres, los hijos lo buscarán en la primera persona que les ponga atención.

Haber celebrado la Misa para un puñado de jóvenes católicos que buscan vivir la castidad y defender la vida ha sido un motivo de inmensa alegría espiritual para mí. Ellos son ese "resto fiel" de la juventud, los que el Señor se está preparando para construir familias nuevas para su reino.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Sexo matrimonial, el mejor

Un artículo de la revista Psychology Today de Michael Castleman llamado "Satisfacción sexual: el matrimonio ¿la ayuda o la perjudica?" cita varias investigaciones de diversas universidades norteamericanas que concluyen, a través de diversos estudios, que en promedio, las parejas casadas tienen una vida sexual más satisfactoria que las personas solteras o las que viven en unión libre. Estos estudios de las Universidades de Arizona, Nueva York, Western Ontario y Chicago, afirman que los casados se sienten más felices y satisfechos sexualmente.

La cultura popular en los medios de comunicación raramente muestra a los matrimonios que son religiosos practicantes llevando una vida sexual satisfactoria. En cambio enseñan que las personas solteras y que son rebeldes hacia la religión llevan una vida sexual activa y satisfactoria. El buen sexo estaría en la soltería porque es el estado donde están las emociones, las aventuras y las pasiones. El cine y la televisión suelen transmitir la idea de que la soltería es excitante mientras que el matrimonio y la religión son opresivas.

Norteamérica es la tierra de las estadísticas. Sus investigaciones son siempre reveladoras. La revista "Psychology of religion and Spirituality" publicó estudios sobre sexualidad en Estados Unidos: ¿quiénes tienen sexo? ¿Con qué frecuencia? ¿Quiénes tienen una vida sexual más satisfactoria? Todas las investigaciones en este rubro llegan a la misma conclusión: las personas con más felicidad sexual son las parejas casadas; y no sólo eso, sino que los matrimonios que llevan una vida de práctica religiosa comprometida son los más satisfechos sexualmente.

A los participantes de dicho estudio se les pidió que calificaran cuánto pensaban que Dios estaba en el centro de su matrimonio. También se les preguntó con qué frecuencia asistían a los servicios de adoración religiosa con su cónyuge y con qué frecuencia participaban en actividades religiosas en el hogar como pareja. Finalmente, preguntó a las parejas qué tan satisfechas estaban con el aspecto sexual de su matrimonio. ¿El resultado? fue sorprendente: sentir que Dios era parte de su vida matrimonial se asociaba positivamente con la satisfacción sexual.

Estos estudios nos indican que no es que las personas religiosas conozcan mejores "técnicas" sexuales que los solteros, sino que viven su sexualidad en un contexto muy diverso al de la soltería. El sexo tiene un significado intrínseco que es: "hasta que la muerte nos separe", y esta entrega recíproca los casados la viven en la vida ordinaria y en aquellos momentos en que la expresan en la intimidad. Esto les da la certeza de que la relación es sincera y recíproca.

Los cónyuges que practican la fe tienden más a invertir en su matrimonio y trabajar para fortalecer áreas que no son sexuales, como mejorar los compromisos y disminuir los conflictos. Cuando dos personas casadas creen que su matrimonio tiene importancia espiritual y religiosa, ellos son más propensos a invertir para que la convivencia sea positiva.

Además el sexo en el matrimonio es un sexo sin miedos. Los cónyuges no tienen por qué temer a un embarazo o a convertirse en padres o madres solteros porque saben que hay un compromiso formal para permanecer unidos. Tampoco tienen por qué temer a las enfermedades de transmisión sexual. Si son fieles estarán libres de infecciones y del miedo de contagiar a su cónyuge. No existe el miedo de verse abandonados como en el caso de la unión libre, ni miedo de sentirse utilizados por el otro porque creen en su alianza conyugal.

Una muchacha, cuyo novio la quiere bien y ve que él está dispuesto a respetar el lenguaje intrínseco del sexo –entrega total en el matrimonio–, puede tener mayor seguridad en su relación de noviazgo porque sabe que su pareja ha desarrollado un alto nivel de control sobre sí mismo. Sabe que ese hombre es alguien en quien puede confiar porque vivirá más fácilmente la fidelidad durante la vida matrimonial. Y también podrán aprender juntos el lenguaje de la intimidad sexual, sin tener a otra persona del pasado en sus recuerdos con la que puedan comparar a su cónyuge.

Cuando el cine o la televisión presenten al sexo en la soltería como el mejor y el más emocionante, no lo creamos. Es en ese tipo de sexo donde están los daños emocionales y las heridas más fuertes. En cambio el sexo matrimonial es como el buen vino que ha sabido esperar un tiempo de añejamiento para ser el de mejor calidad.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

"Yo no te pido" (engañifas de la unión libre)


Con frecuencia se acercan parejas jóvenes para pedirme que bendiga a sus niños pequeños. Siempre les pregunto si están casados por la Iglesia y la mayoría de ellas no lo están. Por supuesto que a los pequeños les doy la bendición. Es un hecho que la Iglesia Católica está experimentando una caída de las celebraciones del sacramento del matrimonio y un aumento de parejas bautizadas que deciden vivir en unión libre. A medida en que no se cultiva la fe y aumentan el materialismo y el ateísmo, menos parejas se interesan por celebrar su unión en una boda religiosa.

La cultura popular promueve el amor libre. Dice una canción de Pablo Milanés: "Yo no te pido que me firmes diez papeles grises para amar, sólo te pido que tu quieras las palomas que suelo mirar". El cantautor de trova protestaba contra la institución del matrimonio. Su amor era inseguro; no hablaba de una clase de amor total y comprometido para toda la vida. ¿Por qué se necesitan firmar papeles y una ceremonia donde los nuevos esposos tengan la bendición de Dios? Si un hombre y una mujer están planeando entregarse el uno al otro y pasar el resto de su vida juntos, ¿por qué no celebrarlo públicamente, y por qué no firmar un certificado de matrimonio?

La unión libre no es digna para el ser humano. El hombre nació para construir proyectos que trasciendan, y uno de ellos –quizá el más importante– es el formar una comunidad de vida y de amor llamada familia. Cuando dos personas deciden vivir juntas y sin compromisos con la sociedad y con Dios, generalmente lo hacen porque uno de los dos no está realmente seguro de establecer una entrega comprometida para toda la vida. Si no hay papeles que firmar ni altar ante el cual hacer una alianza, la puerta se queda abierta para poder escapar de la relación en cualquier momento de crisis.

La Iglesia Católica en México no celebra el sacramento del matrimonio sin que los novios hayan contraído matrimonio civil. Lo exige porque quiere proteger a los esposos. El gobierno mexicano es de los pocos en el mundo que no reconocen válido el matrimonio eclesiástico. En cualquier otro país una pareja que se casa por la Iglesia automáticamente queda casada ante la ley civil. No es así en nuestro país. Si se casan únicamente por la Iglesia y hay después una separación, la mujer quedaría como concubina y no como la esposa legítima del marido, es decir, quedaría desprotegida. Por eso la Iglesia exige el matrimonio civil antes de celebrar el matrimonio eclesiástico.

El contrato del matrimonio se establece para proteger a los cónyuges. Vivir juntos para toda la vida incluye riesgo para ambos, sobre todo para la mujer. Ella muchas veces deja de trabajar para dedicarse a la crianza de los hijos, y el contrato matrimonial le garantiza que ella y los niños serán mantenidos. Ante un eventual abandono del marido, la mujer tiene derecho a recibir una cantidad económica de su esposo como mantenimiento para ella y los hijos, pero si no existe el matrimonio, tampoco existe la protección. Cada uno será libre para escapar de la relación y sin que el otro pueda cuestionarlo.

Los partidarios de la unión libre sostienen que las parejas que viven en concubinato muestran mayor grado de felicidad, y esto se debe a que la relación es más relajada y conviven con más humor, ya que no existe un compromiso que las ate. Esto es falso. En la unión libre la relación de pareja no es más relajada, sino más estresante. Simplemente saber que en cualquier momento el otro puede irse de la casa y sin obligaciones 
hace que se nazca en la pareja el miedo de verse abandonado, lo que se reflejará en más pleitos y discusiones.

Además a nivel sexual las relaciones íntimas se vuelven engañosas, ya que la entrega que se expresan mediante sus cuerpos no corresponde al nivel de compromiso en el que viven sus vidas ordinariamente. Con sus cuerpos se dicen "me entrego totalmente a ti para siempre" pero la realidad es otra: carece del sello de garantía de un alto nivel de compromiso, ante Dios y ante los hombres. Por eso también las relaciones íntimas de pareja no son tan satisfactorias como las de los esposos que están comprometidos realmente con el Señor y con sus hermanos.

La unión libre, en el fondo, es egoísta. Se deslinda de Dios y de la comunidad. Es un amor aislado, incompleto, sin conexión con el bien de la sociedad que todos formamos y sin articulación con el amor divino que el matrimonio representa. Por eso cuando los novios se casan por la Iglesia se piden testigos y la ceremonia es pública. La asamblea de invitados, grande o pequeña, ratifica que el matrimonio es un bien para la Iglesia y la sociedad, pero además, por ser un bien no exento de dificultades y pruebas, necesita una comunidad que ayude a los novios con un soporte espiritual.

"Yo no te pido que me bajes una estrella azul, sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz", canta Milanés, el trovador cubano. Más allá de la poesía hecha música, el amor verdadero y real es el que firma los papeles, el que se compromete con Dios y con la sociedad en una entrega para toda la vida. Es el matrimonio el que recibe la bendición divina. Lo otro es inseguridad.

martes, 30 de noviembre de 2021

Sexo prematrimonial y divorcios


Hace muchos años, "en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme", conocí a una chica que estaba muy enamorada de su novio. Después de una relación de dos años en los que tuvieron actividad sexual con regularidad, decidieron casarse. Ella llegó de blanco y puntual a la Iglesia para la celebración de su boda, pero pasaron los minutos y el novio no aparecía. El sacerdote tuvo que iniciar la misa sin el muchacho mientras ella, angustiada, esperaba en el coche. La misa terminó y el novio nunca llegó. La había dejado plantada. Durante las horas siguientes ella no tuvo noticias de él, y fue hasta dos días después cuando apareció para decirle que lo habían secuestrado. Ella ingenuamente le creyó.

Tener relaciones sexuales durante el noviazgo ofusca, sin duda, la mente de los novios. Cada vez que ellos tienen intimidad hablan en un lenguaje corporal que no está en sintonía con la realidad de su noviazgo. Si tomamos en cuenta de que por medio del acto sexual vienen nuevas vidas humanas a la tierra; si vemos que el acto sexual crea un vínculo emocional muy fuerte entre la pareja que los hace querer estar juntos; si consideramos que el sexo es expresión de una entrega total de cuerpo y alma a la otra persona, entonces nos damos cuenta de que Dios creó el sexo con una lógica interna, y esa lógica se resume en dos palabras: "para siempre".

Cuando una pareja hace el amor como Dios ha querido, entonces su lenguaje es el siguiente: "me quiero para ti, te doy mi cuerpo, mi alma, todo mi ser, y para toda la vida, hasta que la muerte nos separe; quiero tener hijos contigo y educarlos". Este significado que Dios ha querido para el sexo no se vive durante el noviazgo. La pareja de novios, al fornicar, está hablando un lenguaje mentiroso: "te doy mi cuerpo pero no mi alma porque no tengo compromiso total contigo; y no quiero tener hijos contigo, al menos por ahora".

Pero vayamos a la historia de aquella chica plantada en el atrio parroquial el día de su boda. La historia terminó más triste todavía. Después de unos meses en que ella creyó la mentira del secuestro, volvieron a establecer su relación y nuevamente decidieron casarse. El sacerdote al que le solicitaron la boda, sabiendo lo que había ocurrido en aquel día de sus nupcias fallidas y sospechando que el novio había estado mintiendo, se rehusó a casarlos. Finalmente fueron a contraer matrimonio a un pueblo lejano de su diócesis donde esta vez la boda sí se realizó. Pero llegada la la luna de miel aquel hombre sacó toda su furia y la golpeó hasta que se cansó. Fue cuando ella abrió ojos para darse cuenta de que había tenido un novio realmente trastornado y era muy peligroso. Y fueron muy felices... cada uno en su casa.

Es un hecho de que las personas que llegan vírgenes al matrimonio se divorcian menos. La razón es muy sencilla: las relaciones sexuales crean un vínculo emocional muy poderoso en la pareja, vínculo que no permite descubrir los defectos de la otra persona o a no darles la debida importancia. Ese enlace psicológico fue creado por Dios para mantenerlos unidos en el matrimonio. Pero al salirse del plan divino y caer en el hábito de la fornicación, los novios rompen el proyecto de Dios y, la mayor parte de las veces, pagan las consecuencias con rupturas dolorosas.

La novia plantada en su boda y aporreada en su luna de miel había tomado la malísima decisión de casarse con una persona absolutamente desaconsejable para el matrimonio. Su decisión la tomó con el corazón y no con el cerebro. Si no hubiera tenido vida sexual con su novio, lo más probable es que la relación hubiera terminado pronto, apenas el hombre hubiera empezado a hacer sus escenas de ira. Aquellos novios que saben esperar hasta el matrimonio, pasan sus noviazgos conociendo realmente a la otra persona en sus virtudes y sus defectos para decidir si valdrá la pena pasar el resto de su vida casados; son novios que saben tomar sus decisiones con el corazón utilizando también la inteligencia.

La dramática experiencia que tuvieron esos novios –la chica plantada primero y abofeteada después– es extrema, y por ello es elocuente para ilustrar los peligros del sexo prematrimonial. Este tipo de historias y otras muchas de fracasos conyugales pueden hacer que muchos jóvenes solteros quieran pensar en todo menos en el matrimonio. Sin embargo no deben de tener miedo. Hay que decirles la verdad: se puede formar un matrimonio muy feliz y para toda la vida. Solamente deben de vivir bien sus noviazgos, con altos estándares. Deben reservar la actividad sexual sólo para el matrimonio y aprender a conocerse desde el fondo del alma. Esto les dará la libertad para tomar una decisión tan trascendental como es la de fundar con otra persona un hogar para toda la vida.

martes, 23 de noviembre de 2021

La trampa del sexo prematrimonial


Muchas parejas de novios suelen "comerse la torta antes del recreo". Ellos se justifican diciendo que es lo normal y que todos lo hacen; o bien quieren probar su hombría o su feminidad; otros lo hacen por curiosidad o por no querer que les digan anticuados o cuadriculados. Muchos creen que tener relaciones sexuales con su pareja o con personas ocasionales es algo inofensivo, pero no es así. El sexo tiene profundas consecuencias emocionales que afectan hondamente sus vidas y de las cuales ellos muchas veces no se percatan. El sexo prematrimonial es una trampa de la que hay que prevenir a las nuevas generaciones. Veamos por qué.

Hemos dicho que Dios creó un sistema llamado "matrimonio y familia" para traernos al mundo. Nacemos y convivimos en familia, aunque sabemos que la convivencia no siempre es fácil. A veces hay roces y conflictos que causan daño, y se necesita amor y voluntad para resolverlos. Imaginemos una pareja que ha decidido casarse. Ellos llegan a la boda con la voluntad de entregarse uno al otro todos los días de su vida. Esto no es cualquier cosa. El amor que se profesan debe tener tal grado de madurez que les permita soportar los conflictos a los que se enfrentarán en su vida conyugal.

En 2017 celebré el aniversario matrimonial número 76 de mis abuelos, que hoy ya han entrado en la vida eterna. 76 años es una edad a la que no llegan muchas personas. Ellos los vivieron ¡de casados! ¿Qué hace Dios para ayudar a mantener unidos a los esposos? Algo asombroso. En su sabia providencia, dispuso que entre el marido y la mujer se creara una hormona cuando se unen en intimidad sexual. La hormona se llama oxitocina y funciona como una especie de super pegamento emocional que los une psicológicamente, que hace que quieran permanecer unidos y que no vean sus mutuos defectos. 

El sexo, entonces, no es algo que se realiza con el cuerpo mientras que el corazón y el alma se quedan afuera. El sexo crea ese vínculo emocional que los hace sentirse en comunión de personas. Algunos le llaman "conexión". Hemos experimentado esa conexión, comunión o vínculo emocional tal vez con un grupo de amigos que la pasan muy bien cuando hacen deporte juntos, o cuando estamos en armonía familiar. Hasta los perros experimentan fuertemente ese vínculo emocional con sus amos. Pero en el matrimonio es algo increíble porque se produce a través de la oxitocina cuando los esposos tienen relaciones íntimas. La misma oxitocina se produce cuando una madre está en su período de lactancia y amamanta a su bebé. Hay un vínculo emocional muy fuerte causado por la hormona que enlaza a la madre y al hijo.

El mismo acto que engendra una familia –el acto sexual de los esposos– es el acto que les ayuda a vivir su compromiso matrimonial. Dios creó la oxitocina como una ayuda para que los esposos permanezcan unidos. La comunión o vínculo que crea dicha hormona hace que marido y mujer oscurezcan su visión sobre la otra persona y pasen por alto los defectos o las irritaciones que encuentran en su vida marital. Por eso el vínculo es el super pegamento que se crea entre sus almas para ayudarles a superar los problemas menores y mayores que encontrarán en su vida común. "Y serán los dos una sola carne", dijo Jesús.

Hoy muchas parejas de novios, al fornicar sin estar casados, producen oxitocina durante su excitación sexual, y así crean entre ellos ese vínculo emocional fortísimo que los hace querer permanecer unidos, pero sus mentes se ofuscan para conocerse profunda y realmente el uno al otro. Han entrado en una zona de peligro. En realidad han caído en la trampa que los puede llevar a cometer el gravísimo error de casarse con la persona equivocada. El divorcio es la consecuencia más dolorosa. Por eso el sexo no es cualquier cosa. Tiene consecuencias emocionales.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Fecundidad o fertilidad


Una de las condiciones para que un matrimonio tenga validez es que la pareja sea capaz de realizar el acto conyugal completo: erección, penetración y eyaculación en la vagina de la mujer. Si los esposos no tienen la capacidad física para realizar el acto conyugal la Iglesia no puede casarlos. La fórmula sagrada del consentimiento matrimonial que ellos expresan verbalmente frente al altar es completada en la alcoba conyugal mediante la entrega total de sus cuerpos y almas. Es lo que se llama "matrimonio rato (celebrado) y consumado", y no hay poder humano que lo pueda disolver, a menos de que existan ciertas causales.

Ninguna pareja puede saber si después de cada acto conyugal ocurrirá un embarazo. Las mujeres son fértiles solamente durante algunos días del mes y durante algunos años de su vida. La fertilidad es variable según cada mujer. Hay quienes tienen ocho o más hijos, y hay quienes no tienen ninguno, pero esto no es lo importante para lo que estamos tratando. Lo más relevante es que la pareja realice el acto conyugal para que pueda existir una familia, pero eso habrá que ponerse en manos de Dios, para que Él decida si traerá o no nuevas vidas a la tierra. Los hijos son una bendición divina para el matrimonio, pero si la pareja no puede tener hijos, Dios puede dar la fecundidad de otras maneras. El acto conyugal en las manos de Dios nunca será estéril porque es un reflejo de su amor fecundo.

Durante la celebración de las misas pro-vida que tenemos en la diócesis una vez al mes, siempre invito a las parejas que no pueden tener hijos para orar juntos y pedir para ellas el don de la fertilidad. En muchos de sus rostros veo el sufrimiento, la ansiedad y la frustración que la falta de hijos les provoca. Sueñan con una descendencia, lo que es normal, pues los hijos son el fruto más excelente del matrimonio. Siempre les recuerdo que los hijos hay que pedirlos a Dios, ya que nadie tiene derecho a tenerlos. Eso sí, los esposos tienen el derecho y el deber de realizar el acto conyugal, pero no a tener hijos. Los hijos vienen como regalo de Dios, quien se vale de la unión de los gametos de los esposos para insuflar, en el óvulo fecundado, un alma inmortal creada a su imagen.

Un error que se comete con frecuencia es identificar la fecundidad con la fertilidad. No es lo mismo. La fecundidad es un valor al que todos los matrimonios están llamados, y una de sus muchas expresiones puede ser la fertilidad. Puede ocurrir que un matrimonio muy fértil no sea un matrimonio fecundo. Una pareja, por ejemplo, que ha tenido diez hijos porque el marido llegaba borracho a la casa no es una pareja fecunda, sino sólo una pareja que se ha reproducido muchas veces. Al contrario, un matrimonio que quiere tener un hijo y no logra el embarazo por diversas causas, puede ser una pareja muy fecunda a través de la adopción o por dedicarse a alguna obra de caridad social.

Los matrimonios que, por diversas circunstancias, no pueden tener hijos hay, al menos, dos opciones moralmente correctas, según la moral católica, que pueden seguir para remediar la esterilidad y ser fecundos. La primera opción es la adopción. La Iglesia aconseja para las parejas estériles pueden abrir su casa para regalar una familia y un hogar a un niño abandonado. No es una opción fácil para todos, pero cada vez son más parejas las que se están abriendo a esta posibilidad. San Juan Pablo II señalaba en Evangelium Vitae que "El verdadero amor paterno y materno va más allá de los vínculos de carne y sangre, acogiendo incluso a niños de otras familias, ofreciéndoles todo lo necesario para su vida y pleno desarrollo" (n. 93).

Recordemos que el amor de Dios no hace selección de personas. Dios no ama más a quien fue engendrado en una relación de amor de personas casadas por la Iglesia, que una persona que nació como consecuencia de una violación. Dios ama con locura a todos los seres humanos, sin importar las circunstancias en que fueron concebidos. Todos somos imagen y semejanza de Él, y por eso Dios está enamorado de nosotros. Confiamos siempre en que el Señor sabe escribir en renglones torcidos y sacar de los males bienes mayores.

La segunda posibilidad es la paternidad espiritual. Conozco matrimonios que, por amar a Dios sobre todas las cosas y por no poder tener hijos, han sabido hacer de su vida un apostolado llevando la buena nueva a los pobres, la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos. Trabajan en misiones y se ponen el delantal en las colonias y centros comunitarios donde hay graves carencias materiales y morales. Saben que su amor no puede quedarse encerrado en sus dos corazones, sino que tiene que derramarse en el servicio, más allá de la relación de pareja. Hace años conocí a una pareja de casados extremadamente generosa, que no buscaba a niños sanos para adoptar, sino a niños con discapacidad. Habían adoptado a un niño con parálisis cerebral y a otro con VIH. Matrimonios como estos, aunque estériles, son de una abundantísima fecundidad.

Apéndice: Un medio moralmente lícito que Dios, en su providencia, ha puesto para sanar la esterilidad es el recurso a la naprotecnología. Se trata de una tecnología que desde la década de 1980 está en desarrollo. No es una técnica para que la mujer quede automáticamente embarazada, sino que busca detectar las causas de la esterilidad para darles el tratamiento eficaz y lograr finalmente el embarazo. Muchas mujeres han logrado quedar encinta gracias a la esta ciencia.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Un guardián llamado pudor


Serena Fleites era una estudiante sobresaliente de 14 años que se enamoró de un muchacho algo mayor que ella. Nunca había tenido novio y el chico le pidió que se tomara un video desnuda y se lo enviara. Ella se sintió halagada, se tomó el video y se lo envió. Su vida cambió dramáticamente. En su clase sus compañeros comenzaron a verla con rareza; y es que el muchacho había compartido el video con otros de sus amigos. Uno de ellos subió las imágenes a uno de los sitios web de pornografía más grandes del mundo, del cual fue imposible retirarlo. Serena cayó en drogas y en una fuerte depresión, y pensó: "Ya no valgo nada porque ahora todos han visto mi cuerpo".

¿Por qué Serena se sintió tan afectada, hasta el punto de sentirse sin valor como persona? Por la sencilla razón de que el cuerpo humano no fue creado para que los demás lo vieran con ojos perversos. Todos tenemos un instinto que se llama "pudor". Se trata de una vergüenza natural por exhibir las partes íntimas del cuerpo a otras personas, o por escuchar a otros hablar con detalles sobre sexualidad. También el pudor tiene que ver con los secretos de nuestra alma que no queremos revelar a cualquiera. De esa manera el pudor es un don que Dios nos ha dado para custodiar nuestra dignidad de personas. Al saber Serena que su cuerpo lo habían visto miles de personas vio caer hasta el suelo su dignidad de mujer.

Años antes de entrar en el Seminario tuve un compañero de trabajo, soltero, que se jactaba de ser sexualmente muy activo. Sus aventuras que tenía con diversas mujeres las narraba con soltura y proporcionaba detalles que, personalmente, me hacían sentir incómodo. En otros ambientes laborales también conocí personas que solían hablar de cuestiones sexuales con desvergüenza. Me preguntaba si yo estaría equivocado al experimentar malestar mientras escuchaba cosas que sentía que pertenecían a la esfera íntima de la personas y que, a mi juicio, no se debían compartir.

Nadie debe sentirse mal por sentir incomodidad al hablar de temas sexuales. Es natural que venga el pudor como defensa de algo íntimo porque, en realidad, el sexo es una realidad sagrada y digna de respeto. Lo que es sagrado siempre se coloca en un lugar aparte y debe ser custodiado como algo muy especial. En la antigua ciudad de Jerusalén estaba el templo, y dentro del templo había una cámara sagrada llamada "El Santo de los Santos" donde estaba la presencia de Dios simbolizada en al Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley. No cualquiera entraba en ella sino solamente el sumo sacerdote, una vez al año. Así también las hostias consagradas se reservan en el tabernáculo después de la Misa y ahí se coloca una lámpara ardiente para indicar que ahí está la sagrada presencia real de Jesús.

Así también el sexo es algo sagrado. Dios lo creó para unir al hombre y a la mujer en intimidad. Es sagrado porque a través de él, Dios llama a las personas a la existencia. Dios quiere que lo tengamos como algo especial y muy importante en nuestras vidas, y no que se hable de sexo como se habla de futbol o de cocina. Para proteger ese instinto que Dios nos ha dado, es mejor evitar ver imágenes sexuales explícitas o discutir sobre ello. Cuando cultivamos el pudor en la manera de vestir, tapamos esas partes de nuestro cuerpo que no queremos descubrir, para que la mirada de los demás se dirija hacia nuestro rostro y ojos. De esta manera estamos indicando a qué nivel queremos relacionarnos en nuestra comunicación interpersonal, no a nivel de deseos carnales sino a nivel de personas espirituales.

San Juan Pablo II, en sus catequesis sobre el amor humano, explica que cuando la otra persona se reduce a puro "objeto para mí", –cuando la miro con ojos únicamente de deseo– ahí se marca el inicio de la vergüenza o pudor, que viene a la defensa de la intimidad de la persona. El otro nunca debe ser una cosa u objeto, sino que merece el respeto como persona que tiene una altísima dignidad. Cubrimos nuestro cuerpo, no porque nos avergoncemos de él, sino porque no queremos que nuestra parte sexual se vea como algo independiente de los demás valores que poseemos.

Es importante entonces que los niños vayan desarrollando el sentido del pudor. Cuando son pequeños no lo tienen, pero en la medida en que van creciendo deben ser educados en cubrir su cuerpo y en no permitir que nadie extraño toque sus partes íntimas. De esta manera los adolescentes y jóvenes podrán ser capaces de juzgar los eventuales atentados a su propia intimidad. Educarlos en la custodia de su propia intimidad no es transmitirles la idea de que el sexo o el cuerpo es algo negativo, sino enseñarles a integrarlos en su personalidad. De esta manera se podrán evitar muchas experiencias dolorosas como la de Serena Fleites que, por falta de pudor con un chico que le atraía, acabó siendo pasto de miradas lascivas.

martes, 2 de noviembre de 2021

La revolución sexual


A los jóvenes y los adultos menores de 60 años nos ha tocado vivir en un mundo extremadamente sexualizado. Estamos en una época marcada por una permisividad que ha ido creciendo, hasta llegar al extremo de negar nuestra propia naturaleza de varones y mujeres. En las escuelas a los niños se les educa para que ellos elijan su propio género, con la excusa de que se trata de sus derechos sexuales y reproductivos que deben ser respetados, incluso por sus padres. Ante tanta anarquía muchos se preguntan cómo hemos podido llegar a esto. Es importante echar una mirada a la historia para conocer las razones de la confusión.

Las generaciones jóvenes son víctimas de un fenómeno que se conoce como la "revolución sexual". Lo que sucedió en la década de 1960 revolucionó la manera de concebir y vivir la sexualidad. Fue como un tsunami que convulsionó a Occidente y que separó el ejercicio de la sexualidad de la institución del matrimonio, así como también de la paternidad y la maternidad. En aquellos años aparecieron en el mercado las primeras píldoras anticonceptivas, y la revista Playboy de Hugh Hefner se convirtió en el ícono de esta nueva mentalidad; las parejas podían tener sexo libremente sin temor a quedar embarazadas. Así se produjo una primera ruptura entre la sexualidad y el matrimonio. Era posible ejercer una sexualidad libre de lazos institucionales, y ni siquiera lazos estables.

Luego vinieron las técnicas de reproducción asistida, lo que trajo una nueva ruptura entre el ejercicio de la sexualidad y la procreación. La inseminación artificial y la fecundación "in vitro" hizo que la sexualidad pudiera vivirse desligada de la responsabilidad de un embarazo. Si con los anticonceptivos se reivindicó el derecho a una sexualidad sin procreación, la reproducción artificial reivindicó el derecho a la fecundidad sin sexualidad. Del "sexo sin hijos", el mundo dio un salto al "hijos sin sexo". 

Años después, el feminismo radical unido al marxismo cultural trajo la llegada de la ideología de género, por la que los colectivos de homosexuales y lesbianas reivindicaron sus derechos al amor entre personas del mismo sexo. La vieja lucha de clases marxista fue sustituida por la lucha de sexos y por la lucha contra el sistema familiar tradicional entre hombre y mujer. Lo que inició con la revolución sexual trajo una nueva ruptura, pero esta vez entre la sexualidad y la naturaleza sexuada. Los colectivos LGBT reclamaron los derechos a ejercer la sexualidad contra natura.

Hoy la revolución sexual ha dado un paso más abajo en la escala, y es la fractura entre la sexualidad y la identidad de la persona. La ideología de género ha avanzado hacia nuevos niveles de locura reivindicando el derecho a ser lo que cada uno crea que es en su interior. Cualquier mujer puede decir que es un hombre dentro de un cuerpo femenino; cualquier hombre puede reclamar su derecho a ser tratado como una dama porque se siente tal. 

Como vemos, los vínculos tradicionales y naturales, en cuyo contexto se vivía la sexualidad y encontraba su sentido, han desaparecido desde la revolución sexual. Si la atracción sexual entre varón y mujer tenía sentido para formar un matrimonio y una familia, hoy esa idea se considera opresora para la libertad de las personas. El único punto válido para ejercer la sexualidad es la búsqueda de placer personal y la satisfacción del instinto. Las personas no tienen la posibilidad de distinguir entre los instintos auténticos y los que son desviados; se tiene derecho a todo tipo de experiencias y se exige que sean legitimadas a nivel social.

Después de seis décadas de revolución sexual los resultados no son felices ni halagadores. El ejercicio de la sexualidad sin responsabilidad y sin vinculación a la naturaleza ha provocado un gravísimo descenso de las tasas de fertilidad de Occidente con el consecuente envejecimiento de la población y la posibilidad de que desaparezcan sociedades enteras. Además ha traído una gran cantidad de enfermedades sexuales –incluso mortales como el VIH– reflejo de que el sexo ha dejado de ser transmisor de vida para transmitir esterilidad y muerte. No sólo eso. La misma sexualidad vivida como diversión ha conducido al desprecio por la vida y a la mentalidad abortista, provocando terribles heridas emocionales y familiares. La revolución sexual nos ha hecho ver el horror de una libertad carente de sentido y que desemboca en la angustia.

Es necesario que los católicos reflexionemos sobre el callejón sin salida al que nos ha llevado la revolución sexual, y tomemos el camino de regreso hacia los valores fundamentales que hemos perdido. Ciertamente no podremos hacerlo desde una moral basada en prohibiciones, sospechas y tabúes, sino con un enfoque positivo sobre la sexualidad y el amor, según la teología del cuerpo de san Juan Pablo II. Si en otros tiempos el instinto y el placer se miraron con resignación y tolerancia, habrá que integrarlos de manera adecuada a la vida cristiana y al amor real que todos buscamos. Este es el camino para descubrir, con nuevos ojos, el plan de Dios sobre la sexualidad y la familia.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Sexo: algo increíblemente bueno


C
asi todas las voces que escuchan los jóvenes en la cultura secular los invitan a experimentar con el sexo. La misma educación sexual escolar les proporciona la información para que, desde la adolescencia, los chicos se enrolen en actividad sexual. Les hablan de derechos sexuales y reproductivos, incluso les han dado una cartilla nacional que los promueve; de esa manera los van incitando hacia la promiscuidad. En este ambiente cultural la Iglesia con su enseñanza sobre la castidad hasta el matrimonio parece retrógrada. La ética sexual católica se ve como el aguafiestas en medio del desenfreno del mundo. Parece que se cumple aquellas palabras de san Pablo: "llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina" (2Tim 4,3).

Sin embargo cuando echamos una mirada a nuestro alrededor y vemos las consecuencias de la Revolución sexual de los años 60 en la manera en que los jóvenes viven su vida sexual –con todas las heridas físicas, psicológicas, familiares y espirituales–, nos convencemos, más que nunca, de que la Iglesia debe seguir proclamando el plan de Dios sobre el amor y la sexualidad con valentía, arguyendo, reprendiendo, exhortando, con paciencia incansable y con afán de enseñar (2Tim 4,2).

Enseñar a los adolescentes y jóvenes que antes de casarse vivan una vida sexual activa es un grave error. Pero hay que explicarles por qué. Para entenderlo, primero hay que saber que el sexo es una creación de Dios y, como tal, es bueno. Cuando creó el mundo vio que todo era muy bueno (Gen 1,31), incluido el sexo. Sin embargo el sexo no solamente es bueno sino increíblemente bueno. 

Tan bueno es, que Dios hizo el mundo para que fuera poblado con seres humanos, hechos a su imagen y semejanza, llamados por vocación a compartir con ellos la vida eterna en el Cielo. "Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla" (Gen 1,28). Si tú y yo somos seres hermosos salidos de las manos de Dios, a quienes Él ama apasionadamente, eso significa que el acto sexual que nos dio origen –el sexo– es querido por Dios y es algo extraordinariamente positivo. Podemos decir que no hay en la tierra una forma de contacto físico con una dignidad tan alta como es el acto conyugal.

Dios pudo hacer que los niños llegaran al mundo por otros medios. Algún pájaro como la cigüeña podía traerlos del cielo, o pudieron haber sido plantados en la tierra y cosechados, pero no fue así. Dios quiso crear otro sistema para que viniéramos al mundo. Él ama a cada vida humana que existe y, para traer esas vidas, se vale de un sistema llamado "familia", donde el hombre y la mujer se aman y donde comparten sus vidas. ¿Podemos imaginar lo que significa pasar todo el resto de la vida juntos, viviendo bajo el mismo techo, comiendo con la misma vajilla, durmiendo en la misma cama, compartiendo el baño, incluso el tiempo de descanso? Para ser los dos una sola carne se requiere de mucho amor y de una cantidad muy generosa de sacrificio (Mc 10,6-9).

Cuando una pareja se casa por la Iglesia, hacen la promesa de aceptarse mutua y totalmente, de ser fieles uno al otro, en las alegrías y las penas, en la salud y la enfermedad y amarse y respetarse todos los días de su vida. Prometen que nunca se utilizarán como si fueran objetos o cosas, sino que se tratarán como personas que buscan lo mejor uno para el otro; y para toda la vida. El sacramento del matrimonio los convierte en una sola persona conyugal (Mt 19,5). Después de la boda, la pareja suele salir a un viaje llamado "luna de miel", donde se entregan sus cuerpos para manifestar la alianza que sellaron con Dios ante el altar de la iglesia. Este intercambio sexual es una entrega absoluta de la totalidad de sus personas.

Este es el idioma del amor que los jóvenes deben descubrir como algo grandioso. De esa entrega total Dios puede crear una nueva vida humana a su imagen y semejanza (Gen 1,26). Crear seres humanos es uno de los actos predilectos de Dios.  El resultado de este idioma del amor es una familia. La vida familiar existe para que todos sus miembros puedan aprender a amar, a buscar lo mejor para el bien de los demás, y para aprender a entregarse por los otros, aún con sacrificio. En las familias amamos y somos amados. Las familias se edifican por el amor y se originan en el sexo. Así que no enseñemos a los jóvenes que el sexo es malo sino algo bueno. Y por ser tan increíblemente bueno, debe realizarse sólo en el matrimonio y para formar una familia.

lunes, 18 de octubre de 2021

Jóvenes buscando amor


En mis tiempos de juventud las parejas para el noviazgo se buscaban en bailes, fiestas o en alguna famosa avenida de la ciudad donde chicas y chicos paseaban para conocerse. Hoy muchos jóvenes encuentran sus parejas utilizando su teléfono móvil con aplicaciones como Meetic, Lovoo, Tinder o Happn. Y aunque los avances en la tecnología son sorprendentes para conocer personas, parece que muchos jóvenes no tienen la suerte de encontrar fácilmente una pareja estable.

¿Dónde encontrar el amor?, es la gran pregunta que muchos se hacen. La cultura progresista con sus clases de educación sexual escolar, con la publicidad erótica y con la pornografía en redes sociales y medios de comunicación los ha empujado por el camino del sexo durante el noviazgo. El resultado es que los jóvenes no han encontrado la verdadera alegría. En cambio el sexo los está dejando con muchas heridas emocionales, miedos y depresiones; pero lo más grave es que los está incapacitando para formar la familia sólida que anhelan.

Es importante que un joven, antes de aventurarse en una relación de noviazgo, descubra dos cosas que son clave para encontrar el amor y la felicidad. Dice la Iglesia que "el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (Gaudium et spes, 24). La frase es importantísima. Nos dice que Dios nos ha amado no porque seamos buenos o porque tengamos muchas cualidades, sino por el simple hecho de existir. Desde antes de la creación Dios nos amó y nos puso en la existencia y, por lo tanto, Él quiere lo mejor para nosotros.

La segunda parte de la frase es clave para encontrar el amor: encontramos nuestra plenitud cuando aprendemos a donarnos a los demás. Hace años conocí a una chica mexicana que sola viajaba por Europa con el propósito de encontrarse a ella misma. También tengo un amigo que pagó costosos viajes a la India para vivir extrañas experiencias espirituales con el objetivo de encontrarse a él mismo. La manera en que las personas tienen estas experiencias de introspección egocéntrica y “se encuentran a ellas mismas” es algo que no acabo de entender.

En su enseñanza la Iglesia Católica nos muestra el camino más simple y profundo: nos encontramos a nosotros mismos cuando aprendemos a donarnos, a cuidar y a procurar lo que es mejor para los demás. Así de sencillo. La experiencia que tuvieron mi abuela, mi madre y algunas tías que fueron Voluntarias Vicentinas, y que sirvieron en dispensarios médicos, hospitales y en llevar la Palabra de Dios a los necesitados, me mostraron que el camino hacia la felicidad plena está en el servicio a los demás. Paradójicamente encontrarse a uno mismo es olvidarse de uno mismo y entregarse al bien de los demás. Ahí nos espera Dios.

El Señor nos hizo para vivir en familias y comunidades. Los seres humanos funcionamos de esta manera. No encontramos la felicidad sólo preocupándonos por nosotros mismos y sirviendo únicamente a nuestros intereses. Encontramos plenitud cuando unimos nuestras vidas e intereses con las vidas y las necesidades de otras personas; cuando buscamos el bien de los demás y ellos se preocupan por el bien de nosotros. He visto más alegría y felicidad en padres y madres de familia que se sacrifican para darles familia unida y pan a sus hijos, que en muchas otras personas que, por ocupar altos puestos de trabajo y ganar mucho dinero, se olvidan de sus familias, viven vacíos y sólo se ocupan de sus intereses.

¿Qué debemos hacer entonces para encontrar el amor? Aprendamos a no utilizar a los demás y busquemos únicamente su bien. Es cierto que todos somos más o menos egoístas, y es necesaria una educación en el amor y la sexualidad para transformar el egoísmo y así no servirnos de otras personas sólo para satisfacer nuestros deseos. Un joven queda lastimado cuando descubre que su novia sólo mantiene una relación con él por su dinero y su coche último modelo. Una chica queda decepcionada y herida cuando descubre que su novio la busca más por la belleza de su cuerpo que por sus valores internos que tiene como mujer.

No está mal que los jóvenes utilicen alguna app para iniciar un romance. Pero si quieren hallar una relación que los haga felices deben siempre conservar tres preguntas en su mente: ¿Esta persona está realmente interesada en lo que es mejor para mí? Esta persona, ¿me ve como imagen de Dios y me trata con dignidad y respeto? Y yo, ¿quiero su verdadero bien y estoy dispuesto a respetarla y amarla con sacrificio? Si las respuestas son afirmativas, el amor verdadero estará llamando a la puerta.

martes, 12 de octubre de 2021

Amor real o amor de pizza


Muchos jóvenes confunden el amor con el sexo. Creen que para mantener un noviazgo sólido y duradero deben mantener una vida sexual activa y piensan que es absolutamente normal y necesario conocerse íntimamente. "Al fin que todos los hacen", dicen para justificarse. Muchas parejas de novios, a un mes de haber comenzado a salir, comienzan a tener sus primeras experiencias sexuales, y muchas de ellas, al poco tiempo, rompen su noviazgo. Pasado un tiempo entran en relación de novios con otras personas y dolorosamente se repite la misma experiencia.

San Juan Pablo II decía que "El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente" (Redemptor hominis 10). El problema de muchos jóvenes es que no saben bien qué es el amor, y llegan a confundirlo con el sexo. Creen que porque sienten amor a su pareja, pueden expresarlo con la entrega física en la intimidad. Es ahí donde se confunden. Pero veamos un contraste que hace Mary Beth Bonacci para conocer lo que es el amor real del amor de concupiscencia.

No es lo mismo decir "amo a mis padres" que "amo comer pizza". Son amores en niveles muy distintos. Cuando digo que amo a mis padres quiero decir que me preocupo por ellos, que hago lo que sea necesario para que no les suceda algo malo; quiero el bien para ellos, estoy agradecido por todo lo que han hecho por mí, estoy dispuesto a hacer sacrificios por ellos y deseo que estemos juntos muchos años. En cambio cuando digo "amo comer pizza" quiero decir que cuando tengo hambre se me antoja una de pepperoni o una hawaiana. Si el hambre es mucha, la como con avidez, la saboreo, termino chupándome los dedos y una vez satisfecho, dejo las orillas sobrantes en el plato.

Esta comparación vale para ilustrar lo que es el amor real de una pasión instintiva que, finalmente, no es amor. La pregunta es, ¿cómo queremos amar y ser amados, con amor real o con amor de pizza? Cuando una persona te demuestra su amor preocupándose por ti, escuchando lo que llevas por dentro; cuando esa persona es capaz de sacrificarse por tu verdadero bien, puedes estar seguro de que se trata de amor real. Pero cuando alguien sólo quiere pasar el rato contigo y disfrutarte sexualmente sin importar las consecuencias, aunque te diga que te ama, lo más probable es que te sientas utilizado y la relación se deteriore rápidamente.

Aunque la confusión entre el amor real y el amor de pizza sucede sobre todo en el mundo de los jóvenes, también puede ocurrir dentro de la vida matrimonial. El papa san Pablo VI fue muy explícito en su encíclica Humana Vitae cuando dijo que "Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada".

Los seres humanos fuimos creados para el amor auténtico y real porque somos imagen de la Trinidad. "Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión" (Familiaris Consortio 11). Queremos interactuar sanamente con los demás y compartir nuestras vidas con otros; necesitamos sentir que estamos rodeados de personas que verdaderamente se preocupan por nosotros y que quieren nuestro bien, personas que estarán junto a nosotros en las buenas y malas. Somos felices cuando aprendemos a dar y recibir amor en esta comunión de personas.

La sexualidad es un regalo maravilloso de Dios para vivir en comunión entre las personas, pero sin una educación para el amor real, puede fácilmente convertirse en instrumento de mero disfrute para utilizar a otros en ratos placenteros, como cuando vamos con hambre a alguna pizzería.

jueves, 7 de octubre de 2021

Después de las marchas pro vida


Se calcula que alrededor de un millón de mexicanos participaron en las marchas pro vida del domingo 3 de octubre. Más de 200 mil en la Ciudad de México y 150 mil en Guadalajara. Esta movilización tendría que haber atraído la atención de los medios de comunicación pero no fue así. Los grandes diarios y noticieros prefirieron guardar silencio y no dar importancia a un evento que, a todas luces, la tiene. Los silencios no son sólo privación de la palabra sino la expresión de una una forma de ser.

Nos quedan claras, al menos, cinco cosas. Primero, México se manifestó clamorosamente pro vida. No existe un evento callejero en nuestro país y en otras partes del mundo que reúna a tan grande cantidad de personas como lo hacen las marchas pro vida. La gente está harta de ver el derrumbamiento de su sistema de valores y de cómo las decisiones de unos cuantos ponen en jaque la estabilidad de la nación. Después de la decisión fanática de la SCJN para despenalizar el aborto y violentar la libertad de conciencia, la ciudadanía con sentido común quiere proteger el respeto a la vida no nacida y a la familia natural porque es fundamental para el futuro de nuestra especie.

Segundo, estas marchas se caracterizan por el respeto, el entusiasmo y la alegría; si las contrastamos con las marchas feministas y de ideología de género, envueltas en toda clase de libertinaje, rabia, vandalismo y violencia, nos damos cuenta de cuál es la causa donde está la verdad, la libertad, el bien y el sentido común.

Tercero, por su cobertura sesgada y manipulada sobre las cifras de participación, el grueso de los medios de comunicación son liberales, lejanos del servicio a la verdad y doblegadas al poder y a los oscuros intereses del pequeño club de millonarios y organizaciones que quieren dirigir el mundo. Algunos de los medios minimizaron las cifras de asistentes a un máximo de diez mil personas. Les molesta la apabullante multitud en estos eventos a favor de la familia porque chocan con sus puntos de vista progresistas. En este ambiente periodístico los pro vida somos vistos como gente retrógrada y fanática cuando, en realidad, los actos más fanáticos y bárbaros son la matanza de inocentes.

Cuarto, nuestros gobernantes mexicanos, en su obediencia a las políticas de organizaciones internacionales, se empeñan a llevar al país hacia un abismo económico y demográfico. China empieza a restringir el aborto; ha echado números y se ha dado cuenta de que, si quiere ser la primera potencia mundial, debe de mantener una tasa de población creciente. Sabemos que es erróneo que los chinos limiten el aborto principalmente por razones de su futuro económico y no lo hagan por motivos morales, que son los más importantes. Sin embargo algo hemos de aprender de ellos: un futuro próspero para un país se construye con gente que nazca. Mientras tanto nosotros nos empeñamos en oscurecer nuestro porvenir con la estupidez del aborto legal.

Quinto, en Ciudad Juárez nos unimos evangélicos y católicos en un frente común para defender la vida, la mujer y la familia. Nuestra manifestación fue una experiencia de profunda satisfacción y alegría que nos hizo romper prejuicios para abrazarnos en la custodia de nuestros valores comunes. Aquel principio de "divide y vencerás", en que creyeron algunos gobernantes de México para debilitar la fe católica con la presencia de grupos evangélicos en el país, puede desaparecer. Quienes defendemos la vida humana hemos de unirnos, sin importar las diferencias en el Credo, para custodiar los intereses de las mujeres y familias.

Después de las marchas pro vida no podremos bajar la guardia en medio de esta conjura contra la vida perpetrada desde las élites del poder. Lejos de cejar, hemos de machacar a nuestros legisladores para que tengamos políticas públicas que salven las dos vidas, la del niño y la de su mamá. Y mientras que muchos políticos se empeñan en desorganizar a nuestro pueblo y en deshacer a la sociedad con leyes antinaturales –decía el obispo Torras y Bages–, nos corresponde a nosotros, católicos y cristianos, seguir con el trabajo difícil de recoger los fragmentos que ellos van dejando, para unir las partes y restaurar el edificio. Es la Iglesia la eterna restauradora de la vida social por la impresión del espíritu sobrenatural que cura a los individuos; los ata entre sí y vivifica el conjunto con la caridad, único vínculo social verdadero, contrapuesto al egoísmo del estado salvaje.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Ceremonias de ayahuasca


Están cobrando más popularidad en México, Estados Unidos y Europa. Las personas apartan su lugar con anticipación para vivir un viaje espiritual en grupo, guiadas por chamanes. Con el propósito de superar traumas del pasado, curar enfermedades, encontrarse consigo mismos, liberarse de odios, bloqueos y complejos, o querer entrar en las regiones más profundas del yo, a través de un ritual, los adeptos llegan a ingerir una bebida indígena llamada ayahuasca o yagé. El brebaje se compone de una mezcla de dos hierbas alucinógenas que utilizan algunos pueblos indígenas amazónicos de Brasil, Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia.

La infusión se toma en una ceremonia donde participan cinco o más personas –hasta cien– en lugares apartados y en entornos naturales. Aquí en Ciudad Juárez, por ejemplo, se busca hacer estos rituales en las dunas de Samalayuca. En un ritual dirigido por un brujo o chamán, las personas alteran su estado de conciencia que los lleva a tener visiones y cambios en la manera de percibir la realidad. Algo similar a lo que ocurría a muchos jipis cuando consumían LSD, famosa droga psicotrópica de los años 60. A muchas personas les produce vómitos y diarrea, pero los hechiceros defienden estas alteraciones interpretándolas como un proceso de limpieza emocional.

Conozco a algunas personas que han vivido las ceremonias de ayahuasca y han tenido experiencias distintas. Una chica con fuertes problemas emocionales proveniente de una familia completamente disfuncional cuenta que, para ella, la bebida fue una verdadera pesadilla. Si en el mundo real su vida ya tenía graves carencias afectivas, la ayahuasca la introdujo en un infierno lleno de horribles visiones y delirios. Otra persona me contó que haber bebido el potingue le provocó el efecto contrario y pudo ver la naturaleza como jamás la imaginó, con un esplendor y belleza fuera de serie; incluso creyó ver la divinidad. Evidentemente se trata de una falsa experiencia de Dios, pues Él no se manifiesta a través de las drogas; es, más bien, un escape a un paraíso artificial que no existe en la realidad.

Consumir ayahuasca tiene un doble peligro. En el plano físico puede causar cuadros psicóticos graves, incluso irreversibles, porque afecta la corteza del cerebro. Además puede provocar problemas mentales como la esquizofrenia o la bipolaridad. El segundo peligro es espiritual, lo que es peor, ya que se trata de una alteración del estado de conciencia de la persona, una pérdida de su dignidad, lo que para un cristiano es un pecado mortal. Además se trata de una ceremonia de religiones paganas hechas por brujos que rezan invocando espíritus de animales como el jaguar y el colibrí, espíritus de la naturaleza y de otras cosas, lo que es un pecado grave que traiciona el primer mandamiento, con la posibilidad de que fuerzas demoníacas ejerzan una acción extraordinaria sobre la persona.

Las personas que recurren a este tipo de prácticas donde se mezclan la drogadicción y la brujería son personas que buscan, en último término, la felicidad para sus vidas. Entienden la felicidad como una ausencia de tensiones y conflictos, y buscan de alguna manera, darle unidad y sentido a su existencia. También pueden querer escapar hacia falsos paraísos por una profunda insatisfacción y frustración que muchas veces se relaciona con la falta de sentido de su ser y quehacer en el mundo. Por eso buscan el placer sólo en sus aspectos físicos y psicológicos. Sin embargo cuando el placer se busca solamente por sí mismo, suele engendrar insatisfacción y empobrecimiento, porque la persona queda encerrada en ella misma.

Para los católicos el verdadero placer es tratar de vivir en armonía con los valores fundamentales de la vida: el amor a Dios y al prójimo; es el que se obtiene cuando la persona aprende a donarse. Un cristiano, aunque sabe disfrutar de los placeres legítimos que encuentra en la vida, se esfuerza para no quedar atrapado en ellos como si fueran fines en sí mismos, sino que conduce su vida hacia un bien superior y arduo, que es la plena posesión de Dios en la vida eterna a la que está destinado. La meditación asidua de la Palabra de Dios, la oración, los sacramentos, la comunidad y la caridad es el mejor coctel espiritual que podemos tomar asiduamente para vivir una vida plena, que nos lleva a Cristo, verdadero paraíso.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

El Estado como dueño de las conciencias




La Suprema Corte de Justicia de la Nación, una vez más, ha cometido un grave atropello contra la dignidad humana. Después de haber despenalizado el aborto el pasado 7 de septiembre, ahora los ministros han invalidado el derecho a la objeción de conciencia que tienen los médicos y personal de salud para no practicar el aborto, cuando consideran que dicha práctica contradice el juicio de su conciencia personal. La objeción de conciencia es la negativa de una persona para cumplir con un mandato jurídico cuando este se opone a sus creencias fundamentales. 

Vivir según nuestras convicciones sobre el bien y el mal es un derecho primordial que protege nuestra dignidad y libertad. Es un derecho que todos tenemos y que ahora ha sido  revisado por la Corte, para ser remitido a las cámaras legislativas y que sean estas las que establezcan sus límites. Saben que si permiten el derecho a la objeción de conciencia como está hoy estipulado en la ley, la mayoría del personal sanitario en México se negará a practicar abortos, lo que pondría iracundas a las feministas.

En el fondo lo que las autoridades judiciales y legislativas del país quieren es que en México se practique el aborto, a como dé lugar, y que los llamados "derechos sexuales y reproductivos" de las mujeres prevalezcan por encima de un par de derechos humanos fundamentales que hoy son despreciados: el derecho a la vida del no nacido y el derecho a la objeción de conciencia por parte de los médicos y enfermeras. 

La conciencia, según enseña la Iglesia Católica, es el juicio moral que nos invita a practicar el bien y evitar el mal. Es la voz de Dios que nos habla interiormente con autoridad y que nos invita a acoger sus mandamientos. En todo lo que hacemos, estamos obligados a seguir fielmente esa voz interior para obrar lo que es recto, para dejarnos instruir y gobernar por ella. Juan Enrique Newman decía que "la conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo". 

La exigencia de escuchar la propia conciencia es imprescindible hoy, más que nunca, ya que vivimos en un mundo que nos impulsa a vivir como autómatas, prescindiendo de toda reflexión, examen o interioridad. Por eso exhortaba san Agustín: "Retorna a tu conciencia, interrógala... Retornad, hermanos, el interior, y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios".

Las autoridades judiciales en México se inclinan para que los mexicanos descalibremos nuestra brújula moral y actuemos contra nuestra conciencia. Quieren acallar la voz de Dios que resuena en nuestro interior, y así participemos en cosas que repugnan, no sólo a la conciencia, sino a la misma inteligencia, como es el acto antinatural de matar a un hijo en el vientre de su madre. 

Cuando el Sanedrín quiso callar a los apóstoles para que no predicaran a Jesús resucitado, Pedro les dijo lo equivocados que estaban: "Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29). Poner límites a la libertad de conciencia en materia de aborto, y presionar a los médicos para que maten bebés, es una forma brutal de violencia contra las personas. Va contra el derecho que tenemos de vivir según nuestras convicciones morales y religiosas. 

La libertad de conciencia es un derecho que no puede otorgar el Estado sino solamente reconocerlo y respetarlo. Si se permite que el Estado vulnere este derecho, entonces podrá suprimir cualquier otro, como el derecho a la asociación, a la expresión de nuestras ideas, a publicarlas y el derecho a la libertad religiosa. Hemos de obedecer a Dios –que nos habla en la conciencia diciendo "no matarás"–, antes que a los hombres.

Si permitimos que la SCJN y los legisladores laceren el derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, estaremos dándoles luz verde para que ejerzan un dominio tiránico sobre lo más íntimo y sagrado que poseemos, que es nuestra conciencia. De esta manera el Estado ejercerá un control férreo y despótico, en detrimento de cada persona que convive en el ámbito de nuestra sociedad civil.

sábado, 18 de septiembre de 2021

Confesionario sin absolución: Creo que todo lo hago por vanidad

La pregunta:
Sirvo desde hace muchos años en una parroquia, últimamente pienso mucho en que lo hago por vanidad y no por ofrecer mi servicio a Dios y a la comunidad. El problema es que pienso que todo lo hago por esa razón: que me interesa aprender más sobre Dios por saber más que otros; que rezo para que los demás se den cuenta; que estoy en el coro para que me escuchen los demás; que voy a adorar al Santísimo para que los otros vean que lo hago; que defiendo la vida para llamar la atención; que llevo a mis hijos a todo eso para que los demás digan que soy buena madre... En fin, siento que nada hago con amor, que soy egoísta, soberbia y vanidosa y, de hecho, cada vez que me confieso, lo confieso. También pienso que hago mi examen de conciencia tan minuciosamente, sólo para que el padre piense que tengo mucha conciencia del pecado, es más, hasta siento que le estoy enviando este mensaje para que usted piense que soy buena persona. Comenté eso de forma muy breve con mi párroco, y me dijo que tal vez necesito dirección espiritual, porque a veces es el demonio que engaña, ¿eso puede ser?

Padre Hayen: te doy gracias por la confianza al escribir tu estado interior y compartirlo. En la vida todos queremos sobresalir, y esto es algo que pertenece a nuestra naturaleza humana. No queremos pasar inadvertidos ante los demás, y a veces hasta hacemos locuras para llamar la atención y que nos vean. Queremos decirle al mundo que existimos. Vivimos en una sociedad que nos invita a la competencia, desde los deportes hasta el comercio, y hasta nos esforzamos por juntar más "me gusta" en las redes sociales y así sentirnos que tenemos influjo y poder. Es algo que nos sucede a todos. Sin embargo Cristo Jesús nos invita a purificar nuestras intenciones.

Mientras que el espíritu del mundo nos lleva por el camino de querer ser el número uno para inflar nuestro ego, Jesucristo nos dice que no está mal querer ocupar el primer lugar. Pero la diferencia con el mundo es que el Señor nos muestra que para llegar a ser los primeros tenemos que ser los últimos y los servidores de todos. Jesús nos indica el camino del servicio humilde a los hermanos para ser grandes en el reino. Querer ser grandes no está mal, repito, pero el camino es ponerse el delantal y hacerlo todo por amor a Dios y a los demás.

Fíjate en dos personajes radicalmente opuestos que quisieron ser los primeros. Adolph Hitler quiso sobresalir imponiéndose y pisando muchas vidas a su alrededor; lo único que provocó fueron muchísimos sufrimientos en los demás. En cambio santa Teresa de Calcuta quiso ser la última sirviendo a los más pobres, no por vanidad, sino para agradar a Dios y elevar las vidas de los demás. Su vida fue una bendición enorme al grado de que muchos queremos imitar su generosidad.

Yo te invito a que siempre que te asalten tentaciones de que todo lo que haces es por vanidad, rectifiques tu intención delante de Dios. Pregúntate ¿por qué hago lo que hago? ¿Por sobresalir y querer ser admirada? ¿O para que Dios sea admirado? ¿Para que los demás me sirvan, o para yo servir a los demás y hacerlos más felices? ¿Hacia quién quiero que apunten mis actos y mi vida, hacia mí o hacia Dios? Tu alegría no será verdadera si quieres que te halaguen y te admiren; tendrás la alegría que viene de Dios cuando te des cuenta de que tus mismas capacidades y talentos tienen a Dios por autor y son para hacer subir a los demás. Cualquier halago que te hagan otras personas dirígelo siempre hacia el Señor y piensa que eres un simple humilde instrumento a su servicio.

Estar obsesionada con que todo lo que haces es por soberbia y vanidad puede ser una tentación del Maligno, pero no te aflijas por ello. Simplemente cuando emprendas algo repite en tu interior: "que sea para mayor gloria de Dios, y no de la mía; para el bien de mis hermanos y no del mío". De esa manera estarás abriendo tu alma para que el Espíritu Santo te dirija como su instrumento, y en ello hallarás la alegría que no se apaga.

martes, 14 de septiembre de 2021

Al aborto resistencia, oración y educación


No es secreto para nadie que en América latina existe una enorme presión, política y financiera, para legalizar el aborto. Desde 1994, cuando se realizó la Conferencia Mundial de Población de la ONU en El Cairo, fue trazado el objetivo de que para el año 2015 los servicios de salud sexual y reproductiva –incluido el aborto– serían implementados en todos los países. Como la meta no se logró para ese año, hoy toda la presión financiera, política, académica, cultural y de medios de comunicación, recae en este tema para que se alcance lo antes posible.

Según datos del analista Agustín Laje, en México, International Planned Parenthood Federation (IPPF), invirtió entre 2008 y 2016, la cantidad de 18 millones de dólares para financiar a grupos abortistas dentro de nuestro país. La IPPF es la organización abortista más poderosa del mundo. Con sus más de 46 mil clínicas establecidas en diversos países, es un negocio norteamericano de ganancias descomunales, si consideramos que practicarse un aborto tiene costos que varían entre los 350 y los 2150 dólares, según el tiempo del embarazo. Si en el mundo se practican alrededor de 73 millones de abortos al año, el lucro es incalculable.

Quienes apoyan el aborto en México, principalmente los partidos de izquierda, aliados con el capitalismo imperialista representado por la IPPF, fueron muy astutos. Sabían que la mayoría de los congresos estatales tienen leyes que protegen la vida y que el pueblo de México, en su mayoría, es pro vida. Por eso hubiera sido un error que los partidos socialistas promovieran el aborto en los estados. Habrían fracasado y el precio político hubiera sido muy alto. Inteligentemente remitieron el asunto a la SCJN y, como Poncio Pilato, se lavaron las manos.

Quienes amamos y defendemos la vida debemos emprender el camino de la resistencia y de una persistente campaña educativa sobre el tema. No podemos callar sobre los efectos destructivos del aborto para las vidas inocentes, para las mujeres y las familias. Los obispos de México están exhortando a los católicos de nuestro país a sumarnos a la gran marcha por la vida que se realizará el 3 de octubre por la mañana en la Ciudad de México. Es tiempo para demostrar que somos una nación que ama, respeta y defiende la vida humana no nacida, como el primero de los derechos humanos. Revertir esta situación no será fácil ni a corto plazo. Resistencia, educación y oración son nuestro deber.

Para la mujer no cambiará nada. Las feministas creen que las mujeres ganaron una gran batalla, pero en realidad la perdieron y la seguirán perdiendo. Quienes se practiquen un aborto entrarán en la experiencia más horrible de sus vidas. Soñarán con bebés; imaginarán cómo sería su hijo no nacido; serán más promiscuas sexualmente y más propensas al uso de drogas, al alcohol y al suicidio. A muchas las acompañará el síndrome de estrés post traumático, más fuerte que el que tienen los soldados veteranos de guerra, con la diferencia que estos vivieron la violencia en un campo de batalla externo mientras que para las mujeres que abortaron la zona de guerra fueron sus mismas entrañas.

El problema real de las mujeres mexicanas no son los embarazos no deseados. El INEGI reveló que solamente 43 mujeres mexicanas fallecieron por aborto en 2020, sin especificar si se trataron de abortos procurados o espontáneos. La cifra es una ridiculez comparada con la falsas cifras de los grupos feministas de "miles de mujeres que mueren por abortos clandestinos". Más mortal que el aborto es el problema del cáncer de mama, que en 2020 cobró la vida de 7821 mujeres, según INEGI. Estas cifras van en ascenso y, por cierto, las mujeres que abortan tienen más posibilidades de padecer este tipo de cáncer. Pero también está el problema femenino del hambre; en el mismo año en nuestro país perdieron la vida 3522 mujeres por falta de alimentación. ¿Dónde están las feministas frente a estos problemas que son reales? Su feminismo socialista solamente se manifiesta ahí donde huele el dinero financiado por la capitalista IPPF.

Resistencia, educación y oración serán las tres armas con la que los cristianos y las personas de buena voluntad podremos revertir las leyes que pisotean el derecho a vivir, para crear una nación humana y democrática.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

En la época oscura del aborto


Con la despenalización del aborto el martes 7 de septiembre por parte de la Suprema Corte de Justicia se ha abierto la puerta para que las mujeres que quieran abortar lo puedan hacer sin temor de ir a la cárcel, aunque las mujeres que hoy están en la cárcel por ese motivo pueden contarse con los dedos de una mano. Cuando se despenaliza el aborto en alguna ciudad o país, se abre un camino perverso para que esta práctica se haga costumbre y, finalmente, termine imponiéndose sobre toda la sociedad.

En un siguiente paso el aborto será reclamado más fuertemente como un derecho y, como tal, el sistema de salud deberá facilitarlo gratuitamente. Pero como nada es gratis en esta vida y hay alguien que debe pagar, esos seremos los ciudadanos que, con nuestros impuestos, habremos de financiar de manera indirecta los asesinatos de inocentes.

La educación sexual escolar promoverá el aborto entre adolescentes como un derecho, y lo más probable es que cualquier niña menor de edad podrá solicitarlo sin el consentimiento de sus padres. Por último vendrá la obligación de los médicos y personal sanitario de practicar abortos a quienes lo requieran, sin poder apelar a la objeción de conciencia. Aquellos que se nieguen, podrán ser despedidos o perder su cédula profesional médica. De esta manera el aborto terminará por desfigurar la profesión del médico y a la misma medicina, ya que estos, por naturaleza, están al servicio de la vida y no de la muerte de sus pacientes.

Con lo sucedido el 7 de septiembre México entra a una etapa oscura de su historia. El aborto despenalizado por el gobierno hará que puedan ocurrir todas las transgresiones. Entramos a una fase histórica donde los mexicanos quedamos divididos en dos categorías, los de primera y los de segunda, los que salieron del vientre materno y los que están todavía dentro. Son los de primera quienes podrán decidir si los seres humanos de la segunda categoría deben vivir o morir. ¡Cuánta razón tenía la madre Teresa de Calcuta al afirmar que una sociedad donde las mujeres pueden matar a sus hijos es intrínsecamente bárbara!

Como católicos nos duele la miope decisión de la Suprema Corte; la profunda injusticia que se cometerá contra los mexicanos no nacidos arrebatándoles el derecho a vivir; las heridas físicas, emocionales y espirituales que se harán las mismas mujeres que aborten; así como la banalización de la sexualidad en que vive la sociedad mexicana y cuya consecuencia más trágica es el aborto. Nos duele que México vaya por el mismo precipicio demográfico en que van otros países europeos, donde las generaciones actuales ya no pueden reemplazar a las anteriores.

También como católicos hemos de afianzarnos en nuestra fe y valores, hoy más que nunca, y seguir proclamando la belleza del plan de Dios sobre la sexualidad y la sacralidad de la vida humana, sobre todo a las jóvenes generaciones. La barbarie y oscuridad en que vive el mundo ateo no deben acobardarnos, ni tampoco el odio en que viven los abortistas; al contrario, hemos de impulsarnos con ánimo generoso y alegre, para anunciar con entusiasmo el Evangelio del amor y de la vida, y luchar para que menos mujeres recurran al crimen del aborto. Dios proteja a nuestro querido México y nos haga mantenernos firmes en la fe, que nuestro mensaje es demasiado valioso.

sábado, 28 de agosto de 2021

Confesionario sin absolución: Quise tener muchos hijos y no funcionó

P
regunta: ¡Buenos días padre! En estos últimos días me he cuestionado muchas cosas como el amor de mi matrimonio y el estar abiertos a la fecundidad. Yo me casé con la idea de tener muchos hijos. Me sometía procedimientos y nada funcionó. La presión era toda para mí, nunca para él. No vi lo evidente hasta hace poco, no era yo el problema. Pero él nunca quiso someterse a nada. Simplemente subía y subía de peso. Luego, hace unos 8 años, ni siquiera intimidad hay entre nosotros. Es una frustración inexplicable, un dolor que nadie entiende porque son cosas que a nadie se cuentan y se pasan en soledad. Yo me pregunto si este matrimonio es de verdad lo que Dios quería.

Padre Hayen: gracias por tu mensaje y tu confianza. Llegar al matrimonio con la ilusión de tener hijos es lo ordinario de la mayoría de las parejas que se casan. Los hijos son la corona de la vida conyugal. Por eso tener un hijo es ver multiplicado el amor que los esposos se tienen. Lamentablemente en muchas parejas, hoy quizá más que en épocas pasadas, existe el problema de la infertilidad. Las causas no se saben con certeza, y es la ciencia la que mejor puede darnos información sobre esto. 

Cuando un matrimonio no puede lograr un embarazo, nunca se debe creer que la mujer es la que tiene el problema. Hoy se sabe que ha crecido considerablemente el número de varones que producen espermatozoides débiles. La responsabilidad para investigar las causas de la esterilidad es de ambos, así como el apoyo al cónyuge estéril para que tenga un tratamiento y pueda superar su condición. Tu marido, al engordar, como tú dices, ignoró quizá que el sobrepeso es también un factor que provoca el bajo conteo de espermatozoides.

Más allá de la situación de esterilidad de tu esposo, soñaste una vida matrimonial tal vez con un hombre ejemplar y con muchos hijos, y te has encontrado con una realidad inesperada. Hay una discrepancia entre tus sueños y la realidad. Es necesario romper esta tensión entre una y otra cosa. Creo que lo peor que puedes hacer es aferrarte al sueño y amargarte contra la realidad. Pero si eres una mujer madura, aceptarás la realidad, por dura que sea, y aprovecharás las lecciones de esta crisis. 

Me has contado que entre ustedes ya no hay intimidad desde hace años, lo que puede hacerte sentir frustrada. La pregunta es si conoces las razones de este distanciamiento de tu marido. Seguramente él tiene también su propia versión y sus propios sufrimientos. Por eso es necesario hablar y escucharse. Es importante que seas humilde y te des cuenta de tus propias debilidades y errores que has cometido con él, y darte cuenta de tres cosas: primero, tú no eres la mujer ideal que tu esposo creía que tú serías; segundo, tu esposo no es lo que tú creías que sería; y tercero, que la comunicación entre los dos es más difícil de lo que ambos creían. La solución, primero, consiste en abrir los ojos y aceptar serenamente estas realidades.

Pero aceptar esas realidades no significa resignarse a que todo seguirá siendo igual. Seguramente ustedes han construido mucho juntos a lo largo de su vida matrimonial, y eso no debe ser destruido ahora. Es necesario tenerse paciencia a uno mismo y al cónyuge, porque ninguno es perfecto y porque ambos quieren, seguramente, mejorar la comunicación. Invita a tu marido a dialogar con serenidad, sin discusiones ni dimes y diretes, sobre lo que ha sucedido. Exprésale tus sentimientos sin que te interrumpa y después permite que él se exprese libremente, sin interrumpirlo. Sólo escúchense y reflexionen lo que uno y el otro dice. Están para ayudarse uno al otro y para aumentar el terreno común de lo que han conquistado.

Te preguntas si tu matrimonio es lo que Dios quería. Me parece que con esta pregunta estás idealizando lo que tú esperabas de la vida conyugal. Hay muchas situaciones difíciles y complejas que viven infinidad de parejas que, –te aseguro–, no es lo que Dios quiere de ellas: egoísmos, infidelidades, gritos e insultos, enfermedades, violencia doméstica, problemas con la familia política y cientos de situaciones a las que se enfrentan las familias. Pero no por esos problemas Dios quiere el divorcio como solución. Si Dios permite que el pecado lastime la vida conyugal, es porque puede sacar, de esas situaciones tristes, bienes mayores. "Todo concurre para bien de los que aman a Dios", dice san Pablo.

Muchos matrimonios con graves frustraciones y problemas no se rinden y tratan de resolverlos con diálogo, oración, sacramentos, dirección espiritual y, si fuera necesario, terapia psicológica. Y aunque Dios permita que el pecado manche la vida matrimonial, lo más importante es que ustedes, si están casados por la Iglesia, aprovechen que tienen una gracia especial que Cristo les concedió, como esposos, el día de su boda. Es la gracia del matrimonio que les permite fortalecerse como marido y mujer, y perdonarse mutuamente, como Cristo perdonó a su Iglesia.

En el camino de la vida encontraremos siempre la Cruz de Cristo y, si sabemos asumirla en la oración y con amor, esa cruz florecerá en nuevas formas de fecundidad para tu matrimonio, como puede ser la adopción de un hijo o a través de múltiples formas de servicio a la vida. Que Dios te consuele en tus tristezas y que su amor colme tu matrimonio y hogar con nuevas alegrías.

Practicar yoga

Pregunta : La Yoga, ¿Va o no va en contra de la fe Católica? Hay quien dice que si es solo para ejercitarse, no hay problema. Respuesta : P...