sábado, 28 de agosto de 2021

Confesionario sin absolución: Quise tener muchos hijos y no funcionó

P
regunta: ¡Buenos días padre! En estos últimos días me he cuestionado muchas cosas como el amor de mi matrimonio y el estar abiertos a la fecundidad. Yo me casé con la idea de tener muchos hijos. Me sometía procedimientos y nada funcionó. La presión era toda para mí, nunca para él. No vi lo evidente hasta hace poco, no era yo el problema. Pero él nunca quiso someterse a nada. Simplemente subía y subía de peso. Luego, hace unos 8 años, ni siquiera intimidad hay entre nosotros. Es una frustración inexplicable, un dolor que nadie entiende porque son cosas que a nadie se cuentan y se pasan en soledad. Yo me pregunto si este matrimonio es de verdad lo que Dios quería.

Padre Hayen: gracias por tu mensaje y tu confianza. Llegar al matrimonio con la ilusión de tener hijos es lo ordinario de la mayoría de las parejas que se casan. Los hijos son la corona de la vida conyugal. Por eso tener un hijo es ver multiplicado el amor que los esposos se tienen. Lamentablemente en muchas parejas, hoy quizá más que en épocas pasadas, existe el problema de la infertilidad. Las causas no se saben con certeza, y es la ciencia la que mejor puede darnos información sobre esto. 

Cuando un matrimonio no puede lograr un embarazo, nunca se debe creer que la mujer es la que tiene el problema. Hoy se sabe que ha crecido considerablemente el número de varones que producen espermatozoides débiles. La responsabilidad para investigar las causas de la esterilidad es de ambos, así como el apoyo al cónyuge estéril para que tenga un tratamiento y pueda superar su condición. Tu marido, al engordar, como tú dices, ignoró quizá que el sobrepeso es también un factor que provoca el bajo conteo de espermatozoides.

Más allá de la situación de esterilidad de tu esposo, soñaste una vida matrimonial tal vez con un hombre ejemplar y con muchos hijos, y te has encontrado con una realidad inesperada. Hay una discrepancia entre tus sueños y la realidad. Es necesario romper esta tensión entre una y otra cosa. Creo que lo peor que puedes hacer es aferrarte al sueño y amargarte contra la realidad. Pero si eres una mujer madura, aceptarás la realidad, por dura que sea, y aprovecharás las lecciones de esta crisis. 

Me has contado que entre ustedes ya no hay intimidad desde hace años, lo que puede hacerte sentir frustrada. La pregunta es si conoces las razones de este distanciamiento de tu marido. Seguramente él tiene también su propia versión y sus propios sufrimientos. Por eso es necesario hablar y escucharse. Es importante que seas humilde y te des cuenta de tus propias debilidades y errores que has cometido con él, y darte cuenta de tres cosas: primero, tú no eres la mujer ideal que tu esposo creía que tú serías; segundo, tu esposo no es lo que tú creías que sería; y tercero, que la comunicación entre los dos es más difícil de lo que ambos creían. La solución, primero, consiste en abrir los ojos y aceptar serenamente estas realidades.

Pero aceptar esas realidades no significa resignarse a que todo seguirá siendo igual. Seguramente ustedes han construido mucho juntos a lo largo de su vida matrimonial, y eso no debe ser destruido ahora. Es necesario tenerse paciencia a uno mismo y al cónyuge, porque ninguno es perfecto y porque ambos quieren, seguramente, mejorar la comunicación. Invita a tu marido a dialogar con serenidad, sin discusiones ni dimes y diretes, sobre lo que ha sucedido. Exprésale tus sentimientos sin que te interrumpa y después permite que él se exprese libremente, sin interrumpirlo. Sólo escúchense y reflexionen lo que uno y el otro dice. Están para ayudarse uno al otro y para aumentar el terreno común de lo que han conquistado.

Te preguntas si tu matrimonio es lo que Dios quería. Me parece que con esta pregunta estás idealizando lo que tú esperabas de la vida conyugal. Hay muchas situaciones difíciles y complejas que viven infinidad de parejas que, –te aseguro–, no es lo que Dios quiere de ellas: egoísmos, infidelidades, gritos e insultos, enfermedades, violencia doméstica, problemas con la familia política y cientos de situaciones a las que se enfrentan las familias. Pero no por esos problemas Dios quiere el divorcio como solución. Si Dios permite que el pecado lastime la vida conyugal, es porque puede sacar, de esas situaciones tristes, bienes mayores. "Todo concurre para bien de los que aman a Dios", dice san Pablo.

Muchos matrimonios con graves frustraciones y problemas no se rinden y tratan de resolverlos con diálogo, oración, sacramentos, dirección espiritual y, si fuera necesario, terapia psicológica. Y aunque Dios permita que el pecado manche la vida matrimonial, lo más importante es que ustedes, si están casados por la Iglesia, aprovechen que tienen una gracia especial que Cristo les concedió, como esposos, el día de su boda. Es la gracia del matrimonio que les permite fortalecerse como marido y mujer, y perdonarse mutuamente, como Cristo perdonó a su Iglesia.

En el camino de la vida encontraremos siempre la Cruz de Cristo y, si sabemos asumirla en la oración y con amor, esa cruz florecerá en nuevas formas de fecundidad para tu matrimonio, como puede ser la adopción de un hijo o a través de múltiples formas de servicio a la vida. Que Dios te consuele en tus tristezas y que su amor colme tu matrimonio y hogar con nuevas alegrías.

martes, 24 de agosto de 2021

Tener un plan de vida espiritual

















Una de las herramientas más eficaces para aquellos católicos que tengan deseos de mejorar su vida espiritual es tener un plan de vida espiritual y llevarlo a la práctica. Para la mayoría de los cristianos esto puede parecer extraño. Muchas veces hemos escuchado hablar del kerygma –el gozoso anuncio de Jesucristo como Aquél que murió y resucitó por nuestra salvación–; en nuestras catequesis hemos escuchado diversos temas para profundizar nuestra fe; también conocemos medios importantísimos que nos da la Iglesia para crecer espiritualmente, tales como la escucha de la Palabra de Dios, la vida de oración, el recurso precioso de los sacramentos y las obras de caridad. Pero del plan de vida espiritual se habla muy poco, quizá por creer que es un recurso reservado para personas de vida consagrada. En realidad es uno de los métodos más eficaces para crecer en la vida cristiana, abierto a laicos, sacerdotes y religiosos. Muchos santos lo tuvieron.

Es frecuente que no logremos superar nuestros defectos y caídas en el pecado, probablemente por falta de seriedad en la vida interior y la ausencia de metas claras. Un plan de vida espiritual dará objetivos precisos y medios concretos para nuestro caminar hacia Dios. No creamos que con el esfuerzo personal podemos llegar al Cielo, como lo creían los antiguos pelagianos –Pelagio fue aquel monje herético del siglo V que afirmaba que el hombre, con su solo esfuerzo, podía salvarse solo–. El plan de vida espiritual es un instrumento del Espíritu Santo, en el que actúa la gracia divina, para ayudar a nuestras pobres fuerzas a ir modelando a Cristo en nuestra vida interior.

El plan tiene dos partes. La primera consiste en hacer un listado de compromisos o devociones fijas que queremos hacer con Dios, y que deben ser diarias, semanales y mensuales, quizá también anuales. De esta manera el Espíritu acrecienta nuestro amor a Dios y nuestra devoción. La lista de actos de amor a Dios no es una receta dada para todos, sino que es variable según la personalidad y los gustos espirituales de cada persona. No es lo mismo la devoción de los principiantes en el seguimiento de Jesús, a la devoción de otros que van más adelantados.

Un principiante, por ejemplo, puede tomar el compromiso o la devoción de hacer tres minutos de oración al día, mientras que alguien con más experiencia puede tomar más tiempo. Las devociones pueden ser desde el ofrecimiento de obras del día, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, el rezo del Rosario, la Coronilla de la Divina Misericordia, la visita al Santísimo, la Eucaristía, las tres Avemarías al final del día, la confesión mensual, el retiro espiritual, hasta cualquier otra devoción a Jesús, la Virgen o a los santos. Cada persona debe escoger sus devociones según sus posibilidades de realizarlas, pero lo importante es que, una vez fijadas y probadas, las cumplamos al pie de la letra.

La segunda parte del plan de vida espiritual consiste en trabajar interiormente para adquirir una virtud. Las virtudes son actos buenos que se repiten de tal manera que se van integrando paulatinamente en nuestra personalidad. Para ello es necesario conocer nuestra personalidad y detectar el defecto que más nos domina, o aquello que nos aparta con más frecuencia del amor a Dios y a nuestros hermanos. Lo más seguro es que tendremos veinte o más defectos o tipos de pecado que cometemos con frecuencia, pero hemos de elegir uno solo, el más recurrente, y sobre ese defecto o pecado haremos el trabajo de desterrarlo de la propia vida esforzándonos por adquirir la virtud contraria.

Si una persona perezosa decide trabajar sobre el vicio de su pereza, se esforzará por transformarla en laboriosidad; una persona iracunda habrá de empeñarse por ser una persona paciente y benévola con todos; una persona soberbia querrá adquirir la humildad. Suplicar a Dios todos los días la gracia de quitar ese defecto y obtener la virtud contraria, y poner los medios adecuados, como son la memorización de algunos versículos bíblicos y las lecturas de vidas de santos y la práctica del examen de conciencia cotidiano, hará que la gracia divina obre una verdadera transformación en nosotros.

Así como las parroquias y las diócesis no viven de ocurrencias diarias sino que elaboran planes pastorales, también el cristiano debe trazar un plan de vida espiritual para su alma. Aconsejo que quien decida dar el gran paso de hacer un plan de vida espiritual, busque el consejo de un sacerdote, religiosa o laico experimentado que pueda orientarlo. Aunque la meta de la santidad es alta y el camino es fatigoso –"sean perfectos como mi Padre Celestial es perfecto (Mt 5,48)–, y aunque nuestra pequeñez y nuestros apegos al pecado nos puedan desanimar, contamos con al aliado más poderoso que podemos tener, que es el Espíritu Santo. "Te basta mi gracia –le dijo el señor a san Pablo (2Cor 12,9)–, pues mi poder se perfecciona en la debilidad".

martes, 17 de agosto de 2021

Malestar del arte contemporáneo

Mario García Torres: "Tú eres parte esencial de algo hermoso",
toner sobre pintura vinílica sobre tela.

Hace unos días visité la ciudad de Monterrey por motivos de la celebración de un matrimonio. Aproveché el tiempo libre de la mañana para visitar el Museo de Arte Contemporáneo donde se exhibe parte de la obra de un famoso artista del norte mexicano. Después de recorrer las salas donde el autor expone su arte a través de imágenes fotográficas, videos, películas, textos, instalaciones de audio y letreros, confieso que la exposición no me dejó ninguna emoción estética; al contrario, terminé con una sensación de malestar existencial y un sentido de vacío. 

Algo ha sucedido en el mundo del arte que se ha vuelto cada vez más lejano e incomprensible para la mayoría de las personas. Si el cometido del arte es hacer una radiografía del hombre, de la sociedad y de la época, a través la estética de las formas, entonces gran parte del arte contemporáneo es una exaltación de lo feo y una expresión del absurdo en el que el hombre ha transformado su vida. 

Cuando se visitan muestras artísticas como la de "Miguel Ángel, el divino", referente a la obra escultórica del genio del Renacimiento que ahora se exhibe en Ciudad Juárez, o se visitan templos católicos que albergan auténticas joyas artísticas, el espectador sale de esos lugares lleno de admiración, con una sensación de alegría y de paz interior por el encuentro con lo bello y la armonía de las formas. 

El arte, por ser un destello expresivo de la belleza de Dios y de la grandeza de lo que el hombre está llamado a ser, naturalmente comunica gozo espiritual. En cambio, cuando la obra artística deja una sensación de enfado, absurdo y tristeza es porque su inspiración no tiene su origen en el Autor de la belleza, sino únicamente en el mismo hombre.

En mi visita al museo regiomontano de arte, me detuve frente a una serie de casi 20 lienzos, uno pegado al otro, como si fueran fotocopias de papel manchadas de toner para impresora. El título de la obra: "Tú eres parte esencial del algo hermoso". Quedé perturbado. Y pensé: ¡qué lejos estamos de esa fuerza creativa del hombre destinada a los templos, las iglesias y las imágenes sagradas! 

Hoy los nuevos dioses son la naturaleza, la tecnología y las máquinas, la anarquía y la nada. El hombre es rebajado a una cosa visible. Si en otros tiempos los artistas plasmaban el mundo de Dios y de los santos, hoy emerge el caos -lo demoníaco- para instalarse en el mundo del hombre.

Gran parte del arte contemporáneo es reflejo del odio que el hombre parece tener a sí mismo. El cardenal Robert Sarah, en una entrevista, habla de ese odio y señala que su causa es el miedo que tiene el hombre a depender de otro. El hombre contemporáneo no quiere depender de Dios porque cree que perderá su libertad. Cree que su libertad y su felicidad se encuentran en su independencia de Dios; él mismo quiere ser la única causa de todo lo que le ocurre y de todo lo que es. 

"Con más razón aún –dice Sarah– la idea de recibir de un Dios creador nuestra naturaleza de hombres y mujeres pasa a ser humillante y alienante. De esta lógica se deriva la necesidad de negar incluso la noción de naturaleza humana". Sí, el arte contemporáneo es expresión de la autonomía que el hombre quiere tener de Dios. Alejándose del único Bello, no puede ser más que feo.

Llegará un día –esperemos que no tarde mucho– en que los seres humanos reconozcamos que nuestro mayor título de gloria es ser criaturas dependientes de Dios. Entonces en esa humildad recobraremos nuestra grandeza y los artistas volverán a plasmar, a través de múltiples formas expresivas, la belleza de la vida y la grandeza de ser hombres.

martes, 10 de agosto de 2021

Encuentro de dos culturas



Contemplar nuestros orígenes es indispensable para comprender el presente y construir el futuro. Se dice que si se quiere destruir a un pueblo habrá que hacerle olvidar sus raíces. Este año 2021 la Iglesia en México conmemora los 500 años de la llegada del Evangelio a nuestras tierras. Los católicos mexicanos hemos de adentrarnos en los hechos que originaron nuestra cultura, para contemplar, sobre todo, la acción de Dios en la historia que, a través del encuentro de dos mundos, nos trajo a su Hijo Jesucristo y a nuestra Madre la Iglesia.

A la base de toda cultura está siempre la religión. Rodrigo Martínez Baracs, en su artículo "El encuentro religioso de dos mundos" explica que los antiguos pueblos de Mesoamérica crecieron en poderío y tamaño gracias a una religiosidad extremadamente militar y sacrificial. La guerra era una variante de la cacería, y los enemigos podían ser capturados, comidos, torturados y sacrificados en impresionantes ceremonias religiosas, con sangre, gritos, bailes, cantos y música, drogas alucinógenas, pirámides de colores; donde los sacerdotes se disfrazaban representando las historias de sus dioses. Y así la guerra era un componente de la religión que aterrorizaba a los reinos enemigos para evitar rebeliones futuras.

El catolicismo traído por los españoles predicaba el amor de Dios a las personas y los pueblos, y el amor que éstos le debían a Dios. Ellos trajeron la presencia compasiva y amorosa de la Virgen María, que representaba el lado femenino de la divinidad, la madre que ampara. José Miranda, historiador, llamó la "Paz Hispana", en la que las guerras fueron reemplazadas por pleitos judiciales, llamadas también "guerras de papel". Desafortunadamente con la paz traída por el cristianismo llegaron también las epidemias de viruela que acabaron con la vida de millones de nativos.

Los historiadores afirman que la conversión religiosa en México fue muy rápida -uno o dos siglos- si se compara con la cristianización de las antiguas provincias del Imperio romano. No faltaron las rebeliones indígenas contra los abusos de los españoles, como la que ocurrió en 1680 cuando el indio Popé organizó la revuelta en los indios pueblo de Nuevo México, provocando la huida de los hispanos que se refugiaron en Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez.

Muchos factores intervinieron en la inculturación del Evangelio, entre otros el amor de los frailes por los indígenas y la asociación que hicieron con ellos para protegerlos de los abusos de los españoles. También influyó la creación de los "pueblos de indios", con su propia organización política y religiosa; así como la educación cristiana en los conventos de los frailes que recibieron los hijos de los reyes y nobles indígenas. Todo ello contribuyó a afianzar la conversión.

Los templos paganos fueron desapareciendo y, en su lugar, se edificaron las iglesias, los conventos y los hospitales que fueron el centro de la vida social de los pueblos, donde se reunían los ayuntamientos de indígenas y desde donde se organizaban las fiestas religiosas. Dejaron de sonar los caracoles y se escucharon las campanas llamando a misa. La figura del cura párroco llegó a ser verdadera autoridad que competía con la del alcalde. Los sermones desde el púlpito era una de las principales fuentes de información. Las hermandades fueron fuente de socialización.

No sólo el clero regular –los frailes– llegó a México, sino también el clero secular –los obispos y sacerdotes diocesanos–. Mientras que los primeros promovieron siempre un cristianismo centrado en Cristo, –que no gustaba tanto a los indios, pues estaban acostumbrados ellos a venerar una multiplicidad de deidades–, los segundos impulsaron una religiosidad con una fuerte presencia de la Virgen María en sus apariciones en el Tepeyac, así como una multiplicidad de santos, santuarios, procesiones y peregrinaciones. Esta religiosidad fue más amable para los indios y finalmente, fue la que arraigó en la Nueva España.

Contemplar la historia con una mirada serena, reflexiva, orante, sin apasionamientos ni polémicas, y descubrir el paso de Dios por ella es, a mi juicio, la manera adecuada de acoger nuestro pasado para avanzar hacia el futuro.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Espíritu del Encuentro eclesial


Los obispos de México han convocado a los católicos mexicanos a lo que llaman el "Encuentro eclesial". Como pastores de la grey del Señor, los obispos quieren escuchar lo que el pueblo de Dios ve, siente, piensa y sueña sobre las realidades de nuestra vida. Se trata de que los laicos, religiosos y sacerdotes, junto con algunas personas de otras religiones, nos encontremos en nuestras parroquias y decanatos para compartir cómo miramos la realidad de nuestro país. De esta manera podremos conocer mejor nuestras alegrías, tristezas, esperanzas y sueños para asumir juntos nuestra responsabilidad y seguir caminando como discípulos y misioneros de Jesucristo.

Este Encuentro eclesial que estamos haciendo en nuestras diócesis de México también lo estarán realizando las diócesis de todo el mundo. Los obispos de la India, por ejemplo, explican que el objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor. En México se recogerán las conclusiones en el mes de noviembre de este año, cuando los obispos se reúnan en asamblea, para que tomen sus decisiones para los procesos pastorales, a nivel nacional y territorial. Estamos ante un gigantesco ejercicio para tomarle la temperatura a la Iglesia y al país; sin duda los resultados serán una buena guía para implementar estrategias que abran espacio al Reino de Jesucristo.

¿A qué se deben estos encuentros eclesiales? A mi juicio es por un doble motivo. Primero, el espíritu tras esta iniciativa no es otro que el del Concilio Vaticano II –brújula del catolicismo desde 1965–, que en su constitución Gaudium et spes señala que "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia" (n. 1). Será importante, pues, compartir en el Encuentro eclesial cómo vemos al mundo, al gran teatro de la historia humana, con sus éxitos y fracasos, esclavizado por el pecado y liberado por Cristo, para que el mundo se transforme según la voluntad de Dios y se dirija hacia su último fin.

El segundo motivo, a mi parecer, es por la eclesiología que mueve al papa Francisco. El papa se aleja de una visión monárquica de la Iglesia donde el gobierno central de Roma controla la disciplina eclesiástica en todo el mundo. Muchos católicos se sienten cómodos con este modelo y prefieren un gobierno en la Iglesia que mantenga todo centralizado. Pero en los primeros siglos de la historia cristiana no era así. En aquellos años los sínodos locales eran la norma. Cada Iglesia particular tenía una identidad muy marcada, regulada por sus leyes y principios, aunque la Iglesia de Roma seguía siendo el centro de la unidad católica. Las Iglesias locales o diócesis no eran departamentos de la Iglesia universal, sino que la Iglesia universal estaba presente en cada diócesis, bajo la autoridad del obispo.

Francisco es un papa que aboga por una reforma en la Iglesia que tiene como punto de partida la cultura del encuentro, del diálogo y la escucha entre los cristianos. Sigue los pasos de san Pablo VI, su antecesor, quien en su época alentaba a los obispos europeos a seguir el ejemplo de los obispos de América Latina que crearon el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) con el fin de dar fuerza e identidad a las Iglesias locales, siempre en comunión con el romano pontífice y por debajo del romano pontífice. El papa Francisco es el impulsor de una Iglesia en salida, de una Iglesia que escucha y dialoga con el mundo, de una Iglesia que quiere acercarse a la realidad de las vidas de la gente para anunciarles el Evangelio, de una Iglesia sin un centralismo excesivo y que concede mayor libertad de acción pastoral a las Iglesias locales.

Oremos para que los encuentros eclesiales, impulsados por el espíritu del Concilio Vaticano II y el liderazgo del papa Francisco y los obispos, tengan como fruto poner al mundo que vive en tinieblas en contacto con Cristo, luz del mundo, fomentando la conversión y a santidad, que es el fin de la vida cristiana.

Nuestros cuerpos sufrientes

A medida en que pasan los años nos vamos haciendo personas más vulnerables en nuestra dimensión física. Aparecen nuevas dolencias, se manifi...