miércoles, 26 de agosto de 2020

Cuatro razones para reabrir los templos


Desde que inició la pandemia de Covid-19 la Iglesia Católica fue obediente y colaboradora con las autoridades civiles cuando éstas decretaron el confinamiento social. Obispos, sacerdotes y laicos sabían que venía un tiempo muy difícil para todos, y que era fundamental salvaguardar la salud física del pueblo de Dios. Por ese motivo acatamos las órdenes y nos quedamos en casa.

En la medida en que fueron sucediéndose los días, las semanas y los meses, nuestros gobernantes permitieron la reapertura de otras actividades consideradas no esenciales, como los comercios, parques y restaurantes. Después de más de 160 días de colaboración con los tres órdenes del gobierno, mantener cerrados los templos se ha vuelto tan insostenible como seguir bajo el agua sin respirar. Son, al menos, cuatro las heridas que ha dejado a la Iglesia la presencia del coronavirus, heridas que se convierten en razones para acelerar la reapertura de las parroquias.

La primer herida es espiritual. El hombre no es un ser al que hay que mantener físicamente sano y bien cebado para que esté contento, como se hace con los animales de granja. El homo sapiens es un ser que busca a Dios y se relaciona con Él; es alguien que vive en búsqueda de sentido y trascendencia, y que necesita sabiduría para conducir su vida. Nuestra felicidad más profunda no la proporciona la materia.

El hombre cristiano precisa de la Palabra de Dios y de los sacramentos, principalmente la Eucaristía. Hasta hoy nuestras autoridades civiles han hecho lo posible para que tengamos el cuerpo seguro y sano, pero han ignorado el alma, la parte más noble del hombre. No han entendido que "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Hay una gran frustración y tristeza en el Pueblo de Dios por encontrar cerrados sus templos.

La segunda razón de la reapertura de las iglesias es la crecida del mal en el mundo. Basta ver las noticias para danos cuenta. Desde que comenzó la pandemia aumentó la violencia dentro de los muros de los hogares y en las calles. Dos de las industrias beneficiadas con el coronavirus han sido la erótica y la etílica. El consumo de pornografía y de bebidas alcohólicas se ha disparado con el Covid y ha sido un escape para mitigar las frustraciones y tensiones de muchos confinados. Los centros de atención a las mujeres con embarazo en crisis reportan la duplicación de los casos de mujeres que quieren abortar. Hay muchas almas que piden a gritos el sacramento de la reconciliación porque ven que el mal se multiplica por todas partes.

Además está la razón del bien que la Iglesia Católica ha dejado de hacer a la sociedad y al mismo gobierno. La Iglesia no sólo es una institución de culto, sino un organismo caritativo que sostiene dispensarios, clínicas, centros de ayuda a enfermos de sida, migrantes y tóxico dependientes, niños huérfanos y personas desamparadas. Aquí en Ciudad Juárez la Casa del Migrante, por ejemplo, es una institución católica que ha prestado un servicio subsidiario invaluable al gobierno y a la sociedad al atender a la mayoría de los migrantes que llegan a esta frontera. Con el cierre de templos gran parte de esta ayuda ha quedado seriamente afectada.

Una cuarta razón es la financiera. Desde el punto de vista económico, para el gobierno somos como cualquier empresa que debe cumplir con obligaciones fiscales y laborales. Así siempre lo hemos hecho. Sin embargo, al igual que un sinnúmero de empresas, por falta de ingresos y apoyos gubernamentales también hemos entrado en una situación de crisis que puede llevarnos a la ruina monetaria, lo que afectaría gravemente la evangelización.

La Iglesia Católica cuenta con todas las medidas sanitarias en regla para la reapertura de nuestras parroquias y capillas. La probabilidad de contagio será mínima si se siguen estos protocolos. Corresponde a las autoridades civiles supervisar su cumplimiento y amonestar a las comunidades eclesiales que rompan las normas de higiene. Oremos intensamente para que nuestros gobiernos, por el respeto al derecho a la libertad religiosa que todos tenemos, muy pronto podamos levantar los portones y volver a reunirnos alrededor de nuestros altares.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Hijos de Dios en un mundo corrompido


Joe Biden es el candidato oficial del Partido Demócrata para las elecciones de noviembre en Estados Unidos. Él ha escogido, como su compañera de fórmula para la vicepresidencia a la señora Kamala Harris, ex senadora federal y ex fiscal por el estado de California. Se trata de la combinación de dos aguerridos activistas a favor del aborto que, de llegar a la Casa Blanca, tratarían de echar por tierra todo el avance pro vida que el presidente Trump ha logrado posicionar, y harían avanzar la agenda atea y liberal, no sólo en su país, sino en el mundo. 

Con el término "agenda liberal" me refiero no sólo a posiciones extremas sobre aborto sino también a la educación sexual escolar, matrimonio homosexual, experimentos con embriones humanos, eutanasia y consumo de marihuana; es decir, todo lo que destruye a la sociedad. A todo ello se suma la persecución a los que no estén de acuerdo y el no reconocimiento al derecho que éstos tienen a la objeción de conciencia.

Para gran confusión del pueblo de los bautizados, Joe Biden se declara católico. Durante su campaña hizo circular un video en el que explota la imagen del papa Francisco saludándolo en la plaza san Pedro y jactándose de su educación católica en escuelas religiosas; todo con tal de obtener el voto católico. Hay que decirlo con claridad: Joe Biden está excomulgado de la Iglesia. 

No es necesario un decreto de excomunión por parte de la autoridad eclesial. Son sus posturas abortistas hechas públicamente las que lo sacan de la comunión con la fe católica y lo excluyen de la fila de los comulgantes durante la Eucaristía. De ser el triunfador en las elecciones, Biden pondrá en aprietos al papa Francisco y será motivo de gran confusión y controversias entre los fieles católicos.

Ante el avance de las ideas ateas y liberales nos preguntamos si los católicos hemos de renunciar a una moral universal que sea válida para todos los hombres, tal como nos enseña nuestra Iglesia. ¿Es razonable que el bien sea bien para unos, y para otros no? ¿o será que el bien y el mal ya dejaron de existir? Si la mayoría de la población en un país afirma que una acción es buena –como en el caso de México donde, según encuestas, más del 50 por ciento de los mexicanos aprueban el matrimonio homosexual– ¿es válido el criterio de la mayoría? 

Recordemos que en diversas épocas de la historia una mayoría autorizó leyes que hoy serían impensables en nuestras democracias, como cuando en la Alemania nazi se aprobó el racismo y el holocausto. No podemos renunciar a una moral válida para la humanidad. La Verdad, el Bien y la Belleza no las creamos nosotros sino que las descubrimos. Es Dios el que alumbra, como el sol, el camino de la humanidad. En realidad son las minorías las que, en el curso de la historia, han promovido los valores morales universales.

En medio de la corrupción moral que se extiende –y que también afecta a la Iglesia– existe una luz de esperanza: hay muchas almas buenas que no están de acuerdo con este declive cultural. Es un sentimiento que un número grande de personas comparten. Son hombres y mujeres que, viendo el avance del mal y cómo se destruye el ser humano, viven con un sentimiento de impotencia. Son los hijos de Dios que lloran porque añoran heredar la tierra.

Sin embargo la estupenda noticia es que Dios conoce a esas personas buenas y las bendice porque son ellas las que llevan semillas divinas de esperanza. Gracias a esas semillas un día nacerá un mundo nuevo. Son almas que no aplauden a las ideologías ni a los políticos que las promueven; almas que tampoco suelen hacerse notar en las multitudes de las ciudades. Sin embargo Dios escucha la oración de todas ellas, conoce sus lágrimas y les tiene una bendición reservada. Pidamos siempre a nuestro Señor que sea nuestro pastor, y que no nos apartemos de su cayado. La causa, el dolor y el esfuerzo de los hijos de Dios jamás se perderá; se prolongará para dar fruto, y vislumbrar un futuro distinto.

miércoles, 12 de agosto de 2020

San Miguel Arcángel en tiempo de Covid

Desde que inició la pandemia de Covid-19, al final de la celebración de la Eucaristía diaria en la Misión de Guadalupe, acompañado solamente por cuatro religiosas, rezamos la acostumbrada oración a san Miguel Arcángel pero con una intención especial: suplicar su defensa a la humanidad para combatir la pandemia. Mientras que el mundo científico busca una vacuna y el personal médico lucha por curar a los enfermos; en tanto que las autoridades civiles imponen medidas sanitarias –medidas todas igualmente importantes– el fiel católico debe, además, orar por el fin de la peste. Los hijos de la Iglesia, además de las oraciones a Jesús y a María, contamos con el poderoso recurso de la oración a los ángeles.

No pretendo con esto atribuir la presencia en el mundo del Covid-19 a la influencia de los demonios. Afirmo de manera tajante que los desastres que ocurren en la naturaleza –pestes, terremotos, tempestades, incendios y accidentes de todo tipo– ocurren por causas naturales. Sin embargo me parece muy útil que los católicos, en esta circunstancia, recurramos al mundo angélico, como bien lo expresamos en el acto penitencial de la Eucaristía: "...por eso ruego a santa María, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos que intercedan por mí".

La aparición del Covid-19 en diciembre de 2019, que en muy poco tiempo adquirió proporciones planetarias, ha llevado a muchos a preguntarse si esta peste obedece únicamente a un tipo de fenómeno natural que aparece con cierta frecuencia en la historia humana, tal como sucedió con la peste negra o peste bubónica en el siglo XIV. Otra posibilidad es que haya sido provocada por un mal moral, es decir, por los mismos abusos del hombre contra el equilibrio ecológico del planeta debido a su voracidad egoísta; o bien que haya sido fabricado por mentes perversas en algún laboratorio, en una especie de guerra bacteriológica.

No faltan personas creyentes que se cuestionan si existe alguna posibilidad de que el mundo espiritual tenga influencia en la peste del coronavirus y de otras catástrofes que devastan la tierra. Antes de responder a esa pregunta hay que aclarar algunas cuestiones sobre la existencia y la actividad del mundo demoniaco o inframundo.

El racionalismo, enemigo de la fe

Para algunas mentes racionalistas en la Iglesia la idea de que existan enfermedades y accidentes provocados por espíritus malignos es inverosímil y motivo de burla. El racionalismo trata de explicar todos los fenómenos con la fuerza de la razón y cuando no puede hacerlo, porque la mente no alcanza a comprender, adopta una postura –a mi juicio soberbia– limitándose a decir que esos fenómenos son pura imaginación y fantasía, producto de mentes de épocas pasadas y oscuras. El misterio de Dios tendría que caber dentro del cerebro humano y lo que escapa al entendimiento debería descartarse. Los racionalistas afirman que el diablo no puede ser un ser personal sino "lo negativo" de la creación, el "todavía no" del mundo que está en camino hacia su plenitud, o bien que se trata de una figura simbólica para representar a los males de la humanidad.

Semejantes afirmaciones se alejan de la fe de la Iglesia Católica. El Concilio Vaticano II menciona, en varias ocasiones, al reino de la oscuridad, y afirma que aunque la victoria de la Luz está asegurada por la obra redentora de Jesucristo, debe ser hecha propia por parte de la Iglesia y de cada hombre en particular en un duro combate contra el Maligno, de manera que "toda la historia humana se viene a reducir a una dura contienda contra los poderes de las tinieblas" (Gaudium et spes, 13). Los papas después del Concilio han intervenido en algunas ocasiones sobre el tema de la demonología, como lo hizo Pablo VI en sus célebres discursos, contundentes y claros, sobre la existencia del diablo como ser personal y activo en la historia. Los discursos del papa Montini fueron duramente criticados por mentes racionalistas en el ámbito eclesial, argumentando que el tema de ángeles y demonios estaba fuera de época.


¿Puede Satanás provocar males físicos, incluso pandemias?

El Catecismo de la Iglesia Católica es claro al hablar del mundo angélico, y no duda en atribuir a Satanás la responsabilidad de muchos males: "Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la Divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo". El hecho de que el Maligno pueda provocar daños de naturaleza física aparece en el Libro de Job cuando provocó que el paciente varón fuera cubierto con una úlcera maligna desde la cabeza a los pies (Jb 2,7). En el Nuevo Testamento san Lucas menciona el caso de "una mujer, que desde hacía dieciocho años padecía una enfermedad producida por un espíritu, y estaba encorvada" (Lc 13,10-14). 

La experiencia de numerosos exorcistas corrobora hoy lo que la Biblia y el Catecismo enseñan; ellos afirman que pueden aparecer, en algunas personas, enfermedades inexplicables que pueden ser curadas con oraciones de liberación. "De forma extraordinaria e inusual Dios puede permitir que un demonio provoque una enfermedad", enseña el demonólogo español José Antonio Fortea. Ejemplo de ello fue la muerte de los maridos de Sara, la esposa de Tobías, que fue provocada por la acción del demonio Asmodeo (Tob 3). 

Aunque esto raramente ocurre, sin embargo sobre las pandemias y otros desastres planetarios provocados por demonios nada dice la Sagrada Escritura ni el Catecismo. Solamente entendemos que por efectos del pecado del hombre el mundo está herido, y que "la creación entera gime con dolores de parto" (Rom 8,22). Hemos entonces de mantener la esperanza y una visión positiva de la historia y del mundo, ya que la Redención de Jesucristo traerá una restauración radical del cosmos entero en lo que san Juan llama "los cielos nuevos y la tierra nueva" (Ap 21,1).

La ciencia busca hoy la vacuna del Covid-19 y el mundo la está esperando. Así debe ser. La ciencia es un regalo de la Divina providencia y debemos utilizarla para el bien de la humanidad. Atribuir la causa de las enfermedades al mundo de los espíritus sería equivocado y sólo nos regresaría al mundo pre-científico donde el hombre explicaba los fenómenos a través de mitos y no con la razón. 

La acción extraordinaria de Satanás es rara

Debemos afirmar contundentemente que la acción extraordinaria del demonio es eso: extraordinaria, rara. Con frecuencia llegan personas con los sacerdotes diciendo que alguien les puso "un mal", es decir, les hizo un trabajo de brujería. Lo dicen porque no encuentran explicaciones a sus desgracias, y por eso lo atribuyen a los demonios. Es un grave error. Si los demonios fueran libres para provocar toda clase de enfermedades, accidentes y desgracias en las vidas de las personas, a través de brujería, el mundo se sumergiría en el caos y la vida en la tierra sería imposible. Dios le puso un límite a Satanás y al inframundo. Sólo algunas veces, excepcionalmente, los demonios sí pueden provocar esos fenómenos. No debemos pensar, pues, que el Covid-19 tenga su causa en la actuación diabólica. 


En la pandemia, orar con los ángeles


¿Por qué entonces, si el Covid-19 obedece a otras causas, como suponemos, rezamos al final de la Eucaristía la oración a san Miguel Arcángel? Los Santos Padres de la Iglesia enseñaron que la tarea de los ángeles es la de custodiar el cosmos, proteger a los pueblos y a los hombres en particular. Tal fue la sabiduría de san Ireneo, Clemente de Alejandría y Orígenes. Eusebio de Cesarea afirmaba que los ángeles desempeñan una función de ser nuestros tutores, cuidadores y guías. Y les atribuyen una serie de encomiendas divinas como defender a los hombres de los peligros del cuerpo y del alma, el sostén espiritual y corporal, y también la ejecución de tareas meteorológicas como enviar la lluvia o la nieve, entre otras.

Orar con los ángeles por el fin de la pandemia, especialmente con san Miguel Arcángel y con nuestro ángel custodio, es para buscar en ellos protección y defensa contra la enfermedad pero, sobre todo, contra el pecado. El gran triunfo de Satanás no está en provocar enfermedades físicas o posesiones diabólicas en las personas, sino en lograr que los hombres vivan permanentemente en pecado mortal, en la ignorancia y alejados de la gracia de Dios.

Los estragos visibles de la pandemia los vemos en el plano físico y a nivel laboral. Muchas personas han muerto, otras han sido infectadas y estamos en un gravísimo deterioro del mundo laboral y de la economía. Ante estas calamidades, que son planetarias, es necesaria la invocación a san Miguel Arcángel. Él es el príncipe de los ejércitos del Cielo, el que en la historia sagrada ha protegido al pueblo hebreo, y el que hoy protege al pueblo cristiano, especialmente cuando se ve afligido por grandes cataclismos.

En Roma, el 25 de abril del año 590, en medio de una situación desesperante causada por una peste, el papa san Gregorio Magno hizo una procesión con el pueblo, llevando una imagen de la Virgen, en la que pedía a Dios por el fin de la epidemia. Al cruzar el puente del río Tíber se escucharon coros de ángeles. De pronto sobre el castillo –el mausoleo del emperador Adriano– apareció el Arcángel Miguel. Portaba una espada en su mano derecha y la envainó. A partir de ese momento la peste terminó. 

La crisis mundial del coronavirus ha traído otras plagas, que son morales y más preocupantes. Aprovechando la inactividad de la Iglesia, los promotores de la cultura del de la muerte, o del descarte, embisten con su agenda abortista. Lo mismo sucede con la manipulación de las mentes de niños y jóvenes a través de la educación sexual escolar. Con el confinamiento social, el consumo de pornografía y de tráfico sexual se ha incrementado. Muchos males se han multiplicado hasta la aparición de movimientos sociales disfrazados de nobleza, tales como Black Lives Matter, dedicado a la anarquía y a la destrucción del pasado cristiano en nuestras culturas. Ante tantos contagios del Covid, pero sobre todo ante la rampante corrupción moral, nos volvemos a Jesús para decir: "Señor, sálvanos, que perecemos" (Mt 8,25).

Retomar la oración a san Miguel Arcángel, después de la Eucaristía, es elevar nuestra mirada al Cielo donde los ángeles adoran al Dios Altísimo y donde están dispuestos a servirnos como poderosos ejecutores de las órdenes divinas. Aquella oración del papa san León Magno será de gran ayuda para contener la pandemia pero, sobre todo, para la defensa y expansión del Reino de Dios.

Oración a san Miguel Arcángel

San Miguel Arcángel
defiéndenos en la lucha.
Sé nuestro amparo contra la perversidad
y las asechanzas del demonio.
Que Dios manifieste sobre él su poder,
es nuestra humilde súplica.
Y tú, príncipe de la milicia celestial,
con la fuerza que Dios te ha conferido
arroja al infierno a Satanás
y a los demás espíritus malignos
que vagan por el mundo
para la perdición de las almas. Amén.

martes, 4 de agosto de 2020

Porno y tráfico sexual


Ernesto es un chico de 16 años que se prepara para recibir el sacramento de la Confirmación. Cuando tenía 11 años llegó la primera imagen pornográfica a su vida. Fue a través de internet. Ver actos sexuales explícitos le causó tanto impacto que, a partir de entonces, quedó atrapado en el consumo de pornografía. Ernesto siempre ha tenido el sentimiento de que ver esas imágenes es malo y por eso recurre con frecuencia al sacramento de la Confesión. Ahí el sacerdote lo exhorta a no desanimarse y a seguir en la lucha por erradicar ese vicio de su vida, con la fuerza de la oración. Sin embargo el muchacho no tiene la suficiente voluntad y por eso vive en el desánimo y la tristeza.

Para la industria de la pornografía la vida y la felicidad de personas como Ernesto no tiene importancia. Lo relevante para estas compañías es llegar a más niños y adolescentes para atraparlos como consumidores, quizá para toda la vida. Saben que los instintos sexuales son una poderosa fuerza dentro del ser humano, y que la explotación de esos instintos, a nivel masivo, generan billones de dólares en ganancias. Los dividendos de la industria son de alrededor de 97 mil millones de dólares anuales, lo que quiere decir que cada segundo se gastan 3,075 dólares en porno. Por eso se dice que la pornografía es la nueva droga mundial.

Hay algo que Ernesto no sabe, ni tampoco saben millones de adictos al porno. No solamente la industria explota a las personas –varones en su mayoría– que esclaviza haciéndolas consumidoras de sus productos. También hace esclavas, sobre todo a las mujeres que realizan los actos sexuales en pantalla. Ellas provienen, generalmente, de familias rotas, de ambientes de mucha violencia, drogas, abusos, alcohol y con graves daños emocionales. La industria las atrapa y ellas aceptan ese trabajo para no morir de hambre. Muchas veces tienen que drogarse para soportar el sexo violento al que son sometidas, y cuando dejan de funcionar, la industria las desecha como mercancía inservible.

La Fundación para el Proyecto de la Libertad Juvenil reporta que miles de niños, niñas y jóvenes son forzados a hacer películas pornográficas. El consumo de pornografía genera una gran demanda de tráfico sexual; crea hambre de comprar, deshumanizar y actuar según lo que se ha visto en la pantalla. De hecho provoca una adicción similar a la de las drogas, a través de una sustancia llamada dopamina que se genera en el cerebro cuando la persona queda expuesta a imágenes sexuales. Los adictos necesitan dosis más fuertes de dopamina, mismas que consiguen aumentando el tiempo de consumo y buscando contenido más fuerte y explícito.

Sentimos angustia e indignación cuando nos enteramos de la desaparición de mujeres adolescentes en nuestras ciudades. Hoy también más jovencitos varones están siendo secuestrados. Sus raptos y desapariciones deben de conmocionarnos a todos. Sin embargo, lo que poco nos preocupa es que la pornografía se ha adueñado de nuestras pantallas en teléfonos móviles y computadoras, y que la porno se ha convertido en la fuente de educación sexual para las generaciones jóvenes. Hemos perdido de vista la conexión que existe entre el consumo de pornografía y la trata de personas. No queremos darnos cuenta de que la cultura de sexo comercial y el tráfico sexual se alimentan recíprocamente.

Millones de adolescentes y jóvenes, como Ernesto, han caído dentro de la telaraña de la pornografía de la que no es fácil liberarse. Por eso la llaman la nueva droga mundial. La educación sexual escolar basada en ideología de género solamente alimenta al monstruo y empeora la situación. Por ello hagamos todo el esfuerzo –sacerdotes, comunidades católicas y padres de familia– para liberar a nuestros jóvenes cristianos de estas nuevas adicciones que sólo los deshumanizan y los incapacitan para formar familias felices y fuertes.

domingo, 2 de agosto de 2020

¡Señor, vuelve a multiplicar el pan!


En este tiempo de pandemia contemplamos, hoy domingo, un banquete sobreabundante preparado por Dios: "Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis". Son palabras que tuvieron su primer cumplimiento en el milagro espectacular de la multiplicación de los panes. Su penúltimo cumplimiento tiene lugar en la mesa de la Eucaristía, en nuestras asambleas dominicales, donde Jesús nos prepara la mesa y parte para nosotros el pan de su Palabra y nos da a comer su carne sacrificada y resucitada. El último y definitivo cumplimiento será en las bodas de la eternidad, cuando Dios sea la parte de nuestra herencia, con los santos en el Cielo.

Hoy hacemos énfasis en la virtud de la abnegación. Esta virtud es la capacidad de posponer o negar nuestros propios intereses por ir a la búsqueda de un bien mayor. La abnegación es la virtud de sacrificarnos para que se manifieste la gloria de Dios o para traer un bien al prójimo. Supone una renuncia a la propia comodidad, al bienestar o a la ganancia. Eso es la abnegación.

El milagro de Jesús al multiplicar la comida fue espectacular, pero recordemos que el pasaje comienza cuando Jesús se entera de la muerte de Juan el Bautista. Se va a un lugar apartado porque quería estar a solas con sus discípulos. La muerte de Juan el Bautista por decapitación le dolía profundamente y buscaba recogimiento y tranquilidad para reflexionar en su duelo. Se va a un lugar tranquilo pero allá se encuentra con la gente que camina por tierra, siguiéndolo, desde muchos pueblos. Jesús, al ver a la muchedumbre con tanta necesidad, llevando a sus enfermos, heridos por el pecado, desorientados por la ignorancia y el error, sintió lástima. Dejó a un lado su duelo y sus ganas de descansar y se pone a servir a la gente. Su amor misericordioso hizo que se abnegara, y la multiplicación de los panes fue el fruto de su abnegación.

El tiempo de pandemia ha sido nuevamente un tiempo de abnegación para Jesús. Las iglesias quedaron cerradas y muchos servicios espirituales, suspendidos. Jesús ha visto cómo los enfermos de coronavirus entraban solos a los hospitales, sin suficiente asistencia espiritual. La mesa de la Eucaristía se quedó sin fieles y los sagrarios, sin visitas. Los confesionarios se cerraron y muchos católicos continuaron sangrando en sus heridas provocadas por el pecado, sin encontrar a un sacerdote que las curara. La catequesis de los niños quedó suspendida y ahora están en la incertidumbre de cuándo se podrán acercar por primera vez a la Eucaristía. La pandemia ha traído la abnegación de Jesús, que quiere alimentar a su pueblo con la Sabiduría de su enseñanza y la gracia abundante de sus sacramentos.

El Covid-19 ha puesto a prueba nuestra capacidad de abnegación. Nos duele estar privados de los bienes espirituales que Dios quiere derramar en nosotros. Mientras que muchos comercios han abierto sus puertas, con las debidas restricciones, y los restaurantes sirven a los comensales; mientras que el transporte público lleva y trae pasajeros; mientras que la gente vuelve a los parques y va a las estéticas; mientras que los hoteles reciben huéspedes; mientras que las oficinas de gobierno y la industria han retomado su vida productiva... las iglesias continúan cerradas. Para nuestros gobernantes laicistas solamente la vida del cuerpo es importante. El mundo, para ellos, es sólo la realidad material. Consideran que la vida del alma no es una actividad esencial. Pero, dijo Jesús: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma?"

No podemos seguir abnegándonos más. "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", le dijo el Señor al diablo en el desierto. La gente, cuando supo que Jesús se había retirado a un sitio tranquilo, fueron hasta allá, siguiéndolo. Era su derecho. Necesitaban el agua de la Palabra, el trigo y la leche de balde que son símbolo del alimento espiritual que sacia la profundidad de los corazones. Los católicos en tiempos de Covid, por nuestro derecho a la libertad religiosa, hemos de pedir con insistencia a nuestros obispos, sacerdotes y gobernantes que se abran los templos –con todas las medidas sanitarias y restricciones– para que el pan eucarístico se siga multiplicando. Las parroquias han recibido una herida profunda y el pueblo de Dios desfallece de hambre.

¡Señor, vuelve a multiplicar el pan!, pedimos a Jesús. Que Dios se apiade de su Pueblo que muy pronto el Domingo recobre su pleno sentido de ser el Día del Señor, cuyo corazón es el pan multiplicado en la Eucaristía.

México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...