lunes, 26 de abril de 2021

Elecciones y defensa de la vida


Nos acercamos a las elecciones del 6 de junio donde la población de Chihuahua elegirá a su gobernador, a 67 alcaldes y a 33 diputados, mientras que en la esfera federal se renovará la Cámara de diputados. Se trata de elecciones muy importantes donde en los 32 estados se renovarán diversos cargos públicos. En este contexto, cuando los diversos candidatos han desplegado sus campañas políticas, los católicos nos preguntamos a quién daremos nuestro voto.

Uno de los criterios más importantes a la hora de emitir el sufragio es la defensa y protección a la vida humana. Se trata de uno de los valores más promovidos y protegidos por los cristianos por la sencilla razón de que el respeto, cuidado y protección a la vida es un dato que atraviesa toda la Revelación bíblica, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Dios es un Dios de vivos y no de muertos. La vida es un regalo de Dios y, por lo tanto, Dios es el dueño de la vida. Los seres humanos somos sólo sus administradores. Ningún partido político o candidato tiene la autoridad moral para proponer leyes que violen el precepto divino de "No matarás".

Nuestra fe nos enseña que todo lo que existe tiene su origen en Dios. Él fue quien creó el universo y todo lo que existe. Todo ser viviente recibe gratuitamente la vida y, en el caso del hombre, la transmisión de la vida está acompañada por la bendición de Dios. Cuando un nuevo ser humano es procreado en el vientre materno, Dios infunde su espíritu de ese nuevo ser humano que es su imagen. Los animales no son creados a imagen de Dios; solamente el hombre.

Los proyectos políticos que promueven la despenalización del aborto se empeñan en tratar a los seres humanos no nacidos no como personas sino como objetos que se pueden manipular y desechar. Estos actores de la política olvidan que un ser que se gesta en el vientre de una mujer no es un agregado numérico más a nuestra raza como si fuera un añadido a una camada de cachorros o a una bandada de pájaros.

Un ser humano no es una reproducción sino una creación única y original en la historia, hecha por Dios y por cooperación de los padres. No es algo sino alguien. No es un número más, sino un nuevo ser con una dignidad inviolable. Por eso la enseñanza de la Iglesia es tan exigente en el respeto a la vida humana naciente, y por eso nos pide que no votemos por quienes, en sus proyectos políticos, contemplan el aborto legal.

Ante estas razones que son de índole religiosa y de gran peso para los cristianos, los políticos no creyentes pueden argumentar diciendo que el discurso sobre Dios no puede ser utilizado como argumento válido para defender la vida. Es cierto. Ellos no ven el don de la vida con la profundidad y el sentido que tenemos los creyentes. Sin embargo hay dos argumentos no religiosos por los que la vida humana debe ser defendida.

El primero de ellos es que el derecho a la vida es el más fundamental de los derechos humanos. Es la puerta para reconocer los demás derechos. Y segundo, cuando de seres humanos se trata no puede haber discriminación. Así como no debe segregarse a nadie por su color de piel, por su sexo o ideas políticas, a nadie se debe discriminar por el tiempo de su existencia.

Los creyentes en Cristo nunca podremos votar a favor del aborto por una última razón: el destino último de la persona humana es la vida eterna. La muerte no es el fin de la vida humana, sino un paso, una pascua, para la entrada definitiva a donde ya no habrá más muerte, ni llanto, ni dolor porque ya todo lo antiguo terminó (Apoc 21,4-5). Y nos queda claro que no tendremos plenitud en el Más Allá si no hay compromiso de amor solidario en el más acá, sobre todo en la protección y defensa de los más débiles, y estos son los que todavía no nacen.

Este 6 de junio vayamos a las urnas con un discernimiento bien hecho acerca de quiénes son los candidatos más favorables para crear una cultura de la vida y del respeto a la dignidad de la persona, y quiénes fomentan la cultura 
de la discriminación y de la muerte; que para un católico, el valor de la vida humana no se negocia.

miércoles, 21 de abril de 2021

Descanse en alegría eterna, padre Goyo


"Vale el que sirve" es el epitafio que eligió para su sepultura el padre Gregorio Ciria Laglera –mejor conocido como el padre Goyo–, quien, después de su viacrucis acompañado por el cáncer, fue llamado a la presencia de Dios el lunes 19 de abril, entre las diez y las once la noche. El padre Goyo es uno aquellos sacerdotes españoles que llegaron para servir a la diócesis de Ciudad Juárez desde tiempos del obispo Manuel Talamás: José María Gracia, Saturnino García y Justo Jiménez, quienes ya partieron a las moradas eternas; así como Juan Manuel García, el único que permanece con vida en una casa de reposo en Madrid.

Conocí al padre Goyo en 1993 o 1994 cuando, siendo yo seminarista, me asignaron para mi apostolado de Semana Santa a la parroquia San Ignacio de Loyola, en el Valle de Juárez, donde él era el párroco. Entusiasmados y con gran expectación, llegamos mi amigo Alberto Castillo y yo para ser sus seminaristas huéspedes y servir en lo que él nos encomendara. Fueron mis papás quienes me llevaron hasta la parroquia y ahí el padre –a quien nunca habíamos visto– nos contó una anécdota con un final de subido color cuyo contenido no puedo reproducir en estas líneas, pero que hizo ruborizar a mis padres y luego nos provocó mucha risa.

Con un sentido del humor negro –ese que se hace sobre cosas que normalmente suscitarían horror, piedad, lástima y emociones parecidas– y sin pelos en la lengua, el padre Goyo invitaba al pensamiento crítico, a la reflexión, y muchas veces, con remates de lenguaje soez, conmocionaba a sus oyentes. En su último mensaje que, unos días antes de morir, dejó grabado para sus hermanos sacerdotes, el padre bromeó con su muerte y reveló cuál sería su epitafio. Incluso antes de ser introducido en su agonía conservó su genio y su chispa.

En aquel día en que Alberto y yo lo conocimos nos hizo la advertencia de que, durante nuestro apostolado de Semana Santa, no haríamos nada sino únicamente observarlo a él. Habíamos ido allí para eso, para conocer cómo vive y qué hace un sacerdote, y no para hacer celebraciones con el pueblo. Decía que sólo éramos simples seminaristas, que no sabíamos nada y que enviarnos a celebrar la palabra con la gente sería un fraude, ya que una celebración de la palabra estaba muy lejos de ser la Eucaristía. Observar, callar y aprender sería nuestro oficio.

También recuerdo su curiosa manera de alimentarse. Ese día el padre Goyo nos llevó a la cocina y nos mostró la estufa donde había únicamente una olla repleta de arroz. Era todo lo que comeríamos durante la semana; mañana, tarde y noche. Una vez agotado el arroz, durante los siguientes siete días la cacerola contendría únicamente picadillo de res. La tercera semana tocaría el turno a la ensalada de lechuga y hacia el final del mes habría sólo frijoles. De esa manera tendríamos –decía– una dieta balanceada. La Providencia no quiso dejarme durante toda la semana en la parroquia San Ignacio. El padre Gerardo Rojas me solicitó acompañarlo en El Porvenir durante los días santos, así que dejé a mi amigo Alberto observando al padre Goyo y, como los chinos, alimentándose de arroz durante toda la semana. ¡Ah!, eso sí, como buen hijo de España, en las casas parroquiales donde vivió el padre Goyo nunca faltaron el vino y el queso.

Detrás de ese hombre jocoso, franco y de mucho temple que fue Gregorio Ciria, había un sacerdote hondamente sensible y con un enorme amor a Jesucristo. Varias veces lo escuché decir que había llorado por tal o cual cosa que afectaba la vida de la Iglesia; incluso por la dramática pérdida de la fe en España. Su disponibilidad misionera para dejar su diócesis de Zaragoza y viajar al otro lado del mar, a Ciudad Juárez, así como su apasionada entrega al servicio del Reino de Dios durante 53 años en esta ciudad, en una vida sin ostentación y con espíritu de pobreza, son expresión de un alma sacerdotal enorme.

¡Cuánto bien hizo a nuestra Iglesia diocesana el padre Goyo, y cuánta alegría trajo a nuestro presbiterio! Quienes aquí nacimos hemos de agradecer a Dios por el testimonio sacerdotal de un hombre que, siendo extranjero, amó profundamente a nuestra tierra, se hizo uno de nosotros y quiso morir en este suelo. ¡Gracias, padre Goyo, por su vida y su donación! Gracias por haber disfrutado de las cosas sencillas de la vida y por enseñarnos que en el sacerdocio se puede fusionar el amor a Dios y a la Iglesia con el sentido del humor. Descanse hoy en el pecho de Aquel que es la felicidad eterna y goce con las alegrías inefables que habitan en la casa de Dios.

miércoles, 14 de abril de 2021

Bravobús en Ciudad Juárez


A
lgunas protestas se han levantado contra el BRT II (Bus Rapid Transit) Bravobús, el proyecto de transporte semi masivo para Ciudad Juárez. Como cristianos católicos estamos llamados a superar nuestros intereses personales o partidistas y analizar si esta obra del gobierno acrecentará, realmente, el bien de toda la comunidad. Por eso hemos de discernir el proyecto a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, es decir, con los criterios del Evangelio.

Una de las enseñanzas fundamentales de la Iglesia en materia social es la protección de los más débiles y pobres de la sociedad. El papa León XIII en la Rerum novarum afirma que "la gente rica, protegida por sus propios recursos, necesita menos de la tutela pública; la clase humilde, por el contrario, carente de todo recurso, se confía principalmente al patrocinio del Estado". Durante décadas, los más desprotegidos en Ciudad Juárez se han movilizado en un sistema de transporte público deficiente y contaminante, con autobuses de segunda, que ha quedado rezagado por el acelerado crecimiento que ha tenido la ciudad.

Hoy que se quiere poner a disposición de las clases más humildes –las que no pueden comprar coches particulares– un servicio de transporte de alta categoría, con una organización moderna, rápida y eficiente, hay personas que, por ver afectados únicamente sus intereses, se empeñan en mantener rezagados a los más pobres. 

En la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII, la Iglesia enseña que entre los deberes del Estado, en materia de justicia social, está la búsqueda de la armonía entre el desarrollo económico y el progreso social, el afán de ampliar los servicios públicos esenciales –carreteras, transportes, comercio, agua potable, vivienda, asistencia sanitaria– y la organización de sistemas eficaces de producción, entre otros.

El proyecto de transporte semi masivo para Ciudad Juárez es un proyecto que nació del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP), desde hace muchos años, para solucionar el rezago en el sistema de transporte público. Está fundamentado en amplios estudios de movilidad urbana, con análisis del número de vehículos que circulan por las calles, vialidades, horarios, rutas de autobuses y muchos otros factores. No es obra del capricho ni de ocurrencias del gobernador actual Javier Corral, ni del anterior, César Duarte. Es una obra que la ciudad necesitaba con urgencia y en la que los gobiernos tardaron demasiado.

Entre los juarenses a menudo se escucha el lamento de que los gobiernos estatales y federales no otorgan a nuestra urbe los recursos económicos que le corresponden, y que por ello somos una ciudad saqueada. Hoy la inversión para el BRT II en Ciudad Juárez es de más de 1200 millones de pesos; se trata de un acto de justicia social para mejorar las condiciones de vida de los más pobres y desvalidos. Si a eso agregamos la  inversión de más de 450 millones de pesos en obras que realiza la Junta de Aguas para solucionar el grave problema de falta de drenaje pluvial de la ciudad, creo que, al menos, debemos alegarnos.

El papa Francisco en Laudato si, señala que el transporte suele ser causa de grandes sufrimientos en las ciudades. La circulación de muchos coches utilizados por una o dos personas complica el tránsito y produce mucha contaminación, consume grandes cantidades de energía, hace que se construyan más autopistas y estacionamientos que complican el tejido urbano. Por ello el papa nos invita a utilizar más el transporte público o a compartir un mismo vehículo entre varias personas, como pequeñas acciones que podemos hacer para crear ciudades menos contaminadas y fortalecer el tejido social.

Santo Tomás de Aquino hablaba de "caridad social" o "amor social", como aquello que vincula a los ciudadanos unos con otros, no de manera íntima e interpersonal, sino como vínculo abierto a toda la comunidad. Es un lazo civil que une al ciudadano con la totalidad del cuerpo social. Es como el alma de la sociedad y la fuerza de su cohesión interna.

Celebro la construcción del BRT II. Estoy convencido de que hará que vivamos en una ciudad más ordenada y pondrá condiciones para que existan mejores vínculos de amor social entre los juarenses. Seguramente muchos de quienes hoy conducimos coches, utilizaremos más el transporte público. Ya lo dijo el papa Francisco en Fratelli tutti: "El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos".


domingo, 11 de abril de 2021

Adoración y civilización


"¡Señor mío, y Dios mío!" Con estas palabras santo Tomás Apóstol reconoció la divinidad de Cristo resucitado y lo adoró reverente. No fue fácil. Tomás no tuvo la primera experiencia de la resurrección aquel día en que la tuvieron sus hermanos apóstoles. Él no estaba presente y por eso su imagen de Cristo era más humana que divina. Como hombre de carne y hueso, Tomás estaba familiarizado con la carne mortal de su Maestro, pero no con el cuerpo glorioso del Resucitado.

Hay muchos cristianos que creen solamente en un Cristo muy humano y poco divino; se lamentan de Dios porque no les cumple lo que ellos piden. La salud que imploran nunca llega, o su situación financiera no mejora. Así, habiendo convertido a Jesucristo en un ídolo pagano que debería de estar a su servicio, acaban renegando de la fe porque Cristo no cumple con sus deseos materiales. Conozco personas que incluso han abandonado la Iglesia por este motivo.

Únicamente cuando tenemos la experiencia de tocar las llagas gloriosas del Cristo resucitado, somos realmente cristianos. Quien mete sus dedos en los agujeros de los clavos experimenta su misericordia y se llena de confianza en Él. Todo lo demás viene por añadidura. La vida se llena de luz divina y la ley de Dios se inscribe en el corazón. El contacto con el amor de Dios, que no abandona a sus hijos, es la base de toda la vida cristiana. No se trata, entonces, de pedir a Dios muchas cosas, sino de esperar y confiar en Él, cuya misericordia es inagotable.

Es a través de la recuperación del temor reverente por lo sagrado y la adoración silenciosa como entramos en contacto con Cristo resucitado. Los templos son, por excelencia, los lugares donde podemos tener esta experiencia. Explica Romano Guardini que nuestros templos católicos tienen dos imágenes significativas: la puerta y la mesa del altar. La puerta es la frontera donde termina una cosa y comienza algo nuevo. En la puerta de entrada termina el espacio del mundo y empieza el espacio de Dios. El altar es el símbolo de la frontera que marca el más allá, del lugar donde Dios reside.

Por eso al sacerdote lo vemos celebrar al otro lado del altar, como ocupando el lugar de Dios. Cuando nos educamos en la adoración y el temor reverente a Dios, podemos vivir la experiencia de Moisés ante la zarza que ardía en el Horeb y que no se consumía. Y así hacemos para nosotros las palabras que Dios dirigió al caudillo de su pueblo: "Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar que pisas es suelo sagrado" (Ex 3, 1-5).

Los altares de nuestros templos –explica Robert Sarah– son el corazón de nuestras ciudades. "Nuestros pueblos se han construido literalmente alrededor del altar, apiñados en torno a la iglesia que los protege. La pérdida del sentido de la grandeza de Dios es una regresión terrible al estado salvaje. El sentido de lo sagrado constituye, de hecho el núcleo de cualquier civilización humana". Por eso la piedra fundamental de Ciudad Juárez y El Paso Texas –lugar donde vivo– no es la Misión de Guadalupe como edificio histórico, sino el altar que sus paredes custodian, ya que fue la presencia de Dios la que, en esta tierra, hizo nacer civilización y cultura.

El "Señor mío y Dios mío" de santo Tomás habla de sentimientos de respeto y reverencia hacia la majestad de Dios. De esos sentimientos –dice Sarah– brota también toda la urbanidad, la amabilidad y la cortesía humanas. Somos imagen y semejanza de Dios. La frase del apóstol hace posible que nosotros nos reconozcamos y nos tratemos como hermanos. La adoración a Cristo resucitado nos descubre nuestra inmensa dignidad. 

Dejar de adorar nos despoja de la nobleza divina, y así nos convertimos en mercancías, en objetos de laboratorio, y nuestras relaciones humanas se tiñen de vulgaridad y agresividad. El feminismo abortista y movimientos sociales como Black Lives Matter son tristes ejemplos del ser humano que ha dejado de adorar y que ha perdido el sentido de lo sagrado. Los católicos hemos de educarnos en la adoración, a ejemplo del apóstol Tomás, porque "cuanta más deferencia mostremos ante Dios en el altar –dice el cardenal– más delicados y corteses seremos con nuestros hermanos".

martes, 6 de abril de 2021

Libres, coherentes y con visión de cielo


H
oy celebramos la razón y el sentido de nuestra vida. La Resurrección de Jesucristo nos hace contemplar el amor que venció la tumba y que hoy vive victorioso. El perfume que exhala el sepulcro vacío es tan intenso que la Iglesia no puede aspirarlo en un solo día. Necesita ocho días –la octava de Pascua– para inhalar su dulce aroma y proclamar el gran misterio que nos hace sentir su presencia viva y nos hace amarnos como hermanos.

La Resurrección del Señor es el triunfo de la libertad sobre el miedo. Las personas no nos damos cuenta de las cadenas que tenemos hasta que intentamos movernos. El miedo es una cadena. Pedro había asegurado a Jesús que no lo traicionaría, pero ignoraba que dentro de él se escondía el miedo. Cuando a Jesús lo llevaron preso, Pedro acabó traicionando a su maestro por el miedo a ser acusado. Solamente la resurrección de Jesús lo hizo vencer el miedo.

La experiencia que nos ha dejado el Covid-19 durante el último año es también la del miedo. Muchos siguen temerosos del contagio y aún permanecen dentro de sus casas. Ni siquiera se atreven ir a las iglesias porque el miedo los paraliza. Sin duda debemos seguir cuidándonos porque el coronavirus no se ha ido y puede venir una nueva ola de contagios. Pero si bien es cierto que el miedo nos previene de muchos males, el exceso de miedo nos paraliza. Aquellos que son más libres son los que vencen el miedo porque tienen la certeza de que después de esta vida, nos aguarda el mundo del Resucitado.

La Resurrección de Cristo es también el triunfo de la coherencia sobre nuestras inconsistencias. Jesús, durante su proceso hacia la muerte respondió a dos preguntas de vida o muerte, y dijo la verdad. Caifás le preguntó si era el Mesías, a lo que Jesús no se retractó. Pilato le preguntó si era rey, a lo que Cristo respondió afirmativamente. Si hubiera dado una respuesta negativa a ambas preguntas, muy probablemente se hubiera librado de la muerte. Pero Jesús se mantuvo coherente en sus respuestas.

La palabra de los resucitados con Cristo busca ser coherente, sobre todo en aquello que afecta las opciones fundamentales de la vida. Los casados que saben vencer las tentaciones de infidelidad para mantenerse fieles a la palabra dada ante su cónyuge y ante Dios; los sacerdotes y religiosos que viven su celibato con alegría y que mantienen sus promesas de obediencia y respeto a su obispo; el político que cumple con sus promesas de campaña. Tantas veces nuestras incoherencias ante la palabra dada desgarra a las familias, al tejido social y a la misma Iglesia.

La Resurrección de Cristo, finalmente, es la victoria del cielo sobre la tierra. Es la visión de la vida que nos saca de la rueda a la que el mundo nos quiere aferrar: producir, consumir y divertirnos; y cuando ya no producimos, ni consumimos ni nos divertimos, el mundo nos ofrece la eutanasia porque la vida ha dejado de tener sentido. Vivir resucitado con Cristo es sobreponerse a esa rueda esclavizante del mundo para vivir en la alegría de un amor que nos sobrepasa y que nos envía a compartir la mejor noticia que ha recorrido la historia. ¡Feliz Pascua a todos los resucitados con Cristo!

Practicar yoga

Pregunta : La Yoga, ¿Va o no va en contra de la fe Católica? Hay quien dice que si es solo para ejercitarse, no hay problema. Respuesta : P...