miércoles, 23 de febrero de 2022


 

Hijos de madres violadas


Nataly, chica mexicana, tenía 14 años cuando conoció a un joven de 17 en el gimnasio. El muchacho, que era muy carismático, tenía fama de ser agresivo; su pasado era de abandono, drogas y cárcel y, sin embargo, se portaba agradable y simpático con ella. Un día que la invitó a salir, la llevó a un lugar oscuro donde la besó a la fuerza. Ella, disgustada, no quiso saber nada de él. Tiempo después lo volvió a encontrar y él le propuso ir a un lugar "increíble" donde le presentaría a su familia. La llevó caminando hacia un lugar despoblado y ahí la tiró por tierra donde la forzó a tener una relación sexual. Después de la violación ella se sintió profundamente humillada y sucia.

Sin que ella lo advirtiera, en la oscuridad de su cuerpo, los espermatozoides del violador hacían su carrera por las trompas de Falopio hasta que uno de ellos penetró en su óvulo. Después de la unión de los gametos se creó un nuevo ser en su vientre, dotado de un ADN diverso al de la madre y con un alma inmortal creada por Dios. Un nuevo ser humano había entrado en la existencia. Sin saber de su embarazo, la chica se sumergió en una gran tristeza por la experiencia de la violación. Mientras tanto su período menstrual no se presentaba porque el embrión se había instalado en su endometrio donde se alimentaba y crecía. Cuando los padres de la chica se enteraron, lloraron mucho. Fueron meses dramáticos con muchos días de llanto, de no comer y no dormir. A pesar de todo, la chica quiso tener a su bebé y nunca se arrepintió de ello. La que fue aquella bebé es hoy una linda mujer de 30 años de edad.

El caso de Nataly –cuyo nombre real no se revela– es descrito "Save the 1" o "Salvar el 1", una organización pro vida que tiene 450 personas afiliadas que fueron traídas al mundo por violación. El nombre de esa organización se debe justamente a su objetivo, que es salvar del aborto a ese uno por ciento del total de la cifra total de abortos, que son los casos de abortos que se practican por violación.

Como toda mujer que ha sido violada, Nataly tuvo una experiencia horrible, repugnante y traumática. Sus padres seguramente quisieron ayudarla y lo hicieron. De hecho ellos, no obstante las lágrimas y el coraje, se alegraron con el nacimiento de su nieta. Pero si hubieran querido ayudarla llevándola a abortar, ellos hubieran cometido otro horrible, traumático y repugnante acto de violencia contra su hija. El aborto no puede nunca ser esa ayuda para una mujer que ha sido violada. Es un acto de violencia brutal que se utiliza para resolver otro acto de violencia brutal.

La sociedad en general propone que abortar, en caso de violación, es lo correcto. Se les dice a las víctimas que es algo "por su propio bien", y que es la mejor solución. Se trata de justificar esta postura con la idea de que debe ser horrible ver la cara del violador en el rostro del hijo, y que ese niño le recordará permanentemente a su madre el día en que la violaron. A quienes están a favor de esta solución se les olvida de que aquí hay dos víctimas: una mujer traumatizada por la violación, y un niño inocente no nacido a quien se aplica la pena de muerte por una acción que cometió su padre. Mientras que al padre culpable se le condena a la cárcel por su delito, al bebé inocente se le impone la pena capital.

Son muchas las mujeres que han quedado embarazadas como resultado de una violación. Los espermatozoides lo pusieron los violadores y los óvulos, ellas. Así que son madres de esos niños. Aquellas que decidieron dar a luz a sus hijos, han dado testimonio de que con el nacimiento sus heridas sanaron, y de que poder ver y sostener a su bebé les ayudó a recuperarse. Ellas perciben que Dios es el único que es capaz de convertir un evento trágico y doloroso en algo muy bueno: un ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Y aunque algunas deciden dar a sus bebés en adopción mientras que otras se quedan con ellos, raramente alguna llega a arrepentirse de haber dado a luz un niño al mundo.

Aquellas mujeres que fueron violadas y que deciden abortar a sus hijos, tienen testimonios muy diferentes. Suelen decir que el dolor por el aborto fue más grave que el dolor por la violación, y que fue mucho más complicado y difícil recuperarse de haber abortado que el haber sido violadas. Afirman que, mientras que la violación no las hizo sentir culpables porque no lo eran, el aborto desató en ellas enormes sentimientos de culpa. (Mary Beth Bonacci, Real love).

Jane Moore, esposa y madre de dos hijos, y quien es una mujer concebida por violación dice en su testimonio: "Doy gracias a Dios a menudo porque no me mataron en el vientre de mi madre. Mi corazón se rompe al pensar que el mundo nunca hubiera conocido el regalo de mis dos maravillosos hijos. ¿Se notaría mi ausencia, o la ausencia de mis descendientes? He hecho cosas maravillosas en mi vida y he conocido y amado a personas increíbles. Me gusta pensar que los he moldeado como ellos me han moldeado a mí". (blog: Salvar el 1)

La vida es increíble y Dios la regala a todo bebé que crece y se mueve en el vientre de su madre, sin importar de qué manera hemos sido concebidos. Él quiere que todos vean, un día, su luz.

martes, 15 de febrero de 2022

Trauma post aborto


Hace años, cuando servía en mi primera parroquia, recuerdo que una tarde llegó una chica hecha un mar de llanto y dado gritos de desesperación. Inconsolable y profundamente arrepentida la mujer, quien tendría unos 20 años de edad, vino directamente a la iglesia luego de haber abortado a su bebé en una clínica de la vecina ciudad de El Paso Texas. Era tan aguda su consternación que me pareció que podría compararse a la de una madre que ve que un coche atropella a su bebé. Jamás olvidaré su llanto y su sentido arrepentimiento.

Hay mujeres que después de haber abortado no se atreven a acercarse a un confesionario por el temor de ser rechazadas o juzgadas. Creen que del aborto cometido Dios no las puede perdonar; sienten que sido un pecado tan grave que ni ellas mismas se pueden perdonar. Ciertamente ha sido un pecado muy grave –no hay que ocultarlo– puesto que una vida inocente ha sido sesgada. Sin embargo esas mujeres ignoran que sus sentimientos o tormentos de culpa, aunados a su arrepentimiento sincero, son una gracia que Dios pone en sus almas para atraerlas a su misericordia. El remordimiento de conciencia es el mecanismo por el que Dios atrae a las almas para unirlas a su amor curativo. Siguiendo la luz de su conciencia se llega a las mismas fuentes del perdón.

Muchas de las mujeres que hoy están a favor del aborto despiertan de su engaño después de haberse practicado un aborto. Un sinnúmero de ellas que han abortado –y también los hombres que las indujeron a abortar– han encontrado en el confesionario el amor misericordioso de Dios, que no ha venido a condenar sino a salvar lo que estaba perdido. Un principio del sacramento de la Confesión es que, cuando el corazón está arrepentido y dispuesto a no volver a cometer el pecado, Dios se inclina para otorgar su perdón, por más grave que la culpa haya sido.

Otras en cambio, adoctrinadas por las mentiras feministas, reprimen su culpa y presumen de que el aborto las liberó; hay quienes cínicamente dicen, incluso, que lo volverían a repetir. A esas no podemos llamarlas sino verdaderas desgraciadas, por la sencilla razón de que sus almas rechazan la gracia. Si hicieran un poco de silencio y escucharan esos pequeños pies en su conciencia; si se metieran en los pliegues de su corazón y escucharan la voz de Dios que les habla en su interior, despertarían de la embriaguez de su ideología, reconocerían que lo que hicieron estuvo muy mal hecho y descubrirían que el arrepentimiento y el pedir perdón a Dios son necesarios para recuperar la paz del corazón.

Muchas mujeres que abortan no saben el tesoro de Jesús dejó para su Iglesia en el Sacramento de la Confesión. Es una pena muy grande que la mayoría de los católicos se confiesen únicamente cuando son niños y hacen su Primera Comunión. En Estados Unidos, el Centro de Investigaciones Aplicadas en el Apostolado de la Universidad de Georgetown hizo un estudio sobre el sacramento de la Reconciliación y descubrió que tres cuartas partes de los católicos no han participado en este sacramento en, al menos, un año. Si la mayoría de los católicos acudieran con frecuencia a los confesionarios, estoy seguro de que no habría tantos enfermos mentales.

Aunque una mujer que se ha procurado el aborto encontrará el perdón de Dios al impartírsele la absolución sacramental en la Confesión, no volverá a tener una vida como antes la tenía. El aborto tiene profundas consecuencias emocionales para la mujer, así como para las personas que participan en él. La violencia homicida ocurre dentro del cuerpo de la mujer, lo cual le provoca un serio trauma emocional a largo plazo. El aborto le trae profundas consecuencias psicológicas que van desde la culpa, el arrepentimiento y la depresión, hasta el consumo de drogas, la promiscuidad sexual, la desesperación y el suicidio. Este trauma post aborto lo sufren mujeres de todas las edades, pero afecta especialmente a las adolescentes.

Por ser una experiencia demasiado dolorosa para enfrentar directamente, el síndrome o trauma post aborto puede ser reprimido y sepultado en el silencio durante años. Pero pueden ocurrir eventos que hagan detonar en la mujer la respuesta traumática completa. Por ejemplo, cuando viene un segundo embarazo en la vida de la mujer que abortó, y ella mira a su bebé vivo a través del ultrasonido, y ve cómo se mueve, su imaginación se abre; empieza a comparar a su bebé abortado con el niño que viene en camino, y es entonces cuando se da cuenta de que no se trataba –como le dijeron– de una "pequeña bolsa de células", sino de un ser humano vivo. Ese despertar a la verdad detona en ella una profunda ola de dolor traumático.

Ante la dramática realidad de la mujer que abortó, la respuesta de los católicos no debe ser condenatoria. Al contrario, hemos de mostrar todo el amor misericordioso de Dios que quiere perdonar y curar los corazones heridos. Podemos encauzar a estas mujeres hacia los centros de ayuda a la mujer con embarazo en crisis que existen en muchas diócesis. Muchos de estos centros cuentan con programas curativos o retiros espirituales para quienes han abortado, o bien podemos encaminarlas con algún sacerdote o ministro de culto para hablar con ellas. Recordemos que el aborto también afecta a los maridos, novios, padres de familia y hermanos.

La mentalidad "pro choice" o "pro elección" es una mentira infame. Me quedó claro cuando traté de consolar a aquella chica que, con una angustia escalofriante por haber abortado, hace años llegó a mi parroquia. El aborto mata a los bebés y a los corazones de las madres. Por eso el aborto jamás será una buena elección.

martes, 8 de febrero de 2022

La muerte de nuestros sacerdotes

Foto: José Zamora, Norte Digital

En un período de dieciocho días el ángel del Señor vino a tres de nuestros sacerdotes para pedir sus almas. Primero la muerte pasó por Madrid llevándose al padre Juan Manuel García Martínez; en El Paso Texas el hado visitó al padre Benjamín Cadena de Santiago; y hace apenas unos días, en Ciudad Juárez, la fatalidad cayó sobre el padre José Solís Aguilera. Eran, los tres, sacerdotes de impronta. Sus muertes han dejado un vacío helado en la diócesis y mucho pesar en las almas.

Los tres sacerdotes salieron de este mundo tras prolongadas agonías. El padre García llevaba muchos meses convaleciente por una enfermedad que lo dejó inválido y le quitó el habla. El padre Benjamín, víctima del Covid, luchó durante varias semanas hasta que sus pulmones no pudieron más. El padre Solís estuvo más de quince días en terapia intensiva por complicaciones gastrointestinales, entre graves crisis y sutiles promesas de recuperación. La enfermedad desplegó su saña en cada uno de ellos hasta que sus carnes ya no pudieron retener sus almas.

Detrás del velo de tristeza que deja la muerte de estos tres amados sacerdotes, la fe nos permite descubrir un drama más profundo del que fueron partícipes. El drama comenzó el día en que ellos fueron ordenados sacerdotes. Si bien todos los cristianos fuimos bautizados en Cristo y, por lo tanto, incorporados a su muerte (Rom 6,3), nadie como el sacerdote está configurado al Siervo sufriente que anunció Isaías, y que será el mismo Jesucristo en su pasión y muerte.

Si bien algunos de los sufrimientos físicos de los sacerdotes y de los laicos pueden ser mayores que los dolores corporales que Cristo experimentó en su Pasión, jamás nadie superará al Señor en sus sufrimientos morales. Todo el cúmulo de dolores, angustias, desconsuelos y tribulaciones de la humanidad nunca se podrán acercar, ni de lejos, a la pasión del alma del Redentor. "Al que no conoció el pecado, Dios lo trató por nosotros como al propio pecado, para que, por medio de él, nosotros sintiéramos la fuerza salvadora de Dios" (2Cor 5,21).

Las muertes de los padres García, Cadena y Solís, más allá de la humana tristeza de la despedida, encierran una gracia que se derrama en nuestra Iglesia diocesana. Ellos vivieron el sacerdocio como una apasionada entrega. Fuimos testigos de que en sus vidas se esforzaron por difundir el Evangelio y por conducir a sus feligreses al contacto con el Dios vivo. Sus muertes fueron la culminación de sus vidas entregadas por amor. Por ser sacerdotes, Jesucristo sumo y eterno sacerdote vivió y murió en ellos. La muerte de los padres, incorporada a la de Cristo sacerdote y víctima, es un evento que derrama la gracia de la salvación en la Iglesia.

Ciudad Juárez es una urbe con un sinfín de problemas y pecados: desde el narcotráfico, la drogadicción, la violencia callejera y la trata de personas; los dramas de los migrantes y la desintegración de las familias; la indiferencia y el irrespeto a Dios hasta la corrupción en las instituciones y las inmoralidades sexuales. Toda esa iniquidad forma parte del misterioso cáliz del Señor, de esa copa del vértigo que Cristo apuró en Getsemaní y en el Calvario, y que sigue compartiendo a sus sacerdotes para expiar con él: "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?" (Mt 7,22). 

Nunca el sacerdote es tan sacerdote cuando por amor ofrece sus sufrimientos –físicos y morales– por la salvación de la humanidad. La muerte de nuestros sacerdotes es la muerte de Cristo que se vive por el sacramento del Orden. Hoy damos gracias a Dios por aquellos que gastaron su vida y ofrecieron su muerte por nuestra salvación, y pedimos que el Cielo nos conceda más sacerdotes-víctimas que vengan a ocupar el lugar de los que ya traspasaron las fronteras de este mundo y han entrado en la alegría de la vida futura.

Nuestros cuerpos sufrientes

A medida en que pasan los años nos vamos haciendo personas más vulnerables en nuestra dimensión física. Aparecen nuevas dolencias, se manifi...