martes, 30 de noviembre de 2021

Sexo prematrimonial y divorcios


Hace muchos años, "en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme", conocí a una chica que estaba muy enamorada de su novio. Después de una relación de dos años en los que tuvieron actividad sexual con regularidad, decidieron casarse. Ella llegó de blanco y puntual a la Iglesia para la celebración de su boda, pero pasaron los minutos y el novio no aparecía. El sacerdote tuvo que iniciar la misa sin el muchacho mientras ella, angustiada, esperaba en el coche. La misa terminó y el novio nunca llegó. La había dejado plantada. Durante las horas siguientes ella no tuvo noticias de él, y fue hasta dos días después cuando apareció para decirle que lo habían secuestrado. Ella ingenuamente le creyó.

Tener relaciones sexuales durante el noviazgo ofusca, sin duda, la mente de los novios. Cada vez que ellos tienen intimidad hablan en un lenguaje corporal que no está en sintonía con la realidad de su noviazgo. Si tomamos en cuenta de que por medio del acto sexual vienen nuevas vidas humanas a la tierra; si vemos que el acto sexual crea un vínculo emocional muy fuerte entre la pareja que los hace querer estar juntos; si consideramos que el sexo es expresión de una entrega total de cuerpo y alma a la otra persona, entonces nos damos cuenta de que Dios creó el sexo con una lógica interna, y esa lógica se resume en dos palabras: "para siempre".

Cuando una pareja hace el amor como Dios ha querido, entonces su lenguaje es el siguiente: "me quiero para ti, te doy mi cuerpo, mi alma, todo mi ser, y para toda la vida, hasta que la muerte nos separe; quiero tener hijos contigo y educarlos". Este significado que Dios ha querido para el sexo no se vive durante el noviazgo. La pareja de novios, al fornicar, está hablando un lenguaje mentiroso: "te doy mi cuerpo pero no mi alma porque no tengo compromiso total contigo; y no quiero tener hijos contigo, al menos por ahora".

Pero vayamos a la historia de aquella chica plantada en el atrio parroquial el día de su boda. La historia terminó más triste todavía. Después de unos meses en que ella creyó la mentira del secuestro, volvieron a establecer su relación y nuevamente decidieron casarse. El sacerdote al que le solicitaron la boda, sabiendo lo que había ocurrido en aquel día de sus nupcias fallidas y sospechando que el novio había estado mintiendo, se rehusó a casarlos. Finalmente fueron a contraer matrimonio a un pueblo lejano de su diócesis donde esta vez la boda sí se realizó. Pero llegada la la luna de miel aquel hombre sacó toda su furia y la golpeó hasta que se cansó. Fue cuando ella abrió ojos para darse cuenta de que había tenido un novio realmente trastornado y era muy peligroso. Y fueron muy felices... cada uno en su casa.

Es un hecho de que las personas que llegan vírgenes al matrimonio se divorcian menos. La razón es muy sencilla: las relaciones sexuales crean un vínculo emocional muy poderoso en la pareja, vínculo que no permite descubrir los defectos de la otra persona o a no darles la debida importancia. Ese enlace psicológico fue creado por Dios para mantenerlos unidos en el matrimonio. Pero al salirse del plan divino y caer en el hábito de la fornicación, los novios rompen el proyecto de Dios y, la mayor parte de las veces, pagan las consecuencias con rupturas dolorosas.

La novia plantada en su boda y aporreada en su luna de miel había tomado la malísima decisión de casarse con una persona absolutamente desaconsejable para el matrimonio. Su decisión la tomó con el corazón y no con el cerebro. Si no hubiera tenido vida sexual con su novio, lo más probable es que la relación hubiera terminado pronto, apenas el hombre hubiera empezado a hacer sus escenas de ira. Aquellos novios que saben esperar hasta el matrimonio, pasan sus noviazgos conociendo realmente a la otra persona en sus virtudes y sus defectos para decidir si valdrá la pena pasar el resto de su vida casados; son novios que saben tomar sus decisiones con el corazón utilizando también la inteligencia.

La dramática experiencia que tuvieron esos novios –la chica plantada primero y abofeteada después– es extrema, y por ello es elocuente para ilustrar los peligros del sexo prematrimonial. Este tipo de historias y otras muchas de fracasos conyugales pueden hacer que muchos jóvenes solteros quieran pensar en todo menos en el matrimonio. Sin embargo no deben de tener miedo. Hay que decirles la verdad: se puede formar un matrimonio muy feliz y para toda la vida. Solamente deben de vivir bien sus noviazgos, con altos estándares. Deben reservar la actividad sexual sólo para el matrimonio y aprender a conocerse desde el fondo del alma. Esto les dará la libertad para tomar una decisión tan trascendental como es la de fundar con otra persona un hogar para toda la vida.

martes, 23 de noviembre de 2021

La trampa del sexo prematrimonial


Muchas parejas de novios suelen "comerse la torta antes del recreo". Ellos se justifican diciendo que es lo normal y que todos lo hacen; o bien quieren probar su hombría o su feminidad; otros lo hacen por curiosidad o por no querer que les digan anticuados o cuadriculados. Muchos creen que tener relaciones sexuales con su pareja o con personas ocasionales es algo inofensivo, pero no es así. El sexo tiene profundas consecuencias emocionales que afectan hondamente sus vidas y de las cuales ellos muchas veces no se percatan. El sexo prematrimonial es una trampa de la que hay que prevenir a las nuevas generaciones. Veamos por qué.

Hemos dicho que Dios creó un sistema llamado "matrimonio y familia" para traernos al mundo. Nacemos y convivimos en familia, aunque sabemos que la convivencia no siempre es fácil. A veces hay roces y conflictos que causan daño, y se necesita amor y voluntad para resolverlos. Imaginemos una pareja que ha decidido casarse. Ellos llegan a la boda con la voluntad de entregarse uno al otro todos los días de su vida. Esto no es cualquier cosa. El amor que se profesan debe tener tal grado de madurez que les permita soportar los conflictos a los que se enfrentarán en su vida conyugal.

En 2017 celebré el aniversario matrimonial número 76 de mis abuelos, que hoy ya han entrado en la vida eterna. 76 años es una edad a la que no llegan muchas personas. Ellos los vivieron ¡de casados! ¿Qué hace Dios para ayudar a mantener unidos a los esposos? Algo asombroso. En su sabia providencia, dispuso que entre el marido y la mujer se creara una hormona cuando se unen en intimidad sexual. La hormona se llama oxitocina y funciona como una especie de super pegamento emocional que los une psicológicamente, que hace que quieran permanecer unidos y que no vean sus mutuos defectos. 

El sexo, entonces, no es algo que se realiza con el cuerpo mientras que el corazón y el alma se quedan afuera. El sexo crea ese vínculo emocional que los hace sentirse en comunión de personas. Algunos le llaman "conexión". Hemos experimentado esa conexión, comunión o vínculo emocional tal vez con un grupo de amigos que la pasan muy bien cuando hacen deporte juntos, o cuando estamos en armonía familiar. Hasta los perros experimentan fuertemente ese vínculo emocional con sus amos. Pero en el matrimonio es algo increíble porque se produce a través de la oxitocina cuando los esposos tienen relaciones íntimas. La misma oxitocina se produce cuando una madre está en su período de lactancia y amamanta a su bebé. Hay un vínculo emocional muy fuerte causado por la hormona que enlaza a la madre y al hijo.

El mismo acto que engendra una familia –el acto sexual de los esposos– es el acto que les ayuda a vivir su compromiso matrimonial. Dios creó la oxitocina como una ayuda para que los esposos permanezcan unidos. La comunión o vínculo que crea dicha hormona hace que marido y mujer oscurezcan su visión sobre la otra persona y pasen por alto los defectos o las irritaciones que encuentran en su vida marital. Por eso el vínculo es el super pegamento que se crea entre sus almas para ayudarles a superar los problemas menores y mayores que encontrarán en su vida común. "Y serán los dos una sola carne", dijo Jesús.

Hoy muchas parejas de novios, al fornicar sin estar casados, producen oxitocina durante su excitación sexual, y así crean entre ellos ese vínculo emocional fortísimo que los hace querer permanecer unidos, pero sus mentes se ofuscan para conocerse profunda y realmente el uno al otro. Han entrado en una zona de peligro. En realidad han caído en la trampa que los puede llevar a cometer el gravísimo error de casarse con la persona equivocada. El divorcio es la consecuencia más dolorosa. Por eso el sexo no es cualquier cosa. Tiene consecuencias emocionales.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Fecundidad o fertilidad


Una de las condiciones para que un matrimonio tenga validez es que la pareja sea capaz de realizar el acto conyugal completo: erección, penetración y eyaculación en la vagina de la mujer. Si los esposos no tienen la capacidad física para realizar el acto conyugal la Iglesia no puede casarlos. La fórmula sagrada del consentimiento matrimonial que ellos expresan verbalmente frente al altar es completada en la alcoba conyugal mediante la entrega total de sus cuerpos y almas. Es lo que se llama "matrimonio rato (celebrado) y consumado", y no hay poder humano que lo pueda disolver, a menos de que existan ciertas causales.

Ninguna pareja puede saber si después de cada acto conyugal ocurrirá un embarazo. Las mujeres son fértiles solamente durante algunos días del mes y durante algunos años de su vida. La fertilidad es variable según cada mujer. Hay quienes tienen ocho o más hijos, y hay quienes no tienen ninguno, pero esto no es lo importante para lo que estamos tratando. Lo más relevante es que la pareja realice el acto conyugal para que pueda existir una familia, pero eso habrá que ponerse en manos de Dios, para que Él decida si traerá o no nuevas vidas a la tierra. Los hijos son una bendición divina para el matrimonio, pero si la pareja no puede tener hijos, Dios puede dar la fecundidad de otras maneras. El acto conyugal en las manos de Dios nunca será estéril porque es un reflejo de su amor fecundo.

Durante la celebración de las misas pro-vida que tenemos en la diócesis una vez al mes, siempre invito a las parejas que no pueden tener hijos para orar juntos y pedir para ellas el don de la fertilidad. En muchos de sus rostros veo el sufrimiento, la ansiedad y la frustración que la falta de hijos les provoca. Sueñan con una descendencia, lo que es normal, pues los hijos son el fruto más excelente del matrimonio. Siempre les recuerdo que los hijos hay que pedirlos a Dios, ya que nadie tiene derecho a tenerlos. Eso sí, los esposos tienen el derecho y el deber de realizar el acto conyugal, pero no a tener hijos. Los hijos vienen como regalo de Dios, quien se vale de la unión de los gametos de los esposos para insuflar, en el óvulo fecundado, un alma inmortal creada a su imagen.

Un error que se comete con frecuencia es identificar la fecundidad con la fertilidad. No es lo mismo. La fecundidad es un valor al que todos los matrimonios están llamados, y una de sus muchas expresiones puede ser la fertilidad. Puede ocurrir que un matrimonio muy fértil no sea un matrimonio fecundo. Una pareja, por ejemplo, que ha tenido diez hijos porque el marido llegaba borracho a la casa no es una pareja fecunda, sino sólo una pareja que se ha reproducido muchas veces. Al contrario, un matrimonio que quiere tener un hijo y no logra el embarazo por diversas causas, puede ser una pareja muy fecunda a través de la adopción o por dedicarse a alguna obra de caridad social.

Los matrimonios que, por diversas circunstancias, no pueden tener hijos hay, al menos, dos opciones moralmente correctas, según la moral católica, que pueden seguir para remediar la esterilidad y ser fecundos. La primera opción es la adopción. La Iglesia aconseja para las parejas estériles pueden abrir su casa para regalar una familia y un hogar a un niño abandonado. No es una opción fácil para todos, pero cada vez son más parejas las que se están abriendo a esta posibilidad. San Juan Pablo II señalaba en Evangelium Vitae que "El verdadero amor paterno y materno va más allá de los vínculos de carne y sangre, acogiendo incluso a niños de otras familias, ofreciéndoles todo lo necesario para su vida y pleno desarrollo" (n. 93).

Recordemos que el amor de Dios no hace selección de personas. Dios no ama más a quien fue engendrado en una relación de amor de personas casadas por la Iglesia, que una persona que nació como consecuencia de una violación. Dios ama con locura a todos los seres humanos, sin importar las circunstancias en que fueron concebidos. Todos somos imagen y semejanza de Él, y por eso Dios está enamorado de nosotros. Confiamos siempre en que el Señor sabe escribir en renglones torcidos y sacar de los males bienes mayores.

La segunda posibilidad es la paternidad espiritual. Conozco matrimonios que, por amar a Dios sobre todas las cosas y por no poder tener hijos, han sabido hacer de su vida un apostolado llevando la buena nueva a los pobres, la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos. Trabajan en misiones y se ponen el delantal en las colonias y centros comunitarios donde hay graves carencias materiales y morales. Saben que su amor no puede quedarse encerrado en sus dos corazones, sino que tiene que derramarse en el servicio, más allá de la relación de pareja. Hace años conocí a una pareja de casados extremadamente generosa, que no buscaba a niños sanos para adoptar, sino a niños con discapacidad. Habían adoptado a un niño con parálisis cerebral y a otro con VIH. Matrimonios como estos, aunque estériles, son de una abundantísima fecundidad.

Apéndice: Un medio moralmente lícito que Dios, en su providencia, ha puesto para sanar la esterilidad es el recurso a la naprotecnología. Se trata de una tecnología que desde la década de 1980 está en desarrollo. No es una técnica para que la mujer quede automáticamente embarazada, sino que busca detectar las causas de la esterilidad para darles el tratamiento eficaz y lograr finalmente el embarazo. Muchas mujeres han logrado quedar encinta gracias a la esta ciencia.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Un guardián llamado pudor


Serena Fleites era una estudiante sobresaliente de 14 años que se enamoró de un muchacho algo mayor que ella. Nunca había tenido novio y el chico le pidió que se tomara un video desnuda y se lo enviara. Ella se sintió halagada, se tomó el video y se lo envió. Su vida cambió dramáticamente. En su clase sus compañeros comenzaron a verla con rareza; y es que el muchacho había compartido el video con otros de sus amigos. Uno de ellos subió las imágenes a uno de los sitios web de pornografía más grandes del mundo, del cual fue imposible retirarlo. Serena cayó en drogas y en una fuerte depresión, y pensó: "Ya no valgo nada porque ahora todos han visto mi cuerpo".

¿Por qué Serena se sintió tan afectada, hasta el punto de sentirse sin valor como persona? Por la sencilla razón de que el cuerpo humano no fue creado para que los demás lo vieran con ojos perversos. Todos tenemos un instinto que se llama "pudor". Se trata de una vergüenza natural por exhibir las partes íntimas del cuerpo a otras personas, o por escuchar a otros hablar con detalles sobre sexualidad. También el pudor tiene que ver con los secretos de nuestra alma que no queremos revelar a cualquiera. De esa manera el pudor es un don que Dios nos ha dado para custodiar nuestra dignidad de personas. Al saber Serena que su cuerpo lo habían visto miles de personas vio caer hasta el suelo su dignidad de mujer.

Años antes de entrar en el Seminario tuve un compañero de trabajo, soltero, que se jactaba de ser sexualmente muy activo. Sus aventuras que tenía con diversas mujeres las narraba con soltura y proporcionaba detalles que, personalmente, me hacían sentir incómodo. En otros ambientes laborales también conocí personas que solían hablar de cuestiones sexuales con desvergüenza. Me preguntaba si yo estaría equivocado al experimentar malestar mientras escuchaba cosas que sentía que pertenecían a la esfera íntima de la personas y que, a mi juicio, no se debían compartir.

Nadie debe sentirse mal por sentir incomodidad al hablar de temas sexuales. Es natural que venga el pudor como defensa de algo íntimo porque, en realidad, el sexo es una realidad sagrada y digna de respeto. Lo que es sagrado siempre se coloca en un lugar aparte y debe ser custodiado como algo muy especial. En la antigua ciudad de Jerusalén estaba el templo, y dentro del templo había una cámara sagrada llamada "El Santo de los Santos" donde estaba la presencia de Dios simbolizada en al Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley. No cualquiera entraba en ella sino solamente el sumo sacerdote, una vez al año. Así también las hostias consagradas se reservan en el tabernáculo después de la Misa y ahí se coloca una lámpara ardiente para indicar que ahí está la sagrada presencia real de Jesús.

Así también el sexo es algo sagrado. Dios lo creó para unir al hombre y a la mujer en intimidad. Es sagrado porque a través de él, Dios llama a las personas a la existencia. Dios quiere que lo tengamos como algo especial y muy importante en nuestras vidas, y no que se hable de sexo como se habla de futbol o de cocina. Para proteger ese instinto que Dios nos ha dado, es mejor evitar ver imágenes sexuales explícitas o discutir sobre ello. Cuando cultivamos el pudor en la manera de vestir, tapamos esas partes de nuestro cuerpo que no queremos descubrir, para que la mirada de los demás se dirija hacia nuestro rostro y ojos. De esta manera estamos indicando a qué nivel queremos relacionarnos en nuestra comunicación interpersonal, no a nivel de deseos carnales sino a nivel de personas espirituales.

San Juan Pablo II, en sus catequesis sobre el amor humano, explica que cuando la otra persona se reduce a puro "objeto para mí", –cuando la miro con ojos únicamente de deseo– ahí se marca el inicio de la vergüenza o pudor, que viene a la defensa de la intimidad de la persona. El otro nunca debe ser una cosa u objeto, sino que merece el respeto como persona que tiene una altísima dignidad. Cubrimos nuestro cuerpo, no porque nos avergoncemos de él, sino porque no queremos que nuestra parte sexual se vea como algo independiente de los demás valores que poseemos.

Es importante entonces que los niños vayan desarrollando el sentido del pudor. Cuando son pequeños no lo tienen, pero en la medida en que van creciendo deben ser educados en cubrir su cuerpo y en no permitir que nadie extraño toque sus partes íntimas. De esta manera los adolescentes y jóvenes podrán ser capaces de juzgar los eventuales atentados a su propia intimidad. Educarlos en la custodia de su propia intimidad no es transmitirles la idea de que el sexo o el cuerpo es algo negativo, sino enseñarles a integrarlos en su personalidad. De esta manera se podrán evitar muchas experiencias dolorosas como la de Serena Fleites que, por falta de pudor con un chico que le atraía, acabó siendo pasto de miradas lascivas.

martes, 2 de noviembre de 2021

La revolución sexual


A los jóvenes y los adultos menores de 60 años nos ha tocado vivir en un mundo extremadamente sexualizado. Estamos en una época marcada por una permisividad que ha ido creciendo, hasta llegar al extremo de negar nuestra propia naturaleza de varones y mujeres. En las escuelas a los niños se les educa para que ellos elijan su propio género, con la excusa de que se trata de sus derechos sexuales y reproductivos que deben ser respetados, incluso por sus padres. Ante tanta anarquía muchos se preguntan cómo hemos podido llegar a esto. Es importante echar una mirada a la historia para conocer las razones de la confusión.

Las generaciones jóvenes son víctimas de un fenómeno que se conoce como la "revolución sexual". Lo que sucedió en la década de 1960 revolucionó la manera de concebir y vivir la sexualidad. Fue como un tsunami que convulsionó a Occidente y que separó el ejercicio de la sexualidad de la institución del matrimonio, así como también de la paternidad y la maternidad. En aquellos años aparecieron en el mercado las primeras píldoras anticonceptivas, y la revista Playboy de Hugh Hefner se convirtió en el ícono de esta nueva mentalidad; las parejas podían tener sexo libremente sin temor a quedar embarazadas. Así se produjo una primera ruptura entre la sexualidad y el matrimonio. Era posible ejercer una sexualidad libre de lazos institucionales, y ni siquiera lazos estables.

Luego vinieron las técnicas de reproducción asistida, lo que trajo una nueva ruptura entre el ejercicio de la sexualidad y la procreación. La inseminación artificial y la fecundación "in vitro" hizo que la sexualidad pudiera vivirse desligada de la responsabilidad de un embarazo. Si con los anticonceptivos se reivindicó el derecho a una sexualidad sin procreación, la reproducción artificial reivindicó el derecho a la fecundidad sin sexualidad. Del "sexo sin hijos", el mundo dio un salto al "hijos sin sexo". 

Años después, el feminismo radical unido al marxismo cultural trajo la llegada de la ideología de género, por la que los colectivos de homosexuales y lesbianas reivindicaron sus derechos al amor entre personas del mismo sexo. La vieja lucha de clases marxista fue sustituida por la lucha de sexos y por la lucha contra el sistema familiar tradicional entre hombre y mujer. Lo que inició con la revolución sexual trajo una nueva ruptura, pero esta vez entre la sexualidad y la naturaleza sexuada. Los colectivos LGBT reclamaron los derechos a ejercer la sexualidad contra natura.

Hoy la revolución sexual ha dado un paso más abajo en la escala, y es la fractura entre la sexualidad y la identidad de la persona. La ideología de género ha avanzado hacia nuevos niveles de locura reivindicando el derecho a ser lo que cada uno crea que es en su interior. Cualquier mujer puede decir que es un hombre dentro de un cuerpo femenino; cualquier hombre puede reclamar su derecho a ser tratado como una dama porque se siente tal. 

Como vemos, los vínculos tradicionales y naturales, en cuyo contexto se vivía la sexualidad y encontraba su sentido, han desaparecido desde la revolución sexual. Si la atracción sexual entre varón y mujer tenía sentido para formar un matrimonio y una familia, hoy esa idea se considera opresora para la libertad de las personas. El único punto válido para ejercer la sexualidad es la búsqueda de placer personal y la satisfacción del instinto. Las personas no tienen la posibilidad de distinguir entre los instintos auténticos y los que son desviados; se tiene derecho a todo tipo de experiencias y se exige que sean legitimadas a nivel social.

Después de seis décadas de revolución sexual los resultados no son felices ni halagadores. El ejercicio de la sexualidad sin responsabilidad y sin vinculación a la naturaleza ha provocado un gravísimo descenso de las tasas de fertilidad de Occidente con el consecuente envejecimiento de la población y la posibilidad de que desaparezcan sociedades enteras. Además ha traído una gran cantidad de enfermedades sexuales –incluso mortales como el VIH– reflejo de que el sexo ha dejado de ser transmisor de vida para transmitir esterilidad y muerte. No sólo eso. La misma sexualidad vivida como diversión ha conducido al desprecio por la vida y a la mentalidad abortista, provocando terribles heridas emocionales y familiares. La revolución sexual nos ha hecho ver el horror de una libertad carente de sentido y que desemboca en la angustia.

Es necesario que los católicos reflexionemos sobre el callejón sin salida al que nos ha llevado la revolución sexual, y tomemos el camino de regreso hacia los valores fundamentales que hemos perdido. Ciertamente no podremos hacerlo desde una moral basada en prohibiciones, sospechas y tabúes, sino con un enfoque positivo sobre la sexualidad y el amor, según la teología del cuerpo de san Juan Pablo II. Si en otros tiempos el instinto y el placer se miraron con resignación y tolerancia, habrá que integrarlos de manera adecuada a la vida cristiana y al amor real que todos buscamos. Este es el camino para descubrir, con nuevos ojos, el plan de Dios sobre la sexualidad y la familia.

Practicar yoga

Pregunta : La Yoga, ¿Va o no va en contra de la fe Católica? Hay quien dice que si es solo para ejercitarse, no hay problema. Respuesta : P...