miércoles, 27 de febrero de 2019

Sacerdotes sin miedos, anclados en Jesús

El domingo pasado escribí un comentario al Evangelio titulado "El `No Juzgues´ de Dios en tiempos de juicio civil" en el que reflexionaba cómo nuestros juicios deben limitarse a los hechos y no a las personas. Algunas agrupaciones derecho humanistas y feministas respondieron con una carta pública, absurda y sin lógica, en la que me acusan de iniciar una agresiva campaña para defender a un sacerdote acusado y de servir a los intereses de partidos políticos. Además esta semana he recibido comentarios de personas que me dejan sentir la compasión que tienen hacia los sacerdotes por la situación de abusos sexuales en la Iglesia. También supe de algún sacerdote que sentía pena y vergüenza con la gente por el lodo del escándalo con que se ha manchado el ministerio sacerdotal.

Ante este panorama debo decir que nunca nos avergoncemos de ser sacerdotes ni tampoco nos dejemos intimidar por quienes nos critican por el hecho de servir a la Iglesia. Hoy san Pablo en su primera Carta a los Corintios nos invita a dar gracias a Dios porque nos ha dado la victoria por Jesucristo, y a permanecer firmes e inconmovibles progresando constantemente en la obra del Señor (1Cor 15,57-58). Cuando el corazón del sacerdote está firme en Jesucristo, se vuelve indestructible. El sacerdote que cuida el don que recibió el día de su ordenación permanece anclado en la roca de Dios, y ni las amenazas, las críticas o las adulaciones lo afectan. Sabe el sacerdote que todo, lo bueno y lo malo, ha sido absorbido por la victoria de Jesús. Por eso la paz y la victoria son los sellos de su alma; cuando Jesús se apodera de su corazón, el amor echa fuera temores y miedos de su vida.

"De la abundancia del corazón habla la boca", dice Jesús. Los sacerdotes no podemos cansarnos de hablar de Él, sobre todo en los tiempos difíciles que vivimos. Hoy muchas personas de la ciudad tienen miedos y desconfían de todo. Con el bombardeo mediático de malas noticias del mundo, de la Iglesia y del sacerdocio, hay quienes se dejan envolver por una visión oscura de las cosas. Los envuelve el pesimismo y el desánimo. Esas personas, que suelen ser ovejas sin pastor por no estar cercanas a la Iglesia, necesitan luz y esperanza. ¿Quién, si no sus líderes espirituales –los sacerdotes– pueden darles ánimos y anunciarles la buena noticia de la salvación? ¡Tenemos tantas cosas que decir! Por la buena noticia que ha sido confiada en nuestras manos, hemos de vivir y proclamar el Reino con la cabeza en alto, sin dejarnos doblegar por aquellos que nos quieren agachar.

En el Seminario aprendimos que el sacerdote es hombre de grandes batallas, y los tiempos en que vivimos nos apremian a sacar, con valor y confianza en Dios, lo mejor de nosotros mismos. "Cada árbol se reconoce por su fruto", enseña el Maestro. El fruto más precioso que brotó del árbol de la cruz fue el mismo Jesús. Los sacerdotes encontramos en la cruz del Señor el centro de nuestra vida. Quizá al iniciar el ministerio sacerdotal hubiésemos querido encontrar a un Cristo sin cruz o a una cruz sin Cristo, pero no puede ser así. La cruz es con Cristo, y su fruto más precioso es la alegría de la Resurrección. Hoy le pedimos al Señor que nuestro árbol de la cruz se mantenga bien regado con el amor de Dios –el Espíritu Santo– en nuestros corazones. Así nuestra vida no sólo será buena, sino santa.

miércoles, 20 de febrero de 2019

El "no juzguen" de Dios en tiempos de juicio civil

Dios ha elegido del mundo a hombres para hacerlos portadores de su mensaje y de su misericordia en el mundo. Son los sacerdotes, hombres tomados de entre los hombres –dice la Carta a los Hebreos– para ser administradores de los misterios de Dios. Nos parece increíble el actuar de Dios. No deja de sorprendernos el riesgo que Jesús se toma, al confiar a hombres de carne y hueso –y eso significa hombres expuestos al pecado– su mensaje de salvación.

Nuestra Diócesis de Ciudad Juárez está sufriendo por ver a uno de sus hombres de Dios, a uno de sus sacerdotes, con una grave acusación. Sufre la diócesis, al mismo tiempo, al ver a una menor de edad posiblemente afectada por un delito del sacerdote. El juicio está en proceso y no podemos emitir ningún juicio hacia una u otra de las partes involucradas. El señor obispo, como padre y pastor de la comunidad, ha mostrado su dolor y su cercanía hacia la presunta víctima y el presunto victimario, que son sus hijos, cooperando con las autoridades civiles para que hagan su trabajo. A nosotros no nos queda otro camino más que el orar, con profundo dolor, para que se esclarezcan los hechos y se obre según la justicia.

Nos preguntamos por qué Dios pone sus ojos en hombres de barro como fueron los patriarcas, los profetas, los apóstoles y como hoy son los sacerdotes. David es una de las figuras más importantes del Antiguo Testamento. Tuvo grandes éxitos políticos y militares, y su manera de gobernar a Israel quedó como referencia en el pueblo, hasta el punto de que Jesús mismo fue llamado "hijo de David". El reinado de David quedó en la mente de los antiguos hebreos como el modelo de lo que era el reino de Dios. Cuando Jesús entró en Jerusalén lo aclamaron diciendo "¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene; Hosanna en las alturas!"

No obstante que su reinado fue modelo del reino de Dios, David no era un santo. Era un hombre con miserias y pecados como nos narra el segundo libro de Samuel. Sin embargo fue un rey sensible a la presencia de Dios, un hombre dispuesto a hacer la voluntad divina. Cuando tuvo la oportunidad de que mataran al rey Saúl que lo perseguía, dijo David: "No lo mates". Sabía que Saúl era el ungido del Señor en aquel momento, y quiso David que se respetara su vida. No juzgó precipitadamente sino que confió en el juicio y el plan de Dios. David no quería hacer justicia por su propia mano, siguiendo un juicio emocional, sino que respetó el juicio y el plan del Señor.

Cuando ha sido acusada y detenida una persona, los demás tienden rápidamente a juzgarla. Sin embargo Jesús en el evangelio de este domingo nos invita a tener mucha cautela con los juicios: "No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados" (Lc 6, 37). Nos parece algo difícil lo que pide Jesús, cuando él mismo denunció iniquidades de personas concretas, y también cuando existe un sistema de justicia que tiene que juzgar supuestos delitos.

Para no errar, hemos de distinguir muy bien entre la persona y los actos de la persona, es decir, entre la verdad de la persona y la verdad de los hechos. Al bien debemos llamarlo bien, y al mal, mal. Este juicio es saludable y no podemos evitarlo. Cuando en un juicio se esclarece la verdad de los hechos y se demuestra que alguien obró bien o mal, nuestro juicio debe ser sólo hacia esos hechos. Pero otra cosa es querer juzgar la verdad total de una persona, sacar a la luz todo lo que está oculto en su interior, sus condicionantes y su historia. En este sentido el "No juzgues", que nos manda el Señor, es una invitación a la prudencia, a detenernos ante nuestra propia ignorancia, y a mantenernos en el ámbito de los hechos comprobados sin pasar a juzgar lo que finalmente es esa persona delante de Dios.

"Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso" no significa impedir el proceso de justicia a un sacerdote acusado de un delito. Significa que en aquello que pueda ocurrir en el juicio de un tribunal, la bondad de Dios se manifieste para todos y no la destrucción. Significa que en situaciones dolorosas como estas, la niña y su familia, el sacerdote, el obispo, el presbiterio y todos los fieles de nuestra amada Iglesia experimentemos, en medio del dolor, el amor de Dios, las lecciones para el alma, su fortaleza y su consuelo.

martes, 19 de febrero de 2019

Nuestra Iglesia llora

Una de las escenas más conmovedoras del Evangelio es el llanto de Jesús sobre la ciudad santa de Jerusalén. Conmovido hasta lo más profundo del alma porque aquellos judíos no reconocieron la presencia del Mesías, el Señor lloró. En ese llanto divino también estábamos nosotros. El Señor lloraba por los hombres de todos los tiempos, por las heridas a su Cuerpo, la Iglesia, a lo largo de los siglos. Si nos jactamos de ser discípulos de Jesús, hemos de seguirlo en todo, aún en sus lágrimas, en su manera de llorar.

El Evangelio llama hoy felices a los que lloran y les promete la dicha (Lc 6, 21). Nuestra Iglesia hoy está llorando. Aquí y allá aparecen situaciones de mucho dolor que nos dejan desconcertados y confusos. La gran tentación es tratar de escapar de las realidades que nos hieren, y buscar cubrirlas o disimularlas. El espíritu mundano, con su máxima de buscar lo placentero y evitar todo dolor, nos enseña a mirar hacia otra parte cuando el sufrimiento aparece.  Sin embargo esta no puede ser la actitud de un cristiano. Jesús nos invita a ser valientes y a mirar las heridas de su Cuerpo para darles alivio.

Mirar las realidades más dolorosas de la Iglesia con los ojos del Señor es llorar en el corazón, pero esta es la condición para ser consolados por Dios. Admiro por ello al gran pueblo de Israel, que supo mirar de frente las heridas de su historia y escribirlas todas sin ocultarlas. Sólo así pudo recibir el consuelo del Mesías. Muchos quisiéramos vivir en una Iglesia triunfal, en donde no hubiera miserias; ello sería buscar el consuelo del mundo, pero no el de Jesucristo. Nuestro Señor nos invita, por el contrario, a sentir las heridas de los hermanos como heridas propias para llorar –enseña San Pablo– con los que lloran.

Aquellos a los que Jesús consuela con su dulzura son quienes no siguen el espíritu del mundo, y por eso no encuentran su lugar en él. Los consolados por Dios son los que al ver a las muchedumbres que se postran ante los ídolos, lloran contemplando esas escenas. Al ver el misterio de la iniquidad que inunda la tierra, lloran contemplando tantos vicios en el mundo. Y al verse envueltos ellos mismos en tantas luchas, en los asaltos de múltiples tentaciones y de penosas caídas... lloran.

El llanto es visto por la sociedad como signo de debilidad, pero en realidad sucede lo contrario. Aquellos que en el mundo encuentran su paz y su alivio, son los más frágiles de todos. Quienes, en cambio, lloran con Cristo sintiendo las heridas de su Cuerpo como propias, hallan en él su fortaleza porque la miseria hace posible el encuentro con la misericordia. Que nuestro llanto por nuestra Madre la Iglesia, y con la Iglesia, nos avive la esperanza de escuchar un día: "Entra en el gozo de tu Señor", y ser consolados eternamente.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Aborto: de Nueva York a México

El martes 05 de febrero pasado en la Cámara de Diputados se discutió la ley del aborto para todo México que el diputado de Morena Porfirio Muñoz Ledo ha propuesto. Por falta de asistencia de los diputados en ese día, la discusión en San Lázaro se aplazó hasta el jueves pasado. Hasta el momento de escribir este editorial aún no se abordaba el controvertido tema. Sin embargo sabemos que detrás de nuestros legisladores están poderosas organizaciones internacionales que los presionan enormemente para que aprueben la ley asesina.

El 22 de enero pasado se aprobó en el senado de Nueva York una de las leyes más agresivas contra la vida, que permite la ejecución del aborto en cualquier momento del embarazo. Incluso la práctica del aborto por nacimiento parcial, donde en el momento del parto se saca al bebé hasta el cuello mediante fórceps, y luego se le inyecta una cánula para destruir el cerebro y sacarlo muerto. Si por alguna razón falla el procedimiento y el niño nace, la obligación para el médico es dejarlo morir. Además se anula la objeción de conciencia, por lo que los médicos y hospitales católicos están obligados a practicar abortos a solicitud de cualquier mujer. Ley más diabólica no se pudo aprobar.

Lo sucedido en el senado neoyorkino es un aviso para México y el resto de América Latina. Hacia allá nos quieren llevar personas muy poderosas de la tierra y todos sus políticos vendidos a sus intereses. Se empieza por aprobar el aborto en casos de violación, luego se amplía a las mujeres que por enfermedad quieran abortar, más adelante cualquier mujer que diga que está deprimida y no quiere tener a su hijo y, finalmente, a todas las mujeres que lo soliciten, aunque estén a punto de dar a luz. El propósito es uno solo: reducir la población de la tierra al máximo.

Por qué el aborto en Latinoamérica, nos preguntamos. Con Donald Trump empezaron grandes victorias pro vida en Estados Unidos, hasta el punto de quitar los fondos federales a Planned Parenthood (PP), la agencia abortista más grande del mundo. Esta organización, como ahora tiene poco negocio en su propio país, ha puesto su mira en el sur del Río Bravo, donde están los pobres. Recordemos que PP fue fundado por Margaret Sanger para promover el aborto principalmente entre los negros y los hispanos. No nos quieren. No quieren que tengamos hijos y por eso intentarán abrir sus clínicas de muerte entre nosotros.

En una demostración de cinismo y desvergüenza, la aprobación del aborto en el senado de Nueva York fue acompañado de aplausos y gritos festivos de los políticos y sus invitados, como si se tratara de una algarabía jubilosa por la caída del Muro de Berlín. Es patética la glorificación de la perversión. El mundo no merece esta clase de gobernantes que, en el nombre del progresismo, están llevando a su nación a la ruina.

La Pastoral de la Vida de la Diócesis de Ciudad Juárez nos invita al III Congreso Pro Vida, el sábado 02 de marzo. Una ex abortista, un ex homosexual y ex drogadicto y un exorcista, entre otros, son parte del elenco de conferencistas que nos empujarán a ser pueblo que ame y defienda la vida, y que no tome el camino de las naciones que quieren bajar al abismo.

Nuestros cuerpos sufrientes

A medida en que pasan los años nos vamos haciendo personas más vulnerables en nuestra dimensión física. Aparecen nuevas dolencias, se manifi...