viernes, 30 de diciembre de 2022

2023: Menos pantallas, más cerebro


Somos hijos de nuestro tiempo: vivimos en una cultura que piensa poco e imita mucho. Los griegos tenían la palabra "mímesis" y los romanos la tradujeron como "imitatio". De ahí viene la palabra "imagen". Los niños aprenden por imitación la conducta de sus padres, y a veces los adolescentes, con tal de sentir que pertenecen a un grupo, reproducen sus códigos de conducta, tantas veces destructivos. Las imágenes han sido parte esencial de todas las culturas, pero en nuestros tiempos la imagen es todo.

Quienes trabajamos para medios de comunicación impresos sabemos el poder que tienen las imágenes para atraer al lector. Tan es así que si no colocamos imágenes atractivas en los periódicos, pocas personas leen los textos. "Lo que no existe como imagen –dice Agustín Laje– es casi como si no existiera".

Fijémonos en la cantidad de cámaras de teléfonos celulares que se encienden para grabar durante espectáculos, viajes, bodas, comidas con amigos, fiestas y toda clase de eventos, incluso los accidentes de tráfico. Todo momento que nos impacta tiene que quedar fotografiado o grabado. Si no se hace, es casi como si el evento no hubiera existido. Pareciera que aquel que no tiene una cuenta de Facebook o de Instagram "existe menos" que aquel está vivo en las redes sociales. La realidad va siendo cada vez más online.

Todo empezó por la fotografía, señala Laje. En ella la realidad quedaba impresa en una imagen. Luego a la imagen se le añadió movimiento con la invención del cine, y de esa manera el mundo de la imagen se hizo más penetrante. La aparición de la televisión trajo el mundo de las imágenes producidas de manera industrial. La existencia en la pantallas ha dominado cada vez más la vida. En el año 2015 el tiempo promedio de ver televisión en EEUU fue de 4 horas y 42 minutos por habitante, sin contar el tiempo dedicado a ver otras pantallas como en computadoras o teléfonos móviles (Ofcom, International Communications Market Report).

Algunos críticos han hecho interesantes reflexiones; explican que a diferencia del texto impreso, la actividad de mirar imágenes en una pantalla no produce ningún esfuerzo para razonar. El "homo sapiens" que piensa y razona, fue sustituido por el "homo videns", que reduce su realidad sólo a aquello que la imagen le presenta. Nuestra capacidad de pensar conceptualmente que se desarrolla con la lectura, se va perdiendo. Aumentamos nuestra capacidad de mirar la realidad, pero disminuimos en en nuestra capacidad de razonarla.

La misma observación hace el cardenal Robert Sarah cuando advierte a los sacerdotes del verdadero peligro de internet: puede destruir nuestro cerebro. ¿Cómo es esto? "En el sentido de que si permitimos que internet sustituya a nuestra reflexión –dice Sarah–, nuestra conciencia y nuestra responsabilidad de discernir a la luz de la Revelación, entonces nos convertimos en autómatas en manos ajenas". Todo proceso de pensamiento crítico es lento; hay que detenerse, retroceder, avanzar, a veces dar círculos. Pero la información en la tele y el internet es tan veloz –para no aburrir a nadie– que nos roba el tiempo para asimilar, discernir, enjuiciar y argumentar.

La televisión y las redes sociales nos entrenan para ser "pensadores rápidos", pero de frases prefabricadas, predigeridas, prepensadas, dice Laje. Estos medios de comunicación no fueron hechos para el pensamiento sino para el entretenimiento. No son para la razón sino para la emoción. Los seres humanos hoy actuamos impulsados más por nuestras emociones que por nuestra capacidad de reflexión. Se incita fácilmente a una turba para que incendie una iglesia, o se provoca a un grupo de extremistas para que vandalicen la ciudad a su paso.

Hay estudios que comprueban que a mayor exposición de los niños a la televisión, es menor su desarrollo de vocabulario, y menor su nivel de comprensión de lectura; y a mayor tiempo dedicado a la lectura, mayor es el florecimiento de un vocabulario más rico y variado, así como la capacidad de razonamiento. Es innegable también que en tiempos de televisión y redes sociales la lectura ha disminuido sin parar. En México, según el INEGI, sólo el 43 por ciento de la población ha sido lectora de libros en 2022 comparado con el 46 por ciento que había en 2016. Es decir, alrededor de seis personas de cada diez no leen ningún libro al año.

Las grandes compañías productoras de nuevas tecnologías de la información están interesadas en que crezca nuestra afición a ellas. Tik Tok, Instagram, Facebook, Twitter y otras redes sociales se han apoderado de gran parte de nuestro tiempo. La TV y las redes son útiles si sabemos emplearlas para cosas positivas y con un tiempo limitado de exposición, pero si nos volvemos adictos destruirán nuestra capacidad de pensamiento, nuestras relaciones interpersonales y nuestra salud.

Si eres padre o madre de familia, piensa bien la disciplina que das a tu hijo para utilizar estas nuevas tecnologías. Si no lo haces puedes estar contribuyendo a su embrutecimiento. Pidamos a Dios que nos conceda, a muchos, un magnífico propósito para el año 2023: ser menos "videns", más "sapiens" y más "orans"; es decir, menos emocionales, más racionales y espirituales; menos aficionados a las pantallas, más a los libros y al Crucifijo.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Despertar al Niño de Belén


Cuenta la historia que Francisco de Asís quiso ver con sus propios ojos, tres años antes de su muerte, lo que ocurrió en la noche de Belén, cuando Jesús nació. En ese año 1223, el santo llamó a un amigo suyo llamado Juan –hombre de gran piedad y devoción, muy querido por Francisco–, quien vivía en el poblado de Greccio, Italia. "Deseo celebrar –le pidió a su amigo– la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno". Juan de Greccio preparó entonces en el lugar señalado lo que Francisco le indicó.

En la celebración de la Nochebuena, acudieron hermanos de la orden venidos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca llegaron también. Todos prepararon cirios y antorchas para iluminar aquella noche sublime. Llegó, por supuesto, san Francisco que, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se preparó el pesebre, se colocó el heno, el buey y el asno. Greccio se convirtió en un nuevo Belén. La noche transcurrió entre cantos de júbilo y alabanzas al Dios nacido en una cueva.

Ahí estaba Francisco, de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, hinchado de piedad y devoción, derretido su corazón de gozo inefable. Un sacerdote celebró con rito solemne la santa Misa sobre el pesebre mientras que el santo de Asís vestía sus ornamentos de diácono. Cantó el Evangelio con voz sonora y dulce. Luego predicó al pueblo asistente sobre el Rey que nació pobre, así como de la aldehuela de Belén. Predicó con rostro, manos, gestos, palabras y todo su ser. Transmitía con el cuerpo sus experiencias íntimas.

Fue entonces cuando Juan de Greccio, varón virtuoso, tuvo una admirable visión. Miró a un niño extraordinariamente hermoso recostado en el pesebre; vio que san Francisco se acercó y despertó al niño que dormía. Francisco lo tomó en sus brazos y lo sacó de su sueño. San Buenaventura afirma que dicha visión es digna de crédito, no sólo por la santidad de Juan de Greccio, sino por la veracidad de los milagros que siguieron. El heno de aquel pesebre se convirtió en medicina milagrosa para los animales enfermos y sirvió de sustancia que alejó a otras pestes. Esos eran signos por los que Dios glorificaba a su siervo Francisco y demostraba la eficacia de su oración.

Esta Navidad podemos pedir a Dios la gracia de despertar al Niño en nuestras almas. Para muchos cristianos, el Niño sigue dormido y no despierta. Muchos católicos prefieren que el Niño de Belén no despierte. Tienen miedo de que Jesús abra sus ojos y los mire. Es preferible el bullicio de la posada –donde María no fue recibida para dar a luz– al silencio de la cueva donde Jesús nace. En la posada hay gente de todas partes, creyentes y no creyentes que siguen las ideologías y modas del mundo. Ahí nadie se atreve a desentonar para no ser criticado ni rechazado. Ahí hay que hacer lo que todos hacen. La posada es más cómoda, en ella hay sólo griterío, jolgorio, pero no alegría espiritual.

Hay católicos que se avergüenzan de la pobreza de la cueva donde nace Dios. No se sienten seguros de los dogmas de la Iglesia, ni de la moral católica, ni de la verdad de los evangelios. Sienten pena y tiemblan al escuchar las leyendas negras de la Iglesia en la historia; llegan a creer que los santos y los mártires fueron personajes un poco fanáticos. Piensan que la liturgia debería modernizarse y que la Iglesia debería de cambiar algunas de sus enseñanzas, sobre todo en cuestiones de moral sexual y de la vida. ¿Se atreverían estas personas a tomar en sus brazos al Niño para que despierte y los mire?

Nuestro mundo cristiano vive una crisis de fe muy profunda. Nos hemos habituado a la comodidad de vivir en un cristianismo cultural tradicional y sin ningún compromiso con la fe. Preferimos que el Niño duerma y que no despierte. No lo queremos en los brazos. No sea que de pronto abra sus ojos y nos mire de frente, y empiece a hacernos preguntas. 

Creemos que es mejor optar por vivir las navidades y la vida cristiana en el tumulto de la posada del mundo donde no nace Cristo. Lo que ignoramos es que esta ausencia de fe terminará por llevar nuestra vida y cultura hasta su ruina y probablemente hacia su destrucción. Sin fe somos como árboles carentes de raíz que se secan poco a poco y se mueren. Sin fe que nos alumbre y nos defienda, terminaremos por permitir que Herodes llegue con sus tropas y acabe con nuestro futuro.

No muchos se atreven a dejar las comodidades y las falsas seguridades del mundo para emprender el camino hacia la cueva de Belén. Sólo los sedientos de paz y de amor emprenden el viaje para buscar al Niño, hallarlo y adorarlo junto con su Madre y san José. La verdadera Navidad es hacer lo que san Francisco hizo en aquella visión que tuvo Juan de Greccio cuando el santo confeccionó el primer belén: despertar a Jesús, dejar que Dios invada la propia vida, sacuda nuestra conciencia y se apodere de toda la existencia, transformándonos desde el interior.

Ponernos en camino hacia la cueva de Belén exige esfuerzo porque es más incómodo y hace frío; pero sólo los que emprenden esa ruta encontrarán al Mesías prometido, al Niño que nos trae la salvación, la verdadera alegría y la paz. ¡Feliz Navidad!

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Sacerdocio y silencio


En diciembre algunos sacerdotes celebramos nuestro aniversario sacerdotal. Tuve la gracia y el consuelo enorme de recibir la ordenación el 8 de diciembre de 2000, hace 22 años, bajo el amparo y cobijo de la Virgen María, la Inmaculada. Siempre que hay ordenaciones sacerdotales pongo atención a la imposición de las manos del obispo sobre la cabeza del que se ordena, y a la oración de consagración que la sigue. Por esos dos gestos litúrgicos ocurre el prodigio de la transformación de un hombre en sacerdote de Cristo. "Me postré consciente de mi nada –decía san Juan María Vianney– y me levanté sacerdote para siempre".

Durante la imposición de las manos la asamblea hace un profundo silencio invocando al Espíritu Santo para que obre el milagro que hizo Jesús en la Última Cena, cuando ordenó a sus Apóstoles, participándoles su triple misión de enseñar, santificar y pastorear al Pueblo santo de Dios. El cardenal Robert Sarah, reflexionando sobre la acción del Espíritu en el alma del sacerdote, nos enseña que son Jesucristo y Dios Padre las dos Personas trinitarias más referentes en la vida sacerdotal, sin embargo es el Espíritu Santo quien trabaja discreto, silencioso y eficaz en el alma del sacerdote.

Casi la mitad de mis años sacerdotales los he vivido sirviendo en la Catedral, en el centro histórico de la ciudad, un lugar donde he tenido que aprender a orar en medio del ruido que rodea al templo. La presencia y la predicación agresiva e irrespetuosa de los evangélicos en sus alrededores me ha permitido comparar el culto que ellos ofrecen a Dios con el que nosotros ofrecemos en los sacramentos. Por supuesto que la diferencia es abismal. Jamás habrá comparación entre la predicación, oración y alabanzas protestantes con la presencia real de Jesucristo en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía y en la verdad de su enseñanza predicada con la autoridad que el Señor confirió a sus sacerdotes.

Hay una diferencia muy notoria en ambas formas de culto. Los evangélicos tienen necesidad de "sentir" la presencia de Dios en su corazón. Lutero necesitaba sentir que sus pecados habían sido perdonados, y por eso el clímax del culto protestante son grandes arrebatos de emoción y fuertes exaltaciones. Los católicos, en cambio, no tenemos necesidad de "sentir" sino de "saber", con certeza moral, de que nuestros pecados han sido perdonados y de que Dios está con nosotros, de manera objetiva y real en los sacramentos.

Hace años, un católico que frecuentaba la Eucaristía pero que a veces acudía a cultos evangélicos, me decía que él se preguntaba por qué se sentía tan fuertemente la presencia de Dios con los protestantes –con llanto, gritos y sudor– y no así en los sacramentos católicos. Le dije que buscar a Dios a través de las emociones es muy engañoso; fácilmente podemos confundir la presencia de Dios con un sentimiento y creer que sin emociones no hay encuentro con lo divino. También está el peligro de buscar a Dios sólo por el sentimentalismo que nos puede brindar y no por ser Él mismo.

Durante una parte de mi vida sacerdotal yo también creí que Dios estaba en el ímpetu del huracán, en el terremoto o en el fuego, y buscaba añadir elementos y oraciones a la celebración de la Eucaristía para, según yo, hacer atractiva la Misa. Aunque nunca fueron cosas que provocaran escándalo, sí eran cosas indebidas y pido perdón por ello. Sin embargo hoy tengo la certeza –y la inmensa alegría– de que el Espíritu Santo me ha ido educando para descubrir a Dios más intensamente en esa suave brisa silenciosa, como el Elías lo encontró en el Horeb. ¡Cómo quisiera que todos los católicos encontráramos a Dios en el silencio y en el recogimiento durante la Eucaristía!

Recuerdo que en 1994, durante mi búsqueda de Dios antes de ser seminarista, participé en aquel retiro llamado "Experiencia de Dios" del padre Ignacio Larrañaga (+). Fueron cinco días de silencio que me parecieron insoportables, no a causa de las bellas predicaciones del padre Ignacio –un hombre de Dios–, tan ricas en enseñanza y contenido, sino porque, viniendo yo de trabajar en el ambiente locuaz de una estación de radio, sumergirme en el silencio me parecía sumamente pesado y fastidioso. Hoy agradezco a Dios por aquel primer contacto con el silencio divino, y pido que me sumerja más en el misterio de su silencio. El cardenal Sarah me ha enseñado que la auténtica espiritualidad es permanecer ante Dios en silencio, porque es en el silencio donde Él actúa.

Los sacerdotes debemos pedir al Espíritu de Dios que nos eduque en el silencio para, al mismo tiempo, educar al pueblo cristiano en el amor al silencio, especialmente durante la Eucaristía. Los momentos de silencio en la celebración hemos de respetarlos para que todos tengamos esa participación activa y fructuosa que pide el Concilio Vaticano II, y que no solamente se reduce a cantar, a tomar ciertas posturas corporales y a responder a las oraciones, sino sobre todo a orar.

El Señor puede acompañar con emociones los momentos del culto católico. Pero no busquemos esas emociones. Si aprendemos a guardar más momentos de silencio, el Espíritu Santo nos trasmitirá mociones, que no es lo mismo que emociones. Las mociones son movimientos internos del alma por los que nos sentimos atraídos espiritualmente hacia la Verdad, el Bien y la Belleza. Es decir, las mociones del Espíritu nos llevan a la conversión a Dios. Esas mociones, además, fomentarán en nosotros los sacerdotes el celo por la salvación de las almas y por nuestra propia santificación.

martes, 13 de diciembre de 2022

Casita sagrada amenazada


Celebramos a Santa María de Guadalupe, patrona de América, de México y de nuestra ciudad. La historia nos enseña que las apariciones de la Virgen María, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, transformaron aquel choque entre dos culturas tan diversas e irreconciliables en una nación mestiza. La labor hecha por los frailes franciscanos, dominicos y agustinos fue fundamental para la evangelización, pero el evento de gracia que hizo florecer una nueva civilización fue el acontecimiento guadalupano.

El propósito que hizo bajar del cielo a Mesoamérica a la Madre del verdadero Dios por quien se vive fue pedir que se le levantara su "casita sagrada" para mostrar a Cristo a los habitantes de esta tierra. Vino para reunir y llevar a todos los pueblos a Dios por medio de su amorosa intercesión. Construir un templo, una iglesia –casita sagrada– era construir una nueva civilización.

Un templo, para los indígenas, superaba un mero hecho religioso. La religión era tan importante para la cultura indígena que levantar un templo representaba colocar los cimientos de una sociedad. Así como la construcción del Templo de Jerusalén marcó la identidad judía y fue el símbolo de su cultura, así los aztecas construyeron su templo en los años inmediatos a su migración al Valle de México como signo de su civilización.

La encomienda de la Virgen a san Juan Diego de pedir la construcción del templo era el deseo de edificar una nueva civilización cuyo fundamento sería Jesucristo. Ella pidió construir una misma familia con raíces cristianas católicas. Han pasado casi cinco siglos y, además de su templo en el Tepeyac, se han edificado miles de templos en México con la imagen de la Virgen de Guadalupe, nuestra santa patrona.

Pero, ¿qué vemos ahora? ¿Qué fue de la "casita sagrada" que ella pidió y que con tanto esfuerzo hemos levantado durante años? La primera casita sagrada fue ella misma, que con su "hágase en mí según tu Palabra" hizo posible que el Verbo de Dios se hiciera hombre en su seno y así habitara entre nosotros. Sin embargo las leyes que hoy permiten el aborto en la capital y en varios estados de la república han profanado y violentado esa casa sagrada donde la vida debe ser acogida y custodiada.

La casa sagrada está siendo corrompida con iniciativas de ley que quitan la patria potestad a los padres de familia para entregarla al Estado mexicano. De ser aprobada por los legisladores la ley de "igualdad sustantiva", las menores de edad podrán abortar sin el consentimiento de sus padres, los hijos podrán ejercer sus derechos sexuales y su derecho al libre desarrollo de su personalidad. En los hogares mermará la disciplina y los padres que se opongan podrían ir a la cárcel.

Si continúan avanzando las leyes para legalizar la mariguana; si se aprueban leyes de eutanasia para que los hijos puedan matar a sus padres; si avanzan leyes para desnaturalizar el matrimonio, la familia y hasta la identidad personal; entonces lo que nos queda de casita sagrada se nos convertirá en un lugar repugnante donde reinará el desorden y el caos, y donde habitarán toda clase de alimañas y aves de rapiña. El proyecto masónico y globalista es el viento que amenaza la casa.

Nuestra Señora de Guadalupe quiere construir nuestras casas y familias afianzadas en Cristo, la única roca en que ninguna casa se derrumba. Seamos embajadores, Juan Diegos comprometidos a custodiar la casa que con tanto esfuerzo se ha construido en México a la luz de la evangelización de millones de hogares católicos a lo largo de los siglos, y que ahora amenaza ruina por la violencia, el narcotráfico y leyes cada vez más permisivas, inhumanas y extrañas a nuestra cultura mexicana. El Señor nos construya la casa, y su Madre vele por nosotros, sus hijos.

martes, 29 de noviembre de 2022

Consumo y regalos en Navidad


Se acerca la Navidad y los centros comerciales están a reventar. Los aguinaldos están siendo repartidos a los trabajadores y muchas personas traen más dinero en la bolsa que en otra época del año. Gastar, consumir y disfrutar en diciembre con fiestas y posadas, se ha vuelto parte de nuestra manera de vivir el último mes del año.

Las pautas de consumo han cambiado mucho en las últimas décadas. Cuando yo era niño muchos padres de familia regalaban a sus hijos en Navidad regalos iguales: muñecas iguales para las niñas, chamarras iguales para los niños. La producción era industrial y no había mucho espacio para la creatividad en el diseño de los productos.

Hoy se ha alcanzado niveles muy altos de innovación comercial y tecnológica, con la diferencia de que aquellos productos de los años 60 y 70 duraban entre cinco y siete años, mientras que hoy, muchos de ellos, duran un año y medio. Las viejas televisiones de caja, por ejemplo, duraban hasta 20 años. Hoy los nuevos modelos deben reemplazarse aproximadamente cada seis años. Sin duda los artefactos tienen un ciclo de vida mucho más corto que antes.

Los artículos electrónicos como son los teléfonos celulares serán el regalo de esta Navidad para muchas personas. Agustín Laje, en su libro "La batalla cultural", observa que las nuevas tecnologías de la comunicación y la información se han extendido de manera masiva y se han convertido en artículos vitales para la gente. Ello ha alterado nuestra manera de concebir el tiempo. Lo importante es el instante, el momento presente, en desconexión con otros momentos. Se desprecia el pasado y al futuro se le mira con indiferencia. "Disfruta el momento", es hoy un eslogan.

Nuestra relación con el espacio también se altera. Hace unos días observaba a una familia en un restaurante en donde todos estaban sentados a la mesa, sin comunicarse entre ellos mientras cada uno permanecía absorto consultando sus redes sociales. ¿En qué mundo estaba cada uno?

Comprar regalos concretos de Navidad parece cada vez más obsoleto. Años antes recibíamos una camisa, un perfume o un cinturón y quedábamos contentos. Hoy el consumo ha cambiado su lógica y todo se ha vuelto muy personal. Queremos diseñar lo que nos gusta: listas de reproducción de música, compras virtuales desde el móvil, paquetes turísticos diseñados por el cliente, escoger un libro. Hoy regalar a alguien lo que creemos que le va a gustar tiene el alto riesgo de que a la persona no le agrade, nunca lo utilice o lo regale más adelante. Por eso muchas personas prefieren regalar dinero en efectivo o tarjetas de regalo de alguna tienda de comercio.

En medio del ambiente comercial que nos rodea –disparado más que nunca en esta época del año– quienes creemos en Cristo hemos de aceptar, en primer lugar, que la actividad comercial con creatividad es necesaria para el desarrollo. Así lo enseña la Iglesia: "Hoy más que nunca, para hacer frente al aumento de población y responder a las aspiraciones más amplias del género humano, se tiende con razón al aumento en la producción agrícola e industrial y en la prestación de servicios. Por ello hay que favorecer el progreso técnico, el espíritu de innovación, el afán por crear y ampliar nuevas empresas, la adaptación de los métodos productivos, el esfuerzo sostenido de cuantos participan en la producción; en una palabra, todo cuanto pueda contribuir a dicho progreso" (Gaudium et spes 64).

Sin embargo es importante ver los desequilibrios económicos en el comercio y actuar con caridad a la hora de consumir. ¿Por qué regateamos fácilmente a un indígena que vende sus productos y no lo hacemos a las grandes cadenas comerciales? Procuremos en esta época decembrina comprar también a los comerciantes menos favorecidos. Nos llama la caridad, que busca el bien de todo el Cuerpo Místico: "Lo que hiciste con uno de esos pequeños hermanos míos, a mí me lo hiciste", dice Jesús (Mt 25,40).

Aunque vivimos en un mundo material, lo más importante para un católico es ser consciente de que la felicidad no viene de la materia, sino que tiene su fuente y origen en Dios. Muchos niños que recibirán juguetes o regalos en Navidad, pronto se aburrirán de ellos y los arrumbarán. El corazón del hombre fue diseñado para vivir en comunión de amor con Dios y con sus hermanos. Por eso muchos nos sustraemos del ambiente comercial que vive el mundo y procuramos buscar el silencio de la oración en las iglesias, la lectura de la Palabra divina en el Adviento y la reconciliación con Dios a través de una buena confesión.

Los maestros de vida espiritual nos recuerdan que, para crecer en las virtudes, es necesario aprender a utilizar sobriamente los bienes materiales. San Ignacio de Loyola aconseja, en sus Ejercicios Espirituales, la norma del "tanto cuanto", es decir, aprender a usar los bienes del mundo en tanto cuanto nos acerquen a Dios, o a rechazarlos en tanto cuanto nos alejen de Dios y de la salvación eterna. 

No demos a los niños todos los regalos que pidan para la Navidad. Ellos deben de crecer "con un poco de hambre y un poco de frío", para que se eduquen desde la cruz, y aprendan a descubrir que el amor de Jesús en el corazón es el mejor regalo que podemos recibir. Les hará mucho bien visitar a familias más pobres y compartir con ellos en sus necesidades. Enseñarles a "ser regalo" para sus hermanos necesitados es ponerlos en la ruta de su propia felicidad.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Agenda 2030, la trampa


Entre ciertos activistas climáticos se ha puesto de moda entrar en museos prestigiosos de Europa en los que se dirigen hacia obras de pintores famosos para luego arrojar sobre los cuadros puré de papas o sopa de tomate. De inmediato se ponen a gritar consignas ecologistas contra el cambio climático y la necesidad urgente de tomar acciones para no seguir estropeando el planeta. Es una manera muy absurda de llamar la atención pero, sobre todo, es un reflejo de lo que la Agenda 2030 de las Naciones Unidas (ONU) está haciendo en sus mentes.

Lo que hacen esos vándalos destructores del arte quizá nos parezca cosa de gente chiflada y extremista. Sin embargo vemos que la mentalidad de las nuevas generaciones está cambiando paulatinamente. Muchos padres de familia se asombran de cómo piensan sus hijos. Hay algunos lamentan que sus hijas estén a favor del aborto o que abracen las ideas del feminismo radical. Si vamos a los grupos juveniles de nuestras parroquias nos daremos cuenta de que muchos están a favor del aborto, de las relaciones sexuales de todo tipo o de la marihuana recreativa, mientras no se haga daño a nadie.

Padres de familia y sacerdotes hacemos nuestro mejor esfuerzo por evangelizar y catequizar, pero debemos luchar contra corriente. Los valores en que tratamos de educarlos son opuestos a los que ellos están adquiriendo, principalmente a través de los medios y redes sociales, a través de la educación escolar y el ambiente cultural en que viven. La pregunta es: ¿por qué nuestros hijos están creciendo con esas ideas? ¿hay algún plan para instruirlos y enseñarles un estilo de vida opuesto al que Cristo enseñó y que la cultura cristiana reforzó durante siglos?

La Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas es ese plan para formar un ideal de hombre que no es según el de la antropología cristiana. Cuando en 2000 realicé mi tesis en el Instituto Juan Pablo II de Estudios para el Matrimonio y la Familia, elegí el tema "Salud reproductiva o procreación responsable". Tuve que leer varios documentos de eventos cumbres de la ONU como el del Cairo (1994), el de Pekín (1995) y otros para darme cuenta de que se trazaban objetivos para reducir la población mundial a través de la legalización del aborto para el 2015, en todo el mundo.

Aunque la agenda abortista avanzó, el plan de la ONU no se logró con la velocidad que querían ya que muchos países rechazaron el aborto. Algunos países como Canadá tomaron como guía este plan y lo implementaron, y por eso hoy tiene un gobierno fuertemente progresista. A partir del 2016 volvió la ONU a trazarse el mismo objetivo en un plan que se llama Agenda 2030, la cual para nadie es un secreto. Cualquier persona puede leerla en internet. Sólo hay que teclear en el buscador "agenda 2030", y ahí aparece en la página de la ONU.

El plan se ha propuesto 17 objetivos para el desarrollo sustentable del mundo. Se conocen como objetivos globales y se dice que son un llamado universal a la acción para acabar con la pobreza, proteger el planeta y garantizar para el 2030 que todas las personas disfruten de paz y prosperidad. Parece todo muy bello y loable, ¿no?

Sin embargo los estudiosos de este plan globalista señalan que se trata de suplantar la soberanía de las naciones interviniendo en sus constituciones para que este plan sea el rector y guía de las decisiones que se tomen en el gobierno de cada país. El plan no es algo democrático. La ciudadanía de los países nunca ha votado por esos objetivos, y ni siquiera lo han hecho los políticos, sino los representantes de los países en la ONU. 

El plan debe ser guía de las políticas públicas, y la ayuda financiera a las naciones o su estabilidad social depende de cómo éstas vayan implementándolo. La desestabilización de Chile, de Irak, últimamente de Irán son un ejemplo de cómo fuerzas extranjeras son capaces de desestabilizar gobiernos. Tampoco el plan está hecho por los representantes en la ONU, sino que sirve a intereses muy particulares de grandes magnates que mueven al mundo como los Rockefeller, la Fundación Ford, Bill Gates, George Soros y otros más.

Uno de los objetivos fundamentales de la Agenda 2030 es imponer el aborto en el mundo para reducir y controlar la población. Todo gira en torno a la imposición del aborto y en la difusión de una mentalidad antinatalista (hoy muchos jóvenes rechazan tener hijos, aún antes del matrimonio). Detrás de la organización de las reuniones de la ONU está Planned Parenthood, quien es la organización abortista más grande del mundo y una de las patrocinadoras del organismo con un interés muy claro de que se le conceda el negocio mundial del asesinato de bebés.

La ideología de género es el nuevo paradigma para entender lo que es el ser humano, según esta agenda. La persona humana deja de ser un ser primordialmente pensante para ser un ser "sintiente". La Agenda 2030 impulsa la perspectiva de género en la educación, donde cada quien puede ser como se perciba a sí mismo: hombre, mujer o cualquier otra cosa. Impartir educación con perspectiva de género a las nuevas generaciones es el camino para alcanzar los objetivos para el desarrollo sustentable que quiere la ONU.

La Agenda 2030 tiene a la ecología como centro del desarrollo. El hombre es desplazado como la cumbre o el centro de la creación para ser suplantado por el planeta. La ecología es el centro de toda decisión política. Un ecologista radical amigo mío me decía que el ser humano era la pieza que estorbaba en el buen funcionamiento de la naturaleza y por ello sería mejor que desapareciera. Para que el mundo sea sustentable es preciso eliminar a las personas ya que el hombre es el gran problema que perjudica la tierra.

Los niños y jóvenes de nuestras familias cristianas y parroquias están siendo moldeados por la Agenda 2030, cuya propaganda los bombardea por todos los ángulos. ¿Conocemos los padres de familia, los catequistas, los sacerdotes, los obispos y el papa estos planes globalistas? A veces da la impresión que no, y por eso tantas veces nuestro lenguaje dice poco para la vida de los fieles. Otras veces nos escandalizan las enseñanzas de nuestros pastores por su acercamiento más al ideal humano según la ONU que a la vocación a la que nos llama Jesucristo. Aprendamos a ser más críticos y preparémonos para las luchas que se avizoran.
(Fuente: Pablo Muñoz Iturrieta, Doctor en Filosofía política y Legal)

martes, 15 de noviembre de 2022

Futbol con perspectiva de género


Cada vez se reducen más los ambientes y espacios que no padecen la influencia de la ideología de género. Estados Unidos vive en una permanente obsesión por exportarla al mundo. Esta semana la selección nacional norteamericana que jugará en Qatar ha cambiado las rayas rojas de su uniforme deportivo, color de la bandera de su país– por rayas con los colores del arco iris que representan al colectivo LGBTQ, en apoyo a la diversidad sexual. Con esos colores han ambientado su sala de prensa en Qatar y la playera deportiva que portarán, no en los juegos oficiales, sino en sus prácticas de entrenamiento.

Los cristianos de Estados Unidos que quieren vivir seriamente su fe y no se identifican con la cultura "woke" –término que identifica a la izquierda progresista en ese país, que lucha contra el racismo y la discriminación por orientación sexual–, tienen razones para sentirse ofendidos. La Copa Mundial de Fútbol es un torneo deportivo y no una plataforma para promover ideologías, mucho menos el homosexualismo político que tiene dividido al país y que la mayoría de los norteamericanos rechaza. Los símbolos nacionales, tales como son los colores de la bandera, fomentan la identidad de los pueblos; cambiar estos signos por los de una minoría es un acto de irrespeto que divide y confunde.

El Mundial de Futbol de Qatar puede ser una gran ocasión para promover el entendimiento y el respeto entre culturas, pero también puede ser utilizado para crear choques culturales. Como cristianos que visitan un país musulmán hemos de ser respetuosos de sus costumbres y leyes. Recuerdo que cuando visité la mezquita de la Roca en Jerusalén tuve que descalzarme y cuando me acerqué al Muro de los Lamentos tuve que ponerme el kipá sobre la cabeza. Si para mí hubiera sido chocante o molesto, simplemente me hubiera quedado fuera.

Las leyes del islam prohiben el consumo de alcohol y los actos homosexuales, así como el portar por las calles la bandera LGBT. Incluso éstos actos se castigan con cárcel. Sin embargo algunos influencers europeos en redes sociales están bastante molestos con estas leyes a las que deberán someterse los aficionados y turistas en Qatar, y por eso están protestando, incluso exhortan a hacer ciertos actos de desobediencia. Si tanto les molesta a los occidentales libertinos respetar las costumbres de un país que no es el de ellos, ¿por qué mejor no se quedan en sus casas y siguen los juegos por la televisión?

Como católicos no podemos visitar otros países para ser portadores arrogantes de conductas pecaminosas que deberían avergonzarnos. El católico que ha conocido realmente Cristo sabe que el Señor, con su sacrificio y resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. No podemos exportar el pecado. 

Hemos sido liberados por el amor, y el amor se ha convertido en la ley suprema y nueva de nuestra vida cristiana. Un católico que visite Qatar o cualquier país de cultura no cristiana, ha de llevar el amor de Jesucristo en el corazón, y no debe entrar en conflicto con la cultura, sino más bien –enseña el papa Francisco– introducir en esa cultura una libertad nueva, una novedad liberadora, la del Evangelio. 

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Tiempos de envidia


Vivimos tiempos de abundante envidia. La mentalidad progresista y de izquierda que hoy caracteriza a tantas personas es fruto de ese pecado capital simbolizado con el color verde, justamente por ser el color de la bilis que se derrama cuando se afecta al hígado por un coraje fuerte.

Curiosamente para crear una sociedad igualitaria, los gobiernos de izquierda se cimientan en la envidia social. Les gusta dividir a los ciudadanos: chairos y fifís, pobres y ricos, revolucionarios y conservadores. Amigos de lo colectivo, los socialistas tienen desconfianza en las jerarquías, en las aspiraciones, en el esfuerzo y el éxito personal, en la creatividad, en el riesgo del propio patrimonio y en las empresas.

Su visión de la política está basada en la lucha de clases, que si bien ha dejado de ser aquella contienda entre la clase obrera y los ricos explotadores, hoy se ha convertido en lucha entre hombres y mujeres, homosexuales contra heteros, abortistas contra pro vidas, progres contra conservadores. Envidias se fomentan por todas partes.

La envidia destruye la armonía social. Si al capitalismo se le acusa de fomentar el pecado de la avaricia como motor del desarrollo, se puede señalar que la envidia es el combustible del socialismo. Se dice también que este vicio está a la base del sistema democrático, es decir, de nuestro sistema político de partidos y de división de poderes. En él los triunfos y decisiones de unos, provocan el rencor y la frustración de los opositores, que no descansan en esfuerzos hasta prevalecer sobre sus contrarios.

El filósofo Michael Pakaluk enseña que la envidia es el caldo de cultivo del relativismo en que hoy vivimos. Este relativismo o igualitarismo consiste en negar que existan bienes espirituales como la verdad, la santidad y la vocación. Nadie de nuestros tiempos puede decir que tiene la verdad; quien afirme poseerla es considerado un sujeto peligroso. En tiempos envidiosos todos debemos tener control sobre la verdad: todas las religiones son verdaderas, todos los puntos de vista son válidos. ¿Por qué unos habrían de tener la verdad y otros no? Si alguien tuviera la verdad entonces otros serían inferiores y tendrían que aprender de esa persona para remediar su ignorancia. Todos parejos. La envidia nos empuja a olvidar la verdad, a vivir en la ignorancia y a complacernos en ella.

También la envidia desalienta la búsqueda de la santidad. Al fomentar el igualitarismo en una sociedad, la envidia nos hace creer que Dios puede ser amado dentro y fuera de la Iglesia. No necesitamos una conversión porque eso sería aspirar a ser mejores, más buenos y santos. La envidia no lo permite y nos dice que todos podemos ser santos si hacemos oración o si no la hacemos, si recibimos o no los sacramentos, si escuchamos la Palabra de Dios o la ignoramos. Además, ¿por qué unos irían al cielo y otros al infierno? La envidia hace que neguemos la posibilidad del infierno y mete a todos al cielo: buenos, tibios y malos. Todos podemos ser como dioses sin el esfuerzo de seguir a Cristo por la puerta angosta.

La envidia llega hasta el extremo de anular las vocaciones, los estados de vida. Esos estados de vida suponen tener unos bienes que para otros son inaccesibles. Al seguir una vocación necesariamente hay que renunciar a bienes que son valiosos. Un sacerdote debe renunciar a formar una familia, y un hombre casado no puede ser sacerdote. Una mujer nunca será un hombre, ni un hombre será mujer. Pero en tiempos de envidia las personas no soportan carecer de bienes que otros poseen. Los hombres quieren ser mujeres y éstas, hombres; hasta se les llama hoy "personas gestantes". La envidia hace creer que los bienes no deben ser accesibles sólo para algunos, sino para todos.

La envidia es la tendencia a sentir tristeza o molestia por el bien que tienen otras personas, como si los logros o cualidades que poseen disminuyeran nuestra superioridad. A los niños y jóvenes se les quiere fomentar el derecho al libre desarrollo de su personalidad, como si obedecer normas y reglamentos obstaculizara su educación. Este pecado capital es hijo de la soberbia porque nos hace ver a otros como si fueran nuestros rivales. La envidia nos pone mal cuando escuchamos elogios y alabanzas que se hacen a otra persona, y muchas veces hablamos mal de ella, señalándole sus defectos e imperfecciones.

Para vencer la envidia, los maestros de vida espiritual enseñan que hemos de fomentar, a nivel personal, la emulación. Esta es una actitud que empuja a las personas a superarse recíprocamente, imitando las virtudes que tienen otras personas. Es una actitud que mira, no los triunfos de los demás, sino sus virtudes, para imitarlas. No pretende vencer a los demás para humillarlos, vencerlos o ser mejores que ellos, sino para ser mejores personas. La emulación no utiliza la astucia, la intriga ni ningún procedimiento ilícito, sino el esfuerzo, el trabajo y el buen uso de los dones de Dios. No ofende la caridad sino, al contrario, la estimula. Es humilde porque sabe reconocer los propios defectos y busca inspirarse en las buenas cualidades de los demás.

La lucha de clases y la envidia que la alimenta sólo engendra odio; no es ni puede ser el motor de la historia. La Iglesia en su Doctrina Social propone una "evolución social" presidida por la justicia y la caridad. Los católicos rechazamos el odio y proponemos un camino de concordia social, –dice Ibáñez Langlois– que no implica la desaparición de clases –lo que es imposible de conseguir– ni la simple conservación del orden establecido –que puede tener mucho de injusto–, sino una relativa y gradual eliminación de las diferencias injustas, mediante la colaboración pacífica de los diversos sectores en pugna.

martes, 8 de noviembre de 2022

Historia católica de un fantasma


En una encuesta en mi cuenta de Twitter pregunté esta semana si las personas creían en la existencia de los fantasmas, entendiendo por "fantasma" el espíritu de una persona muerta que se aparece o se manifiesta en el mundo de los vivos. De 1277 votos, el 54% dijo que sí cree, el 31% dijo que no, y el 15% dijo que no estaba seguro. La historia que ahora describiré es real. La encontré en un artículo de la revista Crisis escrito por Mary Cuff, quien es doctora en literatura estadounidense y que publica en algunas revistas del género. La veracidad de la historia la respalda quien fue el secretario particular arzobispo de Baltimore, James Gibbons, muerto en 1921, y quien fue editor de Catholic Review.

En 1794, en Middleway, West Virginia, para pedir refugio, una persona extraña llamó a la puerta de la casa campestre de Adam Livingston, quien era un granjero. Durante la noche, el forastero enfermó y pidió un sacerdote católico. El señor Livingston, quien era luterano y de fuertes sentimientos anticatólicos, se negó a cumplir la petición, y aquel hombre murió sin los últimos sacramentos para ser después enterrado en un terreno no consagrado para difuntos.

Docenas de vecinos del señor Livingston fueron testigos de las manifestaciones físicas que ocurrieron en aquella casa por años y años. La familia Livingston sufría tormentos noche y día por sonidos horribles en el interior del hogar. Piedras eran lanzadas con frecuencia y se rompían platos y muebles. Las camas se incendiaban con regularidad. Lo más extraño es que se hacían agujeros, en forma de media luna, pequeños y regulares en las ropas, sillas de montar y en los zapatos de la familia, como si unas manos invisibles hicieran los recortes.

Demetrio Agustín Gallitzin, cuya causa de beatificación fue puesta en proceso durante el pontificado de Benedicto XVI, dio testimonio de los hechos ocurridos en aquella casa, y lo que sucedió después. Demetrio fue un aristócrata europeo, racionalista y ateo, amigo de los pensadores franceses Voltaire y Diderot. A los 17 años se hizo católico por influencia de su madre. Se marchó a viajar por el mundo, pero para sorpresa y espanto de su padre, Demetrio Agustín le avisó que entraría al Seminario de Santa María, en Baltimore, para hacerse sacerdote. Ya como presbítero, fue conocido como el padre Agustín.


Cuando el padre Agustín supo la historia de la casa merodeada por un espíritu, viajó a Middleway para investigar. Influenciado por su pasado racionalista, era totalmente incrédulo de ese tipo de narraciones. Interrogó a los Livingstone y a los vecinos con más rigor y severidad que el más severo juez de la comarca. Pronto se convenció de la autenticidad de los acontecimientos. En su libro "Una carta a un amigo protestante sobre las Sagradas Escrituras", el padre Agustín describe cómo fue que Adam Livingston buscó la ayuda de Dios.

Aquel granjero luterano leyó en su Biblia que Jesucristo había dado a sus ministros el poder sobre los malos espíritus, y decidió contar su historia a un ministro protestante, para pedir ayuda. Le pidió que fuera a su casa para ejercer ese poder, pero el pastor le confesó que él no tenía ese poder, que ese poder era de viejos tiempos pero que ahora no existía. Livingstone siguió buscando entre ministros luteranos, incluso entre charlatanes y embaucadores que decían tener poder sobre el diablo, pero todo falló. Entonces tuvo un sueño. Soñó que subía una montaña empinada en cuya cima había una magnífica iglesia. De pie, ante ella, estaba un ministro vestido con una extraña túnica. Una voz le habló: "Este es el hombre que te aliviará".

Cuando contó su sueño a un vecino italiano, éste le dijo a Livingston que sólo los sacerdotes católicos usaban esas túnicas. Entonces Livingstone buscó a un sacerdote católico cercano y encontró al padre Denis Cahill. Al verlo, Livingstone rompió a llorar al reconocer al hombre que había soñado. Rogó al sacerdote que visitara su casa para exorcizar al espíritu, a lo que el padre Cahill rió y le dijo que seguramente era un vecino que quería molestarlo. Sin embargo finalmente acudió para rociar con agua bendita los alrededores de la granja.

Las apariciones cesaron por un tiempo, pero luego empeoraron. Livingston pidió al padre Cahill que regresara, y fue entonces cuando éste escribió al padre Agustín Callitzin para pedirle que lo acompañara. Fueron los dos sacerdotes y celebraron la Santa Misa en la casa de los Livingston, orando por el alma del difunto al que se le habían negado los últimos ritos. Las perturbaciones cesaron para siempre, a partir de ese momento.

El padre Joseph Finotti reunió todos los relatos en un libro llamado "The Wizard clip" en 1878, con testimonios de muchas personas. Todos atestiguaron que, aunque la persecución a la casa había terminado, empezó a escucharse una hermosa voz que habló con la familia y con algunos vecinos durante 17 años. Dicha voz, acompañada de luces sobrenaturales, instruía a la familia Livingston en la fe católica y los guiaba en el rezo diario del Rosario por las almas del Purgatorio.


Sucedieron otras cosas sorprendentes. En una ocasión una de las hijas de Livingstone estaba de mal humor al no comprender por qué debía orar por las almas del Purgatorio; ella decía que el Purgatorio no debía ser tan malo. De pronto, una toalla cercana mostró una huella de mano quemada pero bien delineada. La voz le dijo que así sufrían las almas purgantes. En otra ocasión Livingstone trabajaba en su arado cuando la voz le permitió escuchar el llanto de las almas sufrientes que anhelaban ir al Cielo.

Los Livingstone decidieron donar la granja de Middleway para uso de la Iglesia católica, y se mudaron a Loretto para formar parte de la parroquia del padre Gallitzin. La enigmática voz les había predicho que antes del fin de los tiempos, ese sería un gran lugar para la oración y el ayuno. Durante dos siglos aquellas fueron tierras de labranza y se conocieron como el "campo de los sacerdotes", hasta que la diócesis construyó una casa de retiros espirituales en el lugar. El padre Agustín Gallitzin desgastó su vida en los montes Alleghenies –parte de los Apalaches– y dejó establecida una fuerte comunidad de católicos en el oeste de Pensilvania. Murió en Loretto en 1840, donde fue sepultado. Sobre su tumba se encuentra hoy una basílica. En 2005 recibió el título de "Siervo de Dios" por el papa Benedicto XVI.

De este caso de la vida real podemos aprender varias lecciones. Los exorcistas afirman que los espíritus malignos –demonios– pueden manifestarse en la vida de los hombres a través de una acción extraordinaria como son la posesión, la obsesión, la vejación y la infestación diabólica. Esta última ocurre cuando demonios ejercen su acción sobre lugares u objetos, incluidos los animales. Es una agresión diabólica indirecta al hombre para afectarlo en cosas que sirven para su vida.

Lo sucedido en Middleway pudiera parecer una acción extraordinaria del demonio; sin embargo por el contexto de todos los acontecimientos, se asemeja más a un fenómeno causado por un alma del Purgatorio que murió sin los sacramentos y fue sepultada en un lugar impropio para difuntos. La Iglesia enseña que el alma separada del cuerpo después de la muerte sigue viva y funcionando; se vuelve semejante a los ángeles no sólo en el ser, sino en el obrar. Y si sabemos que los ángeles han realizado, y pueden realizar cosas maravillosas en la tierra, entonces "Algo de todo esto podrán hacer, por sí mismas, las almas separadas del cuerpo; y lo hacen, de hecho, en la medida en que Dios se complace en concedérselo", enseña el teólogo Angélico Arrighini.

La escatología –la rama de la teología que estudia el Más Allá– enseña que las almas separadas de sus cuerpos, inmediatamente después de la muerte ingresan al lugar que les corresponde: cielo, infierno o purgatorio. Santo Tomás de Aquino enseña que las almas separadas están completamente disociadas del mundo de los vivos; como carecen de cuerpo no pueden comunicarse con nosotros. Ellas no tienen por qué salir de su lugar de ultratumba para ponerse en contacto con el "más acá". "Sin embargo por dispensa de la Divina Providencia –dice santo Tomás–, ocurre a veces que las almas separadas salen de sus lugares y se aparecen a los hombres, como cuenta san Agustín del mártir san Félix, que se apareció a los habitantes de Nola cuando estaban asediados por los bárbaros. Y lo mismo puede creerse de los condenados, a quienes a veces permite Dios aparecerse para enseñanza de los hombres o para atemorizarles (con el fin de que eviten el pecado que podría acarrearles la misma suerte); y de las almas del purgatorio, que vienen a implorar sufragios, como dice san Gregorio citando numerosos casos".

Lo ocurrido hace 228 años ha de movernos a orar más asiduamente por las almas del Purgatorio. Sabemos que el Purgatorio es un estado después de la muerte en el que entran las almas que murieron en la gracia de Dios, es decir, en pecado venial, o que van arrastrando una pena de sentido por el efecto de sus pecados pasados, pena de la que no han sido todavía purificadas. La pena de estas almas es doble: un retraso de la visión de Dios, y un fuego purificador muy doloroso por el que tienen que pasar. Y dice santo Tomás que ambas penas son tan intensas, que la pena mínima del purgatorio excede a la mayor de esta vida.

En Roma existe un Museo de las almas del Purgatorio. Está en una sala junto a la sacristía de la iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio en Lungotevere cerca del Vaticano. Se trata de una colección de huellas, fotografías, documentos y reliquias que un misionero llamado Victor Jouet recopiló en sus viajes por Europa, siguiendo los contactos que difuntos tuvieron con sus parientes vivos, como pruebas de la vida después de la muerte. El 15 de noviembre de 1897 se produjo un misterioso incendio en la Capilla del Rosario. El sacerdote y muchos fieles vieron un rostro sufriente entre las llamas, que luego quedaron impresas en la pared. La imagen fue fotografiada varias veces, y fue adquiriendo una expresión de más serenidad después de las oraciones que se hicieron por ella. Estos hechos hicieron que Jouet se dedicara a buscar pruebas de la vida de ultratumba y quedaran en este museo, único en el mundo.

Museo de las almas del Purgatorio (Roma)

No debemos pensar que las almas del Purgatorio sólo tienen sufrimientos. Ellas tienen, al menos, cuatro consuelos: la certeza de su salvación eterna; la plena conformidad a la voluntad de Dios; el gozo de la purificación de sus propias manchas; y un alivio continuo en la medida en que van acercándose a la visión eterna de Dios.

Este mes de noviembre oremos más intensamente por las almas del Purgatorio. Recordemos que se trata de una obra de misericordia espiritual de la Iglesia y, como obra de caridad, se vuelve meritoria para nuestra vida eterna: "Lo que hiciste a uno de estos hermanos, a mí me lo hiciste", dijo Jesús (Mt 25). Nada mejor para ayudar a estas almas hermanas nuestras que ofrecer la Eucaristía por ellas. Cuando los padres Agustín Gallitzin y Denis Cahill ofrecieron la santa Misa por el alma de aquel forastero en casa de los Livingstone, terminaron las perturbaciones a la casa.

Me pregunto si la conservación de las cenizas de los difuntos en casa los dejará descansar a ellos. No lo sé, pero lo ocurrido en Livingstone me pone a dudar. De lo que sí estoy seguro es que la Iglesia, por la que se expresa la voluntad de Dios, es que las cenizas no permanezcan en las casas, sino que sean depositadas en lugares sagrados –en cementerios o en iglesias– a fin de que se ore por ellos continuamente, y que se eviten malos tratos, olvido o faltas de respeto, lo que puede ocurrir fácilmente en una casa. (Instrucción Ad resurgendum cum Christo). El verdadero acto de amor y de honra que hacemos a un difunto no es tenerlo en casa –como aferrándose a él– sino llevar sus cenizas a un camposanto, a un lugar consagrado, para que ahí se ore por él. Es además un signo de su pertenencia a la comunidad cristiana.




miércoles, 26 de octubre de 2022

Soberbia


Pedir ayuda es algo que a muchos nos cuesta esfuerzo. Nos creemos autosuficientes, nos gusta ser independientes y no queremos mostrarnos débiles. A muchos maridos les cuesta compartir sus sentimientos y emociones con sus esposas o con sus hijos porque quieren conservar su imagen de personas viriles y fuertes. A muchas mujeres les gusta comprarse ropa y ornamentos para lucir y ser admiradas, y entre ellas compiten por sobresalir. Hay maridos y esposas que se vuelven controladores de su cónyuge. En las escuelas vemos estudiantes que se esfuerzan por ser los mejores en el salón de clase o en deportes, no por aprender o por trabajar en equipo, sino para opacar a los demás en desempeño o en calificaciones. En la raíz de estas actitudes está un pecado que se llama soberbia.

La soberbia es una enfermedad espiritual que hemos de erradicar de nuestra vida, si queremos que nuestro entorno sea más feliz. ¿Conoces personas soberbias? Fíjate cómo estas personas viven alejadas de los demás. Son pocos los que se les acercan y sus relaciones interpersonales se vuelven espinosas, difíciles. La soberbia acaba con amistades y con matrimonios; divide a las familias y hace áspero el ambiente de trabajo; crea enemigos en la vida política e, incluso, es causa de guerras entre pueblos y naciones.

¿Es malo reconocer lo bueno que hay en nosotros? ¿Es negativo procurar que otros nos estimen? ¡Por supuesto que no! Debemos estimar los bienes que Dios nos ha concedido. Ser agradecidos con Dios por lo bueno que nos ha dado es darle la honra a él, y es también una actitud que nos mueve a respetarnos a nosotros mismos. El sano amor a uno mismo –la autoestima– es necesario para una vida feliz. También es deseable que otras personas contemplen los dones que Dios nos ha dado, y que nosotros reconozcamos las buenas cualidades del prójimo, pero con el propósito de que todos reconozcamos la obra de Dios, en uno mismo y en los demás.

Enseñaba san Josemaría Escrivá: "Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. Porque te da esto y lo otro. Porque te han despreciado, porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes; porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya; porque creó el sol y la luna, y aquel animal y aquella otra planta; porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso... dale gracias por todo, porque todo es bueno".

La enfermedad espiritual de la soberbia comienza cuando nos olvidamos de que Dios fue quien nos otorgó los bienes que tenemos y nos los atribuimos a nosotros mismos; o cuando nos sentimos inclinados para trabajar para nosotros, para granjearnos la buena estima de otras personas, sin ninguna referencia a Dios. Por eso la soberbia se puede definir como un amor desordenado de uno mismo, una especie de idolatría que nos hace considerarnos como dioses de nosotros mismos.

Olvidar a Dios como fuente de nuestras bendiciones no sólo engendra soberbia, sino conflictos sociales. La llamada "lucha de clases" del marxismo como motor de la historia, en el fondo es la soberbia de los ricos arrogantes que luchan contra la soberbia de los pobres resentidos por su condición. Hoy el marxismo cultural divide no sólo a ricos y pobres sino a mujeres y hombres. La Iglesia enseña que la lucha de clases sociales o de sexos, es decir, suponer que una clase social o un sexo sea espontáneamente enemigo del otro, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres, o a los hombres y las mujeres combatirse mutuamente en un perpetuo duelo es un error. Aunque la soberbia infecta la vida social, estamos llamados a curarla y a armonizar la convivencia de unos con otros.

El primer gran soberbio fue Lucifer, el ángel más bello de la creación, que por no someterse a Dios se convirtió en ángel caído y oscuro. Después fueron Adán y Eva, quienes tentados por el diablo quisieron ser como dioses. La soberbia se manifiesta de las más variadas formas y nos afecta prácticamente a todos. Los ateos, por ejemplo, rechazan a Dios porque no quieren tener un dueño a quien servir. O bien personas heréticas como Lutero, que no quisieron reconocer la autoridad de la Iglesia fundada por Cristo; o los racionalistas que rechazan enseñanzas de la Iglesia sólo porque algunas verdades de fe no las pueden entender con la razón; también algunos obispos y sacerdotes de nuestros tiempos que deforman las enseñanzas de la Iglesia y las acomodan a lo que ellos creen que debe ser. Es lo que ocurre hoy en el Sínodo de Alemania, por ejemplo, con la rebeldía de gran parte del episcopado a la enseñanza oficial de la Iglesia.

La soberbia es un virus más común de lo que imaginamos. Cerramos fácilmente los ojos para no ver las vigas que llevamos en los ojos y, en cambio, buscamos y vemos la mota en los ojos de los hermanos. Los defectos ajenos los vemos con lente de aumento y nos sentimos superiores a muchas otras personas. El espíritu de crítica y de censura se apodera de nosotros, espiamos los menores gestos del prójimo para hacerles críticas; todo lo queremos juzgar, la obediencia nos parece muy difícil; nos cuesta pedir permiso y aspiramos a la autonomía.

Hasta las personas piadosas pueden padecer cierta soberbia. Hay quienes son muy aficionados a la oración y a las prácticas de piedad, pero pueden llegar a confundir los consuelos que reciben de Dios con la santidad. Por las mariposas que sienten dentro de sus pechos mientras están en fervorosa oración, creen que son muy santos, pero apenas Dios los deja en sequedad o en desconsuelo, ellos se sienten descorazonados o perdidos. Se olvidaron de que el fin de la oración y la piedad no es buscarse a uno mismo, sino glorificar a Dios, en cualquier momento y circunstancia, en la alegría y en el dolor.

Hay personas de Iglesia a las que nos gusta realizar grandes apostolados que los demás puedan notar. Nos complacemos en hacer lo que se llaman "obras de relumbrón", es decir, de gran aparatosidad. Sentimos fascinación por organizar eventos masivos como los congresos, retiros de evangelización de cientos de personas o fastuosas fiestas patronales. Puede que todo ello no esté mal porque detrás de ello puede haber un genuino celo apostólico. Sin embargo no nos gusta trabajar en las virtudes escondidas, en lo que no brilla, como por ejemplo en cultivar la humildad, la meditación silenciosa y la penitencia. Sin embargo cuando vienen las tentaciones graves, pronto sucumbimos y caemos en pecados vergonzosos. Es cuando nos damos cuenta de lo débiles que somos, de la flaqueza de nuestra voluntad.

Hijas feas de la soberbia son la ambición y la vanagloria. Los políticos quieren controlar la vida de los demás imponiendo un pensamiento único, destruyendo incluso culturas y derechos como la libertad de conciencia y la libertad religiosa. Muchos buscamos los primeros puestos y los oficios que brillan, o bien sin saber escuchar imponemos nuestro punto de vista a los demás en cuestiones que son de simple opinión. En la vida de la Iglesia también la ambición es común. Hay sacerdotes que aspiran a tener parroquias de buen ingreso económico, o a ser obispos, y hay obispos que quieren ser cardenales. Seguramente habrá cardenales que quieran ser el papa.

San Francisco de Sales, al hablar de la vanagloria, dice que esta es una necedad y algo descabellado. Hay quienes se vanaglorian de sus bigotes, de su barba bien peinada, de ir montados en un buen caballo o de llevar una bella pluma en el sombrero. Otros se glorían de su apellido o su linaje; otros de saber bailar o cantar. La gloria que se fundamenta en tales cosas es frívola y vacía. Por eso es "vana gloria". Todo esto es humo –dice el santo– porque, en realidad, la gloria únicamente es para Dios.

La soberbia es un lastre que arrastramos y que pone en juego nuestra eternidad. La soberbia convirtió a millones de ángeles en horribles demonios para toda la eternidad; la soberbia arrojó a nuestros primeros padres del paraíso y con ellos a todos sus descendientes; la soberbia humana hizo que Jesucristo se entregara a la muerte en la cruz para salvar a la humanidad; la soberbia mantendrá eternamente en terribles tormentos eternos a quienes se obstinen en ella en el momento de la muerte. Son enseñanzas preciosas de nuestra Iglesia Católica, para ser meditadas, y emprender el camino de la humildad como su antídoto.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Héroes de ayer, villanos hoy


Cuando era niño aprendí historia a través de grandes relatos narrados por mis padres, maestros y catequistas. Escuché las epopeyas griegas en la Ilíada y la Odisea, la grandeza del Imperio Romano y, más tarde, las grandes aventuras del descubrimiento de América y la Conquista de México. Conocí los grandes relatos bíblicos como la liberación de Egipto por Moisés, las proezas y miserias del rey David, la conquista de la Tierra prometida, la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, así como la gran aventura de la expansión de la Iglesia a través de los Apóstoles y los mártires del cristianismo. Todos estos relatos asombraron mi mente y corazón pero, sobre todo, formaron en mí una clara noción de la vida como una lucha espiritual y la esperanza, al final de la historia, del triunfo del bien sobre el mal.

Mis héroes de la Conquista de México son Hernán Cortés y los doce frailes franciscanos que llegaron después. Fueron hombre intrépidos, indomables, líderes con gran espíritu de sacrificio, dispuestos a dar sus vidas por el reino de Cristo. Siempre los admiraré, aunque decirlo pueda causarme acusaciones y rechazo de aquellos que, lavados sus cerebros por la ideología progresista, los tienen por villanos y hoy los quieren arrojar al basurero de la historia. Piensan esos progresistas que para avanzar hacia el futuro hemos de dinamitar, primero, los cimientos de la cultura occidental.

Dentro santoral católico tengo una gran admiración a san Junípero Serra, otro hombre excepcional, guerrero espiritual indómito, defensor de los indios, fundador de las antiguas misiones de la Alta California que dieron origen a grandes ciudades como San Francisco, San Diego, Monterrey y Santa Bárbara. San Junípero es un santo católico que tiene su estatua en el capitolio de Washington por ser uno de los héroes que contribuyeron a forjar la nación norteamericana, pero hoy el santo empieza a ser visto como un villano del pasado.

Hace unos años apareció en Estados Unidos un movimiento progresista y fraudulento de izquierda llamado "Black lives matter", supuesto defensor ante la discriminación racial y guardián de los derechos de los afroamericanos, financiado por Open Society Foundation del multimillonario George Soros. Ellos fueron quienes derribaron la estatua san Junípero en San Francisco California, en una acción que pretende borrar el pasado, aniquilar a los héroes y, en último término, infundir una vergüenza general por nuestras raíces cristianas. De esa manera quieren destruir las bases de la cultura occidental para construir un nuevo orden en el mundo.

En su artículo "Destruyendo la cultura a través de la amnesia", Sarah Cain, analista política y comentarista social en Estados Unidos, denuncia la manera en que está cambiando la educación en ese país. Hoy los profesores no enseñan los relatos atemporales o los cuentos que, a través de los siglos, transmiten enseñanzas morales que permiten a los niños ver la diferencia entre el bien y el mal para evitar los vicios y elegir las virtudes. En cambio cuando enseñan hechos históricos es, muchas veces, para socavar a los grandes hombres del pasado al amplificar sus defectos y minimizar sus virtudes. Sin referencias positivas con el pasado, los niños son adoctrinados para aprender que, en realidad, nuestros héroes eran malvados y observar que Occidente se edificó con la sangre de víctimas desafortunadas.

Estamos inmersos en una revolución silenciosa donde no se disparan balas y, en cambio, se lavan cerebros. Es una revolución que ocurre a través de la educación escolar y a través de los medios masivos de comunicación. En una entrevista con Mamela Fiallo comenta Agustín Laje que toda revolución trae un ataque al pasado para inaugurar un nuevo tiempo. Hay que sacudirse del ayer. Durante la Revolución Francesa los revolucionarios disparaban contra los relojes de las plazas públicas, como quien dispara simbólicamente contra el tiempo. El nuevo gobierno francés modificó el nombre de los días, los meses y el orden de los años, para contar el tiempo a partir de 1789, año de la revolución.

Al transformar nuestros héroes en villanos, al derribar las estatuas de quienes por su vida virtuosa y sus luchas por una patria mejor han sido orgullo y ejemplo de generaciones, se está disparando contra el tiempo para aniquilarlo e iniciar un tiempo nuevo, diseñado por los constructores de una nueva civilización. Esto es robar a la gente su identidad, sus raíces históricas, para inyectar en las mentes la nueva identidad fabricada por aquellos que ostentan el poder mundial.

Hay tantas cosas positivas que aprendemos de nuestros héroes, así como de nuestros mitos y leyendas, pero sobre todo, de las vidas de los santos. Aprendemos, entre otras cosas, –dice el artículo de Sarah Cain– cómo nuestros antepasados tuvieron defectos que pudieron superar; fueron personas que lucharon contra el vicio y la tentación y lograron sobresalir. Si esto no lo aprenden los niños y jóvenes, y en cambio sólo miran a los personajes del pasado como seres oscuros que destacaron por sus pecados, entonces ¿por qué las nuevas generaciones habrían de distinguirse por sus virtudes si, al fin, el ser humano es un ser malvado y la historia la hacen los villanos?

Tenemos la grave responsabilidad de evitar que el progresismo socialistoide siga avergonzando a sociedades enteras de lo que fue su pasado, así como la gran tarea de conservar nuestras raíces históricas y enorgullecernos de la grandeza de nuestra cultura occidental, que fue construida sobre el cristianismo, el pensamiento griego y el derecho romano.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Hombres de rodillas


El pasado viernes 7 de octubre nos reunimos a rezar el Rosario alrededor de 160 varones católicos, aquí en la Diócesis de Ciudad Juárez. Lo hicimos en un parque público como respuesta a la iniciativa del Rosario Mundial de Hombres que nació en Polonia e Irlanda, y que se ha extendido rápidamente por los cinco continentes. Desde algunas parroquias de la diócesis llegamos al Parque Borunda, uniéndonos espiritualmente a decenas de miles de varones del mundo para arrodillamos ante la Madre de Dios e implorar su auxilio.

Algunos se preguntarán ¿por qué esta actividad es exclusiva para varones? La respuesta más simple es porque, así como existen actividades en la Iglesia para niños, adolescentes, jóvenes, señoras, personas de la tercera edad, profesionistas, catequistas, obreros, médicos... los varones también podemos y debemos reunirnos para hacer oración y tener un crecimiento espiritual desde una perspectiva que es propiamente nuestra: la masculinidad.

Creemos que la mayor crisis que padece nuestra cultura es la pérdida de la fe. Una gran oscuridad espiritual se cierne sobre el mundo: en la mayoría de las familias no se hace oración; pocas asisten a misa y a la iglesia; no existe un amor a la lectura de la Palabra de Dios; hay una pérdida generalizada del sentido de Dios y de la vida; el laicismo ateo despliega toda su influencia negativa en la vida de la sociedad apoderándose de las mentes de niños y jóvenes a través de ideologías perversas; las familias se rompen cada vez con más facilidad; a los padres de familia el gobierno les arrebata la patria potestad. 

En el fondo de esta crisis y confusión está, entre varios factores, la pérdida del varón como auténtico líder, protector y guía de la familia y de la comunidad. Hemos permitido que las mujeres tengan todas las oportunidades y ejerzan todos sus derechos –y es justo que así sea porque somos iguales en dignidad– pero a cambio de eso los hombres hemos perdido nuestro papel de líderes en la familia. Si observamos la concurrencia a nuestras iglesias –y no se diga al rezo del Rosario–, la mayoría de los fieles son mujeres. ¿Por qué tiene que ser así?

Al perder nuestro papel como transmisores de la fe y como guías morales de nuestras familias, comunidades, empresas y vida política, estamos creando una sociedad con virtudes cada vez más femeninas y poco masculinas. Las virtudes de las mujeres son preciosas y necesarias, pero deben complementarse con aquellas que los varones hemos ido perdiendo: el honor, el valor, la reciedumbre, la disciplina, el carácter, el respeto, la lealtad, la honestidad, la prudencia, el autocontrol, la humildad, la excelencia, la espiritualidad.

Las feministas nos siguen reclamando a la cara que todo el mal y la violencia se deben al varón. Sin duda, ellas están manipuladas por una ideología que solamente ha creado una guerra entre sexos y que pretende destruir a la familia, pero también tienen algo de razón. Por ejemplo, si los hombres asumiéramos, desde el inicio de una relación amorosa, la responsabilidad y el cuidado por las mujeres, seguramente no tendríamos la crisis por el aborto que hoy tenemos.

Si no viéramos pornografía, no tendríamos la violencia sexual que hoy existe contra la mujer, ni los abusos, incluso ni la pedofilia. Si desterráramos el consumo de drogas y supiéramos controlar nuestra manera de beber, no habría un ambiente violento ni vicioso en las casas. La crisis de las familias y de la sociedad se debe, en cierto sentido, a que los hombres hemos perdido las virtudes que son propiamente masculinas. Hemos deformado nuestra masculinidad por el machismo o el afeminamiento.

El Rosario de Hombres se hace en público por tres motivos. Primero, para que el varón tome conciencia de su papel como guía, protector, custodio y líder espiritual de su familia. Segundo, para que ninguno de nosotros se avergüence de dar testimonio público de nuestra preciosa fe católica y comprendamos que los principios y valores que brotan de ella no son para esconderse privadamente, sino que deben llevarse a la vida pública. Tercero, porque la oración pública tiene una fuerza mayor que la que se hace privadamente: "donde dos o más se reúnen en mi nombre, ahí estoy en medio de ellos" (Mt 18,20).

El Rosario Mundial de Hombres es una iniciativa para que el varón católico recobre su papel, y aprenda que bajo el amor, el amparo y la custodia de la Madre de Dios, se encaminará más fácilmente hacia la realización de la misión que Dios le ha encomendado.

martes, 11 de octubre de 2022

Rosario Viviente, 30 años


Los hechos más importantes que marcan la vida de la sociedad civil son registrados por historiadores y periodistas. Así en las cronologías de la historia universal o de las naciones encontramos guerras, tratados, personajes de la vida política, catástrofes, alianzas, descubrimientos científicos, pero nunca hallaremos hechos sobrenaturales como son las apariciones de la Virgen María o las vidas de los santos. Esos hechos maravillosos el mundo no los considera relevantes y, sin embargo, son los acontecimientos en los que Dios interviene directamente para escribir su propia historia, la historia de la salvación.


La historia de Paso del Norte –nuestra región– conoció la fundación de la Misión de Guadalupe en 1659 y la gran revuelta indígena de 1680, pero nunca habla de las visitas que hacía sor María de Ágreda, la religiosa mística española que, sin salir de su monasterio en España, a los indígenas jumanos en Nuevo México para evangelizarlos. Cuando los frailes españoles llegaron a estas tierras, ¡los indios ya conocían lo elemental del catecismo gracias a las enigmáticas visitas de la monja! En la historia de la Iglesia regional estos son hechos históricos documentados, pero que los historiadores seculares ignoran. Ellos nunca entenderán el don místico de la bilocación que Dios concede a ciertas personas elegidas.

Hace treinta años comenzó en Ciudad Juárez el Rosario Viviente, un hecho que impulsó enormemente la devoción a la Virgen María en nuestra comunidad fronteriza. Se trata del acontecimiento de fe y oración que reúne a más católicos en un solo lugar. El evento no ocupa los titulares de los periódicos como lo hacen las elecciones, las obras que inauguran los gobernantes o la violencia que con frecuencia nos flagela. Los hechos religiosos, si no están mezclados con lo político o no tienen impacto socioeconómico, son juzgados por la prensa como irrelevantes. Sin embargo para Dios, este suceso es de gran relevancia espiritual.

A los ojos de quienes somos creyentes, la vida de la ciudad no está abandonada a las solas fuerzas humanas ni a los poderes del caos. Sabemos que dentro de la historia de nuestra sociedad civil se escribe silenciosamente otra historia, invisible a los ojos del periodismo. Es la historia del paso de Dios que acompaña a su pueblo de manera discreta y callada en sus esfuerzos, amores, familias, trabajos, miserias, pecados, esperanzas, enfermedades, alegrías y frustraciones. Es la historia que solamente saben leer aquellos a los que Dios ha llamado y de los que Jesús se alegra porque el Padre les ha revelado sus secretos. ¡Qué sería de nuestra ciudad si no existieran estas enormes chimeneas por las que suben al cielo las oraciones de los hijos de Dios!

La noche del Rosario Viviente es única en el año. En torno a la Madre de Jesús, la poderosa Señora que nos trajo al Salvador del mundo, nos reunimos el obispo, los sacerdotes y diáconos, los religiosos y religiosas, los seminaristas y laicos. Es como descalzarnos ante la zarza ardiente de los misterios de nuestra Redención –como lo hizo Moisés en el Horeb– para adorar a Jesús y amarle como su esposa, la Iglesia. El Rosario Viviente es una proclamación sostenida del misterio de nuestra salvación.

A los ojos de los no creyentes o de los católicos tibios, el rezo del Rosario puede ser monótono y repetitivo. Lo cierto es que cada vez que pronunciamos el Avemaría, estamos proclamando el anuncio increíble del amor de Dios. Cada Padrenuestro, cada Avemaría en cada misterio, es una declaración hermosa del amor misericordioso de Dios, fuerte y sabio en nuestras vidas. Orar con el Rosario es escuchar, una y otra vez, el anuncio gozoso de nuestra salvación. Por eso nada tiene de extraño que, cuando salimos del estadio universitario después del Rosario Viviente, habiendo proclamado nuestra salvación con las palabras del Arcángel Gabriel, lleguemos a sentirnos salvados.

No nos extrañe que, uniéndonos a la convocatoria hecha por el obispo a toda la diócesis para rezar el Rosario, obtengamos favores que parecen imposibles, especialmente la conversión de los corazones, la unidad y la reconciliación entre las personas y, sobre todo, la paz en la ciudad, que es el motivo principal por el que dirigiremos nuestra oración al Señor. Lo que no alcanza a proferir la voz humana lo conoce Dios, y el Espíritu viene en nuestra debilidad porque sabe que necesitamos ser salvados. Después de dos años de pandemia ahí estaremos en el estadio, la tarde del próximo sábado 15 de octubre, unidos en oración.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Batallas por la opinión pública


En días pasados el periodista de Univisión Jorge Ramos –célebre por sus preguntas incómodas a los políticos– participó en la "mañanera" de Andrés Manuel López Obrador, levantando una polvareda mediática. El presentador de noticias le señaló que, según los datos mostrados por el mismo presidente, el gobierno de la 4T se corona como el que tiene los índices de homicidios más altos de las últimas décadas, superiores a los de los gobiernos de Felipe Calderón y Peña Nieto.

El mandatario, visiblemente molesto, negó las afirmaciones de Ramos, argumentando que la manera del informador de interpretar las cifras era equivocada. De inmediato empezaron a surgir en redes sociales el ejército de defensores de Andrés Manuel con ataques virulentos al periodista y, al mismo tiempo, los agradecimientos de los enemigos de AMLO al de Univisión, salpicados de burlas y bufonadas, por desenmascarar al presidente.

El punto en este artículo no es quién tenga razón, si AMLO o Jorge Ramos, sino la batalla por lo que se llama opinión pública y su importancia para los católicos. Lo sucedido el 22 de septiembre en Palacio Nacional fue una colisión entre el gobierno de México y sus adversarios en la lucha por mantener una opinión pública favorable a los intereses de cada quien. Es algo muy importante. La opinión general que tenga el gran público sobre un político y sus proyectos tendrá, indudablemente, repercusión en futuras contiendas electorales.

La opinión pública es parte integral de nuestras democracias. Agustín Laje señala en su libro "La batalla cultural" que se trata de un estado mental colectivo mediante el cual se expresa la voluntad popular sobre un tema. Opinión pública es lo que opina la mayoría del público sobre algo o alguien. Resulta algo clave, no sólo para los políticos sino para otras instituciones, incluida la Iglesia Católica. Lo que se publica en periódicos, revistas y libros; lo que aparece en los noticieros y películas, va formando imagen, opinión. De ello se conversa en las familias, clubes, cafés, restaurantes, centros de reunión; y de ahí los políticos y las instituciones se inspiran para hacer sus discursos, tomar posiciones, elaborar programas, tomar estilos y poses.

Los políticos no siempre danzan con lo que dicta la opinión pública, sino que tratan de modificarla para su propia conveniencia. Con sus intelectuales asociados, su red de periódicos y televisoras que les son fieles, periodistas comprados, académicos que reciben apoyos o becas, expertos en mercadotecnia política y hasta gente del mundo de la farándula, ellos reconstruyen y diseñan lo que va a repercutir en su imagen pública. Ejemplo de esa influencia para influir en la mente del pueblo fue el programa televisivo "Aló presidente" de Hugo Chávez en Venezuela, o la actual "mañanera" de López Obrador en México, que lo ha trepado, en su popularidad, en los cuernos de la luna.

La Iglesia no es ajena a la opinión pública, sino que es afectada positiva y negativamente por ella. La presencia del papa, obispos, sacerdotes y laicos que son fieles a las enseñanzas de la Iglesia hacen una estupenda labor en redes sociales para defender la fe. Sin embargo, desafortunadamente son pocos los laicos católicos que, desde el ámbito de su profesión, forman opinión pública en medios de comunicación seculares, en fidelidad al espíritu del Evangelio, a través de los medios de comunicación.

En cambio los enemigos de la fe católica no cesan de trabajar para formar una opinión pública negativa de la Iglesia y de los católicos, hasta el grado de avergonzarlos de ser creyentes. Articulados con el poder financiero y político, ellos no dejan de repetir incansablemente el tema de la Inquisición, las Cruzadas, los abusos sexuales, la destrucción de las culturas originarias, la agotada e intolerante moral sexual cristiana, la opresión de la mujer en la Iglesia y otros temas que, a fuerza de golpeteo, han hecho que muchos católicos se sientan acomplejados de su fe.

Dos cosas hemos de hacer los católicos. Lo primero es reconocer el suelo que pisamos cuando nos informamos. Aprendamos a leer quién está detrás de las noticias. Quienes escriben, informan u opinan, obedecen a una agenda política o ideológica específica. Y si lo hacen sobre asuntos de Iglesia, detectemos si son favorables o contrarios al catolicismo, o si son católicos fieles a las enseñanzas del Magisterio o, lamentablemente, de corte liberal progresista. Y lo segundo es jamás vivir acomplejados de nuestra fe católica sino difundirla y defenderla en nuestro ámbito de influencia para contribuir a formar una opinión pública positiva de la Iglesia y su doctrina. El bagaje teológico, litúrgico y espiritual que llevamos los católicos es demasiado precioso como para ocultarlo; es la magnífica noticia que muchas almas aguardan escuchar.

jueves, 15 de septiembre de 2022

Urge rescatar el centro


Señor presidente municipal, honorables miembros del Cabildo:

Les saludo con gran respeto, con el deseo de que desempeñen su labor con un vivo amor por nuestra ciudad y con gran sentido de responsabilidad. Crecí la mayor parte de mi vida en esta ciudad y tengo la bendición de ser párroco de la Catedral desde hace nueve años.

Desde pequeño mi padre me llevaba al centro histórico de Juárez y comprendí que este lugar era el punto de referencia más importante para los juarenses. Entendí que en el centro convergía la vida citadina por ser el espacio donde están las raíces históricas, culturales, gubernamentales y religiosas de lo que antaño fue Paso del Norte.

Hoy Ciudad Juárez es una urbe con más de un millón y medio de habitantes. Nuestra lejanía del centro de México es una tentación para sentirnos desarraigados y olvidar nuestro patrimonio cultural y social que tiene sus raíces en nuestro centro histórico. Los juarenses necesitamos sentido de pertenencia; y precisamos conservar, con dignidad y honor, los espacios que nos dan identidad y que narran los hechos de nuestro glorioso pasado.

El centro histórico es un espacio que representa al resto de la ciudad. Ahí convergen personas provenientes de todas partes de la ciudad, de toda condición social. También es punto de referencia para hombres y mujeres que han emigrado desde las más variadas culturas. Aquí se reúnen también personas de nuestros pueblos originarios.

El centro es un termómetro que refleja el orden que tiene el resto de la ciudad. Es un lugar del que los juarenses debemos sentirnos orgullosos, un espacio social, un lugar de encuentro en el que puedan caminar las familias con tranquilidad y seguridad, una zona a la que podamos llevar con orgullo a nuestros familiares y amigos para mostrarles quiénes somos, y que pueda ser visitado por nacionales y extranjeros.

Desafortunadamente hoy nuestro centro histórico está lejos de ser una zona de la que podamos sentirnos orgullosos. Desde hace nueve años habito en este lugar, en la casa de Catedral, y soy testigo de su progresivo descuido por parte de las autoridades. La falta de alumbrado público, el deterioro de las banquetas, la suciedad y el ambulantaje descontrolado, los olores a aguas negras, la inseguridad y el ruido propasado, han hecho del centro histórico un lugar que muchos juarenses no quieren visitar.

Sin embargo en el centro de Juárez trabajan miles de personas comerciantes que añoran un cambio en su entorno. Miles de personas que vienen a comprar en la zona de mercados, que acuden a la Catedral y a otros templos para encontrar fortaleza y consuelo espiritual; que pasean con sus familias en medio del desorden, están esperando que el centro sea dignificado, embellecido y ordenado para que puedan realizar sus actividades con tranquilidad y alegría. Es una súplica de toda la ciudad.


Es por eso, señor presidente municipal y honorables miembros del Cabildo, que estamos aquí. El Grupo 32000 no sólo representa a cientos de propietarios de negocios y concurrentes del centro, sino que es el clamor de un millón y medio de habitantes que poblamos Ciudad Juárez, pidiendo un centro digno para todos.

Les ofrecemos nuestra colaboración para que juntos, gobierno y sociedad civil, rescatemos un territorio que tiene un carácter sacro para la ciudad, que merece toda nuestra atención, amor y cuidado, y del que los juarenses podamos sentirnos orgullosos.

México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...