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Rosario Viviente, 30 años


Los hechos más importantes que marcan la vida de la sociedad civil son registrados por historiadores y periodistas. Así en las cronologías de la historia universal o de las naciones encontramos guerras, tratados, personajes de la vida política, catástrofes, alianzas, descubrimientos científicos, pero nunca hallaremos hechos sobrenaturales como son las apariciones de la Virgen María o las vidas de los santos. Esos hechos maravillosos el mundo no los considera relevantes y, sin embargo, son los acontecimientos en los que Dios interviene directamente para escribir su propia historia, la historia de la salvación.


La historia de Paso del Norte –nuestra región– conoció la fundación de la Misión de Guadalupe en 1659 y la gran revuelta indígena de 1680, pero nunca habla de las visitas que hacía sor María de Ágreda, la religiosa mística española que, sin salir de su monasterio en España, a los indígenas jumanos en Nuevo México para evangelizarlos. Cuando los frailes españoles llegaron a estas tierras, ¡los indios ya conocían lo elemental del catecismo gracias a las enigmáticas visitas de la monja! En la historia de la Iglesia regional estos son hechos históricos documentados, pero que los historiadores seculares ignoran. Ellos nunca entenderán el don místico de la bilocación que Dios concede a ciertas personas elegidas.

Hace treinta años comenzó en Ciudad Juárez el Rosario Viviente, un hecho que impulsó enormemente la devoción a la Virgen María en nuestra comunidad fronteriza. Se trata del acontecimiento de fe y oración que reúne a más católicos en un solo lugar. El evento no ocupa los titulares de los periódicos como lo hacen las elecciones, las obras que inauguran los gobernantes o la violencia que con frecuencia nos flagela. Los hechos religiosos, si no están mezclados con lo político o no tienen impacto socioeconómico, son juzgados por la prensa como irrelevantes. Sin embargo para Dios, este suceso es de gran relevancia espiritual.

A los ojos de quienes somos creyentes, la vida de la ciudad no está abandonada a las solas fuerzas humanas ni a los poderes del caos. Sabemos que dentro de la historia de nuestra sociedad civil se escribe silenciosamente otra historia, invisible a los ojos del periodismo. Es la historia del paso de Dios que acompaña a su pueblo de manera discreta y callada en sus esfuerzos, amores, familias, trabajos, miserias, pecados, esperanzas, enfermedades, alegrías y frustraciones. Es la historia que solamente saben leer aquellos a los que Dios ha llamado y de los que Jesús se alegra porque el Padre les ha revelado sus secretos. ¡Qué sería de nuestra ciudad si no existieran estas enormes chimeneas por las que suben al cielo las oraciones de los hijos de Dios!

La noche del Rosario Viviente es única en el año. En torno a la Madre de Jesús, la poderosa Señora que nos trajo al Salvador del mundo, nos reunimos el obispo, los sacerdotes y diáconos, los religiosos y religiosas, los seminaristas y laicos. Es como descalzarnos ante la zarza ardiente de los misterios de nuestra Redención –como lo hizo Moisés en el Horeb– para adorar a Jesús y amarle como su esposa, la Iglesia. El Rosario Viviente es una proclamación sostenida del misterio de nuestra salvación.

A los ojos de los no creyentes o de los católicos tibios, el rezo del Rosario puede ser monótono y repetitivo. Lo cierto es que cada vez que pronunciamos el Avemaría, estamos proclamando el anuncio increíble del amor de Dios. Cada Padrenuestro, cada Avemaría en cada misterio, es una declaración hermosa del amor misericordioso de Dios, fuerte y sabio en nuestras vidas. Orar con el Rosario es escuchar, una y otra vez, el anuncio gozoso de nuestra salvación. Por eso nada tiene de extraño que, cuando salimos del estadio universitario después del Rosario Viviente, habiendo proclamado nuestra salvación con las palabras del Arcángel Gabriel, lleguemos a sentirnos salvados.

No nos extrañe que, uniéndonos a la convocatoria hecha por el obispo a toda la diócesis para rezar el Rosario, obtengamos favores que parecen imposibles, especialmente la conversión de los corazones, la unidad y la reconciliación entre las personas y, sobre todo, la paz en la ciudad, que es el motivo principal por el que dirigiremos nuestra oración al Señor. Lo que no alcanza a proferir la voz humana lo conoce Dios, y el Espíritu viene en nuestra debilidad porque sabe que necesitamos ser salvados. Después de dos años de pandemia ahí estaremos en el estadio, la tarde del próximo sábado 15 de octubre, unidos en oración.

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