lunes, 25 de septiembre de 2017

Dios y el diablo después del temblor


Los temblores en el centro y sur del país invocaron a Dios y al diablo. Lo mejor y lo peor de los corazones de los mexicanos quedó de manifiesto. Ha sido admirable la entrega de miles de personas que, movidas por amor a los hermanos atrapados entre los escombros, se volcaron a las calles para salvar el mayor número de vidas posible. Maravilloso ha sido ver el México solidario que dejó ver sus raíces cristianas. Pareciera que la frase de Jesús: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”, resonó en el inconsciente colectivo y movió corazones y manos a la obra.

Conocemos historias heroicas de laicos, pero estas son algunas de sacerdotes que no salieron en los periódicos. Cuenta Felipe Pozos Lorenzini, obispo auxiliar de Puebla, que hubo curas en aquella arquidiócesis que expusieron sus vidas por salvar a los fieles: el padre Humberto Victoria, mientras celebraba la misa en Coyula con templo lleno, esperó a que todos salieran, y sólo cuando se aseguró que todos estaban fuera, empujó y cargó a una anciana y, al salir, el templo se desplomó.

El padre Néstor, vicario de Chietla, celebraba la misa en Atzala y, justo en el momento del “Señor ten piedad” comenzó el sismo. El padre pidió a los fieles abandonar el templo. Junto a él estaban dos personas. Sólo ellas y el sacerdote sobrevivieron. La torre cayó sobre la bóveda y la desplomó. El sacerdote ayudó al padre herido de una niña que iba a ser bautizada. Ayudó también a un moribundo que falleció en el atrio, ayudó a sacar los cuerpos de los difuntos, manchándose la ropa con la sangre de los fieles. Por la noche él y su párroco acompañaron a los deudos.

Cuando la tierra temblaba, el padre César Andrade entró en el templo para avisar al sacristán y al hijo de éste que abandonaran la iglesia. En ese momento la tocó presenciar el desplome de la cúpula dentro del templo. Mientras tanto el padre Pedro Tapia, a una semana de tomar posesión de su parroquia, tuvo que sepultar a once fieles y sostener a la comunidad brindándole esperanza y consuelo.

Son miles las historias trágicas y de heroísmo silencioso de laicos y sacerdotes que arriesgaron su vida para salvar la de los demás. Son historias que no conocemos y que solamente Dios conoce. Será el Señor quien un día les otorgue una gran recompensa. Leer estas historias nos hace sentirnos orgullosos de pertenecer a la raza humana, que es capaz de grandes actos heroicos.

Sin embargo también el temblor trajo el olor del azufre. Aparecieron las más grandes vilezas de nuestra condición humana. En medio de la desgracia, los asaltos se dispararon en la Ciudad de México. Aprovechando que los cuerpos policiales estaban ocupados en las labores de rescate, ladrones y mal vivientes sacaron sus armas y se dedicaron a robar a punta de pistola a quienes encontraban en la calle. A río revuelto, ganancia de pescadores.

Por su parte, el obispo de Cuernavaca, monseñor Ramón Castro y Castro, denunció públicamente que el gobierno perredista de Morelos, obligó a tres camiones de la agencia humanitaria Cáritas -organismo de la Iglesia Católica- que iban cargados de víveres al centro de acopio instalado en el Seminario, a llevar toda la mercancía al DIF, para que este organismo fuera el único que distribuyera las ayudas. El hambre de adoración de la Bestia es insaciable. Estas viles acciones de oportunismo político son hoy la vergüenza de nuestra nación.

El demontre también se apareció después del temblor en grupos religiosos, incluso católicos. Hoy circulan en las redes sociales mensajes de terror que vociferan que Dios está furioso y que está castigando al mundo por sus pecados, a través de huracanes y terremotos. Pude ver un video en el que habla un sacerdote y una religiosa que, según ellos -¡ja!- tienen conexión directa con Dios Padre, quien les ha revelado que vendrán peores calamidades al mundo si los hombres no se convierten. Hablan de temblores de decenas de puntos Richter y del estallido de todos los volcanes de México.

¿Cuándo entenderán esos profetas de desventuras que Dios es amor, y que su misericordia se extiende por toda la creación? ¿Cuándo comprenderán que, ante los pecados de los hombres, Dios no mandó castigos como venganza, sino que entregó a su Hijo unigénito, para salvar al mundo? Somos los cristianos quienes hemos recibido el don y la responsabilidad de transmitir la Buena Nueva del Evangelio, y no la horrible noticia de la venganza de Dios. No seamos como la ingenua Eva, quien fue seducida por la serpiente antigua y creyó que Dios no podía ser tan bueno.

Dios y Satán han sido los personajes silenciosos después de la tragedia. En medio del dolor, repudiemos el azufre y aspiremos el olor suave de las rosas a través de tantas obras de caridad, de confianza en la bondad infinita de Dios en medio de la tribulación, y de los gestos heroicos de muchos mexicanos.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Las llagas del Crucifijo, vivas en México


Justamente el 19 de septiembre, 32 años después del gran terremoto de 1985, tembló la tierra en la capital del país y en los estados circunvecinos. La reacción de los capitalinos fue asombrosa. La ciudad se movilizó con brigadas de rescate brindando todo tipo de ayuda para sacar de los escombros a los sobrevivientes. Miles de personas por toda la república también se han volcado a los centros de acopio para enviar camiones cargados con víveres, medicinas y agua.

La Iglesia en México también ha reaccionado, y hoy convocan los obispos y sacerdotes a todos los fieles católicos a dar su aportación para la colecta especial que se hará en las parroquias, este próximo domingo. Mientras que las ayudas en especie enviadas al centro del país serán para aliviar el dolor a corto plazo, la colecta nacional de los católicos beneficiará a los damnificados a mediano plazo, es decir, será una ayuda económica para la reconstrucción de sus viviendas.

Hay quienes afirman que los temblores en México, además a los huracanes que han golpeado severamente al Caribe y a regiones del sur de Estados Unidos, se deben a un castigo de Dios debido a los malos tratos que damos al planeta. Sabemos que esas hipótesis son falsas. Sólo quienes no se han acercado a la Revelación divina pueden creer que, allá arriba, vive un Dios colérico que nos observa con lupa para enviarnos calamidades porque ya no soporta la mala conducta de los hombres.

A nivel geológico las placas tectónicas de los continentes se acomodan causando terremotos, y los huracanes se forman por las corrientes de aire y la temperatura de los mares. Tenemos que adaptarnos, entonces, a vivir en estas condiciones, y nadie puede descartar que sigan existiendo tsunamis, tornados, ciclones y sismos. Estos fenómenos forman parte de una naturaleza que está herida y que gime -como lo afirman san Pablo en su Carta a los Romanos- como con dolores de parto.

Los cristianos no nos limitamos a leer únicamente los fenómenos de la naturaleza desde una visión materialista de la historia. Creemos que Dios nos sorprende improvisamente con hechos que nos alegran, como son la curación de enfermedades, el progreso de las personas en sus trabajos y empresas, las alegrías del matrimonio y la familia, el nacimiento de nuevas vidas y tantos acontecimientos que nos anticipan la resurrección. Todo ello nos habla de un Dios que nos participa de su amor continuamente.

Sin embargo la manifestación de Dios no se sujeta solamente a los momentos de alegría y bienestar. Él se manifiesta de otras maneras y nos sorprende cuando abre las puertas del sufrimiento. Sí, el Señor también nos comparte su Cruz. Cuando la tragedia asoma, cuando el dolor se hace presente, también Él está ahí de manera misteriosa. Cuántas historias de amor y solidaridad, de caridad y de unidad no conocemos, pero están ahí, vivas, después del terremoto. Hay personas que encuentran a Dios en medio del sufrimiento, y otros que lo hallan en los momentos de alegría.

Cuando Dios permite que de pronto se abra la puerta del sufrimiento personal o social, tenemos el riesgo de cerrarla rechazando su presencia. En estos días, al cuestionar en las redes sociales qué nos pide Dios a quienes hemos sentido la tragedia del sismo por ser mexicanos, una persona me replicaba: "ahora no es momento de propaganda barata de seres invisibles, mejor ayuda, acopia víveres, únete a una brigada, si no, mejor no estorbes”.

A diferencia de los no creyentes, que en la tragedia actúan por solidaridad y amor al prójimo -lo cual es muy loable-, los cristianos buscamos motivos más profundos para nuestro obrar. Sabemos que en el dolor está presente Jesucristo crucificado. Hemos de verlo damnificado, bajo los escombros en la espera de que alguien lo encuentre y lo rescate, o muerto por los golpes en su cuerpo a causa de los derrumbes. Y porque el amor a Él nos apremia, hemos de volcarnos para aliviar sus llagas. Esto no se llama simple amor al hombre o filantropía, sino caridad cristiana.

Hoy la Cruz está más imponente en los estados de Oaxaca, Chiapas, Morelos, Guerrero, Puebla, Estado de México y Ciudad de México. El Redentor nos está mostrando sus heridas en aquellas regiones y la caridad nos urge. Llevemos un poco de alivio con nuestra aportación en oraciones, en víveres y medicinas, y a través de la colecta especial en las parroquias. Jesús nos necesita.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Confesionario sin absolución: mi mamá me ha herido y no sé si puedo perdonarla

La pregunta: padre, usted puso un artículo dónde dice que uno no entrará al cielo si no perdona. Eso me tiene muy precupada porque mi mamá me ha hecho tanto daño desde que yo tenía cuatro años hasta la fecha. Han sido abusos desmedidos, indiferencia, sin un abrazo, haciéndome siempre menos y haciendo diferencias entre mis hermanos. Soy la mayor de seis hijos y ella me dejó toda su responsabilidad desde que yo era muy niña. Ella nunca trabajó. Fue mi papá quien siempre fue muy trabajador y responsable, pero muy enérgico. Nos golpeaba mucho por culpa de mi mamá. En fin, para mi mamá su dios es el dinero, así ha sido toda la vida. Ella es una persona tan falsa, hipócrita y avariciosa, al de que a mí tiene enferma. Ella sigue igual y no le duele nada. Para ella todo está muy bien. Yo no sé qué siento, si rencor o dolor. Todo lo que ella hace me tiene muy herida; yo ya tengo 60 años y es ahora que se me ha cargado más. Hace unos tres años siempre estuve callada pero ella no cambia. ¿Qué puedo hacer ?

Padre Hayen: no es fácil perdonar cuando se han recibido tantas heridas de parte de quien debió haber sido bálsamo para el propio corazón con su amor maternal. Uno quisiera que todas las mamás fueran amorosas, prudentes, fuertes y tiernas, pero lamentablemente no en todas las familias es así. Hay unas que son como aquel personaje siniestro llamado Catalina Creel. ¿Recuerdas Cuna de Lobos? Si te tocó una madre de este tipo, no es por culpa de Dios. El Señor respeta los procesos afectivos internos a las familias, con sus luces y sombras, y conoce las heridas que podemos recibir en el seno familiar. Y quiere ayudar a que sanemos. Como señala el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9), todo ocurre para que se manifieste Dios, su poder y su gloria.

A pesar de que no tuviste a Mamá Margarita como tu madre -ella era la mamá de san Juan Bosco- yo te invito a que poco a poco, en tu vida interior, vayas haciendo un proceso de reconciliación con tu mamá. Es obvio que no podrás abrazarla y darle de besos como si tuvieran la mejor amistad, pero lo que sí puedes hacer es empezar a orar por ella y repasar todas las bendiciones que de tu madre te han venido. Tu madre ha sido el vehículo del que Dios se ha valido para que tu existieras, pero además para que llegues a la vida eterna en el cielo. Si anhelas que la gran promesa de Dios se cumpla en tu vida -ir al cielo- ello debe ser un motivo para abrazar tu pasado -no importa si fue triste- y perdonar a cuantas personas te hicieron daño, principalmente tu madre.

¿Te has puesto a pensar por qué tu madre se comportó así contigo? Hazte esta pregunta, muchas veces. Quizá haya heridas en el corazón de tu mamá desde su infancia, heridas que la incapacitaron para dar amor y cariño a todos sus hijos. Tal vez ella rechazó su embarazo cuando tu estabas en su vientre, por motivos diversos: mala economía, trastornos mentales, abuso de parte de tu padre, entre otros. Es importante la comprensión hacia tu madre para que te vayas vaciando de tus sentimientos de rencor, lo cual es tóxico para ti, y empieces a verla, no como una mujer malvada, sino como una mujer enferma. Y si tu mamá está enferma, ¿para que aborrecerla? ¿No es acaso más digna de misericordia que de resentimientos?

Dice san Pablo en una de sus cartas: “Revístanse de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, soportándose unos a otros y perdonándose cuando alguno tenga queja contra otro” (Col 3,12). Expulsar el rencor de tu corazón hacia tu madre será como sacar de tus pulmones el aire oxidado. Si no lo sacas, terminará por intoxicar toda tu vida y la de los tuyos.

Es cierto que puedes recordar ciertos episodios tristes de tu vida pasada que pasaste con tu madre, y ello te puede provocar ira, tristeza o coraje. Cuando eso ocurra no significa que no la has perdonado. El dar el perdón es un acto de la voluntad, y no del sentimiento. Así que cuando te venga enojo por malos recuerdos, di al Señor: “Perdono a mi madre, de todo corazón”, o bien “Madre, yo te perdono con toda el alma". Repítelo una y otra vez. Decide perdonarla y quedar libre de rencores. Te ayudará mucho pasar momentos de soledad y oración frente al Santísimo Sacramento, quien desde la custodia, te dirá cuánto te ha perdonado y cuánto quiere perdonar a tu mami.

No basta perdonar. Es necesario que tú también reconozcas tus errores en la relación con tu madre y pidas perdón por ellos. No porque no la odies puedes quedar tranquila. Cuando eres humilde y sabes humillarte reconociendo tus faltas, podrás vivir tranquila. Y cuando cierras el círculo del perdón con algún pequeño gesto de reconciliación, algún detalle bonito que tengas con tu mamá, estarás haciendo un acto que agrada mucho al Señor. Estos detalles hacen la unidad de los hijos de Dios, aunque haya personas que no los acepten. Si hay quienes rechazan estos actos, ¡allá ellos! El problema dejará de ser tuyo porque habrás extendido tu mano hacia tu madre. Y eso lo ve tu Padre Dios, en lo secreto.

Por último, has de recordar que aunque no hayamos tenido en la tierra una madre perfecta, en el Cielo sí la tenemos, y se llama la Virgen María. La relación con Ella te ayudará mucho, porque ella perdonó a quienes fueron los verdugos de su Hijo, y a quienes hemos traicionado el amor de Jesús con nuestros pecados. Acércate a la Virgen como hija herida y pide que cure tus llagas, y que te revista con los sentimientos de compasión de Jesús hacia quienes lo crucificaron.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Meditación no. 18 contra los pecados de la carne

Renovando la mente
(Rosemary Scott)

No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rom 12,2).



Oración: Ven, Espíritu de amor; oh fuego de amor, purifica mi corazón, mi mente, y mi alma; santifica todo lo que pienso, lo que digo y lo que hago; y derrama en mí en plenitud tus sagrados dones. Que pueda siempre sólo darte gracias, alabarte y glorificarte, mi Señor y mi Dios.

Habiéndonos dicho que ofreciéramos nuestros cuerpos a Dios, san Pablo ahora nos aconseja qué debemos hacer con nuestras mentes. En orden a ser transformados, nuestras mentes, que están tan habituadas a disculpar el pecado, tienen que ser renovadas: Ten cuidado, no sea que imites las prácticas de los mundanos. Deja que tu corazón, tu ambición, te lleve al cielo: desprecia siempre aquellas cosas que el mundo admira, que todos puedan ver en tus acciones que tú no eres de la sociedad de los mundanos, y que no tienes amistad con ellos.

Para renovar la mente esencialmente significa dejar de pensar como pecador y comenzar a pensar como santo. No dejes que esta idea te intimide, pues muchos santos comenzaron siendo pecadores. Pero por la gracia de Dios ellos fueron aprendiendo a pensar según la mente de Cristo. Los santos aman lo que nuestro Señor ama, y odian lo que Él odia. Ellos están dispuestos a hacer lo que Jesús les ordena, y evitar lo que les prohíbe. Ellos ponen sus mentes arriba, en las cosas del Espíritu, y no en las de la carne:

Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tenencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así los que están en la carne, no pueden agradar a Dios (Rom 8,5-8).

Si has estado siguiendo estas meditaciones y sus propósitos, ya has comenzado a renovar tu mente. Cuando empezaste a regresar a Jesucristo buscando alegría y plenitud en tu vida y no vicios, eso fue un cambio de mentalidad. Cuando rechazaste las mentiras que te tuvieron cautivo al pecado y comenzaste a dejarte guiar por la Verdad, comenzaste a cambiar la manera que tenías de ver el pecado. Cada vez que has meditado, memorizado y orado con un texto de la Sagrada Escritura, todo esto te ha ayudado a renovar tu mente poco a poco.

Continúa haciendo estas cosas. Si no lo estás haciendo, comienza a leer la Escritura cada día. Las lecturas de la Misa diaria son excelentes para este propósito. No la leas como cualquier libro, sino como un alimento para nutrir tu alma. Aprende un método de meditación, tal como la Lectio divina o uno de los tres métodos de oración de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola. Utilízalo cuando leas la Escritura. La santa Palabra de Dios tiene realmente el poder de limpiar tu mente de pensamientos impuros.

¿Cómo el joven guardará puro su camino? Observando tu palabra… Dentro del corazón he guardado tu promesa, para no pecar contra ti (Sal 119, 9.11).

Puedes también escuchar grabaciones de la Sagrada Escritura mientras manejas en tu coche o cuando trabajas en tu casa u oficina. O escribe citas bíblicas en tarjetas y memorízalas durante tu tiempo libre.

Otras prácticas devocionales, tales como la oración de Jesús o el orar con los iconos, también ayudarán a limpiar y renovar la mente. La lectura espiritual edificante y las historias de las vidas de los santos son una fuente excelente fuente de inspiración y de santos pensamientos. Luis de Granada escribe: trata de mantener tu mente ocupada con buenos pensamientos y de emplear tu cuerpo en obras saludables, porque el diablo –dice san Bernardo- “llena las almas de malos pensamientos para que estén pensando en el mal aunque no lo cometan”.

Si todavía no lo has hecho, tendrás que comenzar a evitar lo más posible los pensamientos impuros y las fantasías. Si eres persona casada, empieza en enfocar tus pensamientos solamente en tu cónyuge. Si eres soltero, tienes que terminar de entretenerte en impurezas. Si un pensamiento o imagen salta a tu mente, no te deleites en ella obteniendo placer, sino apártala de ti y pide la ayuda de Dios para evitar la tentación. Pide a Él la gracia de odiar los pecados que en tu pasado disfrutaste, tanto como Él los detesta. Pide a Dios la gracia de pensar del pecado como Él piensa. No olvides de reemplazar los pensamientos pecaminosos con pensamientos santos; bríndale a tu mente algo más en qué pensar.

En general, no debemos dejar que nuestras mentes moren en cosas infames o malas, y en cambio hemos de tomar el consejo de Pablo a los Filipenses: Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros (Fil 4,8-9).

Oh Dios Todopoderoso y misericordioso, escucha mi oración y libera mi corazón de la tentación de los malos pensamientos, a finde que pueda convertirme en digna morada donde habite tu Santo Espíritu. Amén.

Propósito: memoriza la cita de la Carta a los Filipenses, y ponla en práctica. Haz las otras cosas que te aconseja esta meditación. Continúa acercándote a Jesús, humillándote ante Él, confiando tu ser a la Virgen María, arrepintiéndote de tus pecados pasados, alejándote de la tentación y evitando ocasiones de pecado.

San Ignacio de Loyola, ruega por nosotros.

Mide tu progreso: desde que hice la última meditación,

Cuántas veces:

a. Deliberadamente me toqué impuramente al despertar

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

b. Deliberadamente vi fotografías o películas indecentes

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

c. Cometí actos impuros solo o con otras personas

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

d. Deliberadamente me deleité en pensamientos impuros

_____0 _____1 _____2 ­­­_____3 o más veces

e. ¿Cuándo fue la última vez que fui a la Confesión? __________________

f. ¿Cuándo fue la última vez que asistí a la Santa Misa?________________

Los dolores de parto de la creación

Porque no hay verdad, ni misericordia, ni respeto a Dios, sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y libertinaje, homicidio tras homicidio. Por eso gime la tierra y desfallecen sus habitantes: hasta las fieras del campo, hasta las aves del cielo, incluso los peces del mar desaparecen. (Oseas 4, 1-3)

En un artículo publicado en la revista ‘Crisis’, el ingeniero nuclear Regis Nicoll comenta los desastres naturales que están cimbrando al mundo. Los últimos terremotos en México y los huracanes Harvey, Irma y José, que han dejado estelas de muerte y destrucción, aunados a los amargos recuerdos de muchas tragedias en los últimos años, como la del tsunami en 2004 en Indonesia con la trágica muerte de 200 mil personas, provocan incertidumbre e interrogantes sobre la existencia de Dios.

Para los ateos -que creen que la realidad se reduce sólo a lo material- los desastres naturales son evidencia de que el hombre se encuentra solo en un universo hostil y sin supervisión; son pruebas, según ellos, de que Dios no existe. Sin embargo también muchos creyentes llegan a dudar de la bondad del Dios en el que creen. ¿Por qué el Señor parece ser indiferente a nuestros gritos, a nuestro dolor? Hay quienes se preguntan si Dios es un monstruo o solamente un invento del hombre para procurarse consuelo.

Como ingeniero nuclear y hombre de fe, Nicoll apunta hacia la existencia de Dios a través del argumento de un universo ordenado y con propósito. En el mundo de la ciencia, uno de los descubrimientos más sorprendentes es la complejidad integrada del universo. Las relaciones que dan estructura al cosmos son tan precisas y tan interdependientes que, si alguna faltara o sufriera una variación, la vida no podría existir en la tierra.

Incluso los científicos ateos han tenido que admitir que todo en el universo está tan delicadamente equilibrado, que es absurdo creer que la creación y su armonía son meras casualidades. La misma ciencia apunta a que la existencia del universo tiene una intención. Quienes afirman que todo es producto del azar o del caos material, ven cada vez con más evidencia cómo sus teorías se derrumban.

Por todas las variables y condiciones que existen en el cosmos, existe la vida en el planeta tierra. Si llegara a faltar una condición o éstas se alteraran, no existiríamos. Todo indica que la tierra es un lugar pensado para el hombre, a excepción de las hostilidades esporádicas de la naturaleza como los terremotos, huracanes, tornados y tsunamis. Estos fenómenos, quizá, no existieron en algún momento de la creación del universo porque las condiciones originales del cosmos eran diversas.

El relato de la creación, en el libro del Génesis, dice que todo lo que hizo Dios era bueno. El mundo era un lugar hospitalario para el hombre, y la naturaleza fue puesta al servicio de la humanidad. Pero después de la caída, el mundo perdió gran parte de su hospitalidad. Según el relato bíblico, el pecado no sólo llevó a eliminar la presencia de Dios en el mundo, sino que convirtió la tierra en terreno maldito. San Pablo dice: “La creación fue sometida a la frustración” (Rom 8, 20).
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El mundo funciona, pues, en estas condiciones de frustración. La vida y la muerte coexisten y el hombre no puede escapar de este sistema. Nacemos, tenemos salud, enfermamos y morimos. Pero tampoco la tierra está libre de corrupción: la combinación de condiciones meteorológicas y geológicas son necesarias para que exista la vida biológica, pero al mismo tiempo hacen que existan los huracanes y los terremotos. La tierra rota sobre su eje y ello estabiliza la temperatura del planeta para que nazca la vida biológica, pero esta rotación también genera las masas de aire que provocan los huracanes y tornados que causan tanta destrucción.

San Pablo nos dice que anhelamos la redención de nuestros cuerpos (Rom 8,23), y que toda la creación gime como con dolores de parto, esperando la redención. Así, los huracanes, volcanes y terremotos no son productos evolutivos de un universo sin Dios, sino los lamentos de una creación que suspira por ser liberada de la decadencia, hasta que los hijos de Dios vivamos plenamente como tales en los cielos nuevos y la tierra nueva (Ap 21,1).

Quienes no hemos sido víctimas de la devastación de la naturaleza podemos tranquilamente reflexionar sobre estos argumentos. Pero no así las víctimas de los huracanes en Houston y en la Florida. Los habitantes de Juchitán, en estos momentos, lo que menos quieren escuchar es que la desobediencia de Adán les trajo la ruina. Ellos tuvieron al vendaval en sus tierras, y lo único que hoy pueden gritar a Dios es “¡Sálvanos, Señor, que nos hundimos!” (Mt 8,25).

Dios no está lejos de ellos. En medio de una creación sometida a la frustración están sus hijos, los discípulos misioneros de Jesús de Nazaret, llevando su presencia a través de la caridad que el mismo Dios ha puesto en sus corazones. No dejemos que las vidas de nuestros hermanos que están sufriendo a causa de los dolores de parto de la creación se hundan completamente: hoy con nuestra oración y en los centros de acopio, y a través de una colecta especial en nuestras parroquias.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Tres reglas para corregir a los hijos


La mayoría de los mortales somos torpes para corregir, probablemente porque no fuimos corregidos de manera adecuada cuando éramos niños. Quizá porque nos humillaron en público, o bien porque vimos a nuestros padres corregirse entre gritos y groserías. Tal vez también porque no teníamos un claro sentido de las reglas en casa.  

A veces encuentro personas en la calle o en el súper, a madres de familia, por ejemplo, que se ponen furibundas contra sus hijos, delante de la gente y les espetan una retahíla de groserías. Pobres niños, me quedo pensando. Su autoestima debe estar por la calle de la amargura. Estas criaturas, cuando sean varones o mujeres adultos, serán torpes para amonestar y corregir porque fueron víctimas de una pésima corrección.

Cuando viví en Colorado como estudiante de intercambio, hace muchos años, me tocó ver a un padre de familia corregir a su hijo. El niño quería un juguete que su hermana tenía, y se lo arrebató de las manos. El papá dijo al hijo que lo devolviera a su hermanita y el niño le gritó: “¡No!”. Y comenzó una batalla entre voluntades. El padre, con calma y firmeza tomó a su hijo llevándolo a otra habitación, mientras que la criatura, como energúmena, pataleaba y gritaba haciendo berrinches. Después de unos minutos el papá regresó, en tanto que los gritos del niño continuaron en el cuarto, hasta poco a poco se fue calmando. Siempre pensé que aquel era un buen método para disciplinar a los hijos. 

Un primer paso para una adecuada corrección a los hijos es dejar muy en claro las reglas de la casa y mantenerse firme con las consecuencias de una conducta que rompa las reglas. Hay que explicárselo a los hijos. Cuando la desobediencia ocurra, las consecuencias deben manifestarse. Éstas no se pueden negociar. Si un hijo desobedeció gravemente una regla en la familia, los padres deben ponerle un castigo y han de mantenerse firme en la sanción. Si por ejemplo a un hijo adolescente que se ha portado mal, se le quita el coche durante el fin de semana, y él le dice a su papá que tan sólo le permita lavar y encerar el auto, hay que decirle que no. No se deben de negociar las consecuencias de su mala conducta.

Segundo paso, hay que corregir en privado. A nadie nos gusta que se nos corrija en público porque lo consideramos humillante. Si un hijo se porta mal, hay que hacérselo saber y decirle que cuando llegue a casa vendrán las consecuencias. Si se le tiene que corregir de manera inmediata, hay que encontrar un lugar privado para hacerlo. Reprender en privado es cuestión de respeto al hijo. De hecho, aún en la corrección, se debe tratar al hijo atentamente. Estamos hablando, evidentemente, de niños mayores de cinco años. Los menores ni siquiera distinguen todavía el bien del mal.

Por último, hay que conservar la calma. Cuando nos dejamos llevar por la ira, solemos transformarnos en otras personas. Dicen los expertos que cuando una persona está muy enojada o tiene miedo, su adrenalina corre más velozmente y su fuerza se incrementa en un 20 por ciento. Eso funciona muy bien para escapar de algún peligro, pero no para corregir a los hijos. Si el padre o la madre sienten de pronto rabia contra un hijo, es mejor que se vayan a otra habitación y ahí busquen la calma. Hay que respirar hondo y hacer oración en ese momento. Si no hay otra habitación, deben guardarse sus palabras hasta que tengan tranquilidad. Una vez recobrada la calma, se habla con el hijo para que asuma las consecuencias de su mala conducta.

Si aprendemos el arte de la corrección con humildad y caridad, evitaremos que muchos hijos vivan resentidos contra sus padres, alumnos contra sus maestros, que trabajadores vivan hablando mal de sus jefes; o que seminaristas dejen el Seminario heridos por algún sacerdote; o que sacerdotes vivan aislados por resentimientos contra su obispo. 

martes, 5 de septiembre de 2017

Confesionario sin absolución: Me cuesta mucho hacer oración

La pregunta: padre, gracias por sus reflexiones en el Evangelio. Le soy honesto, me cuesta trabajo orar, puedo leer artículos con mucho interés, puedo escuchar podcasts y homilías católicas, pero orar me es difícil, sin embargo lo hago y lo disfruto, pero me es difícil porque siempre encuentro algo más. Ayer escuché una homilía del Padre Mike Schmitz que es capellán de la universidad de Dulluth en Minnesota y casi siempre se enfoca en puntos para jóvenes. A mi esposa y a mí nos agrada porque es "buena onda" y "moderno". El padre Mike dijo que una vez escuchó, ¿qué pasaría si Dios sólo supiera de ti lo que le platicas durante la oración? ¡Ay caray!, esa pregunta me llegó cómo "headshot" en videojuego. Pensé en compartirlo con usted. Que esté bien, y siga haciendo ese trabajo tan grandioso de evangelización por las redes sociales, que debe ser ingrato, porque a veces ni un like le damos pero en realidad hace diferencia. Benjamín.

Padre Hayen: gracias por escribir, Benjamín. Efectivamente, no es fácil orar. De niños aprendimos oraciones vocales como el Padrenuestro y el Avemaría, el Ángel de mi guarda o el Dulce Madre. Son oraciones que sabemos de memoria y son muy buenas porque nos ayudan a invocar la presencia de Dios. Jesucristo mismo enseñó este tipo de oración a sus Apóstoles cuando les enseñó el Padrenuestro. Lo más importante de la oración vocal es decir estas plegarias conscientes de la presencia de Dios en nosotros. Sin embargo nuestro corazón no se satisface sólo con oraciones vocales, sino que quiere aprender otras formas de entablar un diálogo con Dios.

Personalmente me encanta saber que no sólo yo tengo necesidad de hablar con Dios sobre mis asuntos, sino que Él también quiere hablar conmigo. Dios tiene cosas qué comunicarme para mostrarme su voluntad y decirme por dónde tengo que caminar y qué decisiones debo tomar. El padre Mike, a quien mencionas, lanzó esa pregunta de "qué pasaría si Dios sólo supiera de ti lo que le platicas durante la oración” para estimular a sus feligreses a practicar la meditación. Esta forma de orar es como una búsqueda para que la Palabra de Dios ilumine la propia vida.

Lo que te recomiendo, querido Benjamín, es que dediques una parte de tu tiempo para hacer una pequeña meditación, diariamente. En ella dejarás que Dios te hable por su Palabra y podrás confrontar tu propia vida. Toma la Sagrada Escritura y elige un texto. Puedes escoger uno de los grandes pasajes de la Historia Sagrada en el Antiguo Testamento, pero te recomiendo elegir algún pasaje de los Evangelios, que son la parte más importante de la Biblia porque ahí está la vida de Jesús, Dios hecho hombre que nos habla de manera directa.

Trata de permanecer en silencio unos minutos e invoca al Espíritu Santo para que estés atento a lo que Dios quiere decirte por su Palabra. Luego lee despacio el pasaje y vuélvelo a leer, fijándote en los personajes, sus gestos y actitudes. Recrea la escena del texto con tu imaginación, como si estuvieras viendo una película. En un segundo momento, introdúcete tú mismo en el pasaje como si fueras uno de los personajes. Por ejemplo, si lees la curación de Jesús al ciego Bartimeo (Mc 10,46-52), colócate en el lugar del ciego y confronta tu propia vida. ¿Qué limosna pides? Así como Bartimeo pide compasión a Jesús, ¿por qué pides tú que se compadezca de ti? ¿Quién te dice que te calles y no grites a Dios? Mírate dejando tu manto y saltando hasta donde está el Señor, y pídele que veas, que cure tu ceguera.

En un tercer momento de la meditación, platica a Jesús, ora al Señor. Puede ser que vengan a ti inspiraciones de adoración, de arrepentimiento o de pedir perdón, o bien puede el Espíritu Santo llevarte a la acción de gracias y a las peticiones por asuntos concretos de tu vida. Cuéntale tus cosas al Maestro. Trata de terminar con algún propósito delante de Dios para que tu vida sea mejor. Termina dando gracias por haber estado en la presencia del Rey eterno y cierra con un Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre.

Por último te recomiendo, Benjamín, que si quieres comprar una Biblia que te ayude para estos ejercicios de meditación, adquieras “La Biblia de nuestro pueblo”, con texto de Luis Alonso Schökel y Lectio Divina. Es fantástica para alguien que quiere orar y meditar la Palabra de Dios. En cada pasaje de la Historia Sagrada trae un ejercicio de meditación con cuatro puntos: lectura, reflexión, oración y acción.

Lo importante es que perseveres en este camino de la oración. Empieza por un tiempo pequeño, quizá 10 minutos diarios, y verás que, poco a poco, Dios te irá haciendo gustar su paz, su amor y su alegría. Él siempre te escuchará, aún cuando sientas que tu oración es torpe o que tienes muchas distracciones, pues Él dijo: “Sabía que siempre me oyes” (Jn 11,42). Que sigas progresando en tu camino hacia Dios.

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