lunes, 25 de septiembre de 2017

Dios y el diablo después del temblor


Los temblores en el centro y sur del país invocaron a Dios y al diablo. Lo mejor y lo peor de los corazones de los mexicanos quedó de manifiesto. Ha sido admirable la entrega de miles de personas que, movidas por amor a los hermanos atrapados entre los escombros, se volcaron a las calles para salvar el mayor número de vidas posible. Maravilloso ha sido ver el México solidario que dejó ver sus raíces cristianas. Pareciera que la frase de Jesús: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”, resonó en el inconsciente colectivo y movió corazones y manos a la obra.

Conocemos historias heroicas de laicos, pero estas son algunas de sacerdotes que no salieron en los periódicos. Cuenta Felipe Pozos Lorenzini, obispo auxiliar de Puebla, que hubo curas en aquella arquidiócesis que expusieron sus vidas por salvar a los fieles: el padre Humberto Victoria, mientras celebraba la misa en Coyula con templo lleno, esperó a que todos salieran, y sólo cuando se aseguró que todos estaban fuera, empujó y cargó a una anciana y, al salir, el templo se desplomó.

El padre Néstor, vicario de Chietla, celebraba la misa en Atzala y, justo en el momento del “Señor ten piedad” comenzó el sismo. El padre pidió a los fieles abandonar el templo. Junto a él estaban dos personas. Sólo ellas y el sacerdote sobrevivieron. La torre cayó sobre la bóveda y la desplomó. El sacerdote ayudó al padre herido de una niña que iba a ser bautizada. Ayudó también a un moribundo que falleció en el atrio, ayudó a sacar los cuerpos de los difuntos, manchándose la ropa con la sangre de los fieles. Por la noche él y su párroco acompañaron a los deudos.

Cuando la tierra temblaba, el padre César Andrade entró en el templo para avisar al sacristán y al hijo de éste que abandonaran la iglesia. En ese momento la tocó presenciar el desplome de la cúpula dentro del templo. Mientras tanto el padre Pedro Tapia, a una semana de tomar posesión de su parroquia, tuvo que sepultar a once fieles y sostener a la comunidad brindándole esperanza y consuelo.

Son miles las historias trágicas y de heroísmo silencioso de laicos y sacerdotes que arriesgaron su vida para salvar la de los demás. Son historias que no conocemos y que solamente Dios conoce. Será el Señor quien un día les otorgue una gran recompensa. Leer estas historias nos hace sentirnos orgullosos de pertenecer a la raza humana, que es capaz de grandes actos heroicos.

Sin embargo también el temblor trajo el olor del azufre. Aparecieron las más grandes vilezas de nuestra condición humana. En medio de la desgracia, los asaltos se dispararon en la Ciudad de México. Aprovechando que los cuerpos policiales estaban ocupados en las labores de rescate, ladrones y mal vivientes sacaron sus armas y se dedicaron a robar a punta de pistola a quienes encontraban en la calle. A río revuelto, ganancia de pescadores.

Por su parte, el obispo de Cuernavaca, monseñor Ramón Castro y Castro, denunció públicamente que el gobierno perredista de Morelos, obligó a tres camiones de la agencia humanitaria Cáritas -organismo de la Iglesia Católica- que iban cargados de víveres al centro de acopio instalado en el Seminario, a llevar toda la mercancía al DIF, para que este organismo fuera el único que distribuyera las ayudas. El hambre de adoración de la Bestia es insaciable. Estas viles acciones de oportunismo político son hoy la vergüenza de nuestra nación.

El demontre también se apareció después del temblor en grupos religiosos, incluso católicos. Hoy circulan en las redes sociales mensajes de terror que vociferan que Dios está furioso y que está castigando al mundo por sus pecados, a través de huracanes y terremotos. Pude ver un video en el que habla un sacerdote y una religiosa que, según ellos -¡ja!- tienen conexión directa con Dios Padre, quien les ha revelado que vendrán peores calamidades al mundo si los hombres no se convierten. Hablan de temblores de decenas de puntos Richter y del estallido de todos los volcanes de México.

¿Cuándo entenderán esos profetas de desventuras que Dios es amor, y que su misericordia se extiende por toda la creación? ¿Cuándo comprenderán que, ante los pecados de los hombres, Dios no mandó castigos como venganza, sino que entregó a su Hijo unigénito, para salvar al mundo? Somos los cristianos quienes hemos recibido el don y la responsabilidad de transmitir la Buena Nueva del Evangelio, y no la horrible noticia de la venganza de Dios. No seamos como la ingenua Eva, quien fue seducida por la serpiente antigua y creyó que Dios no podía ser tan bueno.

Dios y Satán han sido los personajes silenciosos después de la tragedia. En medio del dolor, repudiemos el azufre y aspiremos el olor suave de las rosas a través de tantas obras de caridad, de confianza en la bondad infinita de Dios en medio de la tribulación, y de los gestos heroicos de muchos mexicanos.

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