jueves, 28 de enero de 2016

El papa, misterio y piedra de tropiezo

Con más de 1253 millones de bautizados, nunca antes en la historia la Iglesia Católica había tenido tan gran número de fieles. Extendida prácticamente en todos los confines de la tierra, los católicos somos el 17 % de la población del planeta. Hombres de toda raza, lengua, cultura y nación integramos esta gran familia espiritual en donde compartimos la dignidad de ser hijos del Padre, salvados por Jesucristo y conducidos por el Espíritu. Nos mantenemos unidos gracias a la figura del papa, el sucesor del apóstol san Pedro quien, en comunión con los obispos del mundo, predica la enseñanza perenne de Jesús de Nazaret, Dios que se hizo hombre.

Pareciera que el papa Francisco, con estas cifras del número de católicos, fuera el hombre más poderoso del mundo. Pero las cifras son engañosas. Porque hay muchos católicos que, en realidad, no están dentro de la Iglesia viviendo según su doctrina y empeñándose a vivir según sus normas morales. Son católicos que sólo recibieron el bautismo y que quizá un día regresarán a la iglesia cuando los lleven con los pies por delante, encerrados en un cajón. Así que hay muchos bautizados que escapan a la influencia del papa.

A pesar de ello, desde los viajes papales de Juan Pablo II y gracias a los medios de comunicación y redes sociales, el papa se ha constituido, entre los líderes mundiales, como el más importante. A diferencia del poder que tiene cualquier líder político que propone sólo asuntos de economía y programas sociales, o de una estrella del rock que enciende emociones a través del espectáculo, la palabra y el poder del papa llegan hasta lo profundo del corazón, avivan la esperanza sobrenatural y nos dicen cómo hemos de vivir la vida para ir al Cielo. Es algo que ningún líder mundial puede hacer.

No sólo eso. El papa ejerce un influjo muy grande en los asuntos internacionales. Recordamos el peso de la palabra de Juan Pablo II para que se viniera abajo la Cortina de Hierro en el año 1989, el establecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos o una mejora en el entendimiento entre grupos palestinos y el Estado de Israel. Bastó que el papa Francisco convocara a una jornada mundial de oración en 2013 para que se desmantelara la invasión de Estados Unidos a Siria.

Basta ver el poder de convocatoria que tiene el sucesor de san Pedro para quedar boquiabiertos. Hacia Roma acuden anualmente alrededor de 18 millones de peregrinos del todo el mundo para hacer la profesión de su fe católica delante de la tumba del pescador de Galilea, y para ver y escuchar la palabra de su sucesor, el papa. Las Jornadas Mundiales de la Juventud y las misas durante los viajes papales han reunido a las multitudes más numerosas de la historia, tal como fue la misa de despedida de Francisco en Filipinas, en enero de 2015, donde se congregaron más de seis millones de personas.

Los protestantes suelen indignarse al ver las oleadas de entusiasmo que provoca una visita papal. Alegan que ellos no siguen a ningún hombre, sino sólo a Jesucristo. A los agnósticos y ateos les molesta también la agitación y el fervor en torno al sucesor de san Pedro. Para ellos representa una figura del pasado, una pieza de museo que nada puede aportar a los tiempos actuales. Sin embargo ahí está el papa, primer líder mundial, amado por unos y odiado por otros; misterio y piedra de tropiezo que evoca a aquel Niño que un día entró en el Templo de Jerusalén y ante cuya presencia un anciano lo tomó en brazos y le dijo a la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción”.

El papa logra hacer lo que ningún de los jefes de estado: dar sentido a la vida, destapar horizontes del alma, hacer sentir que podemos tener confianza en el futuro y que la vida de todo hombre, por más insignificante que sea, es grandiosa en su dignidad e inmensamente amada por Dios. Más que ejercer un poder político al estilo de quienes gobiernan las naciones, el papa presta un servicio para mantener unidos a esos 1,253 millones de católicos. “Apacienta a mis ovejas”, dijo Jesús al primero de los papas. Desde entonces, cada sucesor de san Pedro es el primer cristiano que ofrece un testimonio de Jesucristo resucitado en el mundo; es el delegado por el Fundador de la Iglesia para que la fe católica sea creída, se mantenga viva y permanezca incólume en su identidad.

Por eso la mayoría de los católicos mexicanos nos sentimos profundamente honrados con la visita de su Santidad Francisco en México y lo esperamos con el corazón abierto.

Aún lo que veas, la mitad creas

Una mirada a las redes sociales basta para descubrir cómo se manipula la imagen del papa. Para muestra basta ver la foto que presentamos en este artículo. Aparece Francisco tomando la camiseta del equipo de fútbol Bravos de Ciudad Juárez y con una maleta que se supone que ha hecho, listo para partir a su visita a México. Evidentemente se trata de un montaje bien logrado, que hace creer a muchos que el Santo Padre tomó en sus manos esa camiseta y está preparando su equipaje para visitar Ciudad Juárez. Hoy la tecnología de la cultura visual es capaz de crear imágenes ficticias para incidir, para bien o para mal, en la opinión pública.

La imagen mostrada puede parecer graciosa, sobre todo a los juarenses aficionados al fútbol. Entiendo que se trata de una broma. Sin embargo esto nos permite desenmascarar la facilidad con la que muchos enemigos del papa y de la Iglesia desprestigian al pontífice y confunden a los católicos. Me han escrito personas escandalizadas porque vieron una foto o un video en los que Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco saluda al tal o cual político con el saludo masónico, o levanta una de sus manos haciendo un gesto satanista.

Estos grupos enemigos del catolicismo alteran imágenes del papa, hacen montajes, cambian sus discursos, le ponen en su boca palabras que nunca dijo y después, con un click, arrojan su información manipulada como dardo venenoso al ciberespacio para crear confusión entre los católicos y debilitar su fe. Saben que hiriendo al pastor se dispersan las ovejas, y que la palabra y la piedra suelta, no tienen vuelta.

Una vez engañan al prudente, y dos al inocente. Seamos más críticos ante las alteraciones de la realidad a las que estamos expuestos viviendo en nuestra cultura de la información y de la imagen. Las únicas fuentes confiables de información que existen para conocer lo que dijo y lo que hizo el Santo Padre son los medios católicos de comunicación.

El papa y el mundo del trabajo

En Ciudad Juárez, desde hace varias semanas, un grupo de obreros de maquiladora mantiene sus protestas por los bajos sueldos y la prohibición de sindicatos. Es una muestra pequeña de las muchas heridas que existen en el mundo laboral. Mientras tanto la ciudad se prepara para recibir al pontífice quien, ante trabajadores y patrones representantes del mundo del trabajo en México, pronunciará su discurso. Hablará también una obrera de la industria maquiladora local y en las antípodas de la escala social, probablemente hará acto de presencia Carlos Slim, uno de los hombres más acaudalados del mundo.

Diversas tensiones se suscitan en el mundo del trabajo, no sólo por cuestiones de sueldos o por falta de sindicatos. También por asuntos de autoestima. Cuando la falta de oportunidades y el desempleo son altos, las personas que no consiguen trabajo tienden a desmoralizarse y a perder la conciencia de su valor como personas. Se sienten marginados de la sociedad. El papa Francisco nos enseña que sólo en el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su propia vida (EG, 192).

Uno de los grandes retos que Francisco ha subrayado hoy en el mundo del trabajo, es lograr el equilibrio entre el empleo y la vida familiar. En uno de sus encuentros con trabajadores, el papa escuchó el testimonio de una mujer obrera que habló, no sólo a nombre propio, sino de su familia: su marido, su niño pequeño y otro que se halla en el vientre materno. Y Francisco hacía hincapié en que los padres han perdido la capacidad de jugar con sus hijos. Ya no tienen tiempo para ello. La vida se les va en trabajar para sacar los gastos de la familia y los hijos pierden el preciosísimo tiempo de jugar con sus padres.

Sin duda, este es un drama que viven miles de familias de Ciudad Juárez. Muchos niños crecen en guarderías o se crían solos por la ausencia de sus papás que están trabajando. Las consecuencias sociales negativas han sido evidentes. ¿Cómo conjugar la necesidad del trabajo con la vida familiar? ¿Cómo recuperar el sentido del domingo para vivir una vida más equilibrada reconociendo que el trabajo no es el último fin de la vida, sino el descanso, la caridad y la contemplación de Dios? “El domingo libera del trabajo –a excepción de los servicios necesarios– porque nos dice la prioridad no es la economía sino la humanidad, la gratuidad, las relaciones no comerciales sino familiares, las amistades y, para los creyentes, la relación con Dios y con la comunidad”. Así lo ha enseñando Francisco en su visita pastoral a la Diócesis de Campobasso.

En ese mismo discurso el papa señalaba que el problema de la crisis no es que la gente no tenga qué comer –lo cual es grave– pues bastaría acudir a una oficina de Cáritas para obtener lo necesario. El problema de las crisis económicas es la pérdida de la dignidad humana por la escasez de trabajo. Por eso llamaba a las diversas fuerzas que integran el mundo laboral –empresarios, obreros y sector público– a hacer un ‘pacto por el trabajo’, para lograr que la mayoría de los ciudadanos tenga un empleo. Si algo similar ocurriera en ciertas partes de México donde la falta de inversión acrecienta la pobreza y empuja la migración, podrían solucionarse muchos de los problemas que aquejan al mundo de los trabajadores.

Uno de los discursos más esperados del pontífice será el que pronuncie ante empresarios, líderes sindicales, obreros y personas relacionadas con el mundo del trabajo. La palabra sabia y llena de caridad de Francisco puede ser el lubricante que ayude a mejorar el funcionamiento de los engranajes de la gran maquinaria de todos los que trabajamos en México.

A la muerte de David Bowie

Con la muerte de David Bowie, ocurrida el domingo pasado, he recordado que, cuando era adolescente, algunos de mis amigos gustaban a ir a conciertos de rock en El Paso Texas. Escuchaba sus comentarios sobre grupos como ‘Rolling Stones’, ‘The Who’, ‘Black Sabbath’, ‘Judas Priest’, ‘Kiss’, ‘AC DC’, ‘Led Zeppelin’ o ‘Pink Floyd’. Nunca quise acompañarlos simplemente porque jamás sentí el mínimo atractivo por el rock. De hecho hasta hoy, en mi vida nunca ha podido escuchar completa una canción de ese género. Cuando sintonizo alguna estación de radio y comienza a sonar algo de rock and roll, cambio de estación instintivamente. Lo hago porque hay algo en el ritmo que me repugna.

Decía Platón en La República que la música es un instrumento más poderoso que cualquier otro, que el ritmo y la armonía llegan hasta lo profundo del alma donde poderosamente se sujetan. Y ahí la música puede impartir gracia; a la persona educada la hace atractiva y elegante. La música –señalaba el filósofo– es una educación que puede hacer más perceptiva el alma y más capaz de detectar las faltas en el arte y en la naturaleza. La buena música tiende a hacer del hombre alguien más noble y bueno.

Pero también Platón señalaba los peligros de la ‘anti-música’, la perversión de los ritmos para estimular los humores del cuerpo y desafiar a las musas. Las consecuencias serían una reacción moral en cadena que desquiciaría a la sociedad e invertiría la virtud. Los antiguos sacerdotes de la diosa Cibeles producían música átona y desordenada cuyo ideal era contrario al ideal de la república. Desde ahí comenzó a incubarse el reino etéreo de David Bowie y Michael Jackson.

El papa Benedicto XVI, reflexionando sobre la música en su libro ‘El espíritu de la Liturgia’, señalaba que mientras la música pop está considerada como fenómeno de masas, el rock desata las pasiones elementales y en el fondo es una oposición al culto cristiano. En los conciertos de rock las personas se liberan de ellas mismas, y mientras que chocan el ritmo, el ruido estridente y los efectos especiales de iluminación los participantes derriban las barreras de su ser individual para tratar de fundirse en el todo mediante un éxtasis de ruido y de masa. Si añadimos las drogas que abundan en esos conciertos, entonces nos damos cuenta de que el rock es capaz de dislocar y anular a la persona.

Puede ser que estas reflexiones no gusten a quienes son amantes del rock. Mi amigo Fernando Calzada, a quien Dios llamó a su presencia en julio de 2015, nunca hubiera estado de acuerdo conmigo. Le gustaba Bob Dylan al cual yo sigo sin soportar. Pero también se fascinaba con Mozart y Bach, y en eso sí coincidíamos.

El papa en la cárcel

Los internos del Cereso –y nosotros con ellos– nos sentimos expectantes. La visita del papa Francisco al penal estatal en Ciudad Juárez mostrará la cercanía del pontífice a quienes están en prisión para darles una palabra de consuelo y esperanza. Sin embargo, que el papa visite la cárcel local no puede reducirse a un gesto conmovedor para los católicos en esta frontera. Es un signo que nos interpela y nos pide entrañas de misericordia –en este Año– santo hacia los internos del Cereso y la pastoral penitenciaria.

Es muy significativo que el Santo Padre, en algunos de sus viajes, haya visitado las cárceles. Particularmente en la de Palmasola, en Bolivia. Ahí su misma presentación ante los internos fue de profunda humildad: “Quién está ante ustedes? Podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados”. Francisco no se coloca en un nivel superior a los presos, sino se sabe hacer uno igual a ellos.

Estas frases de Francisco me han hecho sentirme avergonzado, a mí que como sacerdote tantas veces me he creído alguien especial. El papa Francisco me hace comprender que yo no soy, aunque sea sacerdote, alguien más santo que los presos; soy un pecador como ellos, y si ellos están ahora privados de su libertad y yo no, es por pura misericordia de Dios. En cualquier momento puedo soltarme de la mano del Señor y consumar delitos más atroces que los que ellos han perpetrado. Si Jesús se formó en la fila de los pecadores para ser bautizado, con más razón nosotros, sus discípulos. Así que para visitar la cárcel es necesario, primero, descalzarse.

Al acercarse a las cárceles, Francisco nos invita a acercanos, nosotros también, a esta periferia existencial. Las cárceles son periferia porque suelen ser lugares que vemos lejos de la vida cotidiana. Pero para acercarnos al mundo de las penitenciarías, hemos de hacerlo con nuevos ojos. No como quienes van solamente a llevar un poco de comida, ropa o para cubrir alguna necesidad material. Quienes están internos son hermanos nuestros que necesitan ser escuchados y acompañados con regularidad.

Francisco recordaba, también en Bolivia, que san Pedro y san Pablo fueron prisioneros. ¡Nada más y nada menos que las columnas de la Iglesia! Muchos reos son hombres de Dios. Cuando alguien toca fondo en la vida, suele aferrarse a Dios como náufrago a una balsa en altamar. Muchos internos han tenido auténticas experiencias de encuentro con la misericordia de Dios y hoy viven vidas más santas que las nuestras. ¿Cómo evangelizarlos? ¿No será que son ellos los que deben evangelizarnos a nosotros? Nuestro deber es escucharles y descubrir la presencia de Dios en ellos. Porque quienes se encuentran entre rejas suelen tener el corazón más abierto al encuentro con Jesús que muchos de los que vivimos fuera.

Pero no todo es presencia de Dios en una cárcel. La situación de nuestros Ceresos es difícil. Algunos cumplen sentencias injustas. Hay otros internos que practican actos delictivos desde la prisión. Para nadie es un secreto que existen bandas rivales del narco o bandas de extorsionadores, y la vida en las cárceles puede ser un infierno. O bien los reos suelen dividirse en torno a la religión que profesan con actitudes de discriminación hacia quienes creen en Dios de manera diferente.

Del papa Francisco esperamos una palabra que ayude a mejorar la convivencia entre los convictos, una palabra que abra las prisiones de sus almas ayudándoles a vivir en una mayor libertad interior gracias a la presencia de Dios. Pero también, quizá, dará una palabra para quienes están a cargo de la institución. No pocas veces el trato es inhumano sino que la corrupción de ciertas autoridades de los penales contribuye mucho a no permitir que los Ceresos cumplan con su función de organismos de reinserción social. Pueden llegar a convertirse, incluso, escuelas de delincuencia.

La visita del papa al Cereso estatal en Ciudad Juárez marcará, de ahora en adelante, nuestra pastoral penitenciaria. La huella de su visita habrá de mover a la diócesis para llevar frutos copiosos de misericordia a nuestros hermanos después de este Año Santo.

El amor en la vida de Francisco

El papa Francisco, que en febrero visitará México y Ciudad Juárez, mantuvo ocultas por un tiempo a 80 mujeres, que trabajaban como prostitutas. Lo hizo cuando era el arzobispo de Buenos Aires, y las escondió en diversos conventos y apartamentos de personas de su confianza para protegerlas, porque todas eran mujeres víctimas de la trata. El cardenal Jorge Mario Bergoglio fue valiente, no sólo para hablar sino para denunciar, con caridad cristiana, el problema de la prostitución, los proxenetas y el tráfico de esclavas sexuales en Argentina. Así lo relata Armando Rubén Puente en su libro ‘La vida oculta de Bergoglio’.

Cuenta también el autor que el cardenal arzobispo de Buenos Aires, en una ocasión, tuvo que mandar llamar a un sacerdote párroco que había expulsado de su comunidad parroquial a una pareja del mismo sexo. Tras aquel acto que juzgó de discriminación, el cardenal se entrevistó con la pareja para después hablar con el párroco y pedirle que no les cerrara las puertas de la parroquia, que no podían ser expulsados.

Con estas y muchas otras anécdotas el papa Francisco nos da lecciones de lo que para él es el amor. Y el amor no es otra cosa que aprender a escuchar a las personas y tratarlas de acuerdo con su dignidad. Pareciera a veces que el papa estuviera de acuerdo con ciertas conductas indignas del hombre, pero no es así. El papa, ante todo, es un hijo de la Iglesia que sabe que las personas están llamadas por Dios a la santidad. Pero para llegar a ella hay que hacerles cercana la experiencia del amor de Dios. No es el maltrato ni la severidad lo que transforma a los seres humanos, sino la experiencia del amor divino y los golpes de la gracia.

¿De dónde brota ese compromiso de Francisco para que en su primer viaje papal visitara la isla de Lampedusa, ese lugar casi maldito del Mediterráneo, en cuyas aguas de alrededor mueren ahogados miles de africanos pobres que intentan llegar a Europa? La fuente de su entrega no es otra sino el encuentro con Jesús. El papa se ha dejado tocar y transformar por el Señor. Su profunda fe, alimentada diariamente por la oración y los sacramentos, hace que su corazón esté permanentemente abierto al amor. En su encíclica Lumen Fidei Francisco enseña que “La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad” (LF 26). En efecto, el papa mira la realidad con ojos muy diversos –los ojos de Jesucristo– a los que tenemos muchos cristianos.

Una constante actitud del papa Francisco es ir al encuentro de los últimos, y hacerse uno de ellos. Varias veces se ha presentado en el comedor de los empleados de la Santa Sede con su bandeja y cubiertos en la mano, y hace fila para que le sirvan su ración de pasta y de pescado, como a uno más. Charla amenamente con ellos de sus orígenes italianos, de economía o de fútbol, y se toma fotos. Es el papa que celebra la Misa para los jardineros y barrenderos de la Ciudad del Vaticano.

El amor –nos enseña– es ir al encuentro del otro. Explica Francisco que el amor “tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada” (LF 27). Eso lo vive el mismo Francisco no sólo con los empleados vaticanos sino con tantas personas que llama directa y frecuentemente por teléfono, dentro y fuera de Roma, para construir relaciones de amistad, con enfermos, religiosas, sacerdotes, hombres y mujeres que trabajan, matrimonios, obispos.

Francisco llegará a México el 13 de febrero y a Ciudad Juárez el 17. Con sus gestos y su palabra traerá para nosotros lecciones de caridad. Nos enseñará que a Jesucristo sólo podemos amarlo auténticamente yendo más allá de los sentimientos para colocarnos junto al necesitado. Y que las emociones por Dios –que son necesarias y muy válidas– han de traducirse en signos concretos como el compartir un plato de pasta y una ración de pescado con quienes están cerca de nosotros.

Alegría del Evangelio en Ciudad Juárez


Cuando venga el papa Francisco a Ciudad Juárez habrá sabido muchas cosas que suceden en la ciudad. Ya le habrán informado de los espantosos años de violencia que vivimos, de las mujeres desaparecidas así como de la situación dramática de tantos migrantes que por aquí transitan. Pero si el Santo Padre se asomara a ver muchas cosas que suceden en esta frontera y concretamente en la vida de esta Iglesia diocesana, su corazón se llenaría de entusiasmo y esperanza.

Si el papa descubriera el entusiasmo vibrante de los laicos católicos en Ciudad Juárez y la pasión que existe en muchas comunidades de la ciudad por llevar la Buena Nueva de Jesucristo, pondría a esos evangelizadores como modelos para otras diócesis. Efectivamente, una de las grandes fuerzas de nuestra Iglesia particular son sus laicos. Ellos, en colaboración con el Espíritu de Dios están logrado transformar el rostro de la ciudad, y lo hacen al estilo de Dios, discreta y silenciosamente.

En esta última edición del año 2015 el Periódico Presencia otorga el reconocimiento ‘El Discípulo de Jesús’ como lo viene haciendo desde los últimos nueve años, a la comunidad Laicos en Misión Permanente (LAMP). Desde hace varios años nuestro medio informativo ha seguido los pasos de esta comunidad católica engendrada en el Instituto México, cuya misión de llevar el Evangelio no se circunscribió al colegio, sino que se ha expandido como una fuerza arrolladora en diversas comunidades parroquiales de la diócesis.

Varias comunidades parroquiales se han visto transformadas por el espíritu, la pasión y la organización de Laicos en Misión Permanente. Ellos sostienen la idea de que el retiro de evangelización kerigmático será la mejor experiencia que una persona pueda tener en su vida. No economizan esfuerzos, ni en horas de trabajo, ni en oración ni en conseguir recursos monetarios para que la alegría del Evangelio toque el corazón de las personas. Y gracias a su ‘amén’ a Dios, los frutos se han multiplicado en la detonación de comunidades parroquiales vibrantes, expansivas y económicamente autosuficientes.

A Laicos en Misión Permanente los empuja el hacer realidad el derecho que tienen todos los bautizados de recibir el Evangelio. No sólo eso, sino el derecho que tienen de pertenecer a una pequeña comunidad católica y a recibir formación permanente dentro del ambiente de su parroquia. De esa manera contribuyen a que cambie el rostro de las familias, de los barrios y a frenar el avance de las sectas, que tanto dañan a la unidad de la Iglesia.

Con la visita del papa Francisco a México y Ciudad Juárez, muchas personas empezarán a salir de sus tristezas, que son fruto amargo de vivir aisladamente, fuera de la comunión con Dios y con los demás. Lo dijo el mismo papa: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente” (EG 2).

Muchas de esas personas que se acerquen al misterio de Dios después de la venida del papa esperarán que alguien de nuestras parroquias los evangelice. ‘Queremos ver a Jesús’, dirán, como aquellos griegos dijeron a Felipe. Esperan catequesis y un ambiente donde alimentar su fe católica. ¿Estamos preparados?, es la pregunta que nos hacemos. Que el testimonio de Laicos en Misión Permanente sirva para que quienes estamos sirviendo en la Iglesia recobremos la pasión y el fervor, “la dulce alegría de evangelizar”, para que quienes buscan a Dios con angustia y esperanza, encuentren en nosotros –cito palabras del papa– “no evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10).

Nuestros cuerpos sufrientes

A medida en que pasan los años nos vamos haciendo personas más vulnerables en nuestra dimensión física. Aparecen nuevas dolencias, se manifi...