miércoles, 24 de febrero de 2021

Censo 2021: la religión

La Transverberación de Santa Teresa (Bernini). "El cristiano del futuro será místico o no será".

Los datos del censo 2020 señalan que los católicos en Ciudad Juárez, así como en México, vamos a la baja. De 69 por ciento de población católica que tenía nuestra ciudad en 2010, bajamos a 65.5 por ciento; perdimos el 3.5 por ciento de fieles. Los protestantes, en cambio, subieron del 11 por ciento al 14.3; ganaron 3.3 por ciento. Por otra parte quienes se declaran sin religión dieron un salto más significativo: del 10.5 por ciento en 2010 al 18.6 por ciento en 2020; una ganancia del 8.1 por ciento. Las cifras a nivel nacional son muy semejantes a las de nuestra ciudad: puntos más, puntos menos, bajan los católicos mientras que aumentan protestantes y ateos. Veamos algunas razones.

Sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial el fenómeno del ateísmo ha crecido en el mundo. El hombre contemporáneo dice no necesitar a Dios. Puede organizar perfectamente su vida prescindiendo de una relación con el Eterno. El cardenal Joseph Ratzinger ilustraba la situación de la Iglesia en el mundo de hoy con la imagen de la catedral neogótica de Nueva York rodeada y dominada por los rascacielos. Si en el pasado fueron los campanarios de las catedrales las que sobresalieron por encima las ciudades –como evocando la eternidad de Dios– hoy las iglesias dan la impresión de haber quedado perdidas en medio del mundo. La secularización ha ganado terreno prácticamente en todos los países occidentales.

Las cifras del censo sobre el crecimiento de personas sin religión es una absoluta desgracia. Según los ateos y los agnósticos, la religión sigue siendo opio para el pueblo, una especie de ignorancia sobre el origen del mundo y su funcionamiento. El creciente mundo ateo vaga en el sinsentido ya que carece de una fuente que alimente su vida para una esperanza sobrenatural. En palabras del cardenal Sarah, los ateos "son como árboles inexorablemente cortados de raíz y condenados a morir. Antes o después, se secan o se mueren. Los hombres sin fe son como quienes no tienen ni un padre ni una madre que los engendren y renueven su percepción de su propio misterio".

Los católicos tenemos un desafío para seguir dialogando con el mundo secularista, pues sabemos que el hombre sin religión se convierte en un vagabundo errante carente de raíces, en nómada salvaje. Cuando se pierde el sentido de Dios se abren las puertas a los hechos más aberrantes, a los regímenes más despiadados; se socavan los cimientos de la civilización y se da entrada a la barbarie totalitaria.

Por otra parte crecen en México y en la ciudad las comunidades evangélicas nacidas de la Reforma protestante. Son los cristianos emocionales, anclados en la Biblia pero desarraigados de la historia y de la Tradición; cristianos atomizados en una multitud de comunidades minúsculas que viven un cristianismo gnóstico, alejado de la encarnación, del silencio y de la cruz; cristianos cuya experiencia de fe se basa en el frenesí de sentimientos y estados de exaltación. Sin embargo, estos cristianos separados de la Iglesia Católica nos dan una lección muy importante: ellos, de lo primero que se preocupan, es de llevar a sus fieles al encuentro con Cristo.

Los católicos podemos caer en el error de concentrar nuestros mayores esfuerzos en la sanación de grandes males que afligen a nuestra sociedad como son la miseria, la violencia o la violación a los derechos humanos. La preocupación por los males sociales es, sin duda, importante para los discípulos de Jesús porque nos dan ocasión de practicar las obras de misericordia. Sin embargo privilegiar esto descuidando el encuentro con la Palabra a través de la evangelización, la oración, las pequeñas comunidades y la catequesis es un craso error. Los grandes males de la sociedad se van curando cuando a los pobres se les lleva hacia el encuentro con el Señor y se les enseña a vivir la vida cristiana que es, ante todo, vida espiritual.

Los resultados del censo son, además, engañosos, pues ¿cuántos de los que se declaran católicos son realmente practicantes de su fe? Quizá sea un 10 o un 15 por ciento. Esto no debe desalentarnos, sino al contrario. Dios nos sigue llamando a evangelizar: "Vayan a todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura" (Mc 16,15). Si privilegiamos la pastoral social sobre la evangelización y la catequesis seguiremos perdiendo fieles. Los remedios a la violencia y los procesos de paz son fruto del encuentro cotidiano con Cristo, y no al revés. Tenía razón Rahner cuando dijo: "El cristiano del futuro será místico o no será; sin la experiencia religiosa interior de Dios, ningún hombre puede permanecer siendo cristiano, a la larga, bajo la presión del actual ambiente secularizado".

sábado, 20 de febrero de 2021

Porno: su impacto en la familia


 El ambiente familiar es el más afectado para los adictos al porno. Una serie de calamidades familiares se producen cuando un cónyuge se obsesiona con la pornografía.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Religiosidad de México prehispánico


A 500 años de la evangelización de México, conmemoramos la llegada de aquellos primeros "Doce apóstoles". Fueron 12 frailes franciscanos que Hernán Cortés solicitó a Carlos V, rey de España, para la conversión de los indígenas. Cortés no quería obispos sino misioneros, y así en 1524 desembarcaron en las costas de Veracruz aquellos primeros religiosos mendicantes. En 1526 llegaron 12 dominicos y en 1533 arribaron siete frailes agustinos. Estos hechos fueron de gran importancia ya que permitieron el inicio de una evangelización metódica y ordenada.

El panorama religioso que encontraron aquellos frailes estaba marcado por un politeísmo de variedad extraordinaria ya que los aztecas adoptaban a los dioses de las tribus dominadas. Los grandes dioses presidían los fenómenos naturales, pero además existía el nahualismo, es decir, la práctica de transformarse en animal por medio de ritos de brujería. La vida de los pueblos indígenas estaba sometida a una gran cantidad de ritos y ceremonias, la mayoría sangrientos. Divinidades como Huitzilopochtli reclamaban víctimas humanas. Los sacrificios humanos y la antropofagia se practicaban dentro y fuera del imperio azteca.

No es posible tener una idea clara de la manera como los aztecas concebían a Dios. Su religión no estaba ligada a un sistema moral. Ellos creían en la inmortalidad del alma la cual, una vez dejado este mundo, continuaba viviendo en el cielo o en el infierno. Pero la vida eterna no era resultado de una elección moral. No importaba la clase de vida que se había tenido; lo importante eran las circunstancias de la muerte. Los aztecas conocían también la cruz como símbolo de las cuatro direcciones del universo. Creían que su gran dios Huitzilopochtli había nacido de una virgen, la diosa Teteoinan.

Practicaban también una especie de comunión. Al comer carne humana sacrificada, la absorción del corazón los asimilaba a la sustancia del dios. Además dos veces al año comían imágenes hechas de pasta de alimentos que representaban a Huitzilopochtli. Pero también había en ellos una especie de bautismo. Al nacer un niño la partera vertía agua sobre la cabeza del bebé haciendo una especie de exorcismo para alejar maldiciones y toda clase de espíritus malditos. El agua servía par engendrarlo de nuevo. 

Aztecas, totonacas y zapotecas se confesaban con un confesor que representaba a la divinidad, pero su concepto de pecado era peculiar. La confesión tenía un carácter moral en dos tipos de pecado: la embriaguez y los desórdenes sexuales. Había que estar arrepentido y hacer una penitencia. Por su parte, el confesor debía guardar riguroso secreto. La embriaguez era castigada con pena de muerte pero si el ebrio se confesaba, quedaba libre de la pena y solamente debía hacer una penitencia sangrienta. Lo mismo sucedía con el adulterio. El pecado, para los aztecas, no era una mancha de orden espiritual en el alma, sino una intoxicación fisiológica que se borraba con la confesión y con la penitencia. 

A muchos evangelizadores del siglo XXI, aquellas prácticas religiosas indígenas nos pueden parecer "semillas del Verbo", gérmenes de verdad que los frailes pudieron aprovechar para anunciar a Jesucristo y que, sin duda, era necesario purificar. No fue así para aquellos evangelizadores del siglo XVI. Ellos pensaron, horrorizados, que aquellas costumbres eran parodias diabólicas de los sacramentos. Los religiosos, venidos de Europa, habían conocido la condena de la Iglesia a la herejía protestante de Martín Lutero. Eran hijos de un pueblo que amaba la ortodoxia católica y que le tenía pavor a la herejía. Pensaban que, al tomar algunos elementos de los cultos indígenas, podrían terminar deformando el cristianismo.

Comprendemos así, por qué los primeros evangelizadores no propusieron el catolicismo como la plenitud de las religiones indígenas, sino que lo presentaron como algo totalmente nuevo, rompiendo absolutamente con las prácticas paganas de los indios. En su propósito de fundar la Iglesia en México, los frailes mantuvieron el pasado indígena, conservaron aquellas lenguas, sus usos y costumbres cotidianos, se adaptaron al temperamento de los indios, pero combatieron siempre contra todo lo que oliera a paganismo.

lunes, 15 de febrero de 2021

Porno: sus características


 Le llaman "la nueva droga mundial". La pornografía está inundando millones de hogares en el mundo, afectando profundamente nuestras relaciones interpersonales. En este video exploramos sus características.

sábado, 13 de febrero de 2021

Ideas que producen catástrofes


 

Todos en la misma barca (homilía)


Dice el salmo 123: "Las aguas nos hubieran sepultado, un torrente nos hubiera llegado al cuello, un torrente de aguas encrespadas. Bendito sea el Señor, porque no permitió que nos despedazaran con sus dientes". La pandemia de Covid-19 llegó a nuestro mundo y ciudad como olas de aguas encrespadas, llegando al cuello de muchas personas. El coronavirus ha causado enfermedad y destrucción de vidas humanas, dejando también a miles de familias sin trabajo ni sustento. Sin embargo "Nuestra ayuda es invocar al Señor", continúa el salmista.

El texto nos recuerda aquel pasaje en el que los apóstoles navegaban en el Mar de Galilea cuando se levantaron los vientos y las olas provocándoles el miedo mientras Jesús dormía en la popa. Y despertaron al Señor: "¿no te importa, Señor, que perezcamos?". Fue cuando el Señor, luego de reprocharles su falta de fe, calmó la tempestad. Ante el grito que pide auxilio de una comunidad golpeada por la carestía, Jesús también se ha despertado a través de la iniciativa diocesana "Todos en la misma barca" para tranquilizar el agua y brindar su presencia y su consuelo a muchas familias necesitadas de nuestra diócesis.

A finales del siglo XVI viajaba Felipe de Jesús en una barca. Se había embarcado en Manila para viajar a México y recibir la ordenación sacerdotal. Luego de escuchar la llamada del Señor: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga", Felipe había ingresado a la Orden franciscana en aquella ciudad de Asia. En el convento se ejercitó en la virtud de la caridad solidaria y generosa en la atención a los enfermos y a los pobres. Felipe, en aquella barca, quizá experimentó mucho miedo cuando una fuerte tormenta casi destruye el navío. Él y sus compañeros tuvieron que ser solidarios unos con otros para no hundirse. Guiados por la providencia de Dios llegaron como náufragos a las costas de Japón.

Felipe sabía trabajar en equipo. Cuando se desató la persecución religiosa que decretó el emperador japonés, Felipe no debió haber sido hecho prisionero. Su llegada a Japón en calidad de náufrago lo liberaba por derecho. Sin embargo se sabía unido profundamente a sus hermanos cristianos. Sabía que el destino de ellos era también el suyo. Todos estaban en la misma barca. Y así quiso compartir voluntariamente el martirio con ellos. Fueron 28 días en los que 25 cristianos cadavéricos recorrieron más de 900 kilómetros a pie, en barco y mula, hasta llegar a la colina de Nagasaki donde les esperaban 25 cruces. En una de ellas Felipe entregó su vida por dos lanzas que le atravesaron el costado.

Qué bella es la vida cristiana que nos ejercita en la caridad porque todos navegamos en la misma barca. En este viaje, en esta aventura de la vida, estamos llamados a aprender a dar la vida por amor a Dios y a los hermanos. San Felipe de Jesús nos enseña que existen en la Iglesia tres niveles en el servicio: el que reparte pan, el que reparte sabiduría y el que entrega su vida derramando su sangre. Vemos a Felipe solidario con los pobres en el convento; vemos a Felipe misionero para repartir la sabiduría de la palabra; vemos a Felipe llegando al nivel más alto de entrega, que es el martirio. Como Cristo Jesús, Felipe sirvió en lo material; sirvió en lo espiritual y después entró en la eternidad derramando su sangre.

Como san Felipe, la Iglesia está llamada al martirio. Está llamada a mostrar esta verdad. Hemos de ayudar en la atención a los que sufren diversas formas de pobreza, desde los que pasan hambre o están enfermos, hasta los que están en las redes del vicio, de la discapacidad o de la depresión. Jesús pasó su vida sanando, liberando, consolando. Pero también hemos de subir a un segundo nivel para llevar a los pobres al encuentro con el que da la luz de la gracia y la vida eterna. Y siempre hemos de mirar el nivel más perfecto, a ese llamado del cielo que san Felipe pudo proclamar segundos antes de morir: "Jesús, Jesús, Jesús".

Después de la muerte de san Felipe y sus compañeros mártires, un perfume sobrenatural inundó la colina de Nagasaki durante muchos días. Solamente así, en la entrega total de la vida por amor al Señor y a su cuerpo, que son sus hermanos, quedará en nuestra tierra el buen olor del cristiano.

(Homilía del 5 de febrero para entregar el reconocimiento "Discípulos de Jesús 2020" al proyecto "Todos en la misma barca" de la Diócesis de Ciudad Juárez)

Protegernos del mal


 

miércoles, 10 de febrero de 2021

San José y la agresividad masculina


A los hombres nos acusan hoy, más que nunca, de ser agresivos y violentos. La ideología feminista nos señala como seres abominables, iracundos y sembradores de terror en los hogares y en las calles. Según las feministas los hombres somos los victimarios de las mujeres, como si ellas no ejercieran otras formas de terrible violencia contra los varones. Lo cierto es que el feminismo se ha propuesto despojar al hombre de su masculinidad, por considerarla como la fuente de toda violencia en la sociedad.


Es verdad que el varón es mucho más agresivo que la mujer, y la razón está en su cerebro. La amígdala es un conjunto de neuronas que forman una especie de almendra, que hombres y mujeres tenemos en el cerebro, a la altura de los oídos. Ahí se reciben los estímulos estresantes y se reacciona frente a ellos; se registra el miedo y se dispara la agresión. La amígdala actúa como una alarma que reconoce cuando algo malo está sucediendo. Sin embargo el procesamiento en los cerebros masculino y femenino es diferente.

Mientras que los hombres reaccionamos con violencia ante ciertas situaciones, la mujer es más capaz de controlarse con paciencia y resignación. Ellas sienten pánico a romper las relaciones sociales, que son la base de su equilibrio y supervivencia. Los hombres tenemos menos serotonina –una hormona de influjo calmante en el cerebro– lo que nos hace reaccionar ante las amenazas utilizando respuestas físicas. La mujer, en cambio, trata de resolver las situaciones a través del diálogo.

A pesar de nuestra amígdala masculina y nuestra escasez de serotonina que nos hace ser más explosivos, los varones católicos estamos llamados a convertirnos en verdaderos caballeros. La agresividad varonil se puede y se debe regular, pero esto solamente se logra a través del desarrollo de la virtud del autocontrol, así como de los valores espirituales y morales que aprendemos en casa y en la Iglesia.

San José nos puede ayudar a tener una virtud que, para muchos hombres, es difícil de practicar. Me refiero a la paciencia. Los varones jóvenes, habituados a resolverlo todo a través de teléfonos celulares y redes sociales, y acostumbrados a satisfacer todos sus gustos, necesitan mirar a san José. Los hombres casados, que antes de salir de casa tienen que esperar horas a que su esposa se arregle; o que al regresar al hogar después del trabajo encuentran la casa sucia y a sus niños que le llevan sus problemas, deben contemplar a José; los sacerdotes, que debemos escuchar toda clase de infortunios que vive la feligresía, hemos de ver al esposo de la Virgen y pedirle que nos obtenga la paciencia.

La vida no fue fácil para el padre virginal de Jesús. Muchas veces su paciencia se puso a prueba. Sin embargo no lo vemos enojado cuando María, su esposa, permaneció tres meses en casa de Isabel. Tampoco se puso furioso cuando supo que su esposa estaba encinta de un hijo que no era suyo. Nunca perdió la paciencia cuando, al buscar un lugar para que naciera Jesús, les cerraron las puertas de la posada. Su corazón no se puso del mal genio por el estrés en Egipto, al tener que proveer comida y techo a su familia mientras huían de Herodes. José no montó en cólera cuando su hijo se perdió en aquella caravana y después lo encontraron en el templo, entre los doctores. José fue un hombre de Dios que supo educarse en la virtud de la paciencia para desempeñar su misión de varón, esposo y padre.

Para acabar con la violencia machista, nuestra cultura, influenciada por el feminismo, indica que la solución es igualar a los sexos. Desconociendo las profundas diferencias que existen entre el hombre y la mujer –empezando por las diferencias cerebrales–, en su afán de acabar con la masculinidad y la feminidad, la ideología de género se empeña en crear hombres más afeminados y mujeres más masculinizadas. Así sólo se provocará violencia.

La propuesta católica es diversa y contribuye realmente a la construcción de la paz. Es a través de la educación en la virtud y en la imitación de los grandes santos como varones y mujeres podemos potenciar los rasgos positivos de cada sexo. En el dominio de uno mismo –fruto del Espíritu Santo– es como logramos dominar lo que estorba a nuestra personalidad para construir relaciones de comunión y armonía. San José, ruega por nosotros.

martes, 2 de febrero de 2021

INEGI: México envejece y decae la Familia


México se está convirtiendo en un país de viejos. Así lo revela el censo 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). En el censo 2010 la edad promedio de los mexicanos era de 26 años, mientras que las últimas cifras indican que hoy es de 29 años. Estamos envejeciendo rápidamente.

En cuestiones de fertilidad, los vientres de nuestras mujeres se están secando. Hace 20 años las mexicanas mayores de 12 años parían un promedio de 2.6 hijos; hace 10 años tenían 2.3 hijos y hoy dan a luz a 2.1 hijos. Cada vez son menos los niños que nacen y, de esta manera, la pirámide poblacional se reduce en su base, mientras que se ensancha en el centro y en su parte alta. En las plazas y parques de México se ven menos niños jugar, y más ancianos que, apacibles, toman sus baños de sol al morir la tarde. Si la tasa de fertilidad llega a reducirse aún más, los mexicanos empezaremos –como los europeos– a despedirnos paulatinamente de la historia.

Si lo anterior nos preocupa poco, quizá los golpes al bolsillo pueden hacer que tomemos más en serio el problema que se nos viene. Las cuotas de impuestos que los empleadores pagan a las instituciones de salud y de pensiones son cada vez más altas. Con menos brazos jóvenes para trabajar y mayor cantidad de personas jubiladas que reclaman su pensión, las cosas se pondrán más difíciles en el país con jubilaciones más raquíticas y con el peligro de colapso del sistema de retiros.

Lejos de una sobrepoblación, empezamos en México a vivir una implosión demográfica. En las últimas décadas los países poderosos y las grandes organizaciones internacionales han invertido millonarias cantidades de dinero para reducir la población, especialmente en los países en desarrollo. Así lo ha hecho el gobierno de Estados Unidos, marcadamente con el Partido Demócrata en el poder. Con el ascenso de Joe Biden como presidente, se espera que la agencia AID del gobierno federal otorgue fondos a los países latinoamericanos condicionando la ayuda con programas para el control demográfico, especialmente con la promoción del aborto libre.

Sobre la situación de las familias, el INEGI nos dice que de cada cien personas, 35.4 están casadas; 34.2 son solteras; 18.3 viven en unión libre y el resto son separadas, divorciadas o viudas. Comparados con el año 2010, los matrimonios cayeron 5.1 por ciento mientras que los concubinatos subieron en 3.9 por ciento. El aumento de la tasa de divorcios también ha sido significativo cada año. En 1994 sólo había alrededor de 6 divorcios por cada 100 matrimonios. En 2019 la cifra ascendió a 31.7 rupturas.

Aunque los factores que influyen para que más personas desprecien la institución del matrimonio y prefieran la unión libre pueden ser múltiples, lo cierto es que estamos frente a un debilitamiento progresivo de las familias. Las leyes mexicanas, en vez de intentar revertir esta tendencia, la favorecen. Más estados de la república han aceptado el divorcio express o divorcio incausado, que permite la disolución del matrimonio por voluntad de uno de los cónyuges. Casarse se ha convertido en un contrato desechable.

Al mismo tiempo la ley, al introducir el matrimonio igualitario, destruye el concepto de verdadero matrimonio, que en su misma raíz etimológica significa "matris" (madre) y "monium" (defensa), el cual es la única fuente de generación y educación de ciudadanos para el Estado. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha dictaminado que la infidelidad matrimonial no causa daño moral, y que el ejercicio de la sexualidad es una decisión muy personal. Por tanto los cónyuges tienen derecho, en nombre de la libertad sexual, a traicionar a sus parejas con cuanto amante quieran, no importa que por ello se destrocen sus almas. Un exacerbado individualismo nos ha llevado a perder los vínculos comunitarios y está debilitando todo el sistema social.

Los números fríos del INEGI revelan tiempos complicados para la vida y la familia en México, dos bienes preciosos que la Iglesia Católica promueve y defiende, por la sencilla razón de que la felicidad personal y el bienestar social están muy unidos a ellos. Nos corresponde a los católicos contribuir al bienestar de México tomando más en serio la causa de la defensa de la vida y de la familia. Así podremos llevar fortaleza y esperanza a una sociedad que se debilita.

México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...