sábado, 13 de febrero de 2021

Todos en la misma barca (homilía)


Dice el salmo 123: "Las aguas nos hubieran sepultado, un torrente nos hubiera llegado al cuello, un torrente de aguas encrespadas. Bendito sea el Señor, porque no permitió que nos despedazaran con sus dientes". La pandemia de Covid-19 llegó a nuestro mundo y ciudad como olas de aguas encrespadas, llegando al cuello de muchas personas. El coronavirus ha causado enfermedad y destrucción de vidas humanas, dejando también a miles de familias sin trabajo ni sustento. Sin embargo "Nuestra ayuda es invocar al Señor", continúa el salmista.

El texto nos recuerda aquel pasaje en el que los apóstoles navegaban en el Mar de Galilea cuando se levantaron los vientos y las olas provocándoles el miedo mientras Jesús dormía en la popa. Y despertaron al Señor: "¿no te importa, Señor, que perezcamos?". Fue cuando el Señor, luego de reprocharles su falta de fe, calmó la tempestad. Ante el grito que pide auxilio de una comunidad golpeada por la carestía, Jesús también se ha despertado a través de la iniciativa diocesana "Todos en la misma barca" para tranquilizar el agua y brindar su presencia y su consuelo a muchas familias necesitadas de nuestra diócesis.

A finales del siglo XVI viajaba Felipe de Jesús en una barca. Se había embarcado en Manila para viajar a México y recibir la ordenación sacerdotal. Luego de escuchar la llamada del Señor: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga", Felipe había ingresado a la Orden franciscana en aquella ciudad de Asia. En el convento se ejercitó en la virtud de la caridad solidaria y generosa en la atención a los enfermos y a los pobres. Felipe, en aquella barca, quizá experimentó mucho miedo cuando una fuerte tormenta casi destruye el navío. Él y sus compañeros tuvieron que ser solidarios unos con otros para no hundirse. Guiados por la providencia de Dios llegaron como náufragos a las costas de Japón.

Felipe sabía trabajar en equipo. Cuando se desató la persecución religiosa que decretó el emperador japonés, Felipe no debió haber sido hecho prisionero. Su llegada a Japón en calidad de náufrago lo liberaba por derecho. Sin embargo se sabía unido profundamente a sus hermanos cristianos. Sabía que el destino de ellos era también el suyo. Todos estaban en la misma barca. Y así quiso compartir voluntariamente el martirio con ellos. Fueron 28 días en los que 25 cristianos cadavéricos recorrieron más de 900 kilómetros a pie, en barco y mula, hasta llegar a la colina de Nagasaki donde les esperaban 25 cruces. En una de ellas Felipe entregó su vida por dos lanzas que le atravesaron el costado.

Qué bella es la vida cristiana que nos ejercita en la caridad porque todos navegamos en la misma barca. En este viaje, en esta aventura de la vida, estamos llamados a aprender a dar la vida por amor a Dios y a los hermanos. San Felipe de Jesús nos enseña que existen en la Iglesia tres niveles en el servicio: el que reparte pan, el que reparte sabiduría y el que entrega su vida derramando su sangre. Vemos a Felipe solidario con los pobres en el convento; vemos a Felipe misionero para repartir la sabiduría de la palabra; vemos a Felipe llegando al nivel más alto de entrega, que es el martirio. Como Cristo Jesús, Felipe sirvió en lo material; sirvió en lo espiritual y después entró en la eternidad derramando su sangre.

Como san Felipe, la Iglesia está llamada al martirio. Está llamada a mostrar esta verdad. Hemos de ayudar en la atención a los que sufren diversas formas de pobreza, desde los que pasan hambre o están enfermos, hasta los que están en las redes del vicio, de la discapacidad o de la depresión. Jesús pasó su vida sanando, liberando, consolando. Pero también hemos de subir a un segundo nivel para llevar a los pobres al encuentro con el que da la luz de la gracia y la vida eterna. Y siempre hemos de mirar el nivel más perfecto, a ese llamado del cielo que san Felipe pudo proclamar segundos antes de morir: "Jesús, Jesús, Jesús".

Después de la muerte de san Felipe y sus compañeros mártires, un perfume sobrenatural inundó la colina de Nagasaki durante muchos días. Solamente así, en la entrega total de la vida por amor al Señor y a su cuerpo, que son sus hermanos, quedará en nuestra tierra el buen olor del cristiano.

(Homilía del 5 de febrero para entregar el reconocimiento "Discípulos de Jesús 2020" al proyecto "Todos en la misma barca" de la Diócesis de Ciudad Juárez)

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