miércoles, 10 de febrero de 2021

San José y la agresividad masculina


A los hombres nos acusan hoy, más que nunca, de ser agresivos y violentos. La ideología feminista nos señala como seres abominables, iracundos y sembradores de terror en los hogares y en las calles. Según las feministas los hombres somos los victimarios de las mujeres, como si ellas no ejercieran otras formas de terrible violencia contra los varones. Lo cierto es que el feminismo se ha propuesto despojar al hombre de su masculinidad, por considerarla como la fuente de toda violencia en la sociedad.


Es verdad que el varón es mucho más agresivo que la mujer, y la razón está en su cerebro. La amígdala es un conjunto de neuronas que forman una especie de almendra, que hombres y mujeres tenemos en el cerebro, a la altura de los oídos. Ahí se reciben los estímulos estresantes y se reacciona frente a ellos; se registra el miedo y se dispara la agresión. La amígdala actúa como una alarma que reconoce cuando algo malo está sucediendo. Sin embargo el procesamiento en los cerebros masculino y femenino es diferente.

Mientras que los hombres reaccionamos con violencia ante ciertas situaciones, la mujer es más capaz de controlarse con paciencia y resignación. Ellas sienten pánico a romper las relaciones sociales, que son la base de su equilibrio y supervivencia. Los hombres tenemos menos serotonina –una hormona de influjo calmante en el cerebro– lo que nos hace reaccionar ante las amenazas utilizando respuestas físicas. La mujer, en cambio, trata de resolver las situaciones a través del diálogo.

A pesar de nuestra amígdala masculina y nuestra escasez de serotonina que nos hace ser más explosivos, los varones católicos estamos llamados a convertirnos en verdaderos caballeros. La agresividad varonil se puede y se debe regular, pero esto solamente se logra a través del desarrollo de la virtud del autocontrol, así como de los valores espirituales y morales que aprendemos en casa y en la Iglesia.

San José nos puede ayudar a tener una virtud que, para muchos hombres, es difícil de practicar. Me refiero a la paciencia. Los varones jóvenes, habituados a resolverlo todo a través de teléfonos celulares y redes sociales, y acostumbrados a satisfacer todos sus gustos, necesitan mirar a san José. Los hombres casados, que antes de salir de casa tienen que esperar horas a que su esposa se arregle; o que al regresar al hogar después del trabajo encuentran la casa sucia y a sus niños que le llevan sus problemas, deben contemplar a José; los sacerdotes, que debemos escuchar toda clase de infortunios que vive la feligresía, hemos de ver al esposo de la Virgen y pedirle que nos obtenga la paciencia.

La vida no fue fácil para el padre virginal de Jesús. Muchas veces su paciencia se puso a prueba. Sin embargo no lo vemos enojado cuando María, su esposa, permaneció tres meses en casa de Isabel. Tampoco se puso furioso cuando supo que su esposa estaba encinta de un hijo que no era suyo. Nunca perdió la paciencia cuando, al buscar un lugar para que naciera Jesús, les cerraron las puertas de la posada. Su corazón no se puso del mal genio por el estrés en Egipto, al tener que proveer comida y techo a su familia mientras huían de Herodes. José no montó en cólera cuando su hijo se perdió en aquella caravana y después lo encontraron en el templo, entre los doctores. José fue un hombre de Dios que supo educarse en la virtud de la paciencia para desempeñar su misión de varón, esposo y padre.

Para acabar con la violencia machista, nuestra cultura, influenciada por el feminismo, indica que la solución es igualar a los sexos. Desconociendo las profundas diferencias que existen entre el hombre y la mujer –empezando por las diferencias cerebrales–, en su afán de acabar con la masculinidad y la feminidad, la ideología de género se empeña en crear hombres más afeminados y mujeres más masculinizadas. Así sólo se provocará violencia.

La propuesta católica es diversa y contribuye realmente a la construcción de la paz. Es a través de la educación en la virtud y en la imitación de los grandes santos como varones y mujeres podemos potenciar los rasgos positivos de cada sexo. En el dominio de uno mismo –fruto del Espíritu Santo– es como logramos dominar lo que estorba a nuestra personalidad para construir relaciones de comunión y armonía. San José, ruega por nosotros.

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