martes, 2 de febrero de 2021

INEGI: México envejece y decae la Familia


México se está convirtiendo en un país de viejos. Así lo revela el censo 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). En el censo 2010 la edad promedio de los mexicanos era de 26 años, mientras que las últimas cifras indican que hoy es de 29 años. Estamos envejeciendo rápidamente.

En cuestiones de fertilidad, los vientres de nuestras mujeres se están secando. Hace 20 años las mexicanas mayores de 12 años parían un promedio de 2.6 hijos; hace 10 años tenían 2.3 hijos y hoy dan a luz a 2.1 hijos. Cada vez son menos los niños que nacen y, de esta manera, la pirámide poblacional se reduce en su base, mientras que se ensancha en el centro y en su parte alta. En las plazas y parques de México se ven menos niños jugar, y más ancianos que, apacibles, toman sus baños de sol al morir la tarde. Si la tasa de fertilidad llega a reducirse aún más, los mexicanos empezaremos –como los europeos– a despedirnos paulatinamente de la historia.

Si lo anterior nos preocupa poco, quizá los golpes al bolsillo pueden hacer que tomemos más en serio el problema que se nos viene. Las cuotas de impuestos que los empleadores pagan a las instituciones de salud y de pensiones son cada vez más altas. Con menos brazos jóvenes para trabajar y mayor cantidad de personas jubiladas que reclaman su pensión, las cosas se pondrán más difíciles en el país con jubilaciones más raquíticas y con el peligro de colapso del sistema de retiros.

Lejos de una sobrepoblación, empezamos en México a vivir una implosión demográfica. En las últimas décadas los países poderosos y las grandes organizaciones internacionales han invertido millonarias cantidades de dinero para reducir la población, especialmente en los países en desarrollo. Así lo ha hecho el gobierno de Estados Unidos, marcadamente con el Partido Demócrata en el poder. Con el ascenso de Joe Biden como presidente, se espera que la agencia AID del gobierno federal otorgue fondos a los países latinoamericanos condicionando la ayuda con programas para el control demográfico, especialmente con la promoción del aborto libre.

Sobre la situación de las familias, el INEGI nos dice que de cada cien personas, 35.4 están casadas; 34.2 son solteras; 18.3 viven en unión libre y el resto son separadas, divorciadas o viudas. Comparados con el año 2010, los matrimonios cayeron 5.1 por ciento mientras que los concubinatos subieron en 3.9 por ciento. El aumento de la tasa de divorcios también ha sido significativo cada año. En 1994 sólo había alrededor de 6 divorcios por cada 100 matrimonios. En 2019 la cifra ascendió a 31.7 rupturas.

Aunque los factores que influyen para que más personas desprecien la institución del matrimonio y prefieran la unión libre pueden ser múltiples, lo cierto es que estamos frente a un debilitamiento progresivo de las familias. Las leyes mexicanas, en vez de intentar revertir esta tendencia, la favorecen. Más estados de la república han aceptado el divorcio express o divorcio incausado, que permite la disolución del matrimonio por voluntad de uno de los cónyuges. Casarse se ha convertido en un contrato desechable.

Al mismo tiempo la ley, al introducir el matrimonio igualitario, destruye el concepto de verdadero matrimonio, que en su misma raíz etimológica significa "matris" (madre) y "monium" (defensa), el cual es la única fuente de generación y educación de ciudadanos para el Estado. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha dictaminado que la infidelidad matrimonial no causa daño moral, y que el ejercicio de la sexualidad es una decisión muy personal. Por tanto los cónyuges tienen derecho, en nombre de la libertad sexual, a traicionar a sus parejas con cuanto amante quieran, no importa que por ello se destrocen sus almas. Un exacerbado individualismo nos ha llevado a perder los vínculos comunitarios y está debilitando todo el sistema social.

Los números fríos del INEGI revelan tiempos complicados para la vida y la familia en México, dos bienes preciosos que la Iglesia Católica promueve y defiende, por la sencilla razón de que la felicidad personal y el bienestar social están muy unidos a ellos. Nos corresponde a los católicos contribuir al bienestar de México tomando más en serio la causa de la defensa de la vida y de la familia. Así podremos llevar fortaleza y esperanza a una sociedad que se debilita.

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