miércoles, 26 de octubre de 2022

Soberbia


Pedir ayuda es algo que a muchos nos cuesta esfuerzo. Nos creemos autosuficientes, nos gusta ser independientes y no queremos mostrarnos débiles. A muchos maridos les cuesta compartir sus sentimientos y emociones con sus esposas o con sus hijos porque quieren conservar su imagen de personas viriles y fuertes. A muchas mujeres les gusta comprarse ropa y ornamentos para lucir y ser admiradas, y entre ellas compiten por sobresalir. Hay maridos y esposas que se vuelven controladores de su cónyuge. En las escuelas vemos estudiantes que se esfuerzan por ser los mejores en el salón de clase o en deportes, no por aprender o por trabajar en equipo, sino para opacar a los demás en desempeño o en calificaciones. En la raíz de estas actitudes está un pecado que se llama soberbia.

La soberbia es una enfermedad espiritual que hemos de erradicar de nuestra vida, si queremos que nuestro entorno sea más feliz. ¿Conoces personas soberbias? Fíjate cómo estas personas viven alejadas de los demás. Son pocos los que se les acercan y sus relaciones interpersonales se vuelven espinosas, difíciles. La soberbia acaba con amistades y con matrimonios; divide a las familias y hace áspero el ambiente de trabajo; crea enemigos en la vida política e, incluso, es causa de guerras entre pueblos y naciones.

¿Es malo reconocer lo bueno que hay en nosotros? ¿Es negativo procurar que otros nos estimen? ¡Por supuesto que no! Debemos estimar los bienes que Dios nos ha concedido. Ser agradecidos con Dios por lo bueno que nos ha dado es darle la honra a él, y es también una actitud que nos mueve a respetarnos a nosotros mismos. El sano amor a uno mismo –la autoestima– es necesario para una vida feliz. También es deseable que otras personas contemplen los dones que Dios nos ha dado, y que nosotros reconozcamos las buenas cualidades del prójimo, pero con el propósito de que todos reconozcamos la obra de Dios, en uno mismo y en los demás.

Enseñaba san Josemaría Escrivá: "Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. Porque te da esto y lo otro. Porque te han despreciado, porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes; porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya; porque creó el sol y la luna, y aquel animal y aquella otra planta; porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso... dale gracias por todo, porque todo es bueno".

La enfermedad espiritual de la soberbia comienza cuando nos olvidamos de que Dios fue quien nos otorgó los bienes que tenemos y nos los atribuimos a nosotros mismos; o cuando nos sentimos inclinados para trabajar para nosotros, para granjearnos la buena estima de otras personas, sin ninguna referencia a Dios. Por eso la soberbia se puede definir como un amor desordenado de uno mismo, una especie de idolatría que nos hace considerarnos como dioses de nosotros mismos.

Olvidar a Dios como fuente de nuestras bendiciones no sólo engendra soberbia, sino conflictos sociales. La llamada "lucha de clases" del marxismo como motor de la historia, en el fondo es la soberbia de los ricos arrogantes que luchan contra la soberbia de los pobres resentidos por su condición. Hoy el marxismo cultural divide no sólo a ricos y pobres sino a mujeres y hombres. La Iglesia enseña que la lucha de clases sociales o de sexos, es decir, suponer que una clase social o un sexo sea espontáneamente enemigo del otro, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres, o a los hombres y las mujeres combatirse mutuamente en un perpetuo duelo es un error. Aunque la soberbia infecta la vida social, estamos llamados a curarla y a armonizar la convivencia de unos con otros.

El primer gran soberbio fue Lucifer, el ángel más bello de la creación, que por no someterse a Dios se convirtió en ángel caído y oscuro. Después fueron Adán y Eva, quienes tentados por el diablo quisieron ser como dioses. La soberbia se manifiesta de las más variadas formas y nos afecta prácticamente a todos. Los ateos, por ejemplo, rechazan a Dios porque no quieren tener un dueño a quien servir. O bien personas heréticas como Lutero, que no quisieron reconocer la autoridad de la Iglesia fundada por Cristo; o los racionalistas que rechazan enseñanzas de la Iglesia sólo porque algunas verdades de fe no las pueden entender con la razón; también algunos obispos y sacerdotes de nuestros tiempos que deforman las enseñanzas de la Iglesia y las acomodan a lo que ellos creen que debe ser. Es lo que ocurre hoy en el Sínodo de Alemania, por ejemplo, con la rebeldía de gran parte del episcopado a la enseñanza oficial de la Iglesia.

La soberbia es un virus más común de lo que imaginamos. Cerramos fácilmente los ojos para no ver las vigas que llevamos en los ojos y, en cambio, buscamos y vemos la mota en los ojos de los hermanos. Los defectos ajenos los vemos con lente de aumento y nos sentimos superiores a muchas otras personas. El espíritu de crítica y de censura se apodera de nosotros, espiamos los menores gestos del prójimo para hacerles críticas; todo lo queremos juzgar, la obediencia nos parece muy difícil; nos cuesta pedir permiso y aspiramos a la autonomía.

Hasta las personas piadosas pueden padecer cierta soberbia. Hay quienes son muy aficionados a la oración y a las prácticas de piedad, pero pueden llegar a confundir los consuelos que reciben de Dios con la santidad. Por las mariposas que sienten dentro de sus pechos mientras están en fervorosa oración, creen que son muy santos, pero apenas Dios los deja en sequedad o en desconsuelo, ellos se sienten descorazonados o perdidos. Se olvidaron de que el fin de la oración y la piedad no es buscarse a uno mismo, sino glorificar a Dios, en cualquier momento y circunstancia, en la alegría y en el dolor.

Hay personas de Iglesia a las que nos gusta realizar grandes apostolados que los demás puedan notar. Nos complacemos en hacer lo que se llaman "obras de relumbrón", es decir, de gran aparatosidad. Sentimos fascinación por organizar eventos masivos como los congresos, retiros de evangelización de cientos de personas o fastuosas fiestas patronales. Puede que todo ello no esté mal porque detrás de ello puede haber un genuino celo apostólico. Sin embargo no nos gusta trabajar en las virtudes escondidas, en lo que no brilla, como por ejemplo en cultivar la humildad, la meditación silenciosa y la penitencia. Sin embargo cuando vienen las tentaciones graves, pronto sucumbimos y caemos en pecados vergonzosos. Es cuando nos damos cuenta de lo débiles que somos, de la flaqueza de nuestra voluntad.

Hijas feas de la soberbia son la ambición y la vanagloria. Los políticos quieren controlar la vida de los demás imponiendo un pensamiento único, destruyendo incluso culturas y derechos como la libertad de conciencia y la libertad religiosa. Muchos buscamos los primeros puestos y los oficios que brillan, o bien sin saber escuchar imponemos nuestro punto de vista a los demás en cuestiones que son de simple opinión. En la vida de la Iglesia también la ambición es común. Hay sacerdotes que aspiran a tener parroquias de buen ingreso económico, o a ser obispos, y hay obispos que quieren ser cardenales. Seguramente habrá cardenales que quieran ser el papa.

San Francisco de Sales, al hablar de la vanagloria, dice que esta es una necedad y algo descabellado. Hay quienes se vanaglorian de sus bigotes, de su barba bien peinada, de ir montados en un buen caballo o de llevar una bella pluma en el sombrero. Otros se glorían de su apellido o su linaje; otros de saber bailar o cantar. La gloria que se fundamenta en tales cosas es frívola y vacía. Por eso es "vana gloria". Todo esto es humo –dice el santo– porque, en realidad, la gloria únicamente es para Dios.

La soberbia es un lastre que arrastramos y que pone en juego nuestra eternidad. La soberbia convirtió a millones de ángeles en horribles demonios para toda la eternidad; la soberbia arrojó a nuestros primeros padres del paraíso y con ellos a todos sus descendientes; la soberbia humana hizo que Jesucristo se entregara a la muerte en la cruz para salvar a la humanidad; la soberbia mantendrá eternamente en terribles tormentos eternos a quienes se obstinen en ella en el momento de la muerte. Son enseñanzas preciosas de nuestra Iglesia Católica, para ser meditadas, y emprender el camino de la humildad como su antídoto.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Héroes de ayer, villanos hoy


Cuando era niño aprendí historia a través de grandes relatos narrados por mis padres, maestros y catequistas. Escuché las epopeyas griegas en la Ilíada y la Odisea, la grandeza del Imperio Romano y, más tarde, las grandes aventuras del descubrimiento de América y la Conquista de México. Conocí los grandes relatos bíblicos como la liberación de Egipto por Moisés, las proezas y miserias del rey David, la conquista de la Tierra prometida, la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, así como la gran aventura de la expansión de la Iglesia a través de los Apóstoles y los mártires del cristianismo. Todos estos relatos asombraron mi mente y corazón pero, sobre todo, formaron en mí una clara noción de la vida como una lucha espiritual y la esperanza, al final de la historia, del triunfo del bien sobre el mal.

Mis héroes de la Conquista de México son Hernán Cortés y los doce frailes franciscanos que llegaron después. Fueron hombre intrépidos, indomables, líderes con gran espíritu de sacrificio, dispuestos a dar sus vidas por el reino de Cristo. Siempre los admiraré, aunque decirlo pueda causarme acusaciones y rechazo de aquellos que, lavados sus cerebros por la ideología progresista, los tienen por villanos y hoy los quieren arrojar al basurero de la historia. Piensan esos progresistas que para avanzar hacia el futuro hemos de dinamitar, primero, los cimientos de la cultura occidental.

Dentro santoral católico tengo una gran admiración a san Junípero Serra, otro hombre excepcional, guerrero espiritual indómito, defensor de los indios, fundador de las antiguas misiones de la Alta California que dieron origen a grandes ciudades como San Francisco, San Diego, Monterrey y Santa Bárbara. San Junípero es un santo católico que tiene su estatua en el capitolio de Washington por ser uno de los héroes que contribuyeron a forjar la nación norteamericana, pero hoy el santo empieza a ser visto como un villano del pasado.

Hace unos años apareció en Estados Unidos un movimiento progresista y fraudulento de izquierda llamado "Black lives matter", supuesto defensor ante la discriminación racial y guardián de los derechos de los afroamericanos, financiado por Open Society Foundation del multimillonario George Soros. Ellos fueron quienes derribaron la estatua san Junípero en San Francisco California, en una acción que pretende borrar el pasado, aniquilar a los héroes y, en último término, infundir una vergüenza general por nuestras raíces cristianas. De esa manera quieren destruir las bases de la cultura occidental para construir un nuevo orden en el mundo.

En su artículo "Destruyendo la cultura a través de la amnesia", Sarah Cain, analista política y comentarista social en Estados Unidos, denuncia la manera en que está cambiando la educación en ese país. Hoy los profesores no enseñan los relatos atemporales o los cuentos que, a través de los siglos, transmiten enseñanzas morales que permiten a los niños ver la diferencia entre el bien y el mal para evitar los vicios y elegir las virtudes. En cambio cuando enseñan hechos históricos es, muchas veces, para socavar a los grandes hombres del pasado al amplificar sus defectos y minimizar sus virtudes. Sin referencias positivas con el pasado, los niños son adoctrinados para aprender que, en realidad, nuestros héroes eran malvados y observar que Occidente se edificó con la sangre de víctimas desafortunadas.

Estamos inmersos en una revolución silenciosa donde no se disparan balas y, en cambio, se lavan cerebros. Es una revolución que ocurre a través de la educación escolar y a través de los medios masivos de comunicación. En una entrevista con Mamela Fiallo comenta Agustín Laje que toda revolución trae un ataque al pasado para inaugurar un nuevo tiempo. Hay que sacudirse del ayer. Durante la Revolución Francesa los revolucionarios disparaban contra los relojes de las plazas públicas, como quien dispara simbólicamente contra el tiempo. El nuevo gobierno francés modificó el nombre de los días, los meses y el orden de los años, para contar el tiempo a partir de 1789, año de la revolución.

Al transformar nuestros héroes en villanos, al derribar las estatuas de quienes por su vida virtuosa y sus luchas por una patria mejor han sido orgullo y ejemplo de generaciones, se está disparando contra el tiempo para aniquilarlo e iniciar un tiempo nuevo, diseñado por los constructores de una nueva civilización. Esto es robar a la gente su identidad, sus raíces históricas, para inyectar en las mentes la nueva identidad fabricada por aquellos que ostentan el poder mundial.

Hay tantas cosas positivas que aprendemos de nuestros héroes, así como de nuestros mitos y leyendas, pero sobre todo, de las vidas de los santos. Aprendemos, entre otras cosas, –dice el artículo de Sarah Cain– cómo nuestros antepasados tuvieron defectos que pudieron superar; fueron personas que lucharon contra el vicio y la tentación y lograron sobresalir. Si esto no lo aprenden los niños y jóvenes, y en cambio sólo miran a los personajes del pasado como seres oscuros que destacaron por sus pecados, entonces ¿por qué las nuevas generaciones habrían de distinguirse por sus virtudes si, al fin, el ser humano es un ser malvado y la historia la hacen los villanos?

Tenemos la grave responsabilidad de evitar que el progresismo socialistoide siga avergonzando a sociedades enteras de lo que fue su pasado, así como la gran tarea de conservar nuestras raíces históricas y enorgullecernos de la grandeza de nuestra cultura occidental, que fue construida sobre el cristianismo, el pensamiento griego y el derecho romano.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Hombres de rodillas


El pasado viernes 7 de octubre nos reunimos a rezar el Rosario alrededor de 160 varones católicos, aquí en la Diócesis de Ciudad Juárez. Lo hicimos en un parque público como respuesta a la iniciativa del Rosario Mundial de Hombres que nació en Polonia e Irlanda, y que se ha extendido rápidamente por los cinco continentes. Desde algunas parroquias de la diócesis llegamos al Parque Borunda, uniéndonos espiritualmente a decenas de miles de varones del mundo para arrodillamos ante la Madre de Dios e implorar su auxilio.

Algunos se preguntarán ¿por qué esta actividad es exclusiva para varones? La respuesta más simple es porque, así como existen actividades en la Iglesia para niños, adolescentes, jóvenes, señoras, personas de la tercera edad, profesionistas, catequistas, obreros, médicos... los varones también podemos y debemos reunirnos para hacer oración y tener un crecimiento espiritual desde una perspectiva que es propiamente nuestra: la masculinidad.

Creemos que la mayor crisis que padece nuestra cultura es la pérdida de la fe. Una gran oscuridad espiritual se cierne sobre el mundo: en la mayoría de las familias no se hace oración; pocas asisten a misa y a la iglesia; no existe un amor a la lectura de la Palabra de Dios; hay una pérdida generalizada del sentido de Dios y de la vida; el laicismo ateo despliega toda su influencia negativa en la vida de la sociedad apoderándose de las mentes de niños y jóvenes a través de ideologías perversas; las familias se rompen cada vez con más facilidad; a los padres de familia el gobierno les arrebata la patria potestad. 

En el fondo de esta crisis y confusión está, entre varios factores, la pérdida del varón como auténtico líder, protector y guía de la familia y de la comunidad. Hemos permitido que las mujeres tengan todas las oportunidades y ejerzan todos sus derechos –y es justo que así sea porque somos iguales en dignidad– pero a cambio de eso los hombres hemos perdido nuestro papel de líderes en la familia. Si observamos la concurrencia a nuestras iglesias –y no se diga al rezo del Rosario–, la mayoría de los fieles son mujeres. ¿Por qué tiene que ser así?

Al perder nuestro papel como transmisores de la fe y como guías morales de nuestras familias, comunidades, empresas y vida política, estamos creando una sociedad con virtudes cada vez más femeninas y poco masculinas. Las virtudes de las mujeres son preciosas y necesarias, pero deben complementarse con aquellas que los varones hemos ido perdiendo: el honor, el valor, la reciedumbre, la disciplina, el carácter, el respeto, la lealtad, la honestidad, la prudencia, el autocontrol, la humildad, la excelencia, la espiritualidad.

Las feministas nos siguen reclamando a la cara que todo el mal y la violencia se deben al varón. Sin duda, ellas están manipuladas por una ideología que solamente ha creado una guerra entre sexos y que pretende destruir a la familia, pero también tienen algo de razón. Por ejemplo, si los hombres asumiéramos, desde el inicio de una relación amorosa, la responsabilidad y el cuidado por las mujeres, seguramente no tendríamos la crisis por el aborto que hoy tenemos.

Si no viéramos pornografía, no tendríamos la violencia sexual que hoy existe contra la mujer, ni los abusos, incluso ni la pedofilia. Si desterráramos el consumo de drogas y supiéramos controlar nuestra manera de beber, no habría un ambiente violento ni vicioso en las casas. La crisis de las familias y de la sociedad se debe, en cierto sentido, a que los hombres hemos perdido las virtudes que son propiamente masculinas. Hemos deformado nuestra masculinidad por el machismo o el afeminamiento.

El Rosario de Hombres se hace en público por tres motivos. Primero, para que el varón tome conciencia de su papel como guía, protector, custodio y líder espiritual de su familia. Segundo, para que ninguno de nosotros se avergüence de dar testimonio público de nuestra preciosa fe católica y comprendamos que los principios y valores que brotan de ella no son para esconderse privadamente, sino que deben llevarse a la vida pública. Tercero, porque la oración pública tiene una fuerza mayor que la que se hace privadamente: "donde dos o más se reúnen en mi nombre, ahí estoy en medio de ellos" (Mt 18,20).

El Rosario Mundial de Hombres es una iniciativa para que el varón católico recobre su papel, y aprenda que bajo el amor, el amparo y la custodia de la Madre de Dios, se encaminará más fácilmente hacia la realización de la misión que Dios le ha encomendado.

martes, 11 de octubre de 2022

Rosario Viviente, 30 años


Los hechos más importantes que marcan la vida de la sociedad civil son registrados por historiadores y periodistas. Así en las cronologías de la historia universal o de las naciones encontramos guerras, tratados, personajes de la vida política, catástrofes, alianzas, descubrimientos científicos, pero nunca hallaremos hechos sobrenaturales como son las apariciones de la Virgen María o las vidas de los santos. Esos hechos maravillosos el mundo no los considera relevantes y, sin embargo, son los acontecimientos en los que Dios interviene directamente para escribir su propia historia, la historia de la salvación.


La historia de Paso del Norte –nuestra región– conoció la fundación de la Misión de Guadalupe en 1659 y la gran revuelta indígena de 1680, pero nunca habla de las visitas que hacía sor María de Ágreda, la religiosa mística española que, sin salir de su monasterio en España, a los indígenas jumanos en Nuevo México para evangelizarlos. Cuando los frailes españoles llegaron a estas tierras, ¡los indios ya conocían lo elemental del catecismo gracias a las enigmáticas visitas de la monja! En la historia de la Iglesia regional estos son hechos históricos documentados, pero que los historiadores seculares ignoran. Ellos nunca entenderán el don místico de la bilocación que Dios concede a ciertas personas elegidas.

Hace treinta años comenzó en Ciudad Juárez el Rosario Viviente, un hecho que impulsó enormemente la devoción a la Virgen María en nuestra comunidad fronteriza. Se trata del acontecimiento de fe y oración que reúne a más católicos en un solo lugar. El evento no ocupa los titulares de los periódicos como lo hacen las elecciones, las obras que inauguran los gobernantes o la violencia que con frecuencia nos flagela. Los hechos religiosos, si no están mezclados con lo político o no tienen impacto socioeconómico, son juzgados por la prensa como irrelevantes. Sin embargo para Dios, este suceso es de gran relevancia espiritual.

A los ojos de quienes somos creyentes, la vida de la ciudad no está abandonada a las solas fuerzas humanas ni a los poderes del caos. Sabemos que dentro de la historia de nuestra sociedad civil se escribe silenciosamente otra historia, invisible a los ojos del periodismo. Es la historia del paso de Dios que acompaña a su pueblo de manera discreta y callada en sus esfuerzos, amores, familias, trabajos, miserias, pecados, esperanzas, enfermedades, alegrías y frustraciones. Es la historia que solamente saben leer aquellos a los que Dios ha llamado y de los que Jesús se alegra porque el Padre les ha revelado sus secretos. ¡Qué sería de nuestra ciudad si no existieran estas enormes chimeneas por las que suben al cielo las oraciones de los hijos de Dios!

La noche del Rosario Viviente es única en el año. En torno a la Madre de Jesús, la poderosa Señora que nos trajo al Salvador del mundo, nos reunimos el obispo, los sacerdotes y diáconos, los religiosos y religiosas, los seminaristas y laicos. Es como descalzarnos ante la zarza ardiente de los misterios de nuestra Redención –como lo hizo Moisés en el Horeb– para adorar a Jesús y amarle como su esposa, la Iglesia. El Rosario Viviente es una proclamación sostenida del misterio de nuestra salvación.

A los ojos de los no creyentes o de los católicos tibios, el rezo del Rosario puede ser monótono y repetitivo. Lo cierto es que cada vez que pronunciamos el Avemaría, estamos proclamando el anuncio increíble del amor de Dios. Cada Padrenuestro, cada Avemaría en cada misterio, es una declaración hermosa del amor misericordioso de Dios, fuerte y sabio en nuestras vidas. Orar con el Rosario es escuchar, una y otra vez, el anuncio gozoso de nuestra salvación. Por eso nada tiene de extraño que, cuando salimos del estadio universitario después del Rosario Viviente, habiendo proclamado nuestra salvación con las palabras del Arcángel Gabriel, lleguemos a sentirnos salvados.

No nos extrañe que, uniéndonos a la convocatoria hecha por el obispo a toda la diócesis para rezar el Rosario, obtengamos favores que parecen imposibles, especialmente la conversión de los corazones, la unidad y la reconciliación entre las personas y, sobre todo, la paz en la ciudad, que es el motivo principal por el que dirigiremos nuestra oración al Señor. Lo que no alcanza a proferir la voz humana lo conoce Dios, y el Espíritu viene en nuestra debilidad porque sabe que necesitamos ser salvados. Después de dos años de pandemia ahí estaremos en el estadio, la tarde del próximo sábado 15 de octubre, unidos en oración.

México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...