lunes, 28 de diciembre de 2020

Eutanasia en España


Para quienes somos hispanoamericanos, España está en nuestro corazón. La llamamos "Madre Patria" por su influencia en nuestra identidad. Las decisiones que toman sus políticos y el rumbo que toma la sociedad española, tienen una fuerte repercusión en lo que puede suceder en América latina. La aprobación de la ley de la eutanasia por el Congreso español debe dolernos a quienes en el pasado heredamos, de nuestros hermanos europeos, la fe y el amor por la vida. Hoy su gobierno, de corte masónico y ateo, promueve la muerte de sus propios ciudadanos más indefensos, y su decisión amenaza salpicar hasta el otro lado del Atlántico.

¡Qué imagen tan grotesca la de los parlamentarios prorrumpiendo en largos aplausos para celebrar la muerte! Vinieron a mi mente los brindis y los griteríos festivos del senado de Nueva York en aquel enero de 2019 después de ser aprobada una de las leyes del aborto más liberales en Estados Unidos. Vitorear las leyes que permiten que los padres maten a sus hijos no nacidos, y que los hijos se conviertan en asesinos de sus padres ancianos o enfermos es una derrota de la humanidad y un expresión de la más flagrante barbarie.

La ley de la eutanasia, ahí donde ha sido aprobada –España se convierte en el sexto país que la admite– el abanico de candidatos al suicidio asistido comienza a desplegarse. Inicia con el motivo extremo de los ancianos enfermos terminales que tienen dolores insoportables, y termina con jóvenes y niños que ya no quieren vivir, o cuyos padres deciden que sus hijos enfermos deben morir. Comienza con el derecho del paciente a solicitar la muerte, y acaba con el empujón que le propinan los médicos o familiares al enfermo indeciso. Principia con dolores físicos insoportables, y finaliza con cualquier estado depresivo.

Con la ley del suicidio asistido brotan las preguntas sobre el significado de la vida. Esta, en primer lugar, deja de ser un don que se recibe y se respeta; deja de ser un derecho que se tutela para convertirse en una decisión a placer de alguien más, con el respaldo del Estado. ¿Quién nos quiere hacer creer que existe el derecho a la muerte, por más que se maquille con el término "muerte digna"? ¡Sólo existe el derecho a la vida! La comunidad y las leyes deben de defender este derecho y brindar cuidados paliativos al enfermo que sufre, es decir, brindar aquellos tratamientos que minimizan los dolores del paciente y le ayudan en su calidad de vida.

Si ser hombre significa venir a un mundo donde la existencia debe transcurrir solamente entre plácidos algodones, con los mínimos dolores e incomodidades, hay que renunciar a ser ese tipo de hombre. Una vida que huye del sufrimiento –aún el sufrimiento extremo– no vale la pena vivirse. Sólo en el dolor –las cruces de la vida– nos forjamos como verdaderos seres humanos, y sólo en el cuidado y la protección a los débiles, aunque conlleve sacrificios, brota lo mejor de nuestra humanidad. Una anécdota ocurrida hace algunas décadas nos ilustra.

En septiembre de 1972, el dramaturgo francés Henry Montherlant, quien se había quedado casi ciego después de un accidente, tomó cianuro y se pegó un tiro en la cabeza por si el veneno fallaba. En su carrera de escritor siempre había valorado la vida humana por sus perfecciones y consideraba la vida enferma, en el cuerpo o en el honor, como indigna de ser vivida. En cuanto mermaron sus facultades visuales, Montherlant se pegó el balazo. El triste desenlace de su vida fue coherente con las ideas que él escribió.

Treinta años antes del suicidio del literato, el padre dominico Jean de Menasce predicó en un convento de religiosas en Suiza donde encontró, en la enfermería, a dos monjas ancianas grotescamente deformadas por una parálisis. Las religiosas ironizaban dulcemente sobre su estado y pasaban el tiempo rezando por el mundo, pues era el tiempo de la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas le confió al padre Jean que le preocupaba mucho un primo suyo que escribía "novelas terribles" y que se llamaba Henry de Montherlant.

Mientras que el suicidio de Montherlant tuvo amplia difusión, la anécdota de la monja deformada por la enfermedad es desconocida para muchos. En su libro "Tenga usted éxito en su muerte", Fabrice Hadjadj dice sobre la religiosa: "Las oraciones por su primo están grabadas en lo invisible. Encierran un poema más bello que toda su gloria literaria. Él, disminuido por la enfermedad, pensó que su dignidad era, en una última muestra de dominio, suprimirse antes de naufragar en la impotencia. Ella, grotescamente deformada por la parálisis, pensó que su dignidad era soportarse, en una última muestra de abandono al misterio, antes de naufragar en el Todopoderoso".

La pregunta es, ¿cuál es la actitud más digna que podemos asumir como seres humanos, la del famoso Montherlant, que pensaba que la vida en el dolor era miserable e indigna de ser vivida, o la de su prima la religiosa deformada, que con amor sobrellevaba su enfermedad cuidada por sus hermanas y en el ofrecimiento de sí misma al Todopoderoso? De la respuesta que demos dependerá la decadencia y destrucción de la cultura o la edificación de la civilización del amor.

sábado, 26 de diciembre de 2020

¿Sobrevivirá la Iglesia en 2021?


Es domingo por la mañana. Me levanto a las seis para asearme y orar, y así estar listo para bajar de mi habitación a la sacristía de la Catedral. La misa es a las ocho y debo empezar puntual como un reloj, ya que habremos de celebrar, los padres de la catedral, un total de doce misas, una inmediatamente después de la otra, incluida la de la capilla San José.

Los fieles católicos arriban, en su mayoría, diez minutos antes de cada Eucaristía. Hay cierta ansiedad por encontrar un espacio en las bancas y sentarse cómodamente para participar en el culto. Entrar al templo a la hora de inicio, o unos minutos más tarde, dejará a los fieles de pie, en los pasillos laterales. Y cuando llega la misa de 12, que celebra el obispo, es imposible caminar por los pasillos porque el recinto está absolutamente abarrotado.

Al final de las misas, innumerables feligreses vienen al frente de la nave de la catedral, en donde está el sacerdote, para recibir un baño de agua bendita, para que sus niños sean bendecidos y para que el agua santa caiga sobre sus objetos religiosos. Fuera del templo, en los salones parroquiales, muchos niños y papás reciben el catecismo mientras que otros grupos tienen sus reuniones. Los domingos hasta antes de marzo de 2020 Catedral era una verdadera romería.

Entonces llegó el coronavirus. Después del cierre de los templos por las restricciones de las autoridades sanitarias, el panorama es desolador. Durante los meses siguientes tuve la fortuna de celebrar una sola misa los domingos acompañado solamente de algunas religiosas que sirven en la catedral, cuando la mayoría de mis hermanos sacerdotes lo hicieron solos en sus parroquias. La conexión entre la Eucaristía y el Pueblo de Dios quedó suspendida y el escenario litúrgico se convirtió en un desierto.

Cuando las restricciones se hicieron más laxas con el semáforo amarillo, las iglesias se abrieron, pero no con la esperada afluencia de personas. ¿Fue el miedo a salir de sus casas lo que hizo que los fieles no regresaran a sus parroquias, o fue la comodidad de escuchar la misa por redes sociales? No lo sabemos, pero ahora que estamos en semáforo naranja la Eucaristía sigue oficialmente prohibida por las autoridades sanitarias.

Hace nueve meses que el pueblo católico está privado del alimento con que Dios quiso sustentarlo. "Tomen y coman, esto es mi Cuerpo; tomen y beban, esta es mi Sangre", son palabras de Cristo que hoy caen en saco roto. Las misas televisadas o transmitidas por redes sociales son únicamente una ayuda espiritual; nunca será lo mismo ver un banquete televisado que participar en él de manera presencial.

La misa, centro y culminación de la vida cristiana, es fundamental para los católicos. Sin ella morimos de hambre. Carentes de la luz de la Palabra y del pan vivo que nos nutre, el alma languidece y muere. En la Eucaristía está la Verdad y la Vida. Quedar privados de este alimento es, además, quedar expuestos a las seducciones y ataques del Maligno. "Para el demonio –decía san Marcelino Champagnat– no hay ejercicio de piedad más temible que la Santa Misa, ya que este Santo Sacrificio aniquila todas las fuerzas del infierno y es la fuente de todos los bienes para el hombre. ¡Oh riquezas incalculables del Santo Sacrificio de la Santa Misa!"

Las restricciones por el Covid-19 a la Eucaristía son desmoralizadoras para nuestro pueblo, un flagrante atropello a su derecho a la libertad religiosa. ¿Serán un triunfo del enemigo de Dios que quiere impedir que el pueblo escuche la Palabra y se arrodille en adoración a Aquel que lo derrotó en la Cruz? El enemigo nos ha hecho cerrar las puertas de los templos para tantas personas que sufren y que están desesperadas por conseguir la paz que sólo Jesucristo les puede dar. Si los sacerdotes y el pueblo seguimos sin presionar al gobierno para que se abran los templos, lo pagaremos caro. El pueblo sentirá que lo abandonamos y muchos también nos abandonarán.

Llegamos al final del año 2020. Es hora de que los católicos nos pongamos de pie y exijamos el respeto al derecho humano fundamental de la libertad religiosa. Es posible que hayamos perdido seres queridos, empleos o pequeñas empresas a causa del Covid-19 este año,  pero lo que no podemos permitir que se hundan nuestras iglesias. Si seguimos pasivos ante este ataque, muy probablemente no sobreviviremos en 2021.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Desafíos para san José en 2021


¡Gratísima noticia! El pasado 8 de diciembre fue sorpresivo el anuncio del papa Francisco al proclamar el inicio del Año de San José, que comenzó ese mismo día y que concluirá el 8 de diciembre de 2021. Cuando un pontífice decreta un año dedicado a un motivo especial como fue el Año del Rosario de san Juan Pablo II, el Año Sacerdotal de Benedicto XVI o el Año de la Misericordia del papa Francisco –por poner algunos ejemplos– el anuncio suele hacerse con bastante anticipación y se proporciona material para preparar ese año celebrativo. 

Las circunstancias especiales ocasionadas por la pandemia del Covid-19 hacen comprensible que el anuncio del Año de san José haya sido hecho sin antelación. El motivo, lo sabemos, es para celebrar los 150 años de la proclamación que hizo Pío IX del padre virginal de Jesús como patrono de la Iglesia universal.

Sin duda, el decreto papal es obra de la Providencia de Dios. En estos tiempos de crisis profunda en que el coronavirus ha sembrado enfermedad y muerte por todas partes, es necesario mirar al Cielo e invocar al santo patrono que custodia la casa de Dios en la tierra. El culto católico y la vida pastoral se han visto profundamente perjudicados con el cierre de las iglesias. No pudimos celebrar las solemnidades más importantes del año como fue la Semana Santa, la Pascua, y también se verá afectado el culto de las próximas fiestas de Navidad. Nuestras parroquias han sufrido la desbandada de fieles que, temerosos, tardarán en regresar, si es que regresan. En esta tempestad habremos de pedir a san José que nos ayude a restaurar la vida de la Iglesia.

El daño en la salud pública ha sido catastrófico con una epidemia que sigue creciendo y que ha cobrado la vida de un millón de personas. En los hospitales muchos enfermos han tenido que morir solos, sin nadie que los asista espiritualmente. En esas circunstancias la devoción a san José, como patrono de la buena muerte, debe de ser redescubierta por los hijos de la Iglesia y llevada a la práctica. Al mismo tiempo el coronavirus ha hecho estragos en la economía y en mundo laboral, dejando a muchos sin trabajo. Como administrador, sostén y guía de la Sagrada Familia, san José nos inspirará para reconstruir nuestros hogares, las pequeñas empresas y la industria.

Una de las áreas donde san José puede convertirse en un gran modelo será en la vida familiar y, concretamente, en la vida de los varones. La ideología de género sigue impactando la vida política y social con la absurda confrontación entre hombres y mujeres, culpando a los varones de todos los males. Muchos hombres se sienten perdidos, carentes de un proyecto de vida, atrapados en los vicios y sin la capacidad para formar familias cristianas sólidas. La figura de José de Nazaret es modelo de lo que significa ser varón cuya misión es proteger, custodiar, guiar y defender a la esposa, a los hijos, a sus empresas o a sus comunidades parroquiales.

Durante el Año de san José podremos ganar la indulgencia, para nosotros o para nuestros difuntos, cumpliendo con las disposiciones que pide la Iglesia y practicando obras de misericordia dedicadas al santo. Además tendremos ocasión de instruirnos en su vida a través de charlas, catequesis y homilías; o bien podremos iniciar proyectos pastorales inspirados en su figura. Si sabemos corresponder a esta gracia divina tendremos, pues, un año de mucho provecho espiritual para nuestras parroquias, grupos y familias. 

Mientras tanto, cuando en esta Navidad nos acerquemos al pesebre para adorar al Niño y a venerar a su Madre, la Virgen, pongamos también los ojos en la figura silenciosa, discreta y humilde de José, a quien Dios confió la misión de custodiar el misterio del nacimiento del Hijo de Dios. Al santo varón pidámosle que durante el año 2021 sepamos redescubrir su grandeza e imitar sus virtudes. ¡Feliz Navidad!

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Médicos y sacerdotes de cara a la muerte


Impresiona la cantidad de médicos y personal de enfermería muertos en esta pandemia de Covid. Cada vez que abro el periódico y veo alguna esquela que anuncia el fallecimiento de un galeno, algo dentro de mí duele mucho pero, al mismo tiempo, se levanta mi admiración y respeto por esos doctores que murieron cumpliendo con el deber de salvar vidas. Así también los sacerdotes que contrajeron el virus durante el ejercicio de su ministerio y murieron por ello merecen nuestro amor y veneración. 

Al terminar los estudios universitarios de medicina e iniciar el ejercicio de su profesión, los nuevos médicos hacen un juramento –el "Juramento de Hipócrates"– por el que se comprometen a no tener otro propósito más que velar por la salud y el bienestar de los enfermos. Por eso cuando me entero de que un médico ha sido víctima del Covid, mi corazón se inclina en profunda reverencia: murió dando su vida por los demás.

Cuando los sacerdotes fuimos ordenados por nuestro obispo fue porque estábamos dispuestos a dar la vida por Cristo y por la Iglesia. Renunciábamos en ese momento a una vida propia para que nuestro sacerdocio fuera para los demás. Muchas veces durante diversos ejercicios espirituales en los años anteriores a recibir las órdenes sagradas meditamos sobre todo lo que Jesús hizo por nosotros, y llenos de amor por Él, dijimos que también nosotros daríamos la vida por el Señor.

Los sacerdotes somos médicos del alma, y el alma vale más que el cuerpo. ¿Quién, si no nosotros, podemos absolver a un moribundo para que se vaya en paz? ¿Quién, si no nosotros, podemos consolar con la Palabra divina y los sacramentos a quienes han perdido a sus seres queridos? Por eso nuestra labor es tan importante como la del médico, incluso más todavía, ya que mientras el cuerpo muere y se descompone, el alma llega a la presencia de Dios para comparecer.

Entiendo los tiempos de pandemia que estamos viviendo. Es necesario que los sacerdotes cuidemos a los demás y también que nos cuidemos a nosotros mismos. No vale actuar con irresponsabilidad. Los médicos también lo hacen y, estoy seguro, lo que menos quieren es contagiar y contagiarse de coronavirus. Pero en este momento tan apremiante, ni médicos ni sacerdotes podemos estar fuera del servicio para el bien de una comunidad que tanto nos necesita. No se trata de rebelarse contra las normas sanitarias ni las disposiciones de los obispos durante la pandemia. Se trata, más bien, de ser creativos y de tener inventiva, movidos por la caridad pastoral.

Son muy respetables los sacerdotes enfermos de Covid o quienes se sienten vulnerables a la enfermedad. Es comprensible que quieran guardarse. No juzguemos a nadie. Pero, ¿y los que estamos sanos? ¿Qué pensaríamos de un médico o de un enfermero que en un hospital de campaña en tiempos de guerra huyera por temor a contagiarse o por temor a ser herido por una bala? Sería vergonzoso y deshonraría su profesión. Así también, que un sacerdote que tiene salud huya de su deber de acompañar a sus feligreses en medio de tanto dolor, es demérito para su vocación. 

¡Qué bella respuesta dio san Luis Gonzaga mientras jugaba con la pelota en aquel recreo en el Seminario! Sus compañeros hicieron de golpe una pregunta: "¿qué haríamos si supiéramos que el Juicio Final tendrá lugar dentro de veinticinco minutos?" Mientras que algunos de los novicios dijeron que se pondrían a rezar, otros a confesar sus pecados y otros a encomendarse a Nuestra Señora, el Gonzaga dijo: "Yo continuaría jugando a la pelota".

Así también, que a los médicos y a los sacerdotes Dios, cuando venga, nos encuentre "jugando a la pelota", es decir, haciendo lo que debemos hacer, con amor y alegría. Que el Señor los halle a ellos, a los que trabajan en los hospitales, salvando cuerpos. Y a nosotros, los que estamos al frente de las iglesias, salvando almas.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Los templos siguen cerrados


El Estado de Chihuahua pasó de semáforo sanitario rojo al color naranja restrictivo, lo que amplía un poco las actividades comerciales de la comunidad. No fue sorpresa que se autorizara el aforo del 30 por ciento para restaurantes y tianguis, y que no se autorizaran las actividades religiosas. Desde que inició la pandemia los gobiernos han sido duros con la Iglesia y por eso hoy los templos continúan cerrados.

No se necesita hacer un gran análisis para saber que en restaurantes y tianguis, incluso en supermercados, el riesgo de contagio es mayor que en los templos. Por eso la decisión de no permitir las actividades religiosas es una incongruencia grave del gobernador y Consejo Estatal de Salud. Las iglesias –lugares donde se sanitizan las instalaciones después de cada celebración, sitios donde hay aforo limitado, donde las personas no se tocan y cumplen las medidas higiene– son espacios donde el pueblo alimenta su esperanza y se fortalece con el consuelo de viene de Dios.

Para nuestros gobernantes los seres humanos únicamente somos entes biológicos carentes de espíritu cuya función es producir, consumir, pagar impuestos, reproducirse y morir. Así nos tratan. Han olvidado el rol tan importante que tienen las religiones para la salud integral de una comunidad. Lo dicen silenciosamente las torres de nuestros templos, que son como agujas que apuntan a lo Alto, de donde viene la luz sobrenatural de la fe y el consuelo de la esperanza por medio de la Palabra y la acción de Dios.

Con las funerarias al borde del colapso por el alto número de muertos por Covid y por hechos delictivos, como pocas veces en su historia, el pueblo de Chihuahua atraviesa por una profunda depresión y desconsuelo. Es incontenible el dolor que hay en tantas familias que lloran a sus muertos y que han perdido sus empleos. Duele saber que nuestros gobernantes permanecen insensibles a esta realidad y no permiten que Dios reconforte a su pueblo.

¿Pueden hacer algo las autoridades sanitarias para consolar y fortalecer el alma del pueblo descorazonado? ¿Es capaz el gobernador de indicarnos cuál es el sentido último del Covid, del dolor y de la muerte? ¿Pueden ellos dar esperanza sobrenatural a sus gobernados en medio de tanto dolor y desconcierto? Ellos no, pero nosotros, la Iglesia, sí puede y tenemos que hacerlo. La misión de la Iglesia es anunciar la Buena Nueva del Evangelio en medio de las tinieblas y las tristezas del mundo.

Al ver que el pueblo de Chihuahua tiene una urgente necesidad de acudir a las iglesias, muchos católicos pedimos al gobierno que recapacite y se replantee la visión que tiene del ser humano, reducido a ser meramente biológico y económico. Pedimos al Consejo Estatal de Salud y al gobernador que trasciendan esta visión pobre que tienen de la ciudadanía y procuren la salud integral del pueblo. Somos, ante todo, seres espirituales que buscan a Dios y no sólo cuerpos que necesitan alimento y medicina. "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", dijo Jesús al Maligno.

Diciembre es el mes del año donde el comercio se fortalece por el alto volumen de ventas. El gobierno ha querido dar un respiro a la economía y ha ampliado las actividades comerciales porque la situación era ya insostenible para muchas familias. Hoy también la tristeza se ha vuelto  insoportable. 

Recordemos que la alegría profunda de diciembre –y lo que le da su sentido último– brota de sus fiestas religiosas, sobre todo de la Navidad. Sería muy muy triste que los fieles encontraran los templos cerrados el 25 de diciembre, y se le impidiera ir a adorar –con las exigencias de aforo limitado y medidas de higiene– al Dios que se hizo hombre para enjugar las lágrimas de su pueblo y cambiarlas por alegría.

México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...