Somos hijos de nuestro tiempo: vivimos en una cultura que piensa poco e imita mucho. Los griegos tenían la palabra "mímesis" y los romanos la tradujeron como "imitatio". De ahí viene la palabra "imagen". Los niños aprenden por imitación la conducta de sus padres, y a veces los adolescentes, con tal de sentir que pertenecen a un grupo, reproducen sus códigos de conducta, tantas veces destructivos. Las imágenes han sido parte esencial de todas las culturas, pero en nuestros tiempos la imagen es todo.
Quienes trabajamos para medios de comunicación impresos sabemos el poder que tienen las imágenes para atraer al lector. Tan es así que si no colocamos imágenes atractivas en los periódicos, pocas personas leen los textos. "Lo que no existe como imagen –dice Agustín Laje– es casi como si no existiera".
Fijémonos en la cantidad de cámaras de teléfonos celulares que se encienden para grabar durante espectáculos, viajes, bodas, comidas con amigos, fiestas y toda clase de eventos, incluso los accidentes de tráfico. Todo momento que nos impacta tiene que quedar fotografiado o grabado. Si no se hace, es casi como si el evento no hubiera existido. Pareciera que aquel que no tiene una cuenta de Facebook o de Instagram "existe menos" que aquel está vivo en las redes sociales. La realidad va siendo cada vez más online.
Todo empezó por la fotografía, señala Laje. En ella la realidad quedaba impresa en una imagen. Luego a la imagen se le añadió movimiento con la invención del cine, y de esa manera el mundo de la imagen se hizo más penetrante. La aparición de la televisión trajo el mundo de las imágenes producidas de manera industrial. La existencia en la pantallas ha dominado cada vez más la vida. En el año 2015 el tiempo promedio de ver televisión en EEUU fue de 4 horas y 42 minutos por habitante, sin contar el tiempo dedicado a ver otras pantallas como en computadoras o teléfonos móviles (Ofcom, International Communications Market Report).
Algunos críticos han hecho interesantes reflexiones; explican que a diferencia del texto impreso, la actividad de mirar imágenes en una pantalla no produce ningún esfuerzo para razonar. El "homo sapiens" que piensa y razona, fue sustituido por el "homo videns", que reduce su realidad sólo a aquello que la imagen le presenta. Nuestra capacidad de pensar conceptualmente que se desarrolla con la lectura, se va perdiendo. Aumentamos nuestra capacidad de mirar la realidad, pero disminuimos en en nuestra capacidad de razonarla.
La misma observación hace el cardenal Robert Sarah cuando advierte a los sacerdotes del verdadero peligro de internet: puede destruir nuestro cerebro. ¿Cómo es esto? "En el sentido de que si permitimos que internet sustituya a nuestra reflexión –dice Sarah–, nuestra conciencia y nuestra responsabilidad de discernir a la luz de la Revelación, entonces nos convertimos en autómatas en manos ajenas". Todo proceso de pensamiento crítico es lento; hay que detenerse, retroceder, avanzar, a veces dar círculos. Pero la información en la tele y el internet es tan veloz –para no aburrir a nadie– que nos roba el tiempo para asimilar, discernir, enjuiciar y argumentar.
La televisión y las redes sociales nos entrenan para ser "pensadores rápidos", pero de frases prefabricadas, predigeridas, prepensadas, dice Laje. Estos medios de comunicación no fueron hechos para el pensamiento sino para el entretenimiento. No son para la razón sino para la emoción. Los seres humanos hoy actuamos impulsados más por nuestras emociones que por nuestra capacidad de reflexión. Se incita fácilmente a una turba para que incendie una iglesia, o se provoca a un grupo de extremistas para que vandalicen la ciudad a su paso.
Hay estudios que comprueban que a mayor exposición de los niños a la televisión, es menor su desarrollo de vocabulario, y menor su nivel de comprensión de lectura; y a mayor tiempo dedicado a la lectura, mayor es el florecimiento de un vocabulario más rico y variado, así como la capacidad de razonamiento. Es innegable también que en tiempos de televisión y redes sociales la lectura ha disminuido sin parar. En México, según el INEGI, sólo el 43 por ciento de la población ha sido lectora de libros en 2022 comparado con el 46 por ciento que había en 2016. Es decir, alrededor de seis personas de cada diez no leen ningún libro al año.
Las grandes compañías productoras de nuevas tecnologías de la información están interesadas en que crezca nuestra afición a ellas. Tik Tok, Instagram, Facebook, Twitter y otras redes sociales se han apoderado de gran parte de nuestro tiempo. La TV y las redes son útiles si sabemos emplearlas para cosas positivas y con un tiempo limitado de exposición, pero si nos volvemos adictos destruirán nuestra capacidad de pensamiento, nuestras relaciones interpersonales y nuestra salud.
Si eres padre o madre de familia, piensa bien la disciplina que das a tu hijo para utilizar estas nuevas tecnologías. Si no lo haces puedes estar contribuyendo a su embrutecimiento. Pidamos a Dios que nos conceda, a muchos, un magnífico propósito para el año 2023: ser menos "videns", más "sapiens" y más "orans"; es decir, menos emocionales, más racionales y espirituales; menos aficionados a las pantallas, más a los libros y al Crucifijo.
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