Mario García Torres: "Tú eres parte esencial de algo hermoso", toner sobre pintura vinílica sobre tela. |
Hace unos días visité la ciudad de Monterrey por motivos de la celebración de un matrimonio. Aproveché el tiempo libre de la mañana para visitar el Museo de Arte Contemporáneo donde se exhibe parte de la obra de un famoso artista del norte mexicano. Después de recorrer las salas donde el autor expone su arte a través de imágenes fotográficas, videos, películas, textos, instalaciones de audio y letreros, confieso que la exposición no me dejó ninguna emoción estética; al contrario, terminé con una sensación de malestar existencial y un sentido de vacío.
Algo ha sucedido en el mundo del arte que se ha vuelto cada vez más lejano e incomprensible para la mayoría de las personas. Si el cometido del arte es hacer una radiografía del hombre, de la sociedad y de la época, a través la estética de las formas, entonces gran parte del arte contemporáneo es una exaltación de lo feo y una expresión del absurdo en el que el hombre ha transformado su vida.
Cuando se visitan muestras artísticas como la de "Miguel Ángel, el divino", referente a la obra escultórica del genio del Renacimiento que ahora se exhibe en Ciudad Juárez, o se visitan templos católicos que albergan auténticas joyas artísticas, el espectador sale de esos lugares lleno de admiración, con una sensación de alegría y de paz interior por el encuentro con lo bello y la armonía de las formas.
El arte, por ser un destello expresivo de la belleza de Dios y de la grandeza de lo que el hombre está llamado a ser, naturalmente comunica gozo espiritual. En cambio, cuando la obra artística deja una sensación de enfado, absurdo y tristeza es porque su inspiración no tiene su origen en el Autor de la belleza, sino únicamente en el mismo hombre.
En mi visita al museo regiomontano de arte, me detuve frente a una serie de casi 20 lienzos, uno pegado al otro, como si fueran fotocopias de papel manchadas de toner para impresora. El título de la obra: "Tú eres parte esencial del algo hermoso". Quedé perturbado. Y pensé: ¡qué lejos estamos de esa fuerza creativa del hombre destinada a los templos, las iglesias y las imágenes sagradas!
Hoy los nuevos dioses son la naturaleza, la tecnología y las máquinas, la anarquía y la nada. El hombre es rebajado a una cosa visible. Si en otros tiempos los artistas plasmaban el mundo de Dios y de los santos, hoy emerge el caos -lo demoníaco- para instalarse en el mundo del hombre.
Gran parte del arte contemporáneo es reflejo del odio que el hombre parece tener a sí mismo. El cardenal Robert Sarah, en una entrevista, habla de ese odio y señala que su causa es el miedo que tiene el hombre a depender de otro. El hombre contemporáneo no quiere depender de Dios porque cree que perderá su libertad. Cree que su libertad y su felicidad se encuentran en su independencia de Dios; él mismo quiere ser la única causa de todo lo que le ocurre y de todo lo que es.
"Con más razón aún –dice Sarah– la idea de recibir de un Dios creador nuestra naturaleza de hombres y mujeres pasa a ser humillante y alienante. De esta lógica se deriva la necesidad de negar incluso la noción de naturaleza humana". Sí, el arte contemporáneo es expresión de la autonomía que el hombre quiere tener de Dios. Alejándose del único Bello, no puede ser más que feo.
Llegará un día –esperemos que no tarde mucho– en que los seres humanos reconozcamos que nuestro mayor título de gloria es ser criaturas dependientes de Dios. Entonces en esa humildad recobraremos nuestra grandeza y los artistas volverán a plasmar, a través de múltiples formas expresivas, la belleza de la vida y la grandeza de ser hombres.
De acuerdísimo Padre!!!
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