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Confesionario sin absolución: Quise tener muchos hijos y no funcionó

P
regunta: ¡Buenos días padre! En estos últimos días me he cuestionado muchas cosas como el amor de mi matrimonio y el estar abiertos a la fecundidad. Yo me casé con la idea de tener muchos hijos. Me sometía procedimientos y nada funcionó. La presión era toda para mí, nunca para él. No vi lo evidente hasta hace poco, no era yo el problema. Pero él nunca quiso someterse a nada. Simplemente subía y subía de peso. Luego, hace unos 8 años, ni siquiera intimidad hay entre nosotros. Es una frustración inexplicable, un dolor que nadie entiende porque son cosas que a nadie se cuentan y se pasan en soledad. Yo me pregunto si este matrimonio es de verdad lo que Dios quería.

Padre Hayen: gracias por tu mensaje y tu confianza. Llegar al matrimonio con la ilusión de tener hijos es lo ordinario de la mayoría de las parejas que se casan. Los hijos son la corona de la vida conyugal. Por eso tener un hijo es ver multiplicado el amor que los esposos se tienen. Lamentablemente en muchas parejas, hoy quizá más que en épocas pasadas, existe el problema de la infertilidad. Las causas no se saben con certeza, y es la ciencia la que mejor puede darnos información sobre esto. 

Cuando un matrimonio no puede lograr un embarazo, nunca se debe creer que la mujer es la que tiene el problema. Hoy se sabe que ha crecido considerablemente el número de varones que producen espermatozoides débiles. La responsabilidad para investigar las causas de la esterilidad es de ambos, así como el apoyo al cónyuge estéril para que tenga un tratamiento y pueda superar su condición. Tu marido, al engordar, como tú dices, ignoró quizá que el sobrepeso es también un factor que provoca el bajo conteo de espermatozoides.

Más allá de la situación de esterilidad de tu esposo, soñaste una vida matrimonial tal vez con un hombre ejemplar y con muchos hijos, y te has encontrado con una realidad inesperada. Hay una discrepancia entre tus sueños y la realidad. Es necesario romper esta tensión entre una y otra cosa. Creo que lo peor que puedes hacer es aferrarte al sueño y amargarte contra la realidad. Pero si eres una mujer madura, aceptarás la realidad, por dura que sea, y aprovecharás las lecciones de esta crisis. 

Me has contado que entre ustedes ya no hay intimidad desde hace años, lo que puede hacerte sentir frustrada. La pregunta es si conoces las razones de este distanciamiento de tu marido. Seguramente él tiene también su propia versión y sus propios sufrimientos. Por eso es necesario hablar y escucharse. Es importante que seas humilde y te des cuenta de tus propias debilidades y errores que has cometido con él, y darte cuenta de tres cosas: primero, tú no eres la mujer ideal que tu esposo creía que tú serías; segundo, tu esposo no es lo que tú creías que sería; y tercero, que la comunicación entre los dos es más difícil de lo que ambos creían. La solución, primero, consiste en abrir los ojos y aceptar serenamente estas realidades.

Pero aceptar esas realidades no significa resignarse a que todo seguirá siendo igual. Seguramente ustedes han construido mucho juntos a lo largo de su vida matrimonial, y eso no debe ser destruido ahora. Es necesario tenerse paciencia a uno mismo y al cónyuge, porque ninguno es perfecto y porque ambos quieren, seguramente, mejorar la comunicación. Invita a tu marido a dialogar con serenidad, sin discusiones ni dimes y diretes, sobre lo que ha sucedido. Exprésale tus sentimientos sin que te interrumpa y después permite que él se exprese libremente, sin interrumpirlo. Sólo escúchense y reflexionen lo que uno y el otro dice. Están para ayudarse uno al otro y para aumentar el terreno común de lo que han conquistado.

Te preguntas si tu matrimonio es lo que Dios quería. Me parece que con esta pregunta estás idealizando lo que tú esperabas de la vida conyugal. Hay muchas situaciones difíciles y complejas que viven infinidad de parejas que, –te aseguro–, no es lo que Dios quiere de ellas: egoísmos, infidelidades, gritos e insultos, enfermedades, violencia doméstica, problemas con la familia política y cientos de situaciones a las que se enfrentan las familias. Pero no por esos problemas Dios quiere el divorcio como solución. Si Dios permite que el pecado lastime la vida conyugal, es porque puede sacar, de esas situaciones tristes, bienes mayores. "Todo concurre para bien de los que aman a Dios", dice san Pablo.

Muchos matrimonios con graves frustraciones y problemas no se rinden y tratan de resolverlos con diálogo, oración, sacramentos, dirección espiritual y, si fuera necesario, terapia psicológica. Y aunque Dios permita que el pecado manche la vida matrimonial, lo más importante es que ustedes, si están casados por la Iglesia, aprovechen que tienen una gracia especial que Cristo les concedió, como esposos, el día de su boda. Es la gracia del matrimonio que les permite fortalecerse como marido y mujer, y perdonarse mutuamente, como Cristo perdonó a su Iglesia.

En el camino de la vida encontraremos siempre la Cruz de Cristo y, si sabemos asumirla en la oración y con amor, esa cruz florecerá en nuevas formas de fecundidad para tu matrimonio, como puede ser la adopción de un hijo o a través de múltiples formas de servicio a la vida. Que Dios te consuele en tus tristezas y que su amor colme tu matrimonio y hogar con nuevas alegrías.

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