Casi todas las voces que escuchan los jóvenes en la cultura secular los invitan a experimentar con el sexo. La misma educación sexual escolar les proporciona la información para que, desde la adolescencia, los chicos se enrolen en actividad sexual. Les hablan de derechos sexuales y reproductivos, incluso les han dado una cartilla nacional que los promueve; de esa manera los van incitando hacia la promiscuidad. En este ambiente cultural la Iglesia con su enseñanza sobre la castidad hasta el matrimonio parece retrógrada. La ética sexual católica se ve como el aguafiestas en medio del desenfreno del mundo. Parece que se cumple aquellas palabras de san Pablo: "llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina" (2Tim 4,3).
Sin embargo cuando echamos una mirada a nuestro alrededor y vemos las consecuencias de la Revolución sexual de los años 60 en la manera en que los jóvenes viven su vida sexual –con todas las heridas físicas, psicológicas, familiares y espirituales–, nos convencemos, más que nunca, de que la Iglesia debe seguir proclamando el plan de Dios sobre el amor y la sexualidad con valentía, arguyendo, reprendiendo, exhortando, con paciencia incansable y con afán de enseñar (2Tim 4,2).
Enseñar a los adolescentes y jóvenes que antes de casarse vivan una vida sexual activa es un grave error. Pero hay que explicarles por qué. Para entenderlo, primero hay que saber que el sexo es una creación de Dios y, como tal, es bueno. Cuando creó el mundo vio que todo era muy bueno (Gen 1,31), incluido el sexo. Sin embargo el sexo no solamente es bueno sino increíblemente bueno.
Tan bueno es, que Dios hizo el mundo para que fuera poblado con seres humanos, hechos a su imagen y semejanza, llamados por vocación a compartir con ellos la vida eterna en el Cielo. "Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla" (Gen 1,28). Si tú y yo somos seres hermosos salidos de las manos de Dios, a quienes Él ama apasionadamente, eso significa que el acto sexual que nos dio origen –el sexo– es querido por Dios y es algo extraordinariamente positivo. Podemos decir que no hay en la tierra una forma de contacto físico con una dignidad tan alta como es el acto conyugal.
Dios pudo hacer que los niños llegaran al mundo por otros medios. Algún pájaro como la cigüeña podía traerlos del cielo, o pudieron haber sido plantados en la tierra y cosechados, pero no fue así. Dios quiso crear otro sistema para que viniéramos al mundo. Él ama a cada vida humana que existe y, para traer esas vidas, se vale de un sistema llamado "familia", donde el hombre y la mujer se aman y donde comparten sus vidas. ¿Podemos imaginar lo que significa pasar todo el resto de la vida juntos, viviendo bajo el mismo techo, comiendo con la misma vajilla, durmiendo en la misma cama, compartiendo el baño, incluso el tiempo de descanso? Para ser los dos una sola carne se requiere de mucho amor y de una cantidad muy generosa de sacrificio (Mc 10,6-9).
Cuando una pareja se casa por la Iglesia, hacen la promesa de aceptarse mutua y totalmente, de ser fieles uno al otro, en las alegrías y las penas, en la salud y la enfermedad y amarse y respetarse todos los días de su vida. Prometen que nunca se utilizarán como si fueran objetos o cosas, sino que se tratarán como personas que buscan lo mejor uno para el otro; y para toda la vida. El sacramento del matrimonio los convierte en una sola persona conyugal (Mt 19,5). Después de la boda, la pareja suele salir a un viaje llamado "luna de miel", donde se entregan sus cuerpos para manifestar la alianza que sellaron con Dios ante el altar de la iglesia. Este intercambio sexual es una entrega absoluta de la totalidad de sus personas.
Este es el idioma del amor que los jóvenes deben descubrir como algo grandioso. De esa entrega total Dios puede crear una nueva vida humana a su imagen y semejanza (Gen 1,26). Crear seres humanos es uno de los actos predilectos de Dios. El resultado de este idioma del amor es una familia. La vida familiar existe para que todos sus miembros puedan aprender a amar, a buscar lo mejor para el bien de los demás, y para aprender a entregarse por los otros, aún con sacrificio. En las familias amamos y somos amados. Las familias se edifican por el amor y se originan en el sexo. Así que no enseñemos a los jóvenes que el sexo es malo sino algo bueno. Y por ser tan increíblemente bueno, debe realizarse sólo en el matrimonio y para formar una familia.
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