Es un hecho incuestionable que aquel carpintero llamado Jesús de Nazaret, que predicó durante algunos años antes de ser crucificado por los romanos, es el hombre con mayor influencia en la historia del mundo. Jesús predicó el amor como lo más importante de la vida, uniendo el mandamiento supremo del amor a Dios con el mandamiento del amor al prójimo. Jesús enseñó un concepto de amor antes desconocido: el amor no atrapa sino que “se da”; no es egoísmo sino sacrificio por los demás. “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35). La cultura occidental se formó con esta elevada visión del amor.
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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