Las culturas orientales ven la historia como algo cíclico sin dirección ni meta, y por ello les va bien el creer en la reencarnación o transmigración de las almas. El cristianismo, en cambio, mira la historia como un camino lineal que marcha hacia la consumación del mundo. Las Sagradas Escrituras indican que al final “el lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará con el cabrito” (Is 11,6). Nuestra mentalidad occidental está marcada por la idea de que vamos todos en un viaje hacia un lugar más dulce y feliz que esta tierra. Son los cielos nuevos y la tierra nueva que esperamos los cristianos (Apoc 21). Tenemos la esperanza de “habitar en la Casa del Señor, por años sin término” (Sal 22). Creemos, por eso, en la resurrección del último día.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
La idea de 'progreso' es una idea cristiana. Todo fluye a un final.
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