Los estándares de la apariencia personal van en caída de lo que tradicionalmente se ha tenido como bello. Santo Tomás de Aquino definió la belleza como el resultado, no sólo de la debida proporción o armonía, y el brillo o claridad, sino también de la integridad o perfección. La fealdad entonces es resultado de la desproporción, de la falta de luz y de orden. Hoy la apariencia personal de muchos va en la línea del desorden y de la oscuridad. Los tatuajes son cada vez más frecuentes, los ‘piercings’ faciales son bastante comunes y las tendencias en la ropa van hacia la desnudez. Incluso hay un gusto por las roturas en la ropa y por dar una apariencia, en algunas personas, de busconas o de salvajes. Lo chocante hoy es más valorado que lo estético. Es un reflejo de la época relativista en que vivimos: confusión entre el bien y el mal, entre la fealdad y la belleza.
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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