Murió el gran actor Robin Williams. Dicen que fue un suicidio. Una vida que tenía tanto para ser feliz –profesión exitosa, familia, cariño del público– no lo era. Williams era una persona depresiva, envuelto en drogas y alcohol. Quien hizo reír a tantos, murió de tristeza. Hoy la depresión es un mal extendido en las sociedades materialistas. Si ayudamos a los deprimidos a percibir la ternura de Dios, a integrarlos en una comunidad de fe donde se sientan acogidos, comprendidos, amados… Si los llevamos a contemplar a Jesús y a dejarse mirar por él, será una experiencia –decía Pablo VI– que los abrirá a la esperanza y los impulsará a elegir la vida. Oramos para que Cristo, habiendo escuchado el grito de Robin Williams en medio de la tormenta, haya estado a su lado para tenderle la mano, en el último segundo, y guiarlo al puerto del perdón.
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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