sábado, 9 de agosto de 2014

Marcados por la sangre del Cordero (artículo)

Las noticias de las últimas semanas nos están mostrando los dramáticos problemas que se viven en Medio Oriente. Por una parte el conflicto entre Israel y Palestina, que no tiene todavía solución desde 1948, cuando se creó el estado judío, y que se recrudece cada cierto tiempo. Y por otra parte lo que gran parte de la prensa calla: el éxodo de los cristianos en Siria e Irak, que inició bajo las amenazas del gobierno islamista radical y que ahora amenaza su expansión a toda la región. Los cristianos están en la disyuntiva de cambiar de religión y pagar impuestos muy altos, o bien huir de la propia tierra sólo con la ropa puesta, o la última opción, ser reos de muerte.

En un artículo llamado ‘La marca de los cristianos hoy’, el profesor de teología Dusty Gates, de la Diócesis de Wichita Kansas, habla de la situación trágica que viven nuestros hermanos ‘nazarenos’. Gates nos hace la pregunta: contemplando el horror de los cristianos de Siria e Irak, ¿podemos nosotros ser señalados como ‘cristianos’ por las personas que nos rodean? Nuestros estilos de vida, actitudes y acciones, ¿nos identifican como discípulos de Jesús? El autor recuerda que durante la Pasión de Cristo, “la portera del patio de Anás preguntó a Pedro: ¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre? Él respondió: no lo soy”. El articulista invita, pues, a hacernos un examen de conciencia: ¿Nos escondemos y preferimos nuestra propia seguridad, antes que mostrarnos como discípulos de Jesús?

Gates afirma que quienes son identificados como cristianos en Irak tienen tres opciones: convertirse al islam, aceptar condiciones de vida muy opresivas, o morir. Nosotros en occidente, a Dios gracias, no tenemos estas amenazas –dice–, sin embargo nuestra sociedad también se vuelve inhóspita para ser auténticos católicos. Las mismas amenazas a los cristianos iraquíes están, de alguna manera, presentes en nuestras vidas: dejar de ser cristianos para ser laicistas guiados por el espíritu del mundo; aceptar pasivamente el ser acosados por llevar un estilo de vida diferente al de la mayoría; o morir, es decir, resistir activamente el mal que hay en el mundo y aceptar las consecuencias, cualesquiera que sean, con tal de no dar a Satanás el placer de tener la última palabra.

Muchos de nuestros hermanos del Medio Oriente están siendo triturados como uva en el lagar. A precio de sangre pagan su fidelidad a Dios. Están dando su vida por Jesús al rechazar el islam y, de esa manera, son marcados con la sangre del Cordero. Para ellos estará reservada la vida, a diferencia de los marcados con el sello de la bestia (Ap 13,17). Su valor nos interpela y nos recuerda el drama que se juega en nuestras vidas. La vida es una lucha por adquirir una marca. Esa marca –para Dios o para el anti-Dios– se va imprimiendo en el alma con nuestras decisiones de todos los días. Los marcados para Dios serán parte de la nueva creación para la vida eterna; los marcados para el anti-Dios tendrán la muerte eterna.

La mayoría de los católicos, aunque no pasamos por las pruebas de la furia anticristiana del Medio Oriente, atravesamos, de otra manera, por tribulaciones y luchas. Nadie está exento. Todo discípulo del Señor debe compartir la misma experiencia que tuvo Jesús: “Si ustedes fueran del mundo,
el mundo los amaría como cosa suya.
Pero como no son del mundo,
sino que yo los elegí y los saqué de él,
el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije:
el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí,
también los perseguirán a ustedes” (Jn 15,19-20).

Mosul, una ciudad iraquí, que ha sido epicentro de los ataques más duros en los últimos días, fue antiguamente una gran luz para la fe cristiana y escuela de cristianismo por sus iglesias y monasterios. Hoy no queda cristianismo en ella. Los musulmanes radicales han arrasado viviendas, quemado iglesias, expulsado familias enteras dejándolas llevar solamente su ropa puesta, han convertido los templos en mezquitas creando una situación de caos y pánico.

Aliviemos un poco la situación desesperante en la que viven nuestros hermanos cristianos de Medio Oriente. A través del misterio de la Comunión de los Santos podemos llevarles el agua de nuestra oración en medio de sus tribulaciones. Hoy lo hacemos por ellos; mañana quizá otros lo hagan por nosotros. Esperamos que la sombra de la persecución cruenta contra la Iglesia nunca se repita en México.

2 comentarios:

  1. ¿Hasta dónde llegará el califato islámico? http://www.abc.es/internacional/20140810/abci-mapa-estado-islamico-201408091240.html

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  2. Es horrible que se oprima a Cristianos en cualquier parte del mundo. Es horrible cualquier tipo de persecución religiosa. Las teocracias son una pesadilla. Por eso es importantísimo la separación de iglesia y estado.

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