“Sentimos que entre el mundo de mis hijos y el nuestro –se lamentaban unos padres– existe una gran distancia. Las películas y programas de televisión que ellos ven los invitan a tener relaciones sexuales y a la promiscuidad. Uno de nuestros hijos escucha música rock la mayor parte del día y tenemos la sospecha de que ha probado las drogas. No entendemos sus maneras de divertirse. Van a fiestas y regresan muy tarde. Se han puesto tatuajes y su lenguaje está lleno de vulgaridad y groserías. No podemos entrar en su mundo porque no lo entendemos, ni ellos entienden el nuestro”.
Cuando fui joven también sentí cierta brecha que se abría entre mis padres y yo. Es natural, sobre todo en la adolescencia. Sin embargo agradezco el que mi madre se haya quedado en casa para trabajar. Su mejor empleo fue dedicarse a estar cerca de sus hijos. No conocí las guarderías y siempre me sentí acompañado por mis padres. Hoy muchos niños están solos en casa. Pasan horas y horas consumiendo chatarra espiritual en la televisión, en internet o juegan en la calle con personas extrañas para la familia. En mi casa mis padres siempre supieron dónde estaban sus hijos y quiénes eran nuestros amigos. En casa había un solo televisor y cuando nos sentábamos a la mesa nunca estuvo encendido. Me siento bendecido porque mis padres supieron crear lazos afectivos fuertes dentro de la familia
Mercedes Arzú de Wilson, estudiosa del mundo de la familia, afirma que el motivo más influyente para que un adolescente inicie su vida sexual es la presión que los amigos y el ambiente ejercen en ellos. Para prevenir que esto suceda –dice la Wilson– se necesita establecer una gran comunicación con los hijos, y lograr que ellos les tengan confianza a sus padres. No basta eso. Los padres necesitan ejercer un liderazgo sobre sus hijos y tener un control más estricto sobre sus diversiones y amistades. Deben enseñarles a ser independientes de sus amigos y limitarles el tiempo que pasan con ellos.
Cuando fui joven también sentí cierta brecha que se abría entre mis padres y yo. Es natural, sobre todo en la adolescencia. Sin embargo agradezco el que mi madre se haya quedado en casa para trabajar. Su mejor empleo fue dedicarse a estar cerca de sus hijos. No conocí las guarderías y siempre me sentí acompañado por mis padres. Hoy muchos niños están solos en casa. Pasan horas y horas consumiendo chatarra espiritual en la televisión, en internet o juegan en la calle con personas extrañas para la familia. En mi casa mis padres siempre supieron dónde estaban sus hijos y quiénes eran nuestros amigos. En casa había un solo televisor y cuando nos sentábamos a la mesa nunca estuvo encendido. Me siento bendecido porque mis padres supieron crear lazos afectivos fuertes dentro de la familia
Mercedes Arzú de Wilson, estudiosa del mundo de la familia, afirma que el motivo más influyente para que un adolescente inicie su vida sexual es la presión que los amigos y el ambiente ejercen en ellos. Para prevenir que esto suceda –dice la Wilson– se necesita establecer una gran comunicación con los hijos, y lograr que ellos les tengan confianza a sus padres. No basta eso. Los padres necesitan ejercer un liderazgo sobre sus hijos y tener un control más estricto sobre sus diversiones y amistades. Deben enseñarles a ser independientes de sus amigos y limitarles el tiempo que pasan con ellos.
Recuerdo a una señora que hace poco tiempo lloraba desconsolada diciendo que no quería regresar a su casa. Era tanta la rebeldía de su hija adolescente, tantas las groserías que ésta le decía y tantas sus aberraciones de conducta, que para ella el hogar era sucursal del infierno. Tenía miedo de usar métodos más estrictos para corregirla porque sentía que, de esa manera, no amaba a su hija. Para ella el amor era siempre mostrar ternura y nunca ser exigente. De esa manera estaba echando a perder a su hija. Le dije que más vale ser madre dura que madre blanda. Las madres estrictas quizá formen, por su dureza, hijos un poco resentidos con ellas, pero encaminados por el camino correcto; las madres blandas, en cambio, forman hijos débiles y egoístas que con sus padres terminan haciendo lo que quieren.
Lo más importante para formar adecuadamente a un hijo –lo digo por la experiencia que tuve como hijo en casa– es ofrecerle amor incondicional y, al mismo tiempo, disciplina firme. Son los dos pilares básicos de la educación. Si falta alguno, las consecuencias serán hijos llenos de resentimiento, o bien, hijos rebeldes que darán grandes dolores de cabeza a sus papás. Nada hay mejor que interesarse en el mundo de los hijos y acompañarlos de manera cercana. Esa fue mi experiencia. Hasta ahora me sigo sintiendo muy amado por mis padres y me doy cuenta de que ese amor filial es el que me ha evitado involucrarme en conductas destructivas. Por no traicionar el amor que ellos me tienen, mi vida se ha visto preservada de conductas destructivas.
¿Qué los hijos les dicen a sus padres mochos, anticuados, mojigatos, cuadriculados, pasados de moda, puritanos, pudibundos, gazmoños, santurrones o de la vela perpetua? ¡Qué importa! Muchos hoy damos gracias a Dios por haber tenido padres fuertes y cariñosos, que no tuvieron miedo a criticar la moral relativista de la cultura en la que crecimos. Mis padres y abuelos siempre defendieron los valores tradicionales, y sobre todo, me lo siguen demostrando con su propia vida. Y aunque alguna vez hice berrinches por la disciplina que me parecía un poco dura, siempre intuí que en aquellos valores se escondía una sublime grandeza. Me queda claro que no era otra cosa sino el amor divino.
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