Ir al contenido principal

“Dios existe, y yo me lo encontré” (artículo)

Ateo de nacimiento, de familia, de ambiente, de estudios, de convicciones, Dios lo espiaba ese día para darle caza. André Frossard, uno de los periodistas más respetados y temidos de Francia, esperaba a su amigo Willemin fuera de una iglesia. Durante mucho tiempo habían discutido sobre la fe y la existencia de Dios, sin que uno lograra convencer al otro. Aquel día, su amigo había pedido a André que lo esperara fuera del templo mientras él entraba a orar. Pasaba el tiempo y su amigo no llegaba. André decidió entrar para buscarlo y ver el motivo de su demora.

Abriendo la puerta de hierro, André entró como un curioso mirón. Levantó su mirada para observar los detalles artísticos de la construcción. Era una iglesia neogótica. Observó a un grupo de religiosas y algunos fieles que rezaban ante el Santísimo Sacramento. Sus ojos iban y venían buscando al amigo. No pensaba nada en esos momentos, hasta que detuvo su mirada en el segundo cirio que ardía a la izquierda de la cruz. En ese momento ocurrió el encuentro prodigioso.

En un segundo André contempló lo absurdo de su vida y quedó deslumbrado ante la realidad del Misterio. Como si fuera un Moisés que en el monte descubre la zarza que ardía sin consumirse, este periodista y pensador, se quitó las sandalias del orgullo y quedó descalzo ante la majestad del Cielo que, en ese momento, se abría para él.

Sus ojos miraron colores desconocidos hasta ese momento. Vio un cristal de transparencia infinita, de una luminosidad casi insostenible. Quedó atónito, a la manera de Pablo en el camino de Damasco. Era un universo de resplandor eterno; lo contemplaba desde la orilla de este mundo de los hombres, lleno de sombras. Era la Realidad, la Verdad, la Belleza, el Bien supremo. Era la evidencia de Dios y era la Persona que él había negado toda su vida, y al que los cristianos llamaban Padre. Su presencia –narra el mismo André– era una dulzura capaz de hacer estallar las piedras más duras.

Una inmensa alegría embargó el corazón de quien, años más tarde, sería amigo de Pablo VI y de Juan Pablo II. Comenzó a sentirse salvado a tiempo de las aguas del naufragio, y se preguntó cómo pudo tanto tiempo haber vivido y respirado en el lodo. Comprendió que la Iglesia era su familia, y que ella lo conduciría al lugar en el que Dios lo quería. Al salir a la calle con Willemin, su amigo, éste lo notó muy extraño. “¿Pero qué te pasa?”, y André Frossard respondió con los ojos desorbitados y chispeantes de gozo: “Soy católico, apostólico y romano. Dios existe y todo es verdad”.

Los familiares pensaron que André había enloquecido. Algunos pronosticaron que los efectos se le pasarían y que en dos años llegaría a ‘curarse’. Pero no fue así. André Frossard vivió alimentando su vida cristiana con el recuerdo de ese encuentro. Fue como haber descubierto un tesoro escondido o una perla de gran valor. Vinieron pruebas duras a través de los años, pero nadie pudo arrebatarle la perla preciosa de su fe católica. Ningún poder humano pudo destruir en él la certeza de que Dios es amor. “Amor –escribió–, para llamarte así, la eternidad será corta”. André Frossard narró su conversión en su libro “Dios existe y yo me lo encontré”. Murió en 1995.

Ser cristianos significa haber encontrado, en el propio camino, una Presencia de un amor sin límites, amor que llena de asombro, fascina y da al alma una inmensa alegría. ¿Hemos encontrado esa presencia misteriosa, de verdad? Si un día de nuestro pasado, a muchos, Jesús nos descubrió el cielo a través de un encuentro personal que transformó nuestra vida, nos preguntamos si vivimos aún con el cielo abierto. El gran riesgo que tenemos los cristianos es vivir la vida en el desencanto, llevando el sacerdocio, el celibato, el matrimonio o la vida religiosa sin el estupor de haber encontrado un tesoro. Decía Fabbretti que “uno de los pecados más sutiles y más difundidos entre los católicos contemporáneos es, ciertamente, el de pasar, poco a poco, de ser hijos a espectadores de la Iglesia”.

Acercarnos hoy domingo a celebrar la Eucaristía nos pondrá junto al tesoro más precioso de la Iglesia –el único realmente–, Jesucristo. Abramos bien los ojos para que la luz del Espíritu, que iluminó aquel día el alma de André Frossard, nos comunique un poco el esplendor de su gloria.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Católicos y rituales paganos

La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...

La muerte del padre Rafael, mi vicario

La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...

Sanación del árbol genealógico

En las últimas décadas diversos grupos y personas en la Iglesia hacen oración para limpiar de pecados su árbol genealógico. Esta práctica es llamada "sanación intergeneracional". Incluso hay sacerdotes que la promueven haciendo misas con ese propósito. Es un grave error. Algunas conferencias episcopales como la de Francia y de Polonia, y ahora la española, se han pronunciado en contra de esta falsa doctrina y pésima práctica. Conocida también como la "sanación del árbol genealógico", la sanación intergeneracional tuvo su origen en los escritos del misionero y terapeuta anglicano Kenneth McAll, quien trató de hacer una conexión entre ciertas enfermedades y las fuerzas del mal. En ámbito católico fueron John Hampsch y Robert DeGrandis quienes popularizaron la práctica en grupos carismáticos. Según estos autores, existen pecados no perdonados, cometidos por los antepasados de una persona, que hoy tienen efectos perniciosos en sus descendientes y que se manifiestan a tr...