A menudo se acercan al confesionario jóvenes que revelan que, en su noviazgo, están teniendo vida íntima con sus parejas, pues dicen que ‘todo mundo lo hace’. Cuando llegan al matrimonio a muchos les va mal, y ven el divorcio como una salida legítima porque, simplemente, el amor acaba. No son pocos a quienes les parece que la Iglesia debería de cambiar sus posturas sobre algunos puntos de la moral familiar.
Por el contrario, existen también un buen número de cristianos que están entusiasmados a vivir el evangelio en el ámbito de la familia y de la transmisión de la vida. Al tener una experiencia de encuentro con Jesús y entrar en el camino de la fe, van descubriendo el plan de Dios y, de asombro en asombro, profundizan en el misterio del matrimonio, la sexualidad y la familia. En él han encontrado tanta luz y paz para sus vidas.
“Yo acepto que los jóvenes debemos vivir un noviazgo en la castidad –me decía un chico de mi parroquia– pero estoy de acuerdo en que podamos utilizar anticonceptivos en el matrimonio, y también apruebo el aborto, pero únicamente en los casos de violación”. Por otra parte conozco esposos que se han visto injustamente abandonados por sus cónyuges y, creyendo que el matrimonio es indisoluble para toda la vida, deciden no contraer nupcias nuevamente. Otros, en cambio, buscan nuevas uniones y afirman que la Iglesia es injusta al no permitir el divorcio.
Existe hoy una gama de opiniones tan grande como diversos son los seres humanos que integramos la Iglesia. Al estar dentro de una sociedad que ha dejado de ser mayoritariamente cristiana practicante, los católicos se ven fácilmente seducidos por las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, la cultura hedonista, el relativismo moral y religioso, el materialismo, el individualismo y una creciente secularización que ha dejado de dar importancia a Dios.
Por el contrario, existen también un buen número de cristianos que están entusiasmados a vivir el evangelio en el ámbito de la familia y de la transmisión de la vida. Al tener una experiencia de encuentro con Jesús y entrar en el camino de la fe, van descubriendo el plan de Dios y, de asombro en asombro, profundizan en el misterio del matrimonio, la sexualidad y la familia. En él han encontrado tanta luz y paz para sus vidas.
“Yo acepto que los jóvenes debemos vivir un noviazgo en la castidad –me decía un chico de mi parroquia– pero estoy de acuerdo en que podamos utilizar anticonceptivos en el matrimonio, y también apruebo el aborto, pero únicamente en los casos de violación”. Por otra parte conozco esposos que se han visto injustamente abandonados por sus cónyuges y, creyendo que el matrimonio es indisoluble para toda la vida, deciden no contraer nupcias nuevamente. Otros, en cambio, buscan nuevas uniones y afirman que la Iglesia es injusta al no permitir el divorcio.
Existe hoy una gama de opiniones tan grande como diversos son los seres humanos que integramos la Iglesia. Al estar dentro de una sociedad que ha dejado de ser mayoritariamente cristiana practicante, los católicos se ven fácilmente seducidos por las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, la cultura hedonista, el relativismo moral y religioso, el materialismo, el individualismo y una creciente secularización que ha dejado de dar importancia a Dios.
A veces encontramos personas que vagan de sacerdote en sacerdote, preguntando si la Iglesia permite a la mujer ligarse las trompas de Falopio, o si una relación homosexual está permitida, pues fueron con un ministro de Dios que, por su opinión, los dejó vagando por senderos desorientados. Otras parejas estériles quieren probar tener un hijo a través de la fecundación artificial o fecundación ‘in vitro’, pero se encuentran con un párroco que ignora todo sobre el tema y es incapaz de ofrecer un consejo adecuado.
Estas son algunas de las situaciones que se viven hoy en el mundo, y que han llegado a la mesa del Sínodo de la Familia para ser discutidas por el papa Francisco, cardenales y obispos durante los próximos meses. Fueron recogidas en los cuestionarios que se distribuyeron en todas las diócesis del planeta. Las respuestas nos dejan ver que el mal de muchos laicos y de algunos sacerdotes es la ignorancia que prevalece sobre el Evangelio del matrimonio, de la sexualidad y de la transmisión de la vida. Aunque la doctrina sobre la familia está definida en la Biblia y en muchos documentos del Magisterio, no es accesible para todos y existe una gran desorientación en un sinnúmero de fieles.
El meollo del asunto del Sínodo de la Familia no será rediseñar la doctrina de la Iglesia. Ésta es divina y sólo se puede profundizar, pero nunca cambiar. El gran desafío que, en los años venideros, tendremos los pastores y fieles laicos será encontrar nuevas maneras para transmitir dichas enseñanzas, hacer accesible a todos la belleza de lo que nos comunica el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia sobre la comunidad familiar. Fuera de la doctrina de la Iglesia estaremos sólo en las arenas movedizas de la opinión y en la confusión de las conciencias.
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