Los hombres de la Edad Media no construyeron las catedrales para que fueran pequeñas, oscuras y macabras estructuras que reflejaran su miedo o ignorancia. Al contrario, los maestros constructores medievales querían luz, porque su fe les enseñó a desearla. Estaban convencidos de que “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,5). A Cristo se le llama la Luz que viene al mundo, y sus discípulos deben permitir que la luz brille para los hombres. Albañiles, carpinteros, herreros y vidrieros construyeron las catedrales, las obras de arquitectura más espléndidas que adornan la Tierra.
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