El
nuevo directorio de homilética señala que la homilía no es sólo una instrucción
sino también un acto de culto. No sólo debe santificar al pueblo sino
glorificar a Dios. La homilía es un himno de gratitud por las maravillas de
Dios. Debe ser preparada en la escucha de la Palabra y la oración. No debe ser
ni muy larga ni muy corta; según algunos expertos, no debe durar menos de
cuatro minutos ni más de ocho. Debe cumplir tres requisitos: ilustrar las
lecturas a la luz de la muerte y resurrección de Jesús; debe disponer a la
asamblea a la celebración eucarística y, por último, debe sugerir cómo podemos
vivir el Evangelio en la vida cotidiana. Magnífico, pero nos preguntamos ¿Qué
preferirán los fieles, aquella oratoria sagrada con garra, llena de fuego,
pecado, entusiasmo, truenos y relámpagos, con mucha gesticulación y amenazas, o
por el contrario sermones light, dulzones, que sólo hablan de paz y
solidaridad?
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