El
nuevo directorio de homilética señala que la homilía no es sólo una instrucción
sino también un acto de culto. No sólo debe santificar al pueblo sino
glorificar a Dios. La homilía es un himno de gratitud por las maravillas de
Dios. Debe ser preparada en la escucha de la Palabra y la oración. No debe ser
ni muy larga ni muy corta; según algunos expertos, no debe durar menos de
cuatro minutos ni más de ocho. Debe cumplir tres requisitos: ilustrar las
lecturas a la luz de la muerte y resurrección de Jesús; debe disponer a la
asamblea a la celebración eucarística y, por último, debe sugerir cómo podemos
vivir el Evangelio en la vida cotidiana. Magnífico, pero nos preguntamos ¿Qué
preferirán los fieles, aquella oratoria sagrada con garra, llena de fuego,
pecado, entusiasmo, truenos y relámpagos, con mucha gesticulación y amenazas, o
por el contrario sermones light, dulzones, que sólo hablan de paz y
solidaridad?
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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