El 16 de mayo Christopher fue invitado a jugar al secuestro por cinco adolescentes. Le ataron las manos y pies, lo golpearon con un palo y con piedras directo al rostro, luego lo sofocaron. Cuando creyeron que estaba muerto, hicieron un hoyo y lo metieron a la fosa. Una de las jovencitas apuñaló el cuerpo mientras otros lo apedrearon, lo sepultaron, taparon el lugar y colocaron un animal muerto sobre la superficie para que no llamara la atención. Estamos horrorizados porque los niños se convierten en asesinos. Recordemos que niño se transforma en lo que observa a su alrededor, en el ambiente social descubre los modelos a los que debe parecerse. Familias desintegradas, padres ausentes, basura televisiva, violencia en videojuegos y películas, inexistencia de estructuras morales y religiosas, malas compañías, ambiente social violento y delictivo… ahí están los ingredientes del venenoso coctel que puede convertir a niños inocentes en temibles chuckies.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
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