¿Pero qué pasa con algunos padres de familia? Ahora Que Christopher está muerto después del juego del secuestro, en el que sus primos y amigos le dieron tortura y muerte, nos quedamos helados. La crueldad de los niños asesinos nos ha horrorizado, pero más indignación y espanto nos causa el caldo de cultivo en el que fueron engendrados. Duele ver que muchos padres traen a sus hijos al mundo rodeados de una pobreza de humanidad extrema, en un caos familiar en la que no hay ni amor ni disciplina, y donde no existen estructuras morales y religiosas como marco de referencia para la vida.
No queremos más Chuckies, pero ¿cómo hacer para que no ocurra? Mi primera invitación es a los padres, para que cultiven el amor entre ellos, pero que sus hijos lo noten. Cuando se abrazan, se besan y se dicen cosas bonitas delante de los hijos, el niño descubre que tiene padres que se aman, y eso es una gran bendición para él. Así como un cristiano se siente seguro y feliz en el mundo cuando contempla que Dios es amor; así un niño también se siente seguro y feliz en su pequeño mundo cuando contempla a papá y mamá que se quieren, porque descubre que su origen es el amor. Hoy con tantas madres y padres solteros, cada vez menos niños tienen acceso a la experiencia del amor entre sus papás.
En la educación que recibí durante mis años de infancia, las escuelas utilizaban castigos corporales como varazos, coscorrones y –¡ay!– jalones de cabello (aunque no por eso perdí la melena). Hoy sería un escándalo pero en aquellos tiempos no lo era. Cuando algún maestro me ponía la mano encima, recuerdo que mis padres apoyaban al profesor y no a mí. ¡Qué bueno que así lo hicieron! De lo contrario hubiera sido una discrepancia educativa que me habría traído una gran confusión: la inclemente vara por un lado y, por otro, los mimos de mis padres. Creo que me hubiera vuelto tremendamente agresivo contra los maestros. Cuando uno de los padres reprende o castiga al niño, y el otro lo consuela y le levanta la punición, ¡pobre niño!, crecerá confundido y hará con sus padres lo que le venga en gana.
Muchas personas no saben controlar su ira. Hace unos días me encontraba en mi coche haciendo la fila del puente para cruzar a Estados Unidos. Observé que el coche de enfrente competía con otro que se quería meter a su fila. De uno de los coches se bajó un joven de alrededor de 20 años y retó a golpes al otro conductor. Se abrieron las puertas y se bajaron dos tipos. Frente a mis ojos se armó una golpiza que a uno le dejó la camisa hecha girones y a la madre de uno de los conductores, una crisis de nervios. Ella luego me reconoció: “¡Ay padre, qué vergüenza!”. El autocontrol y la tolerancia es hoy una virtud poco enseñada, pero importantísima para la felicidad personal y social. Desde niños, los padres deben enseñar a sus hijos que los ataques de ira son inaceptables y que desencadenan respuestas agresivas y violentas en los demás.
“El que entre lobos anda a aullar se enseña”, dice la sabiduría del pueblo. ¿Con quién se juntan los hijos? Quien quiera educar a sus hijos para la paz, evite para ellos las malas compañías, procure que no tengan contacto con personas agresivas que puedan servirles como modelo, y facilíteles las relaciones con niños de comportamiento pacífico, que saben compartir, respetar y colaborar con los demás, y que rara vez recurren a la violencia.
¿Qué decir del acoso –bullying– escolar? Los maestros y padres de familia que no lo combaten hacen honran muy poco a su vocación. Ir a la escuela no sólo es recibir información sobre matemáticas o ciencias naturales. Es educar para la convivencia social, para trabajar en equipo y para ser agentes de paz. El padre, como el maestro, han de enseñar a los niños las habilidades sociales y formas eficaces para contrarrestar la agresividad y violencia a los demás. Deben ayudar al niño a ver las cualidades de los demás, enseñarlo a no humillar a nadie, a saber comportarse como buen amigo, a aprender a compartir, a desdramatizar y a no asustarse ante las bravuconadas de algún acosador. Que sin ser desafiante el niño aprenda a tener calma y serenidad, y si lo llaman marica o cobarde, no intente demostrar lo contrario enredándose en peleas. Casa y escuela deben formar personas seguras y a desarrollar la virtud del autocontrol.
En la educación que recibí durante mis años de infancia, las escuelas utilizaban castigos corporales como varazos, coscorrones y –¡ay!– jalones de cabello (aunque no por eso perdí la melena). Hoy sería un escándalo pero en aquellos tiempos no lo era. Cuando algún maestro me ponía la mano encima, recuerdo que mis padres apoyaban al profesor y no a mí. ¡Qué bueno que así lo hicieron! De lo contrario hubiera sido una discrepancia educativa que me habría traído una gran confusión: la inclemente vara por un lado y, por otro, los mimos de mis padres. Creo que me hubiera vuelto tremendamente agresivo contra los maestros. Cuando uno de los padres reprende o castiga al niño, y el otro lo consuela y le levanta la punición, ¡pobre niño!, crecerá confundido y hará con sus padres lo que le venga en gana.
Muchas personas no saben controlar su ira. Hace unos días me encontraba en mi coche haciendo la fila del puente para cruzar a Estados Unidos. Observé que el coche de enfrente competía con otro que se quería meter a su fila. De uno de los coches se bajó un joven de alrededor de 20 años y retó a golpes al otro conductor. Se abrieron las puertas y se bajaron dos tipos. Frente a mis ojos se armó una golpiza que a uno le dejó la camisa hecha girones y a la madre de uno de los conductores, una crisis de nervios. Ella luego me reconoció: “¡Ay padre, qué vergüenza!”. El autocontrol y la tolerancia es hoy una virtud poco enseñada, pero importantísima para la felicidad personal y social. Desde niños, los padres deben enseñar a sus hijos que los ataques de ira son inaceptables y que desencadenan respuestas agresivas y violentas en los demás.
“El que entre lobos anda a aullar se enseña”, dice la sabiduría del pueblo. ¿Con quién se juntan los hijos? Quien quiera educar a sus hijos para la paz, evite para ellos las malas compañías, procure que no tengan contacto con personas agresivas que puedan servirles como modelo, y facilíteles las relaciones con niños de comportamiento pacífico, que saben compartir, respetar y colaborar con los demás, y que rara vez recurren a la violencia.
¿Qué decir del acoso –bullying– escolar? Los maestros y padres de familia que no lo combaten hacen honran muy poco a su vocación. Ir a la escuela no sólo es recibir información sobre matemáticas o ciencias naturales. Es educar para la convivencia social, para trabajar en equipo y para ser agentes de paz. El padre, como el maestro, han de enseñar a los niños las habilidades sociales y formas eficaces para contrarrestar la agresividad y violencia a los demás. Deben ayudar al niño a ver las cualidades de los demás, enseñarlo a no humillar a nadie, a saber comportarse como buen amigo, a aprender a compartir, a desdramatizar y a no asustarse ante las bravuconadas de algún acosador. Que sin ser desafiante el niño aprenda a tener calma y serenidad, y si lo llaman marica o cobarde, no intente demostrar lo contrario enredándose en peleas. Casa y escuela deben formar personas seguras y a desarrollar la virtud del autocontrol.
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