Decía Rousseau que “La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”. Más de tres millones de niños mexicanos trabajan y muchos sin ir a la escuela. En minas, basureros, cantinas y obras de construcción laboran los pequeños, y muchos de ellos por más de 35 horas a la semana. Lo dice el INEGI y la Secretaría del Trabajo en un informe que entregaron a la Cámara de Diputados. Por tratarse de actividades no naturales para los niños, el trabajo en condiciones anómalas les traerá daños físicos y psicológicos a futuro. Aunque México ha firmado convenios contra el trabajo infantil –la edad legal para trabajar es de 15 años–, aquí traemos el rosario al cuello y el diablo en el cuerpo, porque no hay penas y multas claras contra quienes los explotan. Todo queda en letra muerta.
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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