sábado, 21 de junio de 2014

Dos equipos rivales (artículo)

Mañana será la locura en México. Después del partido contra Brasil, nuestro Tri se enfrentará a Croacia en un duelo de muerte de cuyo resultado depende nuestro pase a octavos de final. Regularmente no soy aficionado al futbol, pero cada cuatro años, con la llegada del Mundial, se despierta en mí una pasión extraña por el juego. Vibro y sufro con lo que sucede en la cancha. Victorias y fracasos han llegado a conmoverme y emocionarme, de verdad.

¿De dónde nace en el hombre esta pasión por ver triunfar a su equipo, hasta llegar a deprimirse en la derrota o arrobarse el frenéticos delirios por el triunfo? El entusiasmo atlético y deportivo lo traemos inscrito en lo más hondo del alma. El drama de la vida misma, con sus proyectos, éxitos y descalabros, con sus penas y alegrías, hace que nuestro caminar en la tierra sea una permanente lucha por conquistar la felicidad. Pero para lograrlo es necesario vencer a todas las insidias que se oponen a que a que el hombre sea feliz. Este melodrama existencial lo proyectamos viendo, en la cancha, combatir a nuestro equipo.

Más allá de la vida cotidiana, el hombre está comprometido en una lucha que tiene que ver con el drama más profundo de la historia del universo. En el mundo existen dos ciudades en pugna –dice san Agustín–, la ciudad de Dios y la de Satán. Dos amores las construyen. El amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo edifica la ciudad de Dios; el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios erige la ciudad del demonio. Cada alma debe optar libremente por una de las dos ciudades. O bien –hablando en términos futboleros– por uno de los dos equipos. Todos somos parte del juego y ni siquiera los apáticos pueden ser indiferentes.

El partido más emocionante del mejor Mundial de Futbol en la tierra jamás podrá asemejarse a la dramática confrontación que ocurrió el los orígenes de la creación, cuando el Cielo se estremeció por la pugna entre los ángeles caídos y los que se conservaron fieles a Dios. Guiados por Miguel, su adalid, el ejército de los ángeles nobles se lanzó contra la ciudadela del Demonio. Fe, estrategia, fortaleza y violencia eran necesarias para restablecer el orden. Si Lucifer lo alteró con su rebelión, los ejércitos del Señor debían reponerlo con su obediencia combativa.

Nuestra historia personal y la historia de la humanidad están configuradas de este modo. Estamos en la cancha donde combaten dos equipos irreconciliables. El silbatazo de inicio del partido cósmico lo dio la caída de Adán. Del equipo en que juguemos depende nuestra integridad o nuestra desintegración, nuestra felicidad o nuestra ruina. El Tentador es el entrenador de un bando y siempre estará al acecho afinando nuevas estrategias. En el equipo contrario es el Creador y Padre de la humanidad quien anima y fortalece.

Son impresionantes en el Mundial de Futbol los vítores de quienes están en la tribuna. La mínima acción en el terreno de juego que acerque a la victoria o precipite al fracaso suscita los más encendidos gritos de entusiasmo. Es de gran estímulo para los jugadores estar atentos a las ovaciones a su equipo. Sus mentes y ojos sólo deben fijarse en las banderas y estandartes que flamean, animándolos, y deben cerrarse a los abucheos y rechiflas que los desaprueban.

En la galería del cielo el hombre tiene la poderosa ayuda de las oraciones de los ángeles y los santos. Es aquí donde aparece el gran jefe y defensor de los hijos del Pueblo de Dios, san Miguel Arcángel. En tiempos de duro combate y angustia, Miguel es la inspiración del pueblo guerrero del Señor. “¡Quién como Dios!” fue el grito del Príncipe de la milicia celestial que en los orígenes sacudió al Cielo y cuyo eco sigue resonando en las conciencias de los hijos del Altísimo. Es el grito del capitán, el arcángel divino, que hoy consuela y fortalece a los jugadores del equipo del bien.

“Hubo una batalla en el Cielo”, dice Apocalipsis, donde los Ejércitos celestiales arrojaron violentamente de las alturas a las fuerzas demoníacas. El Dragón infernal fue vencido en el estadio celestial y ahora se empeña, furibundo, en perseguir a los hijos de la Mujer en el gran estadio de la tierra. A nosotros nos toca resistir y pelear contra la iniquidad del Anticristo revestidos de la armadura de Dios.

Ahora comprendo mejor por qué se despierta en mí la pasión futbolera cada cuatro años. Y mientras pienso en estas cosas me preparo para comprar las botanas y bebidas para el juego del próximo lunes y celebrar el avance del equipo mexicano hacia los octavos del final.





1 comentario:

  1. Que Dios permita que en nosotros no quede ninguna sensación de malestar sino sea so.lo vivir el momento de la competencia y podamos comprender que es lo bonito del deporte que siempre va a haber uno mas bien preparado que el otro y es ahi donde se hacen las diferencias y los resultados,que en nuestra persona siga habiendo oración y espiritu de alegria y disfrutar el deporte.Mexico esta preparado para ganar este mundial....... VIVA MEXICO!!!!!!!

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