Decía Rousseau que “La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”. Más de tres millones de niños mexicanos trabajan y muchos sin ir a la escuela. En minas, basureros, cantinas y obras de construcción laboran los pequeños, y muchos de ellos por más de 35 horas a la semana. Lo dice el INEGI y la Secretaría del Trabajo en un informe que entregaron a la Cámara de Diputados. Por tratarse de actividades no naturales para los niños, el trabajo en condiciones anómalas les traerá daños físicos y psicológicos a futuro. Aunque México ha firmado convenios contra el trabajo infantil –la edad legal para trabajar es de 15 años–, aquí traemos el rosario al cuello y el diablo en el cuerpo, porque no hay penas y multas claras contra quienes los explotan. Todo queda en letra muerta.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
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