El domingo pasado fui invitado a un encuentro con 80 médicos católicos de Ciudad Juárez. El tema que expuse fue “Fe y ciencia en el mundo médico”. Hicimos un recorrido histórico sobre cómo la fe ha guiado el camino de la medicina desde tiempos de los griegos, que plasmaron en el Juramento de Hipócrates los lineamientos de una ética: “No introduciré a ninguna mujer una prótesis en la vagina para impedir la concepción o el desarrollo del niño”. Este juramento acompañó el ejercicio de la medicina hasta el siglo XVIII.
Con el cristianismo se aportaron nuevos elementos. Gracias a la Encarnación y la Redención de Jesucristo, el enfermo fue contemplado el rostro sufriente del Señor, mientras que el médico era la encarnación del buen samaritano. Y la asistencia sanitaria, en manos de la Iglesia durante 17 siglos, fueron esa posada donde se curaban las heridas de la humanidad doliente.
A partir de los crímenes del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, nació la Declaración de los Derechos Humanos en 1948 que protegían el derecho a la vida y al desarrollo de todo ser humano. Hoy, sin embargo, la tendencia es la contraria. A muchos médicos pro vida se les discrimina en los hospitales por negarse a eliminar seres humanos, tanto en la fase de gestación como en la etapa terminal de la vida.
Al final de la ponencia, una de las preguntas de los médicos fue sobre la objeción de conciencia. Muchos no tenían claro este concepto. El derecho a la objeción de conciencia es inherente a todo ser humano. Cada hombre tiene el derecho a obrar según su conciencia –haciendo el bien y evitando el mal– y a negarse a realizar cualquier acción que la violente. Nadie puede obligar a una persona a obrar contra lo más sagrado de su interior, la misteriosa voz que le indica la moralidad de sus acciones.
En Polonia, tres mil médicos y estudiantes de medicina acaban de firmar un documento donde se comprometen a respetar la vida humana. En vísperas de la canonización de Juan Pablo II, se comprometieron a no practicar abortos ni inseminaciones artificiales, las cuales provocan la destrucción de los embriones. También rechazan hacer recetas de anticonceptivos.
Mi felicitación más sincera a todo los médicos y personal sanitario católico del proyecto ‘Lucas, médico querido’ de Ciudad Juárez. Gracias por su fidelidad a Jesús y a su Iglesia.
Con el cristianismo se aportaron nuevos elementos. Gracias a la Encarnación y la Redención de Jesucristo, el enfermo fue contemplado el rostro sufriente del Señor, mientras que el médico era la encarnación del buen samaritano. Y la asistencia sanitaria, en manos de la Iglesia durante 17 siglos, fueron esa posada donde se curaban las heridas de la humanidad doliente.
A partir de los crímenes del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, nació la Declaración de los Derechos Humanos en 1948 que protegían el derecho a la vida y al desarrollo de todo ser humano. Hoy, sin embargo, la tendencia es la contraria. A muchos médicos pro vida se les discrimina en los hospitales por negarse a eliminar seres humanos, tanto en la fase de gestación como en la etapa terminal de la vida.
Al final de la ponencia, una de las preguntas de los médicos fue sobre la objeción de conciencia. Muchos no tenían claro este concepto. El derecho a la objeción de conciencia es inherente a todo ser humano. Cada hombre tiene el derecho a obrar según su conciencia –haciendo el bien y evitando el mal– y a negarse a realizar cualquier acción que la violente. Nadie puede obligar a una persona a obrar contra lo más sagrado de su interior, la misteriosa voz que le indica la moralidad de sus acciones.
En Polonia, tres mil médicos y estudiantes de medicina acaban de firmar un documento donde se comprometen a respetar la vida humana. En vísperas de la canonización de Juan Pablo II, se comprometieron a no practicar abortos ni inseminaciones artificiales, las cuales provocan la destrucción de los embriones. También rechazan hacer recetas de anticonceptivos.
Mi felicitación más sincera a todo los médicos y personal sanitario católico del proyecto ‘Lucas, médico querido’ de Ciudad Juárez. Gracias por su fidelidad a Jesús y a su Iglesia.
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