Muchas veces oímos decir: ¿La Iglesia? Es intolerante del todo. Pero, ¿es legítima esta acusación? Es muy posible que la cosa sea totalmente al revés. Las personas profundamente religiosas son comprensivas, aunque no admitan el error, y caritativas para aceptar al que está equivocado. El incrédulo suele ser fanático, incapaz de comprender al otro, y, desde luego, no admite una discusión cordial con quien piensa diferente. La Iglesia, es cierto —consciente de que guarda la verdad de Jesucristo en toda su pureza y de que el mismo Jesucristo la constituyó guardiana del depósito de la fe—, no cede ni puede ceder un punto en la doctrina; pero sabe acoger a los muchos que piensan de otra manera, y pide por ellos para que Dios los lleve a la plenitud de la verdad que ella posee.
La tarde del domingo 15 de diciembre fue dramática en la Catedral. El padre Rafael Saldívar, vicario parroquial, se debatía por la tarde entre la vida y la muerte por una baja en su presión arterial. Al padre Arturo, vicario también, y a mí, nos tocó auxiliarlo y trasladarlo al hospital. Desafortunadamente el padre llegó sin vida a la clínica. Hace ocho años recibí al padre Rafael como vicario de catedral para su integración al trabajo pastoral. El martes 17 de diciembre lo recibí dentro de su ataúd en la puerta del templo. Aquel mandato de Jesús a sus sacerdotes: "id por todo el mundo a predicar al Evangelio" de pronto se transformó en "vengan benditos de mi Padre". Después de estos años de haber caminado juntos en las labores de la parroquia, doy gracias a Dios por el servicio que prestó a la Iglesia así como por la relación fraterna y amistosa que tuvimos. Recibimos su cuerpo sin vida iniciando las ferias mayores del Adviento, leyendo la genealogía de Jesucristo...
Padre, coincido con usted, y usted dice con sabiduría lo que yo digo de manera coloquial: las personas más intolerantes son las que denuncian la intolerancia.
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