domingo, 19 de abril de 2020

Tranquilidad y tormenta



Cuando la situación es buena, disfrútala. Cuando es mala, transfórmala. Cuando la situación no puede ser transformada, transfórmate. (Viktor Frankl)

Estamos viviendo un tiempo de Pascua tranquilo y, al mismo tiempo, tormentoso. Ocho días atrás la Iglesia celebró la Resurrección del Señor. Muchas personas, desde sus hogares, vivieron la Semana Santa y la Pascua siguiendo las transmisiones locales o desde el Vaticano. Una vez más nos dimos cuenta de que nuestra fe católica tiene bases muy sólidas y firmes. Todo el edificio de la Iglesia tiene su fundamento en Jesucristo resucitado. Nos alegramos de que, después de 21 siglos, la Iglesia sigue manteniendo vivo el testimonio de la Resurrección.

Aunque los sacerdotes y el Pueblo santo de Dios no podemos reunirnos todavía en los templos para celebrar juntos la Eucaristía, muchas personas están ardientes porque la pandemia del Covid-19 termine pronto y podamos cumplir el mandato de Cristo: "Hagan esto en memoria mía". Añoramos el gozo de fraccionar el pan, no sólo por precepto divino, sino porque la presencia del Resucitado llena de amor y gozo nuestras almas.

Es esperanzador saber que esta crisis originada por la pandemia, a pesar de sus momentos de dolor, está avivando el hambre y la sed de Dios en muchos cristianos que tenían dormida su fe. También vemos con alegría la solidaridad que la propagación del virus despierta en muchas personas. En la diócesis hoy inicia la campaña "Todos estamos en la misma barca" para ayudar, con alimentos, a quienes sufren el flagelo de la debacle económica. Siendo caritativos estaremos viviendo la experiencia del amor de Jesús, no sólo como recuerdo de lo que hizo por nosotros, sino como una presencia viva del Resucitado en la comunidad.

Sin embargo no todos participan del hambre de Dios ni de la alegría de la caridad fraterna. Hay personas que, como santo Tomás apóstol, viven hoy el infortunio interior de la incredulidad. Son personas que han vivido, quizá, el drama de la muerte de sus seres queridos, víctimas de la pandemia. O bien son hermanos que, al comprobar los estragos que sobre la vida y la economía está haciendo la peste en el mundo, no logran creer que Dios exista o que, si existe, pueda ser un Dios bueno. Quizá también es nuestro personal sanitario extenuado y con pocos recursos que atiende a los enfermos.

Jesús no se impone con su omnipotencia para apaciguar nuestras tormentas. Con su divina misericordia nos conduce a la fe, por el contrario, a través del contacto con la fragilidad de su carne. La pandemia del coronavirus puede convertirse en un vehículo para acercarnos a Dios. Si Dios se hizo hombre con un cuerpo real para llegar al hombre, entonces nuestro cuerpo es también el mejor amigo que tenemos para llegar a Dios. Jesús encontró a Tomás y le mostró los agujeros de los clavos en su carne y así el apóstol se llenó de la fuerza de Dios. Las enfermedades se transforman en oportunidades para acercarnos al Señor.

La humanidad herida por un virus hoy puede introducir su carne frágil en la llaga del costado de Jesús resucitado. Así la fragilidad se convierte en fuerza interior. Santa Teresa de Ávila, en su enfermedad, no se sabía sola, sino se descubría acompañada por un amor más poderoso, por una fuerza más grande. Hoy podemos pedir a Dios, no sólo por los enfermos, sino por nuestros médicos y enfermeras, para que en su asistencia a los que padecen de Covid-19 palpen, como Tomás, las llagas gloriosas de Cristo. Así podrán quedar habitados por la fuerza divina del Resucitado para realizar su hermoso trabajo con la caridad de Aquél que sanó la incredulidad de su apóstol.

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