Una de las enseñanzas de la famosa novela llamada "La peste", de Albert Camus, publicada en 1947, es que en las situaciones de crisis aflora lo peor o lo mejor del hombre. En la obra, el autor describe que con la epidemia, aparece de la rapiña y la generosidad, la excelencia y la infamia que hay en el corazón humano. De manera análoga, la peste actual del Covid-19 se encarga de exhibir lo que los seres humanos somos. No nos extrañemos de que se cumpla lo que dice san Pablo: "Llevamos nuestros tesoros en vasijas de barro, que al primer tropezón se parten".
Durante estos días de destierro en nuestros propios hogares muchos sacerdotes están aprovechando sus horas en orar y en estudiar más; han despertado su inventiva pastoral para hacerse cercanos a sus comunidades de feligreses a través de retiros espirituales y conferencias en línea. La oferta de misas y horas santas por internet ha tenido una explosión nunca antes vista. El coronavirus ha empujado a los sacerdotes a entrar en la era digital. Habrá otros, quizá, que no saben cómo aprovechar su tiempo y se dediquen a despilfarrarlo.
El Covid-19 nos deja ver quién es quién en la política. El presidente Nayib Bukele de El Salvador –ese pequeño país centroamericano que está lejos de ser del primer mundo– se metió en los zapatos de su pueblo y decretó la suspensión de pagos de alquileres de casas, recibos de electricidad, agua y teléfono durante tres meses, así como el control de precios de la canasta básica. En cambio en México los precios del huevo y otros productos esenciales se han disparado y no habrá –hasta ahora– suspensión de pagos de servicios para las clases vulnerables ni de impuestos para ayudar a las empresas que no tendrán ingresos.
En el mundo de los hospitales la pandemia ha llevado a situaciones desesperadas. Sin suficientes recursos sanitarios y con una desbordada cantidad de enfermos en estado crítico, el personal sanitario de algunos países ha tenido que decidir quién debe morir y quién debe vivir. El criterio que se aplica es que sean los más ancianos los que vayan a dar cuentas a Dios y, por tener más posibilidades de vivir, se salven los más jóvenes. Se trata de un criterio utilitarista terrible: hay vidas que valen más que otras. En otros lugares, en cambio, se están realizando códigos éticos más humanos para procurar que todos tengan acceso equitativo a los respiradores y se salven el mayor número de vidas.
Sabiendo que se trata de un tiempo de claustro forzado para todos, en nuestros hogares hay quienes saben aprovechar el tiempo para mantenerse ocupados en casa, para orar y dialogar o realizar actividades en familia. Pero también la demasía de ocio está provocando ansiedad y empujando a muchos al alcohol, a la porno, a la violencia doméstica y a otros vicios.
De mucha vileza fue la iniciativa de los diputados de Querétaro y de Baja California Sur para despenalizar el aborto en aquellas entidades. Queriendo aprovechar la distracción de la ciudadanía debido a la emergencia sanitaria, esos políticos quieren traer más muertes al mundo de las que ya tenemos. La pandemia del Covid-19 debe hacernos reflexionar sobre el incomparable valor de la vida humana en todas sus etapas y hacernos valorar, más que nunca, la vida que nos fue dada.
Durante estos días de destierro en nuestros propios hogares muchos sacerdotes están aprovechando sus horas en orar y en estudiar más; han despertado su inventiva pastoral para hacerse cercanos a sus comunidades de feligreses a través de retiros espirituales y conferencias en línea. La oferta de misas y horas santas por internet ha tenido una explosión nunca antes vista. El coronavirus ha empujado a los sacerdotes a entrar en la era digital. Habrá otros, quizá, que no saben cómo aprovechar su tiempo y se dediquen a despilfarrarlo.
El Covid-19 nos deja ver quién es quién en la política. El presidente Nayib Bukele de El Salvador –ese pequeño país centroamericano que está lejos de ser del primer mundo– se metió en los zapatos de su pueblo y decretó la suspensión de pagos de alquileres de casas, recibos de electricidad, agua y teléfono durante tres meses, así como el control de precios de la canasta básica. En cambio en México los precios del huevo y otros productos esenciales se han disparado y no habrá –hasta ahora– suspensión de pagos de servicios para las clases vulnerables ni de impuestos para ayudar a las empresas que no tendrán ingresos.
En el mundo de los hospitales la pandemia ha llevado a situaciones desesperadas. Sin suficientes recursos sanitarios y con una desbordada cantidad de enfermos en estado crítico, el personal sanitario de algunos países ha tenido que decidir quién debe morir y quién debe vivir. El criterio que se aplica es que sean los más ancianos los que vayan a dar cuentas a Dios y, por tener más posibilidades de vivir, se salven los más jóvenes. Se trata de un criterio utilitarista terrible: hay vidas que valen más que otras. En otros lugares, en cambio, se están realizando códigos éticos más humanos para procurar que todos tengan acceso equitativo a los respiradores y se salven el mayor número de vidas.
Sabiendo que se trata de un tiempo de claustro forzado para todos, en nuestros hogares hay quienes saben aprovechar el tiempo para mantenerse ocupados en casa, para orar y dialogar o realizar actividades en familia. Pero también la demasía de ocio está provocando ansiedad y empujando a muchos al alcohol, a la porno, a la violencia doméstica y a otros vicios.
De mucha vileza fue la iniciativa de los diputados de Querétaro y de Baja California Sur para despenalizar el aborto en aquellas entidades. Queriendo aprovechar la distracción de la ciudadanía debido a la emergencia sanitaria, esos políticos quieren traer más muertes al mundo de las que ya tenemos. La pandemia del Covid-19 debe hacernos reflexionar sobre el incomparable valor de la vida humana en todas sus etapas y hacernos valorar, más que nunca, la vida que nos fue dada.
La pandemia mundial está sacando la fealdad o la belleza que hay en el alma humana. Hoy, como nunca, necesitamos extraer el amor que llevamos dentro. Recordemos que las páginas más bellas de la historia no las escribieron los poderosos ni los inteligentes, sino los que supieron amar con el corazón. Los protagonistas de la solución a la crisis del Covid-19 serán los políticos, empresarios, trabajadores, científicos, personal sanitario y ciudadanos que amen más. Ellos serán los reales benefactores de la humanidad.
Perdon Señor perdon.
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