Nos escandaliza la cifra de casi 200 mil muertos en el mundo por coronavirus. ¿Qué sucedería si la pandemia cobrara la vida de 50 millones de muertos para marzo de 2021? Sería el escándalo y el horror más absoluto. Pues esa es la cifra que alcanza el aborto legal en el mundo cada doce meses, y pocos se aterran. Como si la pandemia no fuera suficiente para amar, promover y defender más la vida, los mercaderes de la muerte y sus satélites en la vida política siguen luchando por extender el aborto y la eutanasia en el mundo. ¿Dónde están las señales de vida, si la vida es destruida sin compasión?
Con nuestra mente no podemos entender por qué en tiempos de pandemia se intensifican los atentados contra la vida humana. ¿Por qué sufren los inocentes? Todas esas contradicciones y esa violencia nos vuelven ciegos para descubrir las señales de la vida que Jesucristo, en su Pascua, quiere darnos. Sin embargo con gran amor Cristo resucitado se hace nuestro compañero de camino, nos abre el entendimiento y nos calienta el corazón para que entendamos las Escrituras y el lugar que el sufrimiento tiene en la vida del Mesías y en la vida del pueblo. Sólo a la luz del sufrimiento de Jesús –el Inocente– podemos entender el papel que juega el dolor en la raza de Adán.
Jesús no quiere que nuestros ojos se entrecierren ni que nuestros corazones se enfríen. Nos abre los ojos para que encontremos las señales de la vida. Hoy nuestros niños y jóvenes están viendo los poderes de la muerte que en un virus puede destruir vidas inocentes. Pero también están presenciando la violencia callejera; están siendo testigos de cómo grupos radicales promueven el aborto y el suicidio asistido; están viendo las drogas y sus comerciantes que truncan tantas vidas. Cuando esos niños y jóvenes llegan a decir convencidos: "a la muerte yo no serviré", ahí el demonio del terror no puede nada contra esas almas limpias. En ellas contemplamos a Cristo resucitado.
La sonrisa de Jesús resucitado resplandece en la gente que ama la vida: los médicos y el personal sanitario que luchan a brazo partido por salvar a los infectados de Covid; los que defienden a los no nacidos; las madres y padres que esperan a sus bebés con inmenso amor; aquellos que comparten su pan con el hambriento conscientes de que todos estamos en la misma barca; los niños y jóvenes que renuncian a prostituir más este mundo. Son ellos las señales de la resurrección de una sociedad donde puede haber justicia y vida más abundante para todos. Ellos son la semilla del futuro donde encontraremos a Dios.
Con nuestra mente no podemos entender por qué en tiempos de pandemia se intensifican los atentados contra la vida humana. ¿Por qué sufren los inocentes? Todas esas contradicciones y esa violencia nos vuelven ciegos para descubrir las señales de la vida que Jesucristo, en su Pascua, quiere darnos. Sin embargo con gran amor Cristo resucitado se hace nuestro compañero de camino, nos abre el entendimiento y nos calienta el corazón para que entendamos las Escrituras y el lugar que el sufrimiento tiene en la vida del Mesías y en la vida del pueblo. Sólo a la luz del sufrimiento de Jesús –el Inocente– podemos entender el papel que juega el dolor en la raza de Adán.
Jesús no quiere que nuestros ojos se entrecierren ni que nuestros corazones se enfríen. Nos abre los ojos para que encontremos las señales de la vida. Hoy nuestros niños y jóvenes están viendo los poderes de la muerte que en un virus puede destruir vidas inocentes. Pero también están presenciando la violencia callejera; están siendo testigos de cómo grupos radicales promueven el aborto y el suicidio asistido; están viendo las drogas y sus comerciantes que truncan tantas vidas. Cuando esos niños y jóvenes llegan a decir convencidos: "a la muerte yo no serviré", ahí el demonio del terror no puede nada contra esas almas limpias. En ellas contemplamos a Cristo resucitado.
La sonrisa de Jesús resucitado resplandece en la gente que ama la vida: los médicos y el personal sanitario que luchan a brazo partido por salvar a los infectados de Covid; los que defienden a los no nacidos; las madres y padres que esperan a sus bebés con inmenso amor; aquellos que comparten su pan con el hambriento conscientes de que todos estamos en la misma barca; los niños y jóvenes que renuncian a prostituir más este mundo. Son ellos las señales de la resurrección de una sociedad donde puede haber justicia y vida más abundante para todos. Ellos son la semilla del futuro donde encontraremos a Dios.
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