Este año se cumplen 214 años del grito de
independencia en México. Llegamos a la celebración con 11 reformas del
presidente que fueron aprobadas por el Congreso, desde la educación, las
telecomunicaciones y el mercado laboral hasta las controvertidas fiscal y
energética, entre otras. Enrique Peña Nieto logró lo que quería. Eran
necesarias estas –decía– para modernizar
al país. Sin embargo el pueblo mexicano aún no percibe resultados y no tiene
plena confianza en estas reformas.
El Foro Económico Mundial publicó
recientemente un estudio donde se evaluaron los índices de competitividad de
145 países. En una valoración global, México perdió seis puntos. Bajó del lugar
número 55 a la posición número 61. Los rubros en donde los mexicanos andamos
llorando por las esquinas son la seguridad (lugar 140), la calidad del sistema
educativo (123), la eficiencia del mercado laboral (121) y la confianza de los
ciudadanos en los políticos (114).
Lo que más espanta a los inversionistas
para hacer negocios en México –dice el estudio citado– es la corrupción, la
complejidad del sistema de recaudación de impuestos, la ineficiencia
burocrática y el ambiente de crimen y robo. Estamos hablando, entonces, de que
falta una reforma, y es la reforma del corazón. Es la más lenta y difícil de
todas. Esta reforma tiene que ver con valores éticos, actitudes interiores,
cambios de mentalidad egoísta y fuerza de voluntad para vivir en la legalidad y
en el bien. Para una buena vida, orden y medida. No es fácil. Se trata de una
reforma, pues, bastante compleja.
Nos preguntamos cómo reformar el corazón
cuando las televisoras llenan a tantos hogares con programas basura; nos
preguntamos cómo una educación fuertemente orientada a la transformación de la
materia y al desarrollo de la productividad puede contribuir a humanizar el
alma de los mexicanos; cómo nuestro pueblo puede vivir en el bien y en la
verdad cuando no conoce a Dios, sumo Bien y suprema Verdad. No hay reforma del
corazón mientras no cambie la atmósfera espiritual que respiramos.
Alrededor de 115 millones de mexicanos,
aunque la mayoría se confiesen católicos, son en realidad personas más guiadas
por principios laicistas que por la fe cristiana. Sin embargo Dios no necesita
una Iglesia de números altos, sino de personas leales a Él. Los católicos que practicamos
nuestra fe, aunque hoy somos una minoría de entre 10 y 15 millones de
mexicanos, tenemos un enorme potencial para hacer que llegue una primavera
espiritual en nuestro país.
La décimo segunda reforma de los
mexicanos es un proceso lento que depende, principalmente, de Dios y de nuestra
colaboración con Él. Lo que hemos de hacer es seguir congregándonos, porque “Entre las comunidades eclesiales en las
que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo –afirma el
documento de Aparecida– sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de
la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen
una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial. Están llamadas a ser
casas y escuelas de comunión”. La parroquia es el espacio donde puede florecer
la reforma espiritual que necesita México.
Mañana 15 de septiembre celebraremos ‘El
Grito’ de nuestra Independencia y daremos honor a nuestra bandera. Recordemos
siempre que la franja del centro del lábaro patrio –el color blanco del
cristiano– originalmente representa la fe católica que se imprimió en el alma
de la nación. Ahí está el águila que devora a la serpiente, la fuerza de Dios
que derrota a las tinieblas. Sea la doctrina de Jesús y de su Iglesia nuestra
inspiración para reformar la Patria.
Padre, no cabe duda de que sus palabras van al fondo del asunto. Es la vivencia de la Fé lo que nos falta. Y los apóstoles eran sólo 12. Esa minoría que practica la fe puede realizar grandes cambios.
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