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Padres pródigos

Si san Lucas viviera en nuestros tiempos, y se asomara a tantos hogares donde los niños y adolescentes están solos, podría añadir una página a su evangelio en la que narrara la parábola del padre pródigo. Porque si la del hijo pródigo describe el alejamiento de aquel muchacho de la casa paterna, ésta relataría la lejanía de un padre o madre de familia de su hogar y el rechazo a asumir la responsabilidad de haber traído sus hijos al mundo.

Mientras que en el capítulo 15 de su evangelio, san Lucas nos deja ver con cuánto amor esperaba aquel padre a su hijo –quien se había marchado a un país lejano–, en este nuevo capítulo el evangelista bien podría describir a esos niños que ansiosos corren a la puerta de su casa cuando escuchan el mínimo ruido, pensando en que encontrarán a papá o a mamá que están de regreso, después de haberlos abandonado para irse por tanto tiempo a trabajar o a vivir de una manera disoluta. Si por esos pequeños fuera, matarían becerro gordo y harían fiesta porque aquellos padres estaban muertos y han vuelto a la vida, estaban perdidos y ahora los han encontrado.

Cada vez es más frecuente encontrar jóvenes que no tuvieron guía, ni cariño ni consejo, ni disciplina en casa, ni un pecho donde reclinar la cabeza para sentirse seguros en familia. Muchas veces el resentimiento y hasta el odio se va anidando en sus corazones porque se sintieron abandonados cuando más necesitaban de una figura paterna y materna. Tenían una enorme necesidad de amor filial y de alguien más fuerte que ellos para señalarles el sendero del bien y advertirles de los falsos caminos del mal.

Los huérfanos de padres vivos suelen ser personas con agresividad. Su formación para enfrentar la vida la adquirieron en los medios de comunicación, en los amigos de la calle y si tenían un poco más de dinero, con el personal de servicio de la casa. Las personas más allegadas para ellos fueron sus hermanos mayores, la abuela o una tía que les dio consejos. Al rencor acumulado por sus padres ausentes se sumó el tener que aprender a defenderse de los demás en la jungla de la vida. Y claro, años después muchos padres se lamentan de haber estado lejanos de la vida de sus hijos porque éstos no velan por ellos cuando son ancianos. Los padres que no dan suficiente amor a sus hijos serán abandonados por ellos durante su vida de adultos. Es una dolorosa constante que hoy se repite en muchos hogares.

Recuerdo a aquel joven que me contó que él y su padre se habían peleado a golpes. Aunque vivía con su madre y su padre, en realidad era huérfano de padre vivo. Su papá había dejado de ser ‘su padre’ porque se comportaba con él como un amigo más. De tanta confianza que quiso crear con su hijo, el padre hizo su autoridad a un lado y cuando el chico le faltó al respeto, vinieron las discusiones y los golpes.
  
Viene a mi memoria un viejo tío –de feliz memoria– que contaba que se sintió traicionado por sus padres porque durante su infancia y adolescencia le hicieron creer que su familia era rica. Del trabajo y el esfuerzo aprendió nada. Que el niño no se canse ni fatigue, que disfrute al máximo los placeres sanos de la vida, que goce del club campestre, que no conozca carencias, que no vea la pobreza. Mundo de algodones que crea falsas expectativas. Y cuando llegaron las penurias –porque la vida da muchas vueltas– se sintió engañado por sus padres que nunca le enseñaron el valor del sacrificio y la austeridad.

Cada año, durante el catecismo de niños parroquial, un buen número de padres no se quiere involucrar en la formación espiritual de sus hijos. Dejan toda la responsabilidad en las catequistas y sacerdotes. Buscan aquellas parroquias donde se imparte el catecismo tradicional en el que los padres no deben de ir a clases a la iglesia. Y cuando llega el retiro anual de padres y padrinos se evaden o asisten a regañadientes. Dan mucha pena esos niños huérfanos espirituales que no tienen en casa un líder que los conduzca por los caminos de Dios.

Tener un hijo debe ser la mayor alegría; poder abrazar y besar a la carne de tu carne debe ser emocionante. Pero ser padre o madre del alma de un hijo debe traer alegrías mucho más hondas y emociones más duraderas. Lo primero sólo exige tener intimidad con una mujer; lo segundo demanda vivir en el verdadero amor que es renuncia, lágrimas y grandes sacrificios. Esa es la verdadera paternidad.

Comentarios

  1. Maravilloso...! qué nunca nos cansemos de demostrarles amor a los pequeños...! por que no siempre lo serán...

    Dios le bendiga por siempre Padre, gracias por ayudarnos a reflexionar.

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