Debe ser angustiante llegar a la muerte y saber que ya no tenemos tiempo de hacer penitencia por el perdón de nuestros pecados, de participar en la Eucaristía y el la Confesión, de escuchar la Palabra de Dios, de visitar al Santísimo, de socorrer a los pobres y necesitados, de consolar a los enfermos, de leer salmos y hacer más oración. ¿Quién llegará a la hora final de su vida con la conciencia tranquila, sin remordimientos y con todos sus pecados ya perdonados? ¡Cuánto tiempo perdemos en cosas efímeras y no aferramos lo más importante! Si nos habituamos a encontrar a Jesús en cada acción de la vida. Si cada acto es ofrecido a Él y se vuelve un encuentro con Él, entonces no esperaremos la muerte sino esperaremos a Jesucristo, e iremos serenos y seguros a cruzar el umbral.
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