La vida cristiana es un combate contra el demonio, el mundo y las pasiones de la carne. Así lo afirmó el papa Francisco en su homilía, el jueves pasado, en Casa Santa Marta. Señaló que no se puede pensar en una vida cristiana sin resistir las tentaciones, sin luchar contra el diablo, sin vestir esta armadura de Dios... Muchos en la Iglesia hoy defienden un cristianismo abierto y plural, sin verdades dogmáticas bien definidas, sin afirmar que la Iglesia católica es el camino ordinario de la salvación, y así se alían con todo tipo de religiosidad humanista. En esta visión sosa del cristianismo el combate carece de sentido. No hay ningún enemigo a enfrentar, no hay alguien a quién convertir, no hay diferencia entre trigo y cizaña. Es un cristianismo sombrío: la tristeza de vivir en la torre de Babel y renunciar a la emoción de vivir en las filas del Señor de los Ejércitos.
La nueva presidenta Claudia Sheinbaum, quien dice ser no creyente, empezó su gobierno participando en un ritual de brujería. Hago algunas observaciones con este hecho: 1. Muchos ateos se niegan a creer en el Dios revelado por Cristo debido a que ello exige conversión y compromiso moral, y prefieren dar cauce a su sensibilidad espiritual a través de rituales mágicos de protección contra fuerzas que los puedan perjudicar. Es decir, en el fondo, muchos que se confiesan ateos creen que existe algo que está más allá del mundo natural. ¿Será que la presidenta, en realidad, no es tan atea? 2. Participar en un ritual religioso indígena debería de ser motivo de escándalo para los jacobinos y radicales de izquierda que proclaman la defensa del Estado laico y la no participación de un político en actos de culto público. Ellos deberían de ser coherentes y lanzar sus rabiosos dardos a la presidenta. Si Claudia Sheinbaum hubiera sido bendecida por algún sacerdote con sotana y sobrepelliz a las puert...
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