Hace tiempo leí a un periodista local que
acusaba al cristianismo de haber fabricado el concepto de ‘pecado’ en la
historia de la humanidad. Señalaba que la Iglesia es la responsable de
manipular las conciencias de los feligreses para crearles un sentido de
culpabilidad que no existe y así ejercer una forma de control sobre la
población.
Me pregunté: si a ese escritor le
hubieran robado su casa y asesinado a su esposa, ¿seguiría pensando que sólo se
cometieron dos delitos de orden jurídico y que nunca se violó un orden moral y
espiritual? Hace unos días volvió a ocurrir un hecho de extrema violencia en la
ciudad: un policía mata a sus dos hijos y después él se quita la vida. ¿Se puede
llamar eso únicamente una infracción legal? Sobornar a un agente de tránsito o
desviar millones de pesos fondos públicos a cuentas privadas, ¿es sólo un
delito o también un pecado?
El pecado es la raíz de toda corrupción;
es una realidad incuestionable que ha convertido al mundo en un enorme hospital,
y a México en un país poco atractivo para invertir. Si decimos que todos
estamos enfermos del alma nos aproximamos a la verdad, mucho más de los que nos
imaginamos. La tragedia es que, así como existe una gran cantidad de personas
que ignoran ser portadoras de VIH, la mayor parte de los hombres no reconocen
que el pecado ha infectado sus almas.
En ambiente católico hay quienes se
acercan al confesionario después de 40 años sin el sacramento y sólo se confiesan
de ‘alguna que otra mentirilla’. Esto ocurre porque cuando la vida entra en el
pantano del mal, se desarrollan cataratas espirituales, que es una forma de
ceguera peligrosa. La persona no se da cuenta de su situación existencial de
pecado y en el caso de que aumenten los remordimientos de conciencia, tiende rápidamente
a justificarse, y a decir “es que todo el mundo lo hace”.
Hace años conversé con un hombre no
creyente que criticaba duramente las enseñanzas morales de la Iglesia. Su gran
fortuna la había amasado atropellando a otras personas. Llevaba varios
divorcios y presumía de una extensa colección de amantes. No acababa de
entender por qué una institución religiosa podía limitar sus excesos. Lo más
probable es que jamás llegue a comprenderlo. Porque cuando Dios desaparece del
horizonte de la vida el alma se queda a oscuras, muy torpe para distinguir el
bien del mal.
El pecado y la corrupción se perciben
solamente a la luz del misterio de Dios. Mientras más alto escala el alma hacia
las cimas purísimas de la luz divina, más claramente verá cualquier mota de
impureza, y más experimentará malestar por ello. Pero mientras más desciende el
alma en la degradación de su ser hacia los abismos oscuros, no percibirá la
gangrena y ser precipitará por un camino de muerte.
La corrupción social comienza cuando las
almas nunca escuchan hablar de Dios y crecen indiferentes a los valores del
espíritu. La carne, con sus encantos y seducciones, les impone su dictadura
brutal en la vida cotidiana. ¡Pobres almas que viven en el tiempo sin pensar en
la eternidad, y no se hacen preguntas sobre el sentido de la vida y su destino
después de la muerte!
El camino hacia la sima de la corrupción
no termina aquí. Satanás querrá transformar a sus presas a su imagen y
semejanza. De la indiferencia a Dios, la astuta serpiente empuja hacia la
negación explícita, hacia el odio y el desprecio a Dios y a sus obras. Necesita
hombres que sean militantes de su imperio tenebroso. Es lo que sucede en muchos
cuerpos de policía del mundo, en las mafias, en la fabricación de guerras y
venta de armas, hasta llegar a regímenes tan perversos como el nazismo, el
comunismo o el capitalismo salvaje.
No tengamos miedo a descubrir las raíces
malignas dentro de nosotros. Pidamos luz al Espíritu de Dios para conocer
nuestro corazón y vayamos al Médico divino que nos aguarda amorosamente en el
confesionario.
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