Los santos convirtieron sus vidas en himnos a la alegría. Se sintieron felices de saborear, aquí en la tierra, el banquete de bodas de la eternidad. Benedicta Bianchi Porro fue una espléndida chica golpeada por un tumor del
sistema nervioso y que se quedó sorda, paralizada y totalmente ciega. Había
motivos humanamente suficientes para caer en la desesperación y en la rebelión,
y en cambio la palabra de Dios una vez más fue cierta: Benedicta se entregó a
Dios y Dios le llenó el corazón de una alegría indescriptible.
El 19 de
abril de 1958 escribió a una amiga: “Yo pienso: qué cosa tan maravillosa es la
vida, aún en sus aspectos más terribles, y por ello mi alma está llena de
gratitud y de amor hacia Dios”. En el verano de 1963, pocos meses antes de su
muerte, ya sorda y ciega, dictó a su mamá una carta maravillosa para un joven
desesperado. Decía: “Querido Natalino, hace tres meses yo gozaba de la vista:
ahora es de noche. Pero en mi calvario no estoy desesperada. Sé que en mi
interior he encontrado una sabiduría más grande que la de los hombres. He
encontrado que Dios existe y es amor, fidelidad, alegría, certeza hasta la
consumación de los siglos”.
Como Benedicta, también nosotros podemos cantar de felicidad, aún en medio de las penas y dificultades de la vida. Dios introduce en el banquete de la alegría a los corazones humildes y abiertos a su amor. ¡Buen domingo!
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