#YoSoyCharlie es un repudio en las redes sociales a la masacre de 12 periodistas del semanario satírico Charlie Hebdo en París el pasado 7 de enero, y un apoyo a la libertad de expresión. Aunque yo repudio la matanza, prefiero identificarme como #YoNoSoyCharlie. Por la sencilla razón de que en todo periodismo debe existir una mínima ética que Charlie Hebdo estaba muy lejos de tener. Su burla y provocaciones blasfemas de las religiones provocaron la furia de algunos musulmanes que, por vengar al profeta Mahoma, exterminaron, a punta de balazos, al equipo del semanario.
Hace unos días miré, en alguna de las redes sociales, una caricatura publicada en esa revista. No podía creerlo: se trataba de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, las tres Personas divinas teniendo sexo sodomítico. Nunca había visto una blasfemia hacia el cristianismo de tal magnitud. Por un momento me invadió el espíritu de Judas Macabeo, quien con su familia, encabezó la revuelta patriótica y religiosa de los judíos contra los reyes seléucidas de Siria. Pero de inmediato recordé las palabras del Señor a Pedro en el huerto: “Mete la espada en la vaina” y “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen para que sean hijos de su Padre que está en el cielo”. Tuve, entonces, que hacer un doble esfuerzo para ponerme a rezar por esos pseudo periodistas de la más baja calaña.
Algo que me parece reprobable es que a esos doce periodistas, asesinados por extremistas del islam, la cultura laicista los convierta en héroes de la libertad de expresión. No merecían morir de esa manera, ciertamente, y no me alegro de lo que les ocurrió. Pero creo que más que mártires deben ser tenidos por vergüenza de Francia. Su trabajo como caricaturistas profanadores de lo más sagrado de los pueblos –la religión– contribuía a romper con los vínculos entre las comunidades que forman la sociedad francesa. Sus viñetas carecían de sentido de patria, de comunidad, de construcción de la paz, de democracia, no tenían sentido de nación. Eran anarquistas aunque no rompieran escaparates. Su veneno en los dibujos blasfemos no contribuía a la armonía de la sociedad.
Lo que hicieron los islamistas para vengar al Profeta es, también, repugnante, horroroso. Alguien que mata en el nombre de Dios nunca le hará un favor a Dios. ¡Cuánta razón tenía Benedicto XVI en aquel célebre y controvertido discurso en la Universidad de Ratisbona! En su mensaje, el papa advertía de los peligros de que el islam se transformara en la religión del odio y de la violencia; y pedía a los musulmanes que introdujeran cambios en sus creencias para promover el respeto a la persona humana y el derecho a la libertad religiosa. Hoy el islam se ha convertido en la religión del terror, en la más seria de las amenazas para muchos países.
Algunos periodistas se rasgaron las vestiduras por lo ocurrido en Charlie Hebdo considerando que fue un atentado contra la libertad de expresión. Me pregunto si esos profesionales del dibujo se atreverían a burlarse de esos temas que hoy son un tabú: homosexualidad, lobby gay, aborto, feminismo radical, ideología de género. Difícilmente lo harían por la sencilla razón de que serían atacados duramente por esos lobbies y podrían quedar, como medios de comunicación, descalificados para siempre. ¿Y qué decir de las miles de personas que han muerto masacradas en Siria e Irak por el Estado Islámico? Nada. No hay nada qué decir. Valen más 12 periodistas de la cultura laicista que diez mil cabezas de cristianos.
Yo no soy Charlie. Ni tampoco el Mahoma iracundo. Detesto el uno y el otro. Me declaro simplemente cristiano católico. El extremismo fanático musulmán –Mahoma– debe ser erradicado de Europa y de todo país libre porque se trata de una imposición violenta de un culto y de una cultura de esclavitud y miedo carente de toda libertad religiosa. Pero Charlie también es repugnante. Es el Occidente decadente sin verdad, sin moral, sin rumbo, libertad sin dirección que se burla de todo –hasta de la madre que lo parió– y se destruye a sí mismo. Me parecen ciertas y terribles las palabras escribe Juan Manuel de Prada: “el laicismo es un delirio de la razón que sólo logrará que el islamismo erija su culto impío sobre los escombros de la civilización cristiana”.
Hace unos días miré, en alguna de las redes sociales, una caricatura publicada en esa revista. No podía creerlo: se trataba de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, las tres Personas divinas teniendo sexo sodomítico. Nunca había visto una blasfemia hacia el cristianismo de tal magnitud. Por un momento me invadió el espíritu de Judas Macabeo, quien con su familia, encabezó la revuelta patriótica y religiosa de los judíos contra los reyes seléucidas de Siria. Pero de inmediato recordé las palabras del Señor a Pedro en el huerto: “Mete la espada en la vaina” y “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen para que sean hijos de su Padre que está en el cielo”. Tuve, entonces, que hacer un doble esfuerzo para ponerme a rezar por esos pseudo periodistas de la más baja calaña.
Algo que me parece reprobable es que a esos doce periodistas, asesinados por extremistas del islam, la cultura laicista los convierta en héroes de la libertad de expresión. No merecían morir de esa manera, ciertamente, y no me alegro de lo que les ocurrió. Pero creo que más que mártires deben ser tenidos por vergüenza de Francia. Su trabajo como caricaturistas profanadores de lo más sagrado de los pueblos –la religión– contribuía a romper con los vínculos entre las comunidades que forman la sociedad francesa. Sus viñetas carecían de sentido de patria, de comunidad, de construcción de la paz, de democracia, no tenían sentido de nación. Eran anarquistas aunque no rompieran escaparates. Su veneno en los dibujos blasfemos no contribuía a la armonía de la sociedad.
Lo que hicieron los islamistas para vengar al Profeta es, también, repugnante, horroroso. Alguien que mata en el nombre de Dios nunca le hará un favor a Dios. ¡Cuánta razón tenía Benedicto XVI en aquel célebre y controvertido discurso en la Universidad de Ratisbona! En su mensaje, el papa advertía de los peligros de que el islam se transformara en la religión del odio y de la violencia; y pedía a los musulmanes que introdujeran cambios en sus creencias para promover el respeto a la persona humana y el derecho a la libertad religiosa. Hoy el islam se ha convertido en la religión del terror, en la más seria de las amenazas para muchos países.
Algunos periodistas se rasgaron las vestiduras por lo ocurrido en Charlie Hebdo considerando que fue un atentado contra la libertad de expresión. Me pregunto si esos profesionales del dibujo se atreverían a burlarse de esos temas que hoy son un tabú: homosexualidad, lobby gay, aborto, feminismo radical, ideología de género. Difícilmente lo harían por la sencilla razón de que serían atacados duramente por esos lobbies y podrían quedar, como medios de comunicación, descalificados para siempre. ¿Y qué decir de las miles de personas que han muerto masacradas en Siria e Irak por el Estado Islámico? Nada. No hay nada qué decir. Valen más 12 periodistas de la cultura laicista que diez mil cabezas de cristianos.
Yo no soy Charlie. Ni tampoco el Mahoma iracundo. Detesto el uno y el otro. Me declaro simplemente cristiano católico. El extremismo fanático musulmán –Mahoma– debe ser erradicado de Europa y de todo país libre porque se trata de una imposición violenta de un culto y de una cultura de esclavitud y miedo carente de toda libertad religiosa. Pero Charlie también es repugnante. Es el Occidente decadente sin verdad, sin moral, sin rumbo, libertad sin dirección que se burla de todo –hasta de la madre que lo parió– y se destruye a sí mismo. Me parecen ciertas y terribles las palabras escribe Juan Manuel de Prada: “el laicismo es un delirio de la razón que sólo logrará que el islamismo erija su culto impío sobre los escombros de la civilización cristiana”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario